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Lanzado a la fama mundial por su sangriento suicidio ritual el 25 de noviembre de 1970, el escritor Yukio Mishima había reunido en 1968 un grupo de estudiantes nacionalistas y, con la idea de cambiar el destino de su país, fundó una organización paramilitar. (Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre la cultura japonesa).
La llamó la Sociedad del Escudo (Tate no Kai) en una alusión poética a la necesidad de proteger al emperador que había sido obligado a renunciar verbalmente a su supuesta divinidad por el ejército de Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial.
Los miembros de la Sociedad del Escudo llegaron a ser unos noventa. Vestían un uniforme de color tierra decorado con dos hileras de botones inclinadas hacia arriba para crear el efecto de un pecho ensanchado.
Entre sus objetivos estaba redimir a los japoneses que habían olvidado los valores espirituales tradicionales. En un manifiesto que repartió el día de su muerte, Mishima reprochaba a sus compatriotas por estar “obsesionados con la prosperidad económica”, “haber perdido la solidaridad” y “haber delegado los planes a largo plazo de la nación a países extranjeros”.
Además de reducir al emperador a una figura simbólica, el ejército estadounidense impuso a Japón una Constitución pacifista en cuyo Artículo 9 obligaba al país a renunciar a las armas.
Los norteamericanos abolieron la feroz institución ultranacionalista que luchó contra ellos en la Segunda Guerra y fomentaron la creación de una fuerza militar desprovista de armas de largo alcance y que solo podría actuar en caso de agresión externa.
La llamaron “Fuerzas de Autodefensa”, un apelativo considerado por Mishima como indigno de un ejército nacional y una “deshonrosa cruz para una nación derrotada”. Convencido de que la única forma de revertir el estado de las cosas era un golpe de Estado, Mishima pidió una cita con un general amigo que lo recibió en su despacho sin imaginar que iba a ser amordazado por los cuatro miembros de la Sociedad del Escudo que acompañaban al escritor.
Lo tomaron como rehén a cambio de que ordenara a sus tropas reunirse debajo del balcón para escuchar el discurso de Mishima. Pero los soldados lo abuchearon y el mensaje no llegó.
Decepcionado, Mishima volvió al interior y procedió a consumar el seppuku, el corte de vientre seguido de la decapitación a manos de su asistente, Masakatsu Morita quien, poco entrenado o nervioso, le propinó tres sablazos en los hombros antes que ser sustituido por uno de sus colegas.
Morita procedió luego a suicidarse y su relación homosexual con Mishima aparece y desaparece en las numerosas crónicas de un suceso, que por tratarse de un gran escritor que había sonado como candidato a premio Nobel de Literatura, conmocionó y entristeció al mundo.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.