Todo el mundo sabe lo que nadie sabe (Crónica desde Caracas)
Venezuela pasó de tener dos candidatos presidenciales a tener dos presidentes electos, y en este punto el problema ya no son las insondables diferencias que los separan, sino algo más sencillo que la calurosa noche caraqueña empezó a encubar: dos son multitud, y toda multitud desencontrada es capaz de cualquier cosa. En Caracas, que este martes huele a caucho quemado, los combates los libra el pueblo.
G. Jaramillo | Especial para El Espectador
No se sabe qué es más estruendoso, si decir que ganó Maduro, o perdió la oposición. De cualquier manera, antes de las elecciones las especulaciones iban y venían como esas plagas voladoras que pican y se van. El convencimiento era un rasgo de parte y parte. Una mutualidad que revelaba no solo las ansias de quedarse con un poder rancio y entreverado, sino también el traspaso de una confianza divina. Y es que no se puede hablar de optimismo, porque seguramente ambas partes sabían temblar fuera de las cámaras: lo que se jugaban era tanto la credulidad de sus votantes como la verosimilitud de sus proyectos políticos.
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No se sabe qué es más estruendoso, si decir que ganó Maduro, o perdió la oposición. De cualquier manera, antes de las elecciones las especulaciones iban y venían como esas plagas voladoras que pican y se van. El convencimiento era un rasgo de parte y parte. Una mutualidad que revelaba no solo las ansias de quedarse con un poder rancio y entreverado, sino también el traspaso de una confianza divina. Y es que no se puede hablar de optimismo, porque seguramente ambas partes sabían temblar fuera de las cámaras: lo que se jugaban era tanto la credulidad de sus votantes como la verosimilitud de sus proyectos políticos.
—En Venezuela la constitución se respeta. Aquí las instituciones son fuertes y queda demostrado que los pintados en la pared son ellos—, dice Rogelio Barreto, obrero metalúrgico y militante del PSUV, la mañana del lunes 29 de julio.
Para el oficialismo la victoria no solo era segura, sino que se encargó de manejarla como un algo que ya estaba escrito. Era algo así como la voz superior que retumba en la cabeza del penitente. Aquella que no se puede cuestionar porque es dogma. Y bailaba y cantaba y reía, en cada plaza pública, con el vigor y la fibra de su megalomanía. Mientras, para la oposición, la victoria era ese puerto al que sin duda llegaría, sin ningún tipo de riesgo porque estaba impulsada por los perseverantes vientos del repudio o, si se quiere, por la simple obra del contagio de la fe. Y para esto último siempre llevaba rosarios y vestimentas tan inmaculadas como la libertad que pregonaba.
—Esto se sabía que iba a pasar, solo que nadie quería afrontarlo. El no dejar entrar observadores internacionales, el cerrar las fronteras de un momento a otro, los impedimentos para que la gente de afuera votara, todas esas dilaciones y la discreción en toda la jornada de un gobierno que se caracteriza justamente por lo escandaloso, se ríen en la cara del mundo—, dice Helena Tovar, odontóloga de 62 años y habitante del municipio de Chacao, estado Miranda.
El teatro, así, se comió al país. Tanto al de adentro como al de afuera. Y todo se desplazó gradualmente al terreno de la deseosa imaginación. Todos proyectaban lo que pasaría si ganaba el oponente, pero nadie quiso detenerse en la posibilidad formal de la propia derrota. Como lo que hacía ruido, entre unos y otros, era perder y lo que se hace con los ruidos indeseables es callarlos, apareció el silencio y, como el buen fantasma que es, este se desbordó y justo en el momento en el que todo es más audible: a la medianoche. Por un lado, la muchedumbre vestida de blanco grita “¡fraude!” y, por el otro, teñida de rojo “¡no pasarán!”.
—Soy Nicolás Maduro Moro presidente reelecto de la República Bolivariana de Venezuela—. La oscuridad de unos es el alba de los otros. En vivo, Telesur felicita la decisión popular, a la par que CNN enfila sus reparos.
El caso es que le llegó la hora de la euforia a una de las partes, quizás a la que parecía menos fuerte o unida, y la más cuestionada, pero la que al fin y al cabo es la dueña del poder: no sucederá el tan anhelado cambio que ustedes quieren para Venezuela, acá estamos y acá nos quedamos, dijo su vocero, para que acto seguido las manos de un comité que parecía importado de los Juegos Olímpicos se deshicieran en aplausos.
—Hermano, ayer cumplía 70 años nuestro Comandante Chávez, cualquier otro día el fascismo, aunque remota, habría tenido una chance, pero ayer la tenía cuesta arriba—, dice Rafael Pérez, maestro de construcción de 48 años y habitante del barrio 23 de Enero, bastión del chavismo en Caracas.
