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Figura histórica de la Democracia Cristiana y única mujer que compite por la Presidencia de Chile en las elecciones del 21 de noviembre: Yasna Provoste, de ascendencia indígena diaguita, se ha convertido en la última esperanza de una mermada centroizquierda.
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Mujer de carácter fuerte y política curtida, Provoste lleva 25 de sus 51 años en la esfera pública, casi los mismos que su histórica coalición, la antigua Concertación, reformulada como Nuevo Pacto Social para estas elecciones y que se repartió el poder junto a la derecha tras la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
El bloque, integrado por partidos progresistas tradicionales como la Democracia Cristiana o el Partido Socialista, lleva de capa caída desde las últimas presidenciales y a la sombra de una izquierda incipiente y más renovada que encarna Gabriel Boric, el diputado y exlíder estudiantil que encabeza muchos sondeos.
Su estilo dialogante y su fuerte apuesta por la descentralización y el feminismo convierten a Provoste en una buena candidata para revertir el declive de su coalición, según analistas.
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La centroizquierda vivió en las históricas constituyentes de mayo pasado un fuerte traspiés y obtuvo tan solo 25 de los 155 escaños de la convención que está escribiendo la nueva carta magna.
Descentralización y feminismo
Vallenar, su ciudad natal, ha sido la “meca” de su campaña: desde esta pequeña localidad norteña ha dado varios discursos como símbolo de su apuesta por descentralizar el país, un clamor cada vez más frecuente.
“Estar aquí (en Vallenar) no es casual (...) Hacemos esta declaración porque queremos que todas las comunas sean mostradas y que Chile sea un país distinto”, afirmó cuando lanzó su candidatura.
Se disputa el tercer puesto con Sebastián Sichel, antiguo compañero en la bancada democristiana y el actual candidato del oficialismo, aunque el escenario todavía está muy abierto pues se estima que los indecisos representan más del 50 % de los votantes, de acuerdo con el Centro de Estudios Públicos (CEP).
Por delante, estarían Boric y el ultraderechista José Antonio Kast, mientras que en la cola quedarían el polémico economista liberal Franco Parisi, el progresista Marco Enríquez-Ominami y Eduardo Artés, del movimiento de extrema izquierda Unión Patriótica.
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La candidatura de Provoste ha repuntado levemente en las últimas semanas y ha sido protagonista de innumerables anécdotas. La última cuando colgó un video haciendo el pino (pararse de manos), que la hizo merecedora de una respuesta pública por parte de la campeona de gimnasia rumana Nadia Comaneci.
También fue objeto de memes cuando usó como fuente de información la plataforma Wikipedia durante un debate para acusar de “lobbista” a Sichel.
“Mal menor” para la derecha
Algunos ven en ella similitudes con la socialista Michelle Bachelet, presidenta en los periodos 2006-2010 y 2014-2018: ambas vienen de la misma coalición, tienen un fuerte espíritu institucional y un rol articulador que logra convocar a todos los sectores políticos, con una agenda transformadora bajo el brazo.
Provoste, gimnasta y profesora de Educación Física, también comparte con Bachelet una larga trayectoria política. Fue líder regional y provincial, senadora, diputada y dos veces ministra, primero de Planificación y luego de Educación.
Su último cargo fue el de presidenta del Senado, que ostentó hasta el pasado agosto y que usó como altavoz para promover los derechos humanos y causas como el aborto libre o el matrimonio igualitario, contrariando incluso a voces fuertes de su partido.
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Durante la pandemia, lideró la negociación de una agenda de ayudas sociales con el actual Gobierno, del conservador Sebastián Piñera, lo que la catapultó al podio de las figuras políticas mejor valoradas y populares del país.
Ahora, es incluso vista por los conservadores como un “mal menor” por su moderación. En el olvido parece que quedó el episodio en el que fue destituida como ministra de Educación en 2008 por un cuestionado juicio político impulsado por la derecha, que la acusó de irregularidades en subvenciones escolares.
“Reconstruir para sanar” es el lema de su programa, que hace referencia a los desafíos que enfrenta el país tras la crisis social de 2019, una ola de masivas protestas que remeció los cimientos de uno de los países más estables de la región.