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Torre de Tokio: urbanidad cibernética 


Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio
26 de mayo de 2024 - 02:00 a. m.
Muñeco de robot en una tienda de Tokio.
Muñeco de robot en una tienda de Tokio.
Foto: Gonzalo Robledo

Entre los vendedores de tiendas de alta tecnología en Tokio se contaba hace años el episodio de un grupo de turistas estadounidenses alarmados al ver a un bebé japonés metiendo la mano en el hocico metálico de un perro robot. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Temerosos de una inminente mutilación, los norteamericanos se apresuraron a advertir a la madre, pero encontraron que la joven mujer no estaba en absoluto preocupada de ver a su niño interactuando con el aparato de marca Sony y equipado con sensores.

La escena, incluida en un estudio sobre las actitudes ante la tecnología del profesor Vassilis Galanos, de la Universidad de Edimburgo (Escocia), ilustra la diferente percepción de las máquinas de compañía que se tiene en muchos países occidentales y en Japón.

Relatos de populares engendros como Frankenstein o historias más recientes como la película Yo, robot (2019) han inculcado en Occidente una mezcla de fascinación y horror ante los seres artificiales, en especial aquellos que se parecen a un humano.

La aversión casi visceral por los humanoides del detective encarnado por Will Smith en Yo, robot, parte de la premisa de que los robots actúan con la misma emoción de una licuadora asesina.

La más mínima señal de comportamiento inteligente provoca suspicacias, pronto se entra en territorios trascendentes y se les acusa de intentar infringir las tres leyes de protección, obediencia y equilibrio con el ser humano ideadas por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov el siglo pasado.

Debido a que la Constitución pacifista de Japón impidió durante más de medio siglo a las empresas buscar aplicaciones militares para sus inventos, el robot promedio que se encuentra hoy en casas o comercios suele tener forma de juguete servicial y bonachón, a cuyo cuidado cualquier madre dejaría encantada sus hijos pequeños.

Quienes diseñan, fabrican o distribuyen los llamados robots sociales en Japón suelen centrarse en la calidad tecnológica del aparato, sus prestaciones y servicios. En cuanto a apariencia, sus creadores se rigen por el dictado del profesor Masahiro Mori, quien patentó la teoría del “valle inquietante” en la que insta a no intentar fabricar robots a imagen y semejanza del hombre, pues serán aparatos perturbadores.

Con los adelantos de la inteligencia artificial y la inevitable ubicuidad de los robots sociales, crece la necesidad de crear protocolos universales. Una especie de manual de urbanidad que, sin las pretensiones ontológicas de las tres leyes de Asimov, regule la interacción entre humanos y robots.

Es posible que a muchos de nosotros no nos toque aprender la futura normativa, pero nuestros descendientes o sus nietos seguramente enseñarán a sus niños a tratar a los robots como quieren que los traten a ellos.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

 

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