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El manoseo de mujeres jóvenes en los transportes públicos, un delito rampante en muchas capitales del mundo, volvió al centro del debate social en Japón a raíz del incidente en el que la dj surcoreana Soda fue toqueteada por su público durante un concierto en la ciudad de Osaka. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El video de un enjambre de manos abalanzándose sobre los pechos de la famosa muchacha enfrentó a los que condenaron el acto contra aquellos que le reprocharon el haberse acercado a la multitud ataviada con minifalda y bikini. En un mensaje a sus millones de seguidores, Soda defendió su forma de vestir y dijo que no justificaba el abuso.
A continuación, el Centro de Información de las Naciones Unidas en Tokio aclaró que ninguna prenda puede ser pretexto para agresiones sexuales y pidió no culpar a la víctima.
Por su parte, los organizadores del concierto presentaron una denuncia contra tres personas, dos hombres y una mujer, acompañada de evidencia fotográfica. A las caricias no consensuadas a la vista de todos se suma la memoria histórica.
Las palabras “abuso sexual”, “mujer surcoreana” y “Japón” son las mismas que se usan al describir los nefastos burdeles del Ejercito Imperial japonés donde, durante la primera mitad del siglo pasado, se esclavizaron a miles de mujeres asiáticas, en especial coreanas.
Además de traer a la mesa el contencioso histórico, el manoseo de Soda revive la discusión sobre el acoso de jóvenes en los trenes atiborrados.
Pese a ser una infracción penalizada con cárcel y multas, en Japón es una práctica diaria que victimiza sobre todo a colegialas que van a sus clases en el mismo horario matinal de millones de empleados, entre los que se camuflan los desesperados por cualquier contacto sexual.
La víctima suele ser una estudiante uniformada temerosa de armar un escándalo en un tren abarrotado y que, en los casos más lamentables, termina sufriendo depresión o trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Las medidas para erradicar el problema van desde vagones solo para mujeres, iniciados en 2000, hasta el encarcelamiento durante seis meses o 10 años de los abusadores que son agarrados infraganti. Pero identificar al dueño de la mano que toca las partes íntimas en vagones que circulan con un exceso de pasajeros de hasta el 180 % es problemático y da lugar a denuncias equivocadas.
Un padre de familia que aseguró ser inocente, pidió a su abogado aclarar los hechos para salvar el honor de sus hijas. Rehusó aceptar la salida rápida propuesta por su defensa y que explica, en parte, por qué el problema se perpetúa: “Acepte la culpa, pida perdón y pague una multa de US$300”.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.