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La comunidad internacional suele responsabilizar a la oposición venezolana por el ascenso del chavismo y el establecimiento de la dictadura de Nicolás Maduro, criticando su falta de unidad y ausencia de liderazgo. En la región se la señala por su cercanía con la extrema derecha y la intrusión en los contextos políticos nacionales, alimentando la polarización. En Venezuela, el régimen de Maduro la responsabiliza de la crisis del país, bajo el argumento de que la crisis es el resultado de las sanciones internacionales promovidas por los sectores opositores contra la Revolución Bolivariana. Pero, ¿qué es la oposición?
Venezuela no es una democracia y la oposición no es una oposición política en un contexto democrático. Su competencia contra el chavismo no es únicamente por conquistar el poder y ejercer el gobierno. De hecho, la oposición va mucho más allá de los movimientos y partidos políticos, y su principal objetivo es el retorno a la democracia. Es heterogénea y diversa; en ella milita una parte de la sociedad y sus demandas representan a la mayoría de los venezolanos, pero no todos se identifican como parte de ella.
Durante años el chavismo construyó la narrativa de un enemigo interno, aliado a los intereses de Estados Unidos, una oposición conformada por sectores acomodados de la “derecha” venezolana adversos a la Revolución Bolivariana. Un discurso dicotómico que sintetizaba la compleja realidad en una narrativa de buenos y malos. Pero la oposición es algo mucho más complejo. No se restringe a lo político porque el chavismo no se limitó únicamente a la esfera política. La Revolución Bolivariana tiene pretensiones totalitarias, quiere incidir en la esfera económica, social, cultural, comunicacional y en la vida pública y privada de los ciudadanos. La respuesta de la oposición a esa intención totalitaria del chavismo se dio en todos los sectores.
Sin embargo, no todos los que se oponen al chavismo militan en la oposición. Por ejemplo, las organizaciones sociales que realizan trabajos en defensa de los derechos humanos no tienen militancia política, pero son considerados parte de la oposición por el oficialismo. Al denunciar las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen de Maduro se les matricula a dichas organizaciones como opositores.
Muchas de estas organizaciones sociales son anteriores a la Revolución, vienen denunciando las violaciones cometidas por los gobiernos que precedieron a Chávez, e incluso desplegaron sus mecanismos de protección en favor de personas que hoy están en el gobierno y los señalan con el dedo. El propio presidente Maduro fue protegido por estas organizaciones en sus años de sindicalista; no obstante, prevalece el discurso de buenos y malos.
Una de las características más llamativas de lo que sucede en Venezuela es que la molestia contra el gobierno de Maduro no se materializa en militancia política para la oposición. La mayoría de los venezolanos están contra Maduro y la continuidad del chavismo en el poder, tres cuartas partes de la sociedad venezolana apoyan la candidatura de Edmundo González Urrutia y el liderazgo de María Corina Machado, pero solo la tercera parte del país se identifica como oposición y la mitad de los ciudadanos, a pesar de la alta politización y polarización, no se identifica ni como opositor ni como chavista, según la encuesta de Datincorp.
Es prudente recordar que la transformación política es un rasgo en la configuración de la oposición en Venezuela. Importantes actores y líderes del chavismo han saltado la verja y se han cambiado de bando: el fallecido Raúl Isaías Baduel, Ismael Garcia, Henry Falcón y otros que no militan en la oposición, pero configuran facciones de una especie de chavismo disidente como Héctor Navarro, Jorge Giordani, Rafael Ramírez o Andrés Izarra.
Asimismo, actores de la oposición se han transfigurado a favor de Maduro, los llamados alacranes que rellenarán el tarjetón del próximo 28 de julio, como José Brito, Daniel Ceballos o Antonio Ecarri, o recientemente el pasmoso caso de Carlos Prosperi, candidato por Acción Democrática en las primarias de la oposición de octubre pasado y quien perdió contra María Corina.
La oposición también se divide entre los que están en el país, los que son parte de la diáspora y los que pueden entrar y salir de Venezuela. Las medidas de represión del régimen han causado la salida de un número importante de líderes políticos de todos los rangos, desde el fundador y coordinador nacional de Primero Justicia, el partido opositor con más militantes, Julio Borges, hasta el líder de barrio que movilizó a la gente en las elecciones que ganó la oposición en 2015 y después fue torturado por el régimen obligándolo al exilio sin ningún apoyo ni protección.
Algunos de los líderes en exilio se han radicalizado, como Leopoldo López, quien coquetea con la extrema derecha española y norteamericana, otros se esfuerzan por mantener la ponderación y preparar la reconstrucción de Venezuela. Sin embargo, la distancia del día a día los aleja de los que están enfrentando al régimen en el territorio.
En Venezuela están los opositores que cuentan con apoyo político y económico, y que a pesar de las andanadas del régimen pueden ejercer su labor política en medio de un contexto autoritario. También están los que hacen el trabajo de base, los más importantes, porque son los que están en terreno, pero los más vulnerables, jóvenes, líderes y lideresas de las comunidades que muchas veces ponen en riesgo su integridad para hacer frente al chavismo y a las organizaciones criminales paraestatales. Existen también los que encontraron en la militancia opositora su forma de ganarse la vida y acceder a recursos, niveles medios dentro de las organizaciones políticas y los más proclives a cambiar de bando.
Cada vez menos actores de la oposición tienen derecho a la libre locomoción internacional. Al régimen no le gusta que se visibilice la situación de Venezuela, quiere limitar el nivel de relacionamiento internacional de la oposición y no quiere puentes entre los que están en Venezuela y los que están en el exterior. A pesar de la interconectividad global, los regímenes autoritarios le apuestan al aislamiento de actores políticos con resonancia internacional, la posibilidad de poder contar de primera mano lo que está sucediendo le resultan altamente inconvenientes al régimen. Son pocos los líderes opositores que pueden entrar y salir del país y la arremetida se ha extendido a las organizaciones de la sociedad civil.
En la oposición hay pequeños sectores radicales que no creen en la salida electoral y le apuestan a una salida de fuerza. Son una minoría, y por suerte tienen poca credibilidad, pero alimentan las teorías conspiracionistas del régimen y causan mucho daño a la imagen internacional de la oposición.
Hoy la oposición se encuentra bajo el liderazgo de María Corina Machado y representada en la candidatura de Edmundo González. Le apuesta decididamente a una salida electoral en condiciones no democráticas del régimen de Maduro. La oposición ha logrado revivir la esperanza de una población dispuesta a ir a las urnas en medio de las adversidades para hacer del evento electoral el detonante de una reacción en cadena en dirección a la recuperación de la democracia del hermano país. Pero las dictaduras son dictaduras y hacen cosas de dictaduras.
* Ronal Rodríguez es vocero e investigador del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario y coordinador del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer.
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