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Lisa Francis salió en auto desde su trabajo en una sucursal bancaria en Lahaina, Hawái, e intentaba llegar a casa cuando la tormenta de fuego la alcanzó.
Eran las cinco de la tarde del 8 de agosto y ella estaba atrapada en el tráfico cerca del océano. Avivada por fuertes vientos, la tormenta de fuego se dirigía rumbo al oeste donde ella y otras personas se encontraban en apuros similares. Miró la columna larga de autos abandonados delante de ella en la calle Front y supo que solo había un lugar al que podía ir: hacia el agua.
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Francis afirma que un desconocido, un joven de veintitantos años, las alentó a ella y a un grupo pequeño de mujeres que también estaban varadas, exhortándolas a trepar sobre el muro que les llegaba a la rodilla y a refugiarse en la franja de rocas que bordeaba el agua.
La mujer agregó que treparon a las rocas resbaladizas. El fuego arrasó con los autos y los edificios a lo largo de la calle, lo que desató una pared asfixiante de humo espeso. Francis comentó que el calor similar al de un horno las empujó más hacia la orilla del agua.
De cara al océano, se agarró con fuerza a una gran roca, temerosa de ser arrastrada por las olas que la protegían de una lluvia implacable de brasas ardientes.
Durante una entrevista telefónica tres días después, Francis, de 54 años, originaria de Hawái, en donde las víctimas mortales por los incendios ya rozan el centenar.
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Francis, que ha vivido en Lahaina durante 31 años, mencionó: “Una gran ola vendría y nos aliviaría. Así que las olas, el océano, de verdad nos cuidaron”.
Aún así, las brasas dejaron sus brazos descubiertos con quemaduras del tamaño de picaduras de mosquito. Sus ojos estaban dañados por el humo y picados por el agua salada. Las horas pasaron y el infierno continuó consumiendo la ciudad encima de ellas.
Al final, el fuego se disipó. Francis y las otras mujeres treparon las rocas de regreso y se sentaron con la espalda hacia el muro marino. Una luna poco brillante se movía sobre un mar oscuro. La bahía en llamas de Lahaina saltó a la vista.
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Era la una de la madrugada cuando la ayuda llegó. Apretada en un camión que avanzaba a toda velocidad por la Ruta 30 con otros desalojados, Francis contemplaba un paisaje carbonizado.
Francis expresó: “Todo... carbonizado. Sentí como que estaba en un lugar en el que nunca antes había estado”.
Su vecindario, a corta distancia de la autopista, había sido devastado por las llamas.
Desde un refugio en la Maui Preparatory Academy, alrededor de 20 minutos al norte de Lahaina, consiguió que la llevaran a casa de un amigo, donde sus familiares habían ido para escapar del fuego. Su esposo, John Francis, de 66 años, dormía dentro de un auto.
Francis concluyó: “Me acerqué a la ventana del auto y le dije: ‘John, aquí estoy’. Él estalló en llanto”.
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