“Francisco no representa a los obispos, ni a los cardenales, representa al pueblo”
Vicente Durán Casas, sacerdote jesuita colombiano, analiza lo que han sido 10 años de papado en la Iglesia católica de Jorge Bergoglio, el primer miembro de la Compañía de Jesús y el primer latinoamericano en ocupar esta posición.
Hugo Santiago Caro
Francisco I ya no es el mismo hombre que se asomó diez años atrás en la plaza de San Pedro sin ornamentos y con una sonrisa en el rostro a pedirles a los feligreses católicos que oraran por él. Aunque el pedido se mantiene, ha sido un camino de reformas y cambios, externos e internos, que han hecho mella en la Iglesia que dirige y en su propia humanidad, pues a sus 86 años se le ve físicamente agotado y la jovialidad que lo caracterizó en su carrera misional en Argentina, y en sus primeros años de papado, se ha visto mermada por la ineludible vejez.
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Francisco I ya no es el mismo hombre que se asomó diez años atrás en la plaza de San Pedro sin ornamentos y con una sonrisa en el rostro a pedirles a los feligreses católicos que oraran por él. Aunque el pedido se mantiene, ha sido un camino de reformas y cambios, externos e internos, que han hecho mella en la Iglesia que dirige y en su propia humanidad, pues a sus 86 años se le ve físicamente agotado y la jovialidad que lo caracterizó en su carrera misional en Argentina, y en sus primeros años de papado, se ha visto mermada por la ineludible vejez.
El pastor que forjó su carrera eclesial fuera de la academia, en la calle, casi en el fin del mundo, como él mismo expresó en su primer discurso, también ha encontrado una férrea oposición dentro de la misma Iglesia que dirige. Desde los sectores más conservadores y tradicionalistas han mostrado un gran descontento con las reformas que Bergoglio ha encabezado.
Para descifrar cómo han vivido en el interior de la misma Iglesia estos diez años de papado, Vicente Durán Casas, sacerdote jesuita (de la misma compañía a la que pertenecía Bergoglio), filósofo y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, le explicó a El Espectador en qué han conseguido las reformas de Francisco, su lucha contra el clericalismo y el impacto de la agenda que ha mantenido el pontífice desde su llegada a remplazar a Benedicto XVI.
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Diez años atrás, cuando sucede el cónclave, usted como jesuita, sacerdote latinoamericano, ¿se imaginaba que esto podía pasar? ¿Que un jesuita argentino, arzobispo de Buenos Aires, fuera papa?
No, y la verdad, muchos jesuitas quedamos muy sorprendidos cuando eligieron a Bergoglio. Eso fue una sorpresa muy grande. Era la primera vez que un papa es jesuita, no estamos hechos para ese tipo de servicio a la Iglesia. Los jesuitas desde la época de San Ignacio, quien fue el fundador, pusieron en las constituciones de la Compañía de Jesús un voto, una promesa, de renunciar a cualquier ofrecimiento de cargos de poder. Obispados, cardenalatos y, por supuesto, el papado. Ha habido jesuitas de la Compañía ocupando cargos, especialmente en territorio de misiones, en territorios donde es muy difícil conseguir otros sacerdotes que vayan.
Por eso cuando se nombró a Bergoglio todos quedamos sorprendidos, y un poco negativamente. Veíamos que eso podía ser un desvío de la Compañía de su misión original, que es el servicio a la Iglesia no desde los cargos de poder eclesial, sino desde abajo, por decirlo así, en las misiones, en la educación, en la pastoral, y no tanto en la dirección de las iglesias particulares o de cada región.
Y esa impresión, tal vez negativa, ¿cambia un poco cuando él sale al balcón de la plaza de San Pedro sin ornamentos? Cuando comienza a romper el libreto…
Sí, sí. Indudablemente, yo tengo que decir que he tenido que cambiar mi idea y reconocer que el papado de Francisco, en los últimos 10 años, ha sido una bendición muy grande para la iglesia. Ha sido una gestión de actividad pastoral, un liderazgo muy importante, muy significativo y muy positivo. No solo para la Iglesia, sino para el mundo entero. Creo que ha impulsado causas, más allá de las causas religiosas de la Iglesia católica, causas sociales, políticas, ambientales, sociales, muy importantes para el mundo. De manera que el balance, después de estos 10 años, e incluso después de esa sorpresa de su elección, es enormemente positivo.
