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Desde 1982, ha fotografiado casi todas las guerras en el mundo. De eso dan cuenta una docena de libros que son un legado de memoria histórica. En Colombia me lo había cruzado en los años 90, durante la época del narcoterrorismo y luego durante la exhumación de víctimas de nuestro conflicto. Un gusto conocerlo, por fin. Cuénteme por qué se ha interesado tanto en Colombia.
El gusto es mío. Hace 40 años empecé en los conflictos centroamericanos de El Salvador, Nicaragua, Guatemala y, por extensión, también acudí a los conflictos de América del Sur, como Perú y Colombia, incluida la dictadura de Pinochet en Chile. Llegué aquí en momentos extremadamente duros y complejos: la época de los carteles de Medellín y Cali, de los asesinatos de candidatos presidenciales como Galán, Jaramillo y Pizarro, de las elecciones presidenciales que ganó el presidente Gaviria. Y desde entonces no he dejado de venir.
Por su trabajo persistente recibirá, en noviembre, en España, el Premio Internacional de Fotografía Alcobendas, el número 22 de su carrera. Dice el jurado: “Por afrontar conflictos de guerra en cualquier lugar del mundo” y “por su forma de mirar”. ¿Cómo ve una guerra a través de su cámara?
La forma de mirar es muy interesante porque creo que yo pasé de ser un fotógrafo de prensa que hacía imágenes publicables a hacer proyectos a largo plazo tras recapacitar y empezar a fotografiar las guerras de otra manera; es decir, donde la mayor parte de los fotógrafos buscan lo más evidente de la guerra; muertos, heridos, combates, bombardeos, yo empecé a buscar la cotidianidad; cómo los seres humanos nos comportamos en medio de la barbarie, cómo la gente intenta sobrevivir en medio de las bombas. Son fotografías en blanco y negro que acabaron componiendo mi primer libro, El cerco de Sarajevo, que publiqué hace 30 años.
La imagen con la que convocó en Bogotá la conferencia “Maldita guerra” son cuatro niñas detrás de un vidrio baleado en Sarajevo. ¿Cómo lograr una foto tan estética en medio de tal tragedia?
A esas cuatro niñas las tomé el último día de febrero de 1994. Son bosnias. Yo estaba acercándome con un tele corto y me vieron, estaban jugando en ese taxi destrozado por una bomba que había caído cerca, que era del padre de una de ellas, y se pusieron contra el cristal destrozado. Me miraron con una intensidad tremenda. Las cuatro están vivas y viven en un punto distinto de Europa; Bosnia, Finlandia, Alemania e Italia. Yo tengo fotografías de la guerra que son bonitas porque las víctimas también tienen derecho a ser felices. Estas niñas que me miran con una fragilidad, con una belleza, tengo ganas de que vuelvan a Sarajevo conmigo y con sus hijas para un gran documental. Sería muy bonito ver cómo han sobrevivido a la guerra, a la posguerra y, además, han formado familias. También hay momentos de gran gratificación y yo estoy allí para mostrarlos.
En 2017 usted se reencontró con víctimas de la guerra en Sarajevo. ¿Qué lo llevó a ese gesto?
La guerra te acaba transformando como ser humano porque acabas desconfiando del comportamiento de los humanos en las guerras. He conocido gente que prefiere morir antes que matar, pero la mayor parte prefiere matar antes que morir. Cuando se desencadena una guerra, aparece lo peor del ser humano. Personas como nosotros se convierten en carniceros, bestias que asesinan, reclutan a niños, violan niñas. Da igual la ideología que sea de cualquiera de ellos. Aquí en Colombia ha ocurrido con el ejército regular, con las policías, con los paramilitares y con las guerrillas. Se han hecho auténticas brutalidades. Entonces acabas perdiendo la esperanza de que el ser humano consiga poner fin a algo que llevamos haciendo desde hace 15.000 años, según las pruebas antropológicas de matanzas ocurridas en el paleolítico superior, en el norte de Sudán. Por eso te tienes que acercar a las víctimas en medio del fragor de la guerra y de la manipulación de la guerra. La única verdad incuestionable son las víctimas civiles. Y cuanto más cerca estoy de ellas, más cerca estoy de la verdad. Mi estrategia es siempre intentar mostrarlas con la dignidad y respeto que se merecen.
Pasa el tiempo y pasan las guerras, Gervasio. Usted cumplió 65 años de edad y lleva más de 40 años entre conflictos por todo el mundo. ¿Qué le queda?
