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En 1992, James Carville, estratega de campaña de Bill Clinton, colgó un cartel en su cuartel de operaciones que contenía 3 mensajes: cambio vs más de lo mismo, no olvidar el sistema de salud y “la economía, estúpido”. Bill Clinton terminaría popularizando la arenga sobre la economía, pues la frase, en tanto política, es contundente: el electorado tiende a preocuparse por la salud de su economía.
En tal sentido, el indicador más tangible de fortaleza económica es el nivel de empleo. La capacidad de un gobierno para la generación de puestos de trabajo persiste como el hecho fundamental que permite avizorar su potencial éxito o fracaso. En el caso peruano, su economía está sumida en lo que se denomina como la trampa de los ingresos medios (middle income trap), que significa que este país no cuenta con un encadenamiento que absorba capital humano desde diversas industrias de alta productividad. Pero entonces, en Perú, ¿de qué vive la gente?
El 53% de la economía peruana se fundamenta en el sector servicios, de acuerdo con el último reporte país de Statista para el 2020. En efecto, los restaurantes, hoteles, comercios, taxis y actividades de similar índole representan más de la mitad del producto bruto interno de este país. Este sector es el gran empleador en un país con altos grados de informalidad (más del 70%), hecho que tiene una evidente correlación con este fenómeno. Cada quién vende lo que puede y como puede.
Se proyecta que para el 2024, 58% de la población económicamente activa peruana laborará en el sector servicios. Con las medidas restrictivas por la pandemia que ya acumulan un año sobre la ciudadanía, y la crisis generada por unas elecciones polarizadas, sabemos de antemano que otro periodo de incertidumbre política y económica se avecina y que afectará principalmente a este mayoritario y vulnerable sector.
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En tanto persista la informalidad, incentivos perversos que impiden una mayor sofisticación en el desarrollo de este segmento y la precariedad del empleo, el sector servicios pareciera estar condenado al estancamiento. En ese contexto, se vuelve imperativo el esfuerzo por generar mecanismos que incrementen la formalización, el crecimiento y la productividad.
El sector servicios, de gran heterogeneidad, es intensivo en mano de obra especialmente en países amenazados por la trampa de ingresos medios como el Perú y perenniza la postergación de la automatización que permita incrementar la productividad. Para resolver parte de ese problema, destaca la buena práctica realizada por España, mediante instituciones públicas que fomentan la tecnificación del comercio exterior, como el ICEX España Exportación e Inversiones, entidad que ha generando alianzas entre productores regionales españoles y grandes jugadores internacionales en el sector logístico como es el caso de Amazon, para posicionarse como marcas premium. Algunas de las empresas beneficiadas por el ICEX, venden volúmenes de cientos de miles de euros al mes y solo tienen menos de cinco empleados, dado que el e-commerce les ha permitido reducir costos.
Perú requiere reforzar sus diferentes cadenas productivas con burocracias que vayan más allá de llevar a productores a concursos y ferias internacionales, y generen acuerdos que permitan vender volúmenes mayores mediante denominaciones de origen con calidad certificada, es decir, en bloque y para el sector premium internacional.
En Amazon, hoy podemos ver que, gracias a la gestión conjunta de productores y negocios exportadores, existe la sección denominada “Products from Spain”, que pone en vitrina lo mejor de este país, y cuyos principales compradores están fuera, generando mejoras de productividad debido al ingreso de divisas extranjeras como la libra de Reino Unido, que es el principal comprador de esta sección de Amazon.
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Las discusiones entre candidatos, y sus respectivas propuestas, suelen parecerse a listas de compras: enumeran deseos y pocas veces se escucha o se lee sobre la manera en que se conducirán tales promesas, dado que la ciudadanía no suele exigir que se brinde mayor detalle al respecto.
Desde la economía, se sabe que existen pocas maneras de aumentar la productividad: shock tecnológico o mediante la capacitación de la población económicamente activa y su educación orientada a determinadas industrias. Si a ello se le suma el precario nivel aptitudinal de la fuerza laboral peruana, el panorama es retador, cuando menos. Por ejemplo, de acuerdo con la Evaluación de Competencias de Adultos (PIAAC) de la OCDE, menos del 0.5% de la PEA peruana cuenta con competencias laborales mínimas, y menos del 1% cuenta con competencias mínimas en lógico-matemática para el trabajo.
Entonces, con 1 millón de nuevas personas que se sumarán a la fuerza laboral, acumuladas entre el 2020 y el 2024, habría que preguntarse: ¿dónde y en qué condiciones trabajarán? ¿Qué producirán? ¿A qué industrias contribuirán? ¿Cómo se encadenan a un marco estratégico productivo que se debiera tener como país? ¿Es viable la colaboración y transferencia de conocimiento proporcionado?
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Por ejemplo, se podría incluir a grandes distribuidores a nivel global como Amazon, para generar un encadenamiento con mayor productividad, que asegure a ese millón de personas un mejor futuro, con trabajos pagados por encima de la línea de la subsistencia, evitando el subempleo e impulsando nuevos emprendimientos.
Es de perogrullo decir que para poder exportar y tener buenas relaciones con otros países, se requiere tener una visión globalista de la economía. Por lo tanto, es desalentador tomar conocimiento de propuestas de gobierno que plantean el cierre de fronteras comerciales con el propósito de generar procesos endógenos de industrialización que ya han demostrado ser ineficaces en la consecución de mayor productividad y mejora del capital humano.
En el Perú, lamentablemente, abunda la vocación por plantear política pública sin base en evidencia y los que pierden, como siempre, son los que menos tienen. Por ello, con ánimo de mejorar el nivel de la discusión política peruana, les recordamos la frase con la que se inició este artículo, pero con un cambio: es el empleo, estúpido.
Álvaro Zapatel es economista y profesor adjunto en el Instituto de Empresa de Madrid. Fue consultor en Práctica Global de Educación del Banco Mundial. Máster en Administración Pública por la Universidad de Princeton.
José de la Torre Ugarte es licenciado en Comunicación para el Desarrollo por la Pontificia Universidad Católica del Perú. MBA de Pacífico Business School. Ha trabajado como consultor en diversas instituciones del Estado, en agencias de comunicación y organizaciones sin fines de lucro.
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