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El modelo autoritario venezolano de Nicolás Maduro: análisis

Los autoritarismos de hoy realizan elecciones como en el modelo ruso de Vladimir Putin, en el modelo turco de Recep Tayyip Erdoğan, o el modelo nicaragüense de Daniel Ortega. Aquí, el modelo venezolano en retrospectiva.

Ronal F. Rodríguez*
03 de julio de 2024 - 06:00 p. m.
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Foto: EFE - Miguel Gutierrez
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El chavismo llegó al poder en 1998 bajo la promesa del cambio constitucional y la transformación de Venezuela, con el propósito de pasar de una democracia representativa, caracterizada por un fuerte bipartidismo, a una democracia “participativa y protagónica”. En la práctica el nuevo modelo político promovido por la autodenominada Revolución Bolivariana se construyó sobre la base de un constante llamado a las urnas como un elemento legitimador y la ampliación de los espacios de participación popular, bajo la orientación de un líder carismático, el “comandante” Hugo Chávez.

Durante el gobierno de Chávez se pasó de una democracia en crisis a lo que los politólogos denominan un régimen hibrido, un autoritarismo competitivo. Esto quiere decir que si bien se realizaban elecciones y el gobierno contaba con un importante apoyo popular, en la práctica se socavó la separación de poderes y el Estado se puso al servicio del proyecto político y del líder. Incluso, se instrumentalizó la institucionalidad, cooptada por el chavismo, para derruir la propia institucionalidad; los funcionarios subordinaron sus responsabilidades a los deseos del presidente.

El chavismo se presentaba internacionalmente como el promotor de una robusta democracia, amparado en los buenos resultados de las elecciones y la alta movilización política de sus partidarios que inundaban calles cuando el “comandante” convocaba. Sin embargo, ese modelo de participación se sustentaba en una fuerte relación clientelar-electoral soportada en los altos ingresos de la industria petrolera y un uso discrecional de la política social del Estado. Venezuela ya no era una democracia, pero se esforzaba en parecerlo.

En términos muy generales, ese fue el modelo que heredó Nicolás Maduro en 2013 tras el fallecimiento de Chávez. No obstante, el ungido por el “comandante” para continuar con la Revolución Bolivariana ya no contaba con los recursos de la industria petrolera, venida a menos, ni con el carisma y la habilidad comunicativa de su padre político.

En su momento los venezolanos y la comunidad internacional respiraron aliviados con la designación de Nicolás Maduro como el sucesor de Chávez: un civil con muchos años al frente de la cancillería parecía una mayor garantía de diálogo que Diosdado Cabello, el número dos del chavismo, un militar confrontativo y con una larga sombra de corrupción en su entorno. Otros creyeron que era el final de la Revolución Bolivariana, pues Maduro no tenía ni la formación ni la capacidad para rescatar el proyecto político que había hundido al país en una profunda crisis.

Después de 14 años de malas decisiones políticas, económicas y sociales parecía imposible que se pudiera sostener un gobierno que proponía continuidad. En las democracias, los malos gobierno son relevados, pero Venezuela ya no era una democracia y el subestimado Nicolás Maduro estaba dispuesto a dejar las formas a un lado con tal de permanecer en el poder.

Al principio del gobierno de Maduro, los unos pensaron que sería manipulable y los otros creyeron que su incompetencia lo llevaría a dimitir. Nicolás no tenía el carisma de Hugo Rafael, era torpe en el discurso, e incluso rayaba en el ridículo; sus salidas en falso lo hicieron motivo de burla internacional. El presidente de Venezuela se había convertido en un mal chiste.

Pero Maduro fue subestimado por chavistas y opositores, por los venezolanos y por la comunidad internacional, y pronto se descubriría que era un tirano capaz de pasar por encima de su propio orgullo, incluso de ridiculizarse, pero con la brutalidad de los caudillos decimonónicos y de los dictadores militares venezolanos del siglo pasado.

