La guerra en Ucrania y el final del presente orden global
Los grandes “think-thank” globales han decretado el final de la actual hegemonía estadounidense y del indiscutible liderazgo occidental.
Gustavo Palomares Lerma* - Especial para El Espectador
Después de un año de guerra en Ucrania, a pesar del “cierre de filas” al alza con la “Declaración Ramstein”, el envío a ese país de los codiciados carros de combate Leopard y de la insistencia del presidente Biden junto con los socios de la OTAN de que el renacer del liderazgo occidental es real con la ampliación de la Alianza a Suecia y Finlandia enmarcada dentro de un nuevo concepto estratégico, aun así, que es mucho, los grandes think-thank globales han decretado el final de la actual hegemonía estadounidense y del indiscutible liderazgo occidental.
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Después de un año de guerra en Ucrania, a pesar del “cierre de filas” al alza con la “Declaración Ramstein”, el envío a ese país de los codiciados carros de combate Leopard y de la insistencia del presidente Biden junto con los socios de la OTAN de que el renacer del liderazgo occidental es real con la ampliación de la Alianza a Suecia y Finlandia enmarcada dentro de un nuevo concepto estratégico, aun así, que es mucho, los grandes think-thank globales han decretado el final de la actual hegemonía estadounidense y del indiscutible liderazgo occidental.
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Junto con este progresivo fin de la Pax Americana, el mayor consenso en el análisis del vigente sistema internacional es el referido a que el caos y la anarquía son la regla dominante del inestable escenario global. Voces ideológica y teóricamente tan divergentes como Kissinger, Nye, Haas, Keohane, Moisi, Rodrick, Walt o Fisher, especialmente desde el comienzo de la guerra en Ucrania, pero incluso desde mucho antes, en distintos estudios y desde muy diferentes medios –también en estas páginas-, vienen a coincidir en que nos encontramos ante un deterioro progresivo del orden mundial, una violencia creciente fuera de control, en una situación anárquica y un vacío de poder manifiesto. Pero lo peor y más peligroso es que los actores más destacados e influyentes del sistema internacional, no están concienciados en la necesidad de un esfuerzo común para establecer un statu quo.
La gran paradoja del poder mundial reinante es que no hay ningún actor que pueda estar en todo y controlarlo todo: la incapacidad por parte de los Estados Unidos y de sus socios para, con estas capacidades y medios, seguir siendo el guardián entre el centeno en el presente desorden global. La pérdida de un liderazgo internacional incontestable que supone la progresiva merma de la absoluta influencia pasada para condicionar y organizar la agenda internacional. Ante esta presencia intermitente o inexistencia irremediable del amigo estadounidense, los vacíos de poder regionales débiles o fuera de control son ocupados por actores y dinámicas desestabilizadoras violentas que proclaman para sí dominios geoestratégicos nuevos, como son los casos de la Rusia bajo el nuevo putinesco Zar, o de la China pilotada por un nuevo Gran “Xi Timonel”; ambos liderazgos igual de autoritarios, similarmente nacionalistas y de pareja ambición. En resumen, el verdadero triunfo del caos, en donde esta Gran Alianza Euroasiática puede galopar con cierta comodidad a lomos de este Leviatán global.
Con estas ideas que pretenden subrayar la necesidad urgente de un nuevo statu quo, no estoy siendo añorante de un Acuerdo como fue el de Westfalia del XVII, ni tampoco en convocar un Congreso como fue el de Viena del XIX, ni mucho menos establecer una serie de puntos básicos de funcionamiento como fueron lo ginebrinos con el Pacto de principios del XX. Tampoco funcionaría en este momento, considerar a Putin el Stalin del siglo XXI para establecer un sistema de seguridad colectiva como el de la Carta del 45, con toda su nefasta gestión hasta el acuerdo regulador de distensión y desarme colectivo entre oriente y occidente de París de 1990. En este momento sería suficiente con un acuerdo global estratégico (expreso o tácito) que funcione como “efecto regulador” –atractor según la física cuántica- nuevo (o renovado) de un sistema global como el actual en permanente caída hacia la situación caótica.