Sí. Yo estuve en 1982 en Gaza, Israel y Cisjordania, no existía Hamás y los israelíes habían invadido el Líbano. O sea, 42 años después se repite la película y piensas: cómo es posible que los seres humanos hayamos conseguido vacunas que pongan fin a epidemias en un tiempo récord, inventado cosas alucinantes, transformado incluso tecnológicamente el mundo y no seamos capaces de poner fin a las guerras. La pregunta que me hago tiene una rápida respuesta. La guerra es un gran negocio. En cuanto empieza una aparecen empresarios, banqueros y gobiernos interesados. El jesuita Ignacio Ellacuría, que era muy amigo mío y fue asesinado en El Salvador junto a otros cinco jesuitas en noviembre del 89, siempre me decía una frase que era como una regla de oro para mí: “Los estadounidenses y los soviéticos ponen las armas y nosotros, los salvadoreños, ponemos los muertos”. Eso lo podemos extender a los guatemaltecos, a los nicaragüenses, a los colombianos, a los peruanos, a los eritreos, a los etíopes, a los sudaneses, a los congoleños, a la sierra leoneses, a cualquier país del mundo. Unos ponen las armas y otros la muerte, los muertos. Y la desgracia de todo esto es que los que mueren en una guerra no saben por qué mueren. Yo estoy harto de preguntarles a mujeres, a hombres, a niños, a niñas: señor, señora, chico, chica, por qué está tu país en guerra y no saben responderme con una respuesta lógica.
¿Qué siente al ver de nuevo al sur de Líbano y a Gaza arrasados?
Me da la sensación de que las instituciones internacionales no están funcionando. La ONU no funciona, la Unión Europea no funciona. Hay gobiernos como el estadounidense, el ruso y el chino que hacen lo que les da la gana y nadie se enfrenta a esta dicotomía. Es alucinante que Israel pueda arrasar Gaza. Y parto diciendo que lo que hicieron los comandos de Hamás el día 7 de octubre del año pasado fue terrorismo puro y duro. Pero Israel también está llevando a cabo una masacre terrorista. Es terrorismo de Estado, son crímenes de guerra y algunos jueces internacionales empiezan a hablar ya de genocidio ante la pasividad absoluta del mundo. Cada día me levanto y veo lo mismo: 60 muertos en Líbano, 60 muertos en Gaza, muchos de ellos son niños y mujeres. Y siguen arrasando ante la inoperancia absoluta de la diplomacia internacional y las políticas internacionales.
Y vemos a Irán metido de cabeza en esa guerra de Medio Oriente y, por otro lado, a Corea del Norte poniendo tropas al servicio de la Rusia de Putin contra Ucrania. ¿Es real un riesgo nuclear?
No creo, porque las grandes potencias saben muy bien hasta dónde tienen que llegar. Una guerra nuclear sería descontrolada y podría acabar con una parte de la humanidad. De hecho, lo que está ocurriendo no es diferente a lo que ocurría en los años 60, 70, 80, 90 o los inicios del siglo XXI. Hay gente que puede pensar que ahora hay más violencia que entonces, pero no es verdad. Cuando llegué a América Latina en los 80 había guerra en casi todos los países. En los 90 había guerras por todas partes. En 1994 cubrí la guerra de Ruanda, un millón de muertos en tres meses. No es verdad que el mundo sea más violento. Lo que sí es verdad es que los ciudadanos han empezado a perder confianza en sus políticos y que los diplomáticos no son capaces de poner fin a toda esta sangría.
Lo que ocurre en cuanto a guerras siempre le conviene a la industria armamentista, condena que usted ha hecho desde su discurso al recibir el Premio Ortega y Gasset, en 2008, criticando a su país, España, que está entre los que más vende armas. ¿Sirvió de algo?
No sirvió de nada, porque ese discurso lo hice cuando el Gobierno había duplicado la venta de armas españolas y tres años después la había duplicado de nuevo y nos hemos convertido en una de las principales potencias del mundo en armas. Yo siento vergüenza de ser español. Cada vez que me encuentro armas de mi país en zonas de conflicto, siento vergüenza. Pero esto es un negocio: el día 7 de octubre los comandos de Hamás entraron en Israel y luego decidieron masacrar a la población en Gaza, el día lunes 9 las empresas armamentísticas estadounidenses europeas se dispararon en bolsa porque empezaron a olisquear el negocio de muerte que se iba a presentar. En este mundo en que vivimos, los empresarios de la muerte, que son nuestros banqueros, utilizan nuestros fondos de inversión, utilizan nuestro dinero para invertirlo en armas porque dan muy buenos dividendos. Nuestros gobernantes, da igual que sean de centro, izquierda, derecha, son igual de sangrientos y están facilitando la violencia.
