Torre de Tokio: mapa sonoro
Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.
Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
Además de sonidos puntuales, como el tañido de la campana de un templo budista o la agridulce melodía que a través de altavoces marca las cinco de la tarde en todos sus barrios, la capital japonesa tiene un paisaje sonoro repleto de anuncios que informan, indican, advierten y ordenan. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Decenas de miles de empleados, estudiantes, amas de casa y jubilados inician la jornada con una sesión de ejercicios realizados al ritmo de una vivaz marcha emitida por la televisión pública a las 6:30 de cada mañana.
Consciente del poder unificador de la música, Japón inició la calistenia nacional hace 96 años, hizo una pausa en la Segunda Guerra Mundial y continúa hasta hoy procurando que millones de personas en Tokio, y en el resto del país, estiren al unísono sus cuerpos.
Se dice que ejercita cerca de 200 huesos y 400 músculos y beneficia sobre todo a las personas que mueven poco las extremidades durante el día, como los oficinistas, los taxistas o las personas de la tercera edad. Con sus músculos ya estirados, el tokiota procede a la siguiente sesión auditiva del día: la melodía que anuncia la llegada del metro o tren a su respectiva estación.
Suelen ser canciones alegres, pegajosas y muy breves interpretadas en un sintetizador. Su función es cronometrar el embarque y desembarque de multitudes de pasajeros y evitar así los retrasos en la tupida e interconectada red ferroviaria.
Los conductores del metro de Tokio se rigen por esas melodías y, como si fuera una coreografía que debe ser ejecutada por dos mil pasajeros en los pocos segundos que duran las palabras Happy Birthday to You, cierran tajantes las puertas de los vagones cuando suena la última nota.
Durante el trayecto, el conductor indica las paradas y los transbordos, avisa de que una borrasca obligará a reducir la velocidad y recuerda de no olvidar el paraguas dentro del vagón.
La existencia de altoparlantes en muchas esquinas, en escuelas, fábricas, edificios de oficinas, templos, estadios o cines, responde a la necesidad de emitir instrucciones en caso de terremoto, una amenaza constante en un archipiélago volcánico propenso a los movimientos telúricos. A esto se suma una cultura preceptiva generosa en instrucciones, señalización y advertencias, que inspiran en el ciudadano nipón una reconfortante sensación de tranquilidad.
Llegar a la entrada de un cine o de un concierto y escuchar en la megafonía que la cola debe hacerse de dos en dos, que la espera durará 45 minutos y que hoy se lanza un nuevo refresco de limón, elimina la incertidumbre, provee paz interior, deja la mente libre para entregarla a las redes sociales y es sinónimo de excelente servicio.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.
Además de sonidos puntuales, como el tañido de la campana de un templo budista o la agridulce melodía que a través de altavoces marca las cinco de la tarde en todos sus barrios, la capital japonesa tiene un paisaje sonoro repleto de anuncios que informan, indican, advierten y ordenan. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Decenas de miles de empleados, estudiantes, amas de casa y jubilados inician la jornada con una sesión de ejercicios realizados al ritmo de una vivaz marcha emitida por la televisión pública a las 6:30 de cada mañana.
Consciente del poder unificador de la música, Japón inició la calistenia nacional hace 96 años, hizo una pausa en la Segunda Guerra Mundial y continúa hasta hoy procurando que millones de personas en Tokio, y en el resto del país, estiren al unísono sus cuerpos.
Se dice que ejercita cerca de 200 huesos y 400 músculos y beneficia sobre todo a las personas que mueven poco las extremidades durante el día, como los oficinistas, los taxistas o las personas de la tercera edad. Con sus músculos ya estirados, el tokiota procede a la siguiente sesión auditiva del día: la melodía que anuncia la llegada del metro o tren a su respectiva estación.
Suelen ser canciones alegres, pegajosas y muy breves interpretadas en un sintetizador. Su función es cronometrar el embarque y desembarque de multitudes de pasajeros y evitar así los retrasos en la tupida e interconectada red ferroviaria.
Los conductores del metro de Tokio se rigen por esas melodías y, como si fuera una coreografía que debe ser ejecutada por dos mil pasajeros en los pocos segundos que duran las palabras Happy Birthday to You, cierran tajantes las puertas de los vagones cuando suena la última nota.
Durante el trayecto, el conductor indica las paradas y los transbordos, avisa de que una borrasca obligará a reducir la velocidad y recuerda de no olvidar el paraguas dentro del vagón.
La existencia de altoparlantes en muchas esquinas, en escuelas, fábricas, edificios de oficinas, templos, estadios o cines, responde a la necesidad de emitir instrucciones en caso de terremoto, una amenaza constante en un archipiélago volcánico propenso a los movimientos telúricos. A esto se suma una cultura preceptiva generosa en instrucciones, señalización y advertencias, que inspiran en el ciudadano nipón una reconfortante sensación de tranquilidad.
Llegar a la entrada de un cine o de un concierto y escuchar en la megafonía que la cola debe hacerse de dos en dos, que la espera durará 45 minutos y que hoy se lanza un nuevo refresco de limón, elimina la incertidumbre, provee paz interior, deja la mente libre para entregarla a las redes sociales y es sinónimo de excelente servicio.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.