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Desde la era de los romanos existe el dicho “pan y circo”, una frase que su creador, el poeta Juvenal, escribió para cuestionar la apatía de sus compatriotas por los problemas políticos que vivía su territorio a finales del siglo I. El escritor pensaba que los gobernantes eran hábiles en distraer a sus gobernados, y que éstos, ocupados en el ocio, se distraerían de lo importante.
Muchos siglos después la frase de Juvenal se ha mantenido vigente en numerosas ocasiones. Ocurrió en la Alemania nazi, durante los Olímpicos de 1938, o en la Argentina de Videla en 1978, con la Copa del Mundo. Pero a diferencia de estos ejemplos, en Chile, el espectáculo no le ha quitado los focos a lo verdaderamente importante.
Como todos los años, en el balneario de Viña del Mar, una ciudad costera a 120 km de Santiago, cientos de miles de personas asisten al Festival Internacional de la Canción, el más importante de Latinoamérica, para escuchar las últimas tendencias de la música en nuestro idioma. Sin embargo, la edición de este año, a diferencia de las anteriores, ha contado con un condimento especial: el político.
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Lejos de funcionar como escape o distracción de las tensiones y demandas de cambio que experimenta Chile, y pese a las medidas tomadas por la organización y las autoridades, desde su inauguración el pasado domingo, el Festival de Viña ha servido de reflejo y amplificador de la crisis que vive el país austral, que se prepara para uno de los meses más calientes desde su regreso a la democracia en 1990.
A diferencia de lo que ocurrió en países como Bolivia, Perú o Colombia, donde las protestas sociales menguaron, las calles en Chile siguen prendidas. Los chilenos siguen inconformes y tienen sus razones, incluso después de conseguir que el gobierno aceptara convocar un referendo para reformar la Constitución.
La desigualdad, el desempleo, la salud, la educación y las pensiones son algunos de los problemas por los que los chilenos están desde octubre en las calles. Desde entonces, el país ha vivido un estallido social que no se veía desde la dictadura de Augusto Pinochet, en el que han fallecido cerca de 31 personas, más de 3.400 han quedado heridas y se han dado más de 8.000 arrestos.
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Y si bien Sebastián Piñera accedió en noviembre del año pasado a convocar un referendo para reformar la Constitución heredada de la dictadura, las calles de Viña del Mar mostraron esta semana que muchos chilenos consideran que sus demandas no han sido del todo escuchados por el gobierno.
Los mensajes referentes a la crisis se han hecho oír desde la inauguración del concierto, mientras las fotos de carteles de protestas y los videos del público coreando consignas contra las autoridades han circulado ampliamente en redes sociales.
Las calles, por su parte, han sido escenario de cruentos enfrentamientos entre agentes del Estado y manifestantes que se concentraron bajo el lema “Calles con sangre, Viña sin festival” y pedían la cancelación de la cita internacional de música por la grave crisis que vive el país.
“La falta de sintonía del gobierno para escuchar y canalizar esas demandas ha hecho el estallido social no haya disminuído”, explica Germán Campos-Herrera, candidato a doctor en Ciencia Política de la Universidad Diego Portales. “Una nueva constitución es solo una de las demandas de las tantas que tienen los chilenos. No la única”, agrega.
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Preocupado por la situación, el presidente, Sebastián Piñera, dijo esta semana que Chile “ya ha tenido demasiada violencia” y pidió a todos los sectores de la sociedad y la política condenar cualquier acto vandálico. En solo dos días, más de 40 personas han sido detenidas en desmanes en Viña del Mar bajo cargos como desorden público, agresión a la policía o saqueos.
Pero para Marta Lagos, socióloga chilena y directora de la encuesta regional Latinobarómetro, la violencia en Chile no se detendrá, sino todo lo contrario, se intensificará conforme se acerque la fecha para el plebiscito del 26 de abril, pues el país se encuentra en un clima de polarización “comparable a la época de Pinochet”.
“Viña del Mar no distrajo a Chile de lo importante. Aquí hay un problema de legitimidad. El gobierno actual no cuenta con el respaldo de la gente. Hay impunidad total y el país está desbocado. Además tampoco hay quien lidere este descontento, pues la oposición a Piñera ha sido incapaz de cosechar en este caos", cuenta Lagos a este diario.
No obstante, a pesar de la crisis de liderazgo vive Chile, a dos meses de que se realice el plebiscito los chilenos parecen tener bastante claro hacia donde irán sus votos, sin necesidad de que alguien se los diga. De acuerdo con una encuesta reciente de Latinobarómetro, un 85% de los ciudadanos manifestó su intención de participar en la jornada, y de ellos el 80% manifiesta apoyar la reforma constitucional.