Es paradójico seguir recibiendo premios por su profesionalismo al informar de las guerras y ver que el panorama no cambia. ¿Ha sentido frustración o depresión por eso?
No me deprimo porque lo que hago es decir claramente lo que pienso en cuanto me dan un espacio. Yo no voy al psiquiatra a contarle que estoy viendo muerte y violencia, y que mis mejores amigos están muertos ejerciendo el periodismo, y que a muchos periodistas locales como los colombianos o los mexicanos los matan por hacer lo mismo que hago yo. No entro en depresión porque sigo creyendo en esta profesión, a pesar de que el periodismo actual es un desastre; somos responsables de la falta de presión de los ciudadanos contra los políticos en Colombia y en España. Cuando llegué la primera vez a Colombia, aquí había un grandísimo periodismo. Había radios colombianas que hacían un periodismo de altura, había periodistas amenazados de muerte y periodistas que mataron y periodistas que se tuvieron que marchar para que no los mataran. Hoy día los medios de comunicación están postrados ante el poder político y el poder económico. ¿Cómo van a criticar a la industria armamentista que está financiando algunos medios de comunicación si están haciendo periodismo basura? Por supuesto que hay periodistas decentes, pero muchos saben claramente que hay temas que no se pueden tocar y hay una relación y vinculación vergonzosa entre medios de comunicación, empresarios y bancos, y esto hace que el periodismo acabe siendo una frustración.
¿Cómo marcan la mente y el cuerpo las guerras del Golfo, los Balcanes, Ruanda, Somalia, Sudán, Afganistán, Liberia, Congo, etc.?
Hace poco publiqué un libro que se llama Violencia, mujeres y guerras, con imágenes de los 26 conflictos armados en que he estado y me asusté mucho al ver que he hecho todo esto en tantos sitios, que me parece casi como como un sueño, y que haya salido vivo. Me di cuenta de que realmente nuestro trabajo sirve de poco. Me gustaría ser más positivo y decir que cuando hago un trabajo en una zona de conflicto, y muestro las consecuencias de la guerra, el resultado es que la gente se enfada y grita, pero no pasa casi nada. En Europa hace 20 años salimos millones de personas a decir no a la guerra de Irak y el año pasado no salió nadie a decir no a la guerra de Afganistán, no a la guerra de Ucrania, no a la guerra de Gaza y no a un montón de guerras olvidadas, porque Ucrania y Gaza sepultan guerras en Sudán, en Mali, en Burkina Faso, en Eritrea, en Etiopía. Estamos hablando de más de 50 conflictos armados en el mundo de los que la prensa casi nunca informa. Solamente informamos de las guerras mediáticas.
¿Cómo hace para no cansarse de retratar el horror? Por ejemplo, hace poco estuvo en Ucrania.
Sí, recientemente estuve allá. Tengo 65 años, mis amigos están todos jubilados, se lo pasan muy bien, me mandan fotografías de sus viajes de descanso y yo sigo yendo de un lado para otro entre guerras y a veces pienso que debería dejar de trabajar, dejar todo a un lado, porque el periodismo que yo he hecho también ha perjudicado mi vida familiar. Tengo una pareja con la que llevo 40 años, que milagrosamente me ha aguantado, tengo un hijo de 26 años que, en muchas ocasiones cuando me ha necesitado, yo no estaba. ¿Vale la pena todo esto mientras la opinión pública no se moviliza, los gobiernos siguen vendiendo armas, los políticos hacen lo que quieren, los banqueros y los empresarios nos engañan, la muerte es permanente en un montón de países? ¿Para qué sirve tu trabajo? Pero, por otra parte, llegas a la conclusión, y la sigo creyendo, de que una sociedad sin buen periodismo es mucho más fácil de manipular. Por eso hay que luchar para que el periodismo sea el sostén de conocimiento de los ciudadanos, que seamos las personas que pueden darles a entender el mundo.
Me llama la atención su sentido humanitario. Viendo las fotos de la exposición “Vidas minadas”, que estuvo en Barcelona y ahora está en Valencia, me impresionó que aparecen sus hijos adoptivos de la guerra, incluida la colombiana Mónica Paola Ardila, con quien mantiene contacto desde que era niña, cuando perdió la visión por la explosión de una mina antipersonal. Ella acaba de ser mamá y ahora usted viene a conocer al que considera su nieto adoptivo.