¿Cómo describiría el rumbo de la agenda papal?
Creo que por venir de América Latina, de Argentina, tiene contacto con la Iglesia latinoamericana, que es muy cercana al mundo de la pobreza, al mundo de los pobres, al mundo de una gran cantidad de personas en el mundo, y en particular en América Latina, que realmente sufren las causas, o mejor, las consecuencias de la exclusión social, de la falta de educación, de oportunidades, de la falta de trabajo, especialmente los jóvenes, que se ven excluidos de los temas que quizás para muchos es natural que sea así.
Estoy pensando en poblaciones indígenas, en poblaciones afrodescendientes, en muchas poblaciones jóvenes de las grandes ciudades, barriadas en ciudades latinoamericanas donde mucha gente está excluida de los bienes, de la educación, de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la salud, del desarrollo humano, sin futuro, sin posibilidades muy claras. Yo creo que el papa y la Iglesia en América Latina son muy sensibles hoy en día a esas realidades. De ahí proviene esa sensibilidad también ya desde su función como papa. Es cercano a la situación de los migrantes allá en Italia, en Europa, que vienen a través del Mediterráneo o que vienen de Europa Oriental buscando oportunidades de trabajo porque no las tienen en sus países.
De ahí también hay una sensibilidad con la situación medioambiental, es muy consciente de que muchos de estos problemas sociales, económicos, políticos, se originan también por la relación destructiva que el ser humano ha tenido con la naturaleza. Se acaban las fuentes de agua, se reducen las posibilidades de desarrollo en el campo, donde hay tanta pobreza causada porque no hay fuentes de trabajo, los costos de la energía son muy altos, los costos educativos lejanos. Es un papa muy sensible a esta situación de pobreza, de desigualdad, de injusticia en el mundo, tanto entre los seres humanos como con la naturaleza. Y yo creo que eso lo ha llevado a ejercer un liderazgo mundial más allá de las fronteras de la Iglesia.
¿Cómo entender este liderazgo? Hay críticas de que muchos de estos actos han sido más simbólicos que de alto impacto. Por ejemplo, con la condena a la invasión rusa en Ucrania.
Desgraciadamente, la invasión de Rusia a Ucrania ha sido algo que ha escandalizado a un mundo que creía, después de los grandes conflictos del siglo XX, haber superado muchas de las actitudes de algunos países que invadían a otros países. Volvemos a esa dinámica. El papa ha sido muy claro en su condena a Rusia por la invasión contra Ucrania, pero para algunos le ha faltado fuerza esa condena. Entiendo que el papa siempre en estos conflictos tiene que mantener una actitud que deje abiertas puertas para el diálogo.
Estos temas de la diplomacia en la Iglesia, en situaciones o en países conflictivos, son muy polémicos porque algunos quisieran que el papa fuera mucho más radical y mucho más claro en condenar la guerra. Y sí, lo ha hecho, pero siempre dejando una opción abierta, invitando al diálogo, no cerrando las posibilidades de un encuentro.
Hay una situación particular con el patriarca Cirilo en Rusia, en Moscú, es conflictiva porque la Iglesia ortodoxa rusa mantiene unos vínculos culturales, históricos, con el Kremlin, desde los tiempos de los zares. Eso lo han llevado, con toda la historia de la presencia del comunismo en Rusia, a que hoy en día se sientan esos vínculos muy importantes. Francisco no puede apoyar la actitud que Cirilo ha mostrado de comprensión, de decir que detrás está la identidad rusa, una manera muy sutil de justificar la agresión, la guerra, la invasión de Rusia contra Ucrania que, a ojos de Francisco, es insostenible.
