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La célebre ética laboral nipona está de capa caída este mes tras el anuncio de que Toyota, empresa venerada en Japón, regresa al club de los fabricantes mundiales del motor acusados de falsificar datos para aumentar beneficios. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
El engaño, consistente en inflar informes sobre la potencia de tres tipos de motores diesel, afecta a diez modelos de vehículos exportados de Japón a Europa, Asia y África. Un día después de pedir disculpas y anunciar que suspendía los envíos de los modelos afectados, Toyota daba a conocer sus resultados para 2023, consolidándose como la primera firma automovilística mundial por cuarto año seguido, con más de 11 millones de unidades vendidas.
Al día siguiente, las acciones de Toyota subían en la bolsa de Tokio un 1,37 %, en una señal de que el fraude será asimilado por los mercados como otro episodio más de adulteración de datos similar a los que plagan la historia del automóvil desde la segunda mitad del siglo pasado.
La alemana Volkswagen tuvo su año horrible en 2015, cuando reconoció que casi medio millón de sus clientes en Estados Unidos conducían convencidos de viajar en automóviles ecológicos cuando en realidad circulaban emitiendo hasta 40 veces más del límite legal de gases contaminantes.
Como producir vehículos favorables al medio ambiente es costoso y reduce el desempeño del motor, Volkswagen creó un software capaz de amañar los resultados de las inspecciones. Entre las marcas multadas por usar “dispositivos de desactivación” o manipular las emisiones de gases contaminantes en las pruebas figuran Ford, General Motors y Honda.
El año pasado Daihatsu, filial de Toyota, fue obligada a parar su producción tras revelarse que llevaba más de treinta años falsificando datos de pruebas de choques de cuatro modelos fabricados en Tailandia y Malasia.
Toyota, iniciada en 1937 como fábrica de textiles, es estudiada en las escuelas de negocios de Occidente por haber introducido en las manufacturas el sistema kaizen, una filosofía de “mejora continua” en procedimientos, productos, operaciones, toma de decisiones y estrategias. Algunos académicos norteamericanos aseguran que el kaizen es producto de las enseñanzas del profesor William Edwards Deming, quien fue enviado para ayudar a la reconstrucción de la base manufacturera de Japón devastada por la Segunda Guerra.
Al kaizen se atribuye el perfeccionismo de los empleados japoneses, su tesón productivo y el deseo de servir al cliente y garantizar su satisfacción con productos y servicios de alta calidad.
El deterioro de la ética de una empresa emblemática del “milagro japonés” llega en un momento en el que la sociedad envejecida, la precariedad laboral y la persistente crisis económica nutren los vaticinios pesimistas y permiten hablar de un kaizen invertido que genera desmejora continua.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.