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La capacidad de un sabor para desatar un torrente de recuerdos es aprovechada por escritores y guionistas japoneses al crear populares dramas humanos protagonizados por un plato de espaguetis, un arroz con pollo o un guiso con carne. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
Dignos sucesores de Marcel Proust (el autor francés que, por escribir más de cuatro mil páginas después de comer una magdalena remojada en té, sirve a la neurociencia para ilustrar la inequívoca conexión entre olfato, gusto y memoria), los creadores japoneses miran el menú del día y se inventan cuentos cortos, novelas, historietas de manga y series de televisión.
Por lo general, sus relatos transcurren en un restaurante donde un comensal atormentado por la nostalgia le pide al chef recrear los sabores de la última cena con quien pudo haber sido el gran amor de su vida.El sushi que preparaba una vecina bondadosa, una ensalada con mayonesa del comedor escolar o algún postre que cocinaba la fallecida madre son también pretextos para tramas sentimentales cuyo desenlace toca el corazón, el estómago y los conductos lagrimales de todo el archipiélago.
Una muestra reciente —traducida al español— es Los misterios de la taberna Kamogawa, novela de Hisashi Kashiwai. Trata sobre un restaurante de Kioto regentado por un chef viudo y su hija, quienes ejercen también de “detectives gastronómicos”. “Quiero el estofado de ternera que cené con un pretendiente que dejé plantado hace cincuenta años”, es una de las singulares peticiones.
Para localizar los ingredientes, el chef se desplaza hasta el lugar donde tuvo lugar la cena, conoce a personas relacionadas con el caso, completa el perfil humano de los implicados y, con la receta resultante, emite también su juicio moral.
En el capítulo inicial, un viejo amigo del chef de apellido Kuboyama le pide la deliciosa sopa de fideos que le cocinaba su difunta esposa. Quiere darle la receta a su nueva consorte, una mujer diez años más joven que, por venir de otra provincia (y pese a ser excelente cocinera), no logra dar con el sabor exacto.
Después de dos semanas de pesquisa, el diligente chef confecciona la receta y se la hace probar a Kuboyama, que se maravilla y se va feliz tras anotar que estaba un tris salada.
El chef le comenta a su hija la futilidad de pedirle a la nueva esposa un sabor que nunca le va a parecer igual y le confiesa que añadió a los ingredientes originales el caldo concentrado que se usa en cualquier hogar, para atenuar así las expectativas de Kuboyama. Páginas antes ofrece una reflexión que invita a consultar a Proust: imposible reproducir una comida cuando está sazonada con el condimento de la nostalgia.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.