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Nicolás Maduro cumplió con su palabra. El pasado 4 de febrero en una concentración convocada en el Palacio de Miraflores, con ocasión de la celebración por el aniversario del fallido intento de golpe de Estado que protagonizó Hugo Chávez en 1992, aseguró refiriéndose a las elecciones del 28 de julio que “el equipo gana y vamos a ganar por las buenas o por las malas”.
Más tarde, a solo 10 días de los comicios, afirmó en un acto de campaña en el oeste de Caracas que “si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida, producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito, la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo”.
Ambas aseveraciones han terminado por cumplirse. En el primer caso, ante la avalancha de votos que favoreció al candidato de la oposición democrática, Edmundo González Urrutia, Maduro decidió “ganar por las malas” adelantando un fraude masivo que ha merecido un amplio rechazo tanto del pueblo venezolano como del concierto de las naciones democráticas.
Respecto a su segunda afirmación, el régimen de Maduro ha iniciado una brutal represión tras las protestas que en solo dos días ya han generado al menos 16 fallecimientos, más de 1000 de detenciones, así como el apresamiento de periodistas y dirigentes políticos. De esta manera, el “baño de sangre” que mentó comenzó a consumarse.
Si bien el gobierno de Maduro ya venía siendo cuestionado por su creciente autoritarismo, por la violación generalizada de los derechos humanos y por sus conductas antidemocráticas, el fraude que ha cometido y la posterior represión lo ha terminado de desnudar del todo, dejando en completa evidencia que está dispuesto a echar mano a cualquier cosa sin importar las consecuencias para mantenerse en el poder.
Más allá de que el régimen venezolano se radicalice y profundice la represión, el fraude que ha cometido ha sido recibido como una burla por la mayoría de la población venezolana ya cansada del mal gobierno y las privaciones a las que está sometida.
La oposición venezolana venció en todos los 23 estados del país y en el Distrito Capital, así como en los 335 municipios existentes en Venezuela por una relación de 70 % de los votos contra 30 % del presidente Maduro, según muestran las actas publicadas por la alianza opositora, cosa que no ha hecho el Consejo Nacional Electoral (CNE) que hasta el momento se ha limitado a anunciar el hipotético triunfo de Maduro sin mostrar prueba alguna de ello, a pesar de que así lo exige la propia legislación electoral.
Además, el respaldo al candidato opositor se ha producido en todos los estratos sociales, lo que indica que el apoyo que otrora tuvo el chavismo en los sectores populares se ha perdido, algo que ha podido observar con claridad la propia militancia del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), la dirigencia social que todavía podría conservar como aliada, la burocracia del aparato estatal y el mismo sector militar.
Si a esto unimos que en la escena internacional y especialmente regional, con las contadas excepciones de Rusia, China, Cuba, Nicaragua o Irán, ha sido generalizada la exigencia de transparencia a las autoridades venezolanas, no sería arriesgado apostar a que más allá de que el presidente Maduro logre mantenerse atrincherado en el poder, su gobierno va a quedar muy debilitado debido al repudio de la gran mayoría de la ciudadanía y el desconocimiento de nuevo mandato.
¿Será el comienzo del fin?
* Txomin Las Heras es investigador adscrito del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, investigador principal del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer y presidente de Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano.
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