Es una situación mundial muy preocupante en donde uno no puede tampoco tomar ciegamente partidos, estos son los buenos, estos son los malos, hay que dejar siempre abiertas las puertas al diálogo, a la comunicación, precisamente para buscar la paz.
¿Cómo le parecieron las dos encíclicas? Laudato si (2015) y Fratelli tutti (2020).
Extraordinarias. Son encíclicas que tocan los dos grandes problemas más serios de la humanidad, que es el tema del medio ambiente y el tema de la desigualdad entre los seres humanos, entre un mundo rico y un mundo pobre. Un mundo dividido en el que hay seres humanos que no tienen oportunidades de desarrollo humano. Jóvenes, mayores, también los niños, desde muy pequeños hay muchos seres humanos que ven que llegan a un mundo que no los acoge, o que los acoge de una forma diferente a como acoge a otros, ofreciéndoles a unos magníficas posibilidades de educación, de salud, de cultura, de desarrollo humano, y a otros quizás no tanto.
Es una preocupación para el papa muy seria, honda, porque eso es completamente contrario a lo que la Iglesia considera que es el anuncio fundamental de Cristo, de Jesús, que es que todos somos hermanos y todos los seres humanos tenemos una relación que va más allá de lo político, de las fronteras nacionales, de lo cultural, de las diferencias lingüísticas e incluso religiosas. El papa toca no solamente el tema ambiental, el tema social y económico, sino la relación entre los dos, que es lo más interesante. Cuando comprendamos eso, estaremos dando un paso adelante como especie humana muy importante, y es que el desarrollo humano tiene que darse de una manera coherente, incluyendo a todos los seres humanos, pero tiene que darse también de una manera que respete la naturaleza, a todos los seres vivos.
Que respete las fuentes de agua, la vida en un sentido muy amplio, que fomente una relación entre nosotros y con la naturaleza diferente, no destructiva, extractivista, irracional, que no sea utilizándola hasta que se agote o hasta que ella misma ya no pueda dar de sí. Nos estaríamos haciendo daño, no solamente a nosotros mismos, sino a la creación misma de Dios.
Y tomando las encíclicas como ejemplo, frente a las tres que sacó Benedicto XVI, ¿se puede hablar de un cambio de enfoques de la Iglesia? De preocupaciones, tal vez.
Yo creo que no es tanto un cambio, sino un desarrollo. Cada pontífice le da a su doctrina, a su mensaje, unas características, una impronta personal y eso está bien. El papa es el papa y él tiene su propia visión, él oye, escucha, visita, conoce la situación del mundo, pero le da a esa orientación que es la doctrinal una impronta personal. En el caso de Francisco, yo la veo muy clara. En comparación con Benedicto XVI, su antecesor, podemos decir que Ratzinger en sus escritos es un profesor, un teólogo, un lector.
Joseph Ratzinger fue extraordinario teólogo, hombre de biblioteca y le dio a su papado, y a sus escritos, esa impronta.
El papa Francisco es diferente. Es un hombre pastoral, de estar con la gente, con su pueblo. En Argentina se caracterizó tanto cuando fue jesuita, como cuando fue obispo auxiliar y luego arzobispo de Buenos Aires, por ser un papa muy cercano a las comunidades populares. De visitar los barrios, conversar con la gente, escucharlos, comer con ellos, estar muy cercano de las familias, las parroquias, y eso se nota. Él no es un hombre de estudios como lo fue Benedicto, no es un ratón de biblioteca, es un hombre cercano a la iglesia popular y sensible a las necesidades que las personas tienen. Eso se nota en sus escritos y se nota en sus preocupaciones, en sus gestos.
El papa no solamente habla a través de los escritos y a través de documentos, sino a través de gestos. Ha tenido reacciones como llamar por teléfono a su peluquero, como lo hizo en alguna oportunidad.
