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Torre de Tokio: público desamparado 


Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
10 de noviembre de 2024 - 02:00 a. m.
El Festival Internacional de Cine de Tokio usa este año contenedores como taquillas.
El Festival Internacional de Cine de Tokio usa este año contenedores como taquillas.
Foto: Gonzalo Robledo
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Algunas películas en español que se presentaron este año en el Festival Internacional de Cine de Tokio (TIFF) dejaron en evidencia la perplejidad de muchos espectadores ante obras de culturas lejanas que, para no alargarse o aburrir, evitan explicar su contexto. (Lea aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre la cultura japonesa).

“No sabía que al toro lo mataban en las corridas”, me dice un académico al terminar “Tardes de soledad”, el documental del español Albert Serra que llega premiado con la Concha de Oro a la mejor película en la edición 72 del Festival de San Sebastián. Más cercana al arte que al reportaje, la obra de Serra obliga a los japoneses a investigar la compleja liturgia taurina.

El director catalán muestra cómo se viste un matador, pero no explica el mecanismo de las corridas. Tampoco revela las motivaciones de su protagonista, el torero peruano Andrés Roca Rey, un temerario novillero que pasa varios sustos en el ruedo.

Para los espectadores que desconocen la controversia actual de la tauromaquia —como todos los japoneses con los que hablo—, la obra es una experiencia estética y a la vez atroz, como un cuadro del más oscuro Goya.

“Me inspiró respeto, pero no la recomendaría a mis amigas”, dice una joven oficinista sobre una obra que algunos críticos occidentales consideran un análisis imparcial de la fiesta brava al repartir por partes iguales belleza y crueldad.

Otra película hispanohablante que asombró y confundió fue “Pepe”, la biografía fabulada de uno de los hipopótamos del zoológico privado de Pablo Escobar que quedaron a la deriva tras la muerte del célebre narcotraficante colombiano.

“Me di cuenta de que eran hipopótamos cuando la cámara desciende hasta el río y los muestra de cerca”, dijo una influencer cuando le pregunté su opinión sobre la obra dirigida por el dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias y que también pica la curiosidad del espectador asiático y lo obliga a hacer tareas.

Aporto mi grano de arena explicando la Hacienda Nápoles y aclarando quién es esa señora que maldice a los que mataron a su hijo, un mafioso millonario cuyo legado transforma el ecosistema de todo un país.

Una entrañable película enmarcada en el género Spaghetti Western, “Adiós al Amigo”, de Iván David Gaona, soluciona el contexto con un letrero inicial que además del año (1902), anuncia la orfandad habitual de los bandos enfrentados al terminar un conflicto que identifica como la Guerra colombiana de los Mil Días.

Un elegante distribuidor local que se jacta de su amistad con Angelina Jolie me dice: “La disfruté mucho, pero no la compraría porque le sobra media hora”.

Aún así, la película colombiana con su mensaje pacifista y su humor se llevó el Premio Especial del Jurado.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

 

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