A diferencia de Chávez la figura de Maduro se ha estudiado poco, la breve biografía: De verde a Maduro: el sucesor de Hugo Chávez de Roger Santodomingo, deja entrever un hombre que usa bigote en apología a Stalin, y que si bien no tiene educación formal ha cosechado una amplia experiencia en militancia política en la izquierda revolucionaria con importantes vínculos y simpatías por el modelo cubano.

En el ejercicio del poder ha prescindido de importantes figuras del chavismo como Rafael Ramírez, quien administró PDVSA en los años de Chávez; Jorge Giordani, el creador del modelo económico y quien controlaba los hilos de la administración pública, y más recientemente Takeck El Aissami, exvicepresidente económico y quien hasta hace poco más de un año era el responsable de la industria petrolera en el contexto de las sanciones internacionales. Entre otras figuras del viejo chavismo que fueron perdiendo relevancia o fueron anulados políticamente como Adán, María Gabriela y todo el entorno de los Chávez, o Elías Jaua y Jorge Arreaza, quienes tuvieron importantes cargos y hoy están subordinados a papeles secundarios.

Maduro ha construido su propia camarilla con los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, y convertido a Diosdado Cabello en un obediente segundón, en el cual no confía plenamente, pero lo usa para que sea la cara desagradable de la Revolución.

Con Vladimir Padrino, el eterno ministro de defensa, y los militares la relación es diferente. Un número desbordado de generales sostienen un número igualmente desbordado de intereses, militares que tienen competencia en temas petroleros, mineros, medios de comunicación, sector financiero, de distribución de alimentos y en todos los negocios del Estado. Pero que particularmente recuerdan la distribución de poder del siglo XIX cuando los hombres en armas controlaban los territorios de la Venezuela profunda, los famosos caudillos militares. En muchos estados venezolanos el poder militar está por encima del poder civil designado electoralmente y la desinstitucionalización de la Fuerza Armada es crítica.

El uso del aparato represor es una de las características más elocuentes del modelo de gobierno de Nicolás Maduro. Si bien Chávez violó los derechos humanos, con el presidente obrero como se hace llamar Maduro las cosas empeoraron sensiblemente. En 2014 empezando su mandato fallecieron en manifestaciones 43 personas, para el 2017 se llegó a la brutal cifra de 143 muertes, según los datos de la organización defensora de los derechos humanos PROVEA. Entre 2013 y 2023 han muerto de forma violenta 209.974 venezolanos, de estas muertes 32.981 en la categoría de resistencia a la autoridad entre los años 2016 y 2023, según los datos acumulados de los informes de la organización Observatorio de Violencia de Venezuela.

Pero entonces ¿por qué se cataloga como dictadura al gobierno de Nicolás Maduro si el próximo 28 de julio se realizarán elecciones presidenciales? ¿Y por qué se tipifica al régimen chavista como autoritario si existe una vigorosa oposición política que se congrega entorno a un candidato que quiere participar en dichas elecciones?

Los autoritarismos de hoy realizan elecciones como en el modelo ruso de Vladimir Putin, en el modelo turco de Recep Tayyip Erdoğan, o el modelo nicaragüense de Daniel Ortega, incluso en Irán, Cuba y China se instrumentalizan eventos electorales para argumentar la legitimidad y afirmar que la continuidad de los modelos es un deseo de la población.

Algunos de estos modelos autoritarios del siglo XXI admiten la existencia de una oposición política, lo que nunca permiten es la alternancia en el poder. En el caso de Venezuela la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente de 2017 fue el pasó definitivo en dirección a la dictadura.

Las presidenciales que se avecinan no son elecciones democráticas ni transparentes ni justas, sin embargo, se abrió una ventana de oportunidad para derrotar a Maduro en las urnas, de la forma como actúe el chavismo entre el 28 de julio y la posesión presidencial a principios de enero de 2025 dependerá la supervivencia, consolidación y perpetuación del modelo autoritario venezolano.

* Vocero e investigador del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, y coordinador del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer.

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Por Ronal F. Rodríguez*

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