¿Por qué? Porque era su amigo y conocía su familia, las necesidades de sus hijos y la situación de su entorno. Ese tipo de acciones hablan mucho de lo que él es. Es hombre cercano a la gente sencilla, a los enfermos, a los que visitaba en los hospitales, a los presos, a las madres de familia, a los jóvenes que no tienen trabajo. Esa fue su vida pastoral en Buenos Aires y creo que eso él en sus escritos también lo refleja, la cercanía, la sensibilidad con la situación de que viven muchas personas anónimas que viven una vida llena de interrogantes, llena de problemas.
Francisco tiene una clara oposición en contra con temas como reformas económicas, diálogo con los otros cultos, como la Iglesia ortodoxa, y hasta la apertura que ha mostrado con la comunidad LGBTI, ¿cómo la ha manejado?
Hay países donde esa oposición es muy notable, como en los Estados Unidos, en donde hay un movimiento y hay personas, obispos, que manifiestan claramente sus diferencias de orientación con el papa Francisco. Hay personas conservadoras en la Iglesia que tienen derecho a pensar así y a las que no les gustan algunos cambios porque creen que la Iglesia, la liturgia, la expresión de la Iglesia no debe cambiar porque son afines, porque tienen ciertos gustos estéticos cercanos a los tradicionalistas. Yo no los condeno y no me parece que sean personas perversas, ni mucho menos. Lo que sí creo es que hay mucha dificultad en autoridades de la Iglesia para cambiar y para ver la necesidad de cambios profundos.
Uno de sus principales problemas del papa es que no solamente está exigiendo cambios en la política mundial a nivel externo, en la economía, en la cultura, en la sociedad, en el tema de los migrantes, en el tema ambiental, sino al interior de la Iglesia.
Está proponiendo unas reflexiones y unos cambios que no gustan a muchos, ha hablado de una de las enfermedades más delicadas que hay dentro de la Iglesia: el clericalismo.
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¿Qué es el clericalismo?
Se trata de una actitud que se ha ido desarrollando y se ha ido tomando la Iglesia en el sentido de que los curas, los sacerdotes, los obispos, la Iglesia jerárquica, la dirección, se ha apropiado de una manera de ser muy distante de lo que Jesús proponía que era la creación de una comunidad de hombres y mujeres, todos en igualdad de condiciones. Todos hijos de Dios, bautizados, en donde las jerarquías, los dominios, las estructuras de poder, no jugaban un papel predominante.
Hoy, con el desarrollo de la Iglesia en tantos siglos, se ve muy claro que sí se fue desarrollando una actitud muy lejana al espíritu del evangelio, que es eso que Francisco ha llamado el clericalismo.
Para decirlo de una manera muy clara, todos los problemas con la pederastia, con los crímenes cometidos por muchos sacerdotes, de abusos sexuales, de abusos de conciencia, el problema no solamente son los hechos que ocurrieron allí, sino la manera como la Iglesia trató esos casos. ¿Por qué los trató así y por qué tantos países han pedido perdón, incluso en Colombia, las autoridades de la Iglesia, no supieron enfrentar esos casos? Por el clericalismo. Se crea un sistema, una organización eclesial que tiende a favorecer, a defender a los sacerdotes por encima de los niños, de los jóvenes, de las mujeres. Eso es inaceptable desde todo punto de vista. ¿Por qué la Iglesia no fue capaz de asumir una actitud directamente en los inicios, cuando empezó a aparecer esta problemática de denuncia y de solidaridad con las víctimas, sino más bien con los victimarios? La Iglesia quería evitar escándalos, que no se hablara de ciertos temas. Ocultar, mover sacerdotes que tenían estos problemas tan delicados a otro sitio donde no se sepa, donde no ocurra, se creía que eso podía ser así.
No, eso es un tratamiento desafortunado precisamente en virtud de que la Iglesia creó un ambiente, unas relaciones y unas leyes que favorecían al clero por encima del pueblo de Dios. Y eso es inaceptable. Francisco ha tratado de proponer, de desarrollar con muchas dificultades y con mucha oposición, un modelo de Iglesia diferente, más circular, menos jerárquico, en donde no desaparecen, por supuesto, los ministerios sacerdotales y los ministerios propios de los presbíteros y de los diáconos, pero sí en donde los laicos tienen una participación mucho más activa, hombres y mujeres casados que tienen que hacer mucho en la Iglesia, que tienen que desarrollar sus propios ministerios laicales, su propia manera de participar de la vida y de la misión de la Iglesia. Eso hasta ahora ha estado controlado, dominado por el clero.