Sí, lo conoceré esta semana en Bucaramanga. Mónica, que tenía siete años cuando vivía en el Magdalena Medio, venía del colegio y salió del camino para orinar con un poco de intimidad y cuando se incorporó se tropezó, activó la mina y casi la mata, quedó ciega. Eso ocurrió hace más de 20 años y el Estado colombiano no le ha dado a esta niña una pensión vitalicia. Es una vergüenza que los jueces colombianos no tengan la dignidad de ayudar a las víctimas de la guerra. Mónica tiene casi 29 años y no la han ayudado. ¿Sabe usted cuál es la razón? Le han respondido que la mina seguramente no la pusieron los militares colombianos sino los grupos extragubernamentales. ¿Qué importa quién la puso? Fue herida en Colombia y es el Estado el que tiene la responsabilidad de lo que le ocurre a sus ciudadanos. Es preocupante que no haya sensibilidad para ayudar a las víctimas de un conflicto tan brutal en un país con más de 120.000 desaparecidos y que los señores Uribe y Santos, que debían estar en la cárcel por los falsos positivos, sigan paseando por ahí tranquilamente, y que una veintena de generales que se hicieron durante esa política sigan en sus mansiones, riéndose de la justicia. Es una vergüenza que un presidente, el señor Santos, tenga el Premio Nobel de la Paz cuando era ministro de Defensa del señor Uribe, en pleno apogeo de los falsos positivos.
Pero las víctimas dan una lección de vida a través de sus fotos, Gervasio. Emociona ver a Mónica Paola a orillas del río Magdalena, sobreviviendo a todo.
Es un proyecto que yo empecé en 1995 y 30 años después esas vidas son el anclaje moral y ético que yo necesito para seguir creyendo, primero en el periodismo y después en el ser humano.
Hubiera podido hacer estas fotografías e irse, pero así como está pendiente de Mónica, lo está de Sofía en Mozambique, que llamó a un hijo Gervasio, y de Adis, en Bosnia. ¿Necesita volver a ellos?
A Sofía la conocí a los 11 años cuando le estaban cortando la pierna en un quirófano y tiene ahora 42 y a Adis en Sarajevo, el día después de que una mina casi lo mata. Necesitas acercarte a estas personas para seguir mostrando sus historias, porque el impacto de una mina es para toda la vida. La fotografía de Sofía con su hija Lía, que que me hizo ganar el Premio Ortega, es una fotografía bonita, digna, que muestra por lo que ha pasado esa mujer. Su hermana María, de ocho años, murió como consecuencia de la explosión. Para mí es importante mostrar esa fortaleza que tiene el ser humano para salir de los momentos más duros y dignificar la vida de de todos nosotros. ¿No?
Sí. Nos transmiten valentía y fortaleza ante la guerra.
Mónica nunca volverá a ver, siempre será una ciega de guerra. Ahora en junio, cuando fue mamá, no podía darle el pecho a su hijo del lado derecho porque la mina le destrozó el pezón. Hasta ahí llega la brutalidad de la guerra. Por eso también he seguido la forma de actuar de las víctimas de la desaparición forzosa en Colombia, por ejemplo, las mamás de Soacha que lucharon para conseguir localizar los cuerpos de sus hijos que estos sinvergüenzas de militares habían asesinado en Ocaña y les habían presentado como narcoterroristas, incluso a un muchacho que era un discapacitado intelectual al que le pusieron la pistola en una mano que no podía mover, que tenía inmovilizada desde que era un niño. Todas ellas para mí son la la fuerza del testimonio y las personas con las que yo quiero estar siempre para luchar en este mundo de guerras que duele.
¿Qué opina de la obra de fotógrafos de guerra colombianos como Jesús Abad Colorado, con quien muchas veces tuve el honor de cubrir nuestro conflicto?
Jesús ha sido uno de los grandes fotógrafos en este conflicto armado desde hace varias décadas y se ha jugado la vida haciendo un documento de su propio país. ¿Sabe usted cuál sería la única guerra que yo no cubriría? Una guerra en mi país.
¿Por qué?
Porque sé como actúa el ser humano en la guerra y no quiero ver a mi vecino matar a otro vecino, no quiero ver a familiares matar a otros familiares, no quiero ver el comportamiento obsceno del ser humano. En cambio Jesús o Federico Ríos, y otros fotógrafos colombianos, están documentando la violencia brutal de este país.
