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El presidente sirio Bashar al Asad, que fue reelegido sin sorpresa para un cuarto mandato, es un autócrata frío y endurecido por un conflicto que desgarra a su país desde hace más de 10 años y es ya el más letal de este principio de siglo.
En reuniones oficiales, conversaciones o visitas al frente este hombre de 55 años con frecuencia habla en un tono calmo pero firme, salpicado de pausas y esbozos de sonrisas.
Incluso en el momento cúlmine de la guerra civil se mantuvo imperturbable, convencido de su capacidad para abatir una rebelión que denunció como “terrorista” y fruto de “un complot” para derrocarlo urdido por países enemigos.
Su victoria en las presidenciales del miércoles, unos comicios muy criticados por los países occidentales, constituye un nuevo revés para la oposición. Asad fue reelegido para un mandato de siete años con el 95,1% de los votos, anunció el jueves el jefe del Parlamento.
Con su campaña bajo el lema “La esperanza mediante el trabajo”, Asad quiso erigirse en el único artífice de la reconstrucción que su país necesita desesperadamente.
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“Bashar al Asad es una personalidad única y compleja. Cada vez que lo encontré, se mostraba tranquilo, inclusive en los momentos más críticos y difíciles de la guerra”, afirma un periodista que pidió no revelar su identidad.
“Son exactamente las características que tenía su padre”, Hafez al Asad, quien gobernó Siria con mano de hierro durante 30 años, añade.
Bashar al Asad “ha logrado volverse indispensable. En política, es importante saber barajar las cartas y supo controlar el juego”, prosigue.
- Sin concesiones -
Oftalmólogo formado en el Reino Unido, Bashar al Asad vio su destino cambiar con la muerte en un accidente de tránsito en Damasco, en 1994, del “delfín” Basel, su hermano mayor.
Entonces se vio obligado a abandonar Londres, donde conoció a su esposa Asma, una sirio-británica que trabajaba en la ‘City’ para JP Morgan.
Hizo un curso militar antes de iniciarse en asuntos políticos junto a su padre.
Tras la muerte de Hafez al Asad, en 2000, lo sucedió tras un referéndum y fue reelegido en 2007.
Entonces, con apenas 34 años, encarnó una figura reformadora, ágil para iniciar la liberalización económica y una relativa apertura política del país.
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Comenzó inyectando una tímida dosis de libertad, pero la “Primavera de Damasco” fue de corta duración. Los opositores fueron rápidamente silenciados y encarcelados.
En cuanto a una apertura económica, vio emerger una guardia próxima que acapararía la riqueza y, por lo tanto, se profundizaron las desigualdades sociales.
Cuando, en el marco de la Primavera Árabe, la revuelta explotó en su país en marzo de 2011, la reprimió sin piedad, provocando una militarización del levantamiento que se transformó en conflicto armado.
En más de diez años de guerra con un saldo provisional de más de 388.000 muertos, no ha hecho concesiones para compartir el poder, lo que confirma su áspero carácter.
- Ternos bien cortados -
Sin embargo, Bashar al Asad no se corresponde con la imagen tradicional del dictador.
Muy raras veces con uniforme militar, prefiere los trajes bien cortados, las corbatas sobrias y parece más un alto ejecutivo.
Padre de dos varones y una niña, no cambió mucho sus hábitos cotidianos durante la guerra, de acuerdo a sus allegados.
“A veces él mismo sigue las lecciones de sus hijos, e insiste en mantener una relación directa con ellos”, afirma el periodista, que ha estado varias veces con él.
Gracias al apoyo de sus padrinos iraníes y rusos, logró recuperar dos tercios del territorio de su país.
A nivel interno, merced a su “perseverancia y rigor”, ha logrado “monopolizar los poderes de decisión y garantizar el apoyo absoluto del ejército”, explica un investigador en Damasco.
Actualmente intenta transmitir la imagen de un estadista moderno, trabajador y proyectado hacia el futuro.
Las fotos lo muestran trabajando en su oficina, o participando en una campaña de reforestación, así como visitando una fábrica o posando junto a soldados en el frente.