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Aplicada esta hipótesis al conflicto de Ucrania como máxima expresión de la ingobernabilidad global, la pregunta central de nuestro interés occidental después de la cumbre de Madrid sería la siguiente: el nuevo concepto estratégico de la Alianza Atlántica fruto, en gran parte, de este frente común contra la agresión rusa ¿puede ser el nuevo atractor del sistema internacional?
Para contestar esta cuestión, y siguiendo con la lógica cuántica, todos los sistemas no lineales, y el internacional lo es, son analíticamente irresolubles y la tendencia al desorden es permanente; por lo tanto, este proceso ordenador del caos es necesario, pero no es condición suficiente para dar estabilidad y permanencia a los subsistemas regionales y al sistema internacional en su conjunto.
Sería por tanto imprescindible, como ya lo fue en la Guerra Fría, dividir el mundo en zonas de influencia y buscar alianzas específicas en aquellas regiones desestabilizadas con un compromiso de contención militar, política y estratégica, según exija cada caso. En conclusión: un juego de geometría variable en donde, por ejemplo, un improbable acuerdo global chino-estadounidense sobre Ucrania, debería ser compatible con una multitud de sub acuerdos regionales en donde el aliado en una región podría ser el enemigo que contener y combatir en otra. Véase el papel de Rusia como superpotencia global y su posición directa en conflictos como el de Ucrania o Siria.
Llegados a este punto de la teoría del “caos creador” al actual desorden del sistema internacional, será necesario saber si, como apuntábamos, una colaboración entre Estados Unidos y China –tal como sueña Kissinger en su última gran obra World Order-, objetivo central de la última cumbre entre Biden y Xi Jinping en la reunión del G20 para contener a Putin como objetivo compartido, podría funcionar como “punto de bóveda” para presionar en la búsqueda de una salida negociada al conflicto en Ucrania. Todo ello, siempre y cuando los Estados Unidos, con esta Administración y la que está por venir, junto con sus socios transatlánticos en búsqueda de una nueva “seguridad cooperativa” ampliada a los nórdicos, fueran capaces de discriminar sus amistades dosificando sus esfuerzos, en un ejercicio de ingeniería diplomática y militar que no admite lecturas simplificadas.
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En la gestión que haga la UE de este conflicto en Ucrania, se encuentra el principal factor de integración política de la Unión y las posibilidades futuras para ser un actor influyente en la gobernanza global; solo aprovechando los pasos ya dados a lo largo de este año y el nuevo liderazgo alemán, será posible una Europa de la seguridad y defensa y una autonomía estratégica imprescindible para el futuro de Europa y también para la propia OTAN. Por el contrario, si la guerra de Ucrania se resuelve sin haber dado un paso decidido en este ámbito y los compromisos para establecer la paz se firman principalmente por el liderazgo de los Estados Unidos en cualquier ciudad de estadounidense -como ocurrió en la guerra de la antigua Yugoslavia con el Acuerdo de Dayton-, la UE estará condenada por siempre a la irrelevancia global.
Por lo tanto, ha llegado el momento no sólo de modificar el concepto estratégico atlantista para hacerlo más completo geoestratégicamente desde una nueva visión más amplia e integral de la seguridad, sino también tomar como inspiración el espíritu de Helsinki para que, fruto de una Conferencia, como en aquella ocasión de 1975, se pueda acordar un Acta con un mínimo modus operandi entre los Estados europeos y Rusia, incluyendo también a los Estados Unidos y Canadá. Desde una visión prospectiva estratégica, sólo con una iniciativa así es posible una salida negociada al conflicto en Ucrania y, al mismo tiempo, la puesta en marcha de una megatendencia ordenadora del sistema internacional.
*Gustavo Palomares Lerma es director del Instituto General Gutiérrez Mellado, catedrático europeo en la UNED y profesor en la Escuela Diplomática de España.
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