¿Ve probable que Colombia alcance la paz?
Hay gente que cree que por firmar un trozo de papel con las FARC ya la guerra ha acabado y las guerras no acaban cuando dice Wikipedia, las guerras acaban cuando las consecuencias se superan. Y a veces tienen que pasar décadas. Se acabará la guerra en Colombia el día que se encuentre el último desaparecido. Y para que esto ocurra tiene que haber mucho trabajo por parte de la Fiscalía de Justicia y Paz. Tiene que haber muchos equipos buscando cadáveres, para que un día se pueda decir la guerra se acabó porque todas las personas víctimas de todas las brutalidades que se han hecho en este país han sido identificadas. Es que se han cortado cadáveres con motosierras y los propios paramilitares, con los que yo he estado en Casanare, les decían irónicamente a los fiscales que nos les gustaba excavar y lo que hacían era cortar en cuatro trozos los cuerpos para poder meterlos en una fosa pequeñita.
En 1998 la Unesco lo nombró enviado especial por la paz “por el extraordinario testimonio que ofrece mediante la fotografía del calvario que padecen las víctimas”. ¿Sigue sintiéndose así?
Las condecoraciones las recibo con mucho cariño y me siento contento, como el año pasado cuando el Ayuntamiento de Sarajevo me nombró Ciudadano de Honor. Para mí fue un momento muy emocionante. Estaba en casa solo, y pude dedicarme media hora a llorar de emoción. Pero no estoy tan interesado en temas de premios, más bien en qué respondo cuando me miro en las noches al espejo, mientras me lavo los dientes, y me pregunto ¿haz hecho algo de lo que tengas que arrepentirte? Y me voy a la cama y duermo como un angelito porque siempre he tratado a las víctimas con el respeto que merecen.
Para lograrlo ha asumido muchos riesgos. ¿Por qué cree que ha sobrevivido a tantas guerras mientras amigos y colegas suyos han muerto casi al lado suyo, como Julio Fuentes, en Afganistán; José Couso, en Irak, Miguel Gil, en Sierra Leona?
Miguel Gil era tan amigo mío que esa mañana de la emboscada que lo mató nos encontramos y yo no fui con él. No me gusta hablar de los momentos duros que he pasado, pero evidentemente he estado muchas veces a punto de morir y nunca me ha tocado ni siquiera una esquirla. Solo me he roto dos veces la muñeca resbalando en el hielo; una vez en Bosnia y el año pasado en Sarajevo. La verdad es que he tenido suerte, mucha suerte.
¿Cómo les explica todo esto a alumnos de colegios y universidades en estas charlas que vino a dar en Colombia y en el taller de fotografía que dictará en noviembre en la Fundación Gabo?
Pues se van bastante impactados porque yo no utilizo doble lenguaje, pero con los alumnos menores utilizo más imágenes, no de gran violencia, pero las que se necesiten para contar lo que ha sucedido en una sociedad como la colombiana y para que este país mejore. Ellos tienen que ser más críticos y autocríticos. Tienen que luchar por mejorar el mundo, no solamente mirarse el ombligo. Hay que empatizar con el dolor ajeno, hay que intentar entender por qué la gente emigra, por qué la gente se mata. Les digo: No penséis que porque os vayáis a Europa, o a África, o a la India, vais a hacer mejores fotografías. Aquí tenéis en Colombia un montón de temas sociales que identificar y que documentar. No os conforméis por hacer una buena foto. Hoy día las cámaras te dan una tecnología tan avanzada que es fácil hacer buenas fotos con teléfonos móviles, pero lo difícil es hacer un buen proyecto fotográfico, un proyecto que te muestre las consecuencias de temas como la violencia. Siempre les dejo en claro a la gente joven y a los nuevos fotógrafos que esta profesión, el periodismo, es de 24 horas al día desde que se empieza hasta que se muere.
¿No piensa colgar la cámara?
Vamos a ver. A mi edad todavía puedo moverme con facilidad, no tengo grandes achaques de salud y voy a seguir luchando.
Gracias, Gervasio, por su compromiso profesional y por estar acá.
Muchísimas gracias a vosotros. Para mí El Espectador ha sido siempre un medio de referencia, un gran periódico. El asesinato de su director (Guillermo Cano Isaza) hace muchos años, fue un momento muy duro y creo que tenéis que seguir resistiendo para seguir mejorando el periodismo colombiano.