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Estamos viendo algo que ya vimos con Juan Pablo II, la entrada en vejez del papa. ¿Eso puede ralentizar un poco la implementación de ese modelo de Iglesia?
Sí, indudablemente ya tiene una edad en que tiene que ser mucho más cuidadoso, tiene que cuidarse mucho más, ya no tiene la vitalidad que mostraba cuando asumió el papado. Pero aun así yo creo que tiene la fuerza espiritual y el apoyo de muchos para que continúe en esa labor. Hoy se está desarrollando en la Iglesia este proceso del camino sinodal, que es la manera como yo creo que él quiere que se den estas transformaciones contra el clericalismo en la Iglesia. Tiene el apoyo de muchísimos obispos en muchísimas partes del mundo, siempre son movimientos polémicos que crean resistencia. Por un lado, los que se oponen y por otro los que la quieren hacer avanzar lo más que puedan, tanto los sectores más conservadores como los más progresistas, podríamos decir, mueven al papa en direcciones contrarias.
Él tiene que guardar un equilibrio, entender que la Iglesia es universal, es católica, eso significa católica, y entonces tiene que abarcar, tiene que cubrir con sus alas tanto a los católicos más conservadores, como a los más progresistas. Todos tienen derecho a la fe. No pueden excluir a nadie por su orientación sexual, por su orientación política, por su manera de percibir el mundo. El mensaje del Evangelio es para todos, y no puede haber nadie que se sienta excluido del mensaje de Cristo por el hecho de que piense de una determinada manera, o tenga una manera de vivir o de sentir. El camino sinodal que él ha propuesto es realizar unas asambleas, unas reuniones eclesiales desde cada parroquia, cada país, cada diócesis, cada ciudad, cada región y cada continente, para hacer avanzar a la Iglesia en esa mayor participación de los laicos en la vida de la Iglesia, que los hombres y mujeres casados, o solteros, que no son sacerdotes, que no son curas, que no tienen un ministerio eclesial, sientan que están llamados también a aportar a la vida de la Iglesia desde lo que ellos son. Es el gran desafío y el gran proceso en el que está la Iglesia.
Como en cualquier institución de poder, por decirlo así, hay una carrera ideológica por el sucesor del papa. ¿Esto puede hacerle daño a la Iglesia?
Sí, eso ha sido un tema constante en la historia de la Iglesia, como el papa tiene tanto poder, y yo pienso que no debería ser tanto, yo creo que tiene un poder muy importante, pero debería ser un poder de servicio y de manifestación de las necesidades del pueblo de Dios, no tanto del clero, porque es que el papa no representa a los obispos, ni a los cardenales, el papa representa ante todo al pueblo de Dios, hombres y mujeres que en muchos rincones del mundo viven su fe con una gran fidelidad, con un gran sentido de pertenencia, con un gran testimonio, y yo creo que eso es lo más importante que debe el papa tener presente, que él nos representa a ellos, lo más importante en la Iglesia son los creyentes, el pueblo de Dios, no los cardenales,
ni las personas que están en la curia en Roma. Claro, serán luchas por poder en un sentido o en otro, en una tendencia o en otra, y yo creo que eso en la Iglesia no es lo más importante. La Iglesia no somos los curas,
es el pueblo de Dios, eso lo enseña el Concilio Vaticano II de una manera muy clara, y eso tiene que seguir siendo el centro del desarrollo de la doctrina del papa, la Iglesia es el pueblo de Dios y los jerarcas o los ministros ordenados de la Iglesia, sacerdotes u obispos, tienen que tomar conciencia de que ellos están al servicio del pueblo de Dios y no el pueblo de Dios al servicio de ellos.
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