Ahora bien, la antípoda fue paciente y permitió todo el despliegue de la pirotecnia discursiva. Una vez y ya con la atención de medio mundo encendió sus micrófonos e hizo lo mismo que su antagonista, pero no por medio de un vocero, sino con la mismísima voz de su madre protectora: esa Venezuela que ustedes promulgan no va más, acá ya no estamos, sino que para allá vamos, dijo, en español y en inglés y, para ser más precisos, en el idioma universal de la certeza.
—Tendrías que ir conmigo a cualquier barrio popular, estoy más que segura de que ni ellos mismos se creen este circo—, afirma Helena.
Bueno, el CNE (Consejo Nacional Electoral) dio por ganador “irreversible” al presidente Nicolás Maduro. Y la oposición, en seguida, se sustrajo de esa realidad virtual y levantó los brazos de Edmundo González. Sí: Venezuela pasó de tener dos candidatos presidenciales a tener dos presidentes electos, y en este punto el problema ya no son las insondables diferencias que los separan, sino algo más sencillo que la calurosa noche caraqueña empezó a encubar: dos son multitud, y toda multitud desencontrada es capaz de cualquier cosa.
—No aceptamos el chantaje de que la verdad es violencia. En los próximos días vamos a seguir anunciando las acciones para defender la verdad. El deber de las fuerzas armadas es hacer respetar la soberanía del país, y lo esperamos—, dice María Corina Machado, con la elegancia de la que no fue capaz su oponente cuando habló de “baños de sangre”.
Aún no se ven las caras, la resaca las tiene pálidas o rubicundas, pero ya sucederá. Hay que maquillarse para resistir: los de acá con lo que lograron conservar y los de allá con lo que consideran que les fue arrebatado. “Todo el mundo sabe lo que pasó hoy. Cuando digo que todo el mundo lo sabe, empiezo refiriéndome por el propio régimen. Ellos saben lo que pasó y lo que pretenden hacer”, denuncia una parte, mientras la otra asegura que “No pudieron ahora y no podrán jamás con la dignidad del pueblo de Venezuela. La patria sigue”.
—Otra vez autoproclamando presidentes y llamando a revertir el orden legal. El problema de ellos es, primero, la creatividad y, segundo, que no aprenden de sus errores—, comenta Rogelio.
La mezcla de las frustraciones nacionales ha forjado una auténtica ficción, que a su vez es derivada de una realidad fehaciente: una sola Venezuela son muchas, pero no tantas como para superarse a sí misma. En este país, ahora, más que nunca, todo lo pensable está expuesto, pero nadie sabe los costos de ejecución. La tensión es una fórmula que envilece los ánimos, la sospecha una frecuencia que ruge sin evidencias concretas y la poca transparencia el destino, ni siquiera de una decrepitud institucional, sino de la extravagancia que implica toda ínfula de control total.
—Tengo familia en Colombia y Perú. Amigos en Chile y Argentina. Y una exnovia en México. Para algún lado arranco, pero lo que es quedarse después de ayer ya no es una opción—, dice Mónica Rendón, de 25 años y estudiante de letras de la UCV (Universidad Central de Venezuela).
A lo sumo es el desconcierto. La tragedia venezolana consiste en que todas las vías parecen estar atrancadas. La comunidad internacional agotó cada cerilla: sanciones económicas, cercos políticos, movimientos sociales, estrategias diplomáticas, negociaciones, amenazas, contextos que lo único que hicieron fue robustecer el hermetismo del gobierno, y obligarlo a actuar hacia adentro con la contención propia del populismo. La duda es la democracia, y Nicolás Maduro, siendo un experto en enfriamiento, ya empezó a empujarla al fondo del refrigerador, a ese lugar en el que están las cosas que cada tanto aparecen vencidas. La duda no puede ser la herramienta de acción de la oposición, so pena de congelamiento, una experiencia que ya conocen muy bien.
—Mi única aspiración en la vida siempre fue ser soldado de Hugo Chávez. Lo dije antes, iba a haber paz y ahora la hay—, dice el presidente electo.
Lo más estruendoso, en definitiva, es el inconmensurable aporte que estas elecciones presidenciales le dejan a la literatura política latinoamericana. Un entrevero digno del hilarante protagonista de El otoño del patriarca cuando manifiesta que “Esta vida puñetera siempre camina para un solo lado” y, muchas páginas después, en esa misma eterna conversación consigo mismo, asegura que “Vivir en la casa presidencial es como estar a toda hora con la luz prendida”. “Mosca” como dicen en Venezuela para referirse a un estado de alerta. “Mosca” están todos, porque, como reza la otra biblia sobre el poder, la de El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias: “Qué patria ni qué india envuelta! ¿Las leyes? ¡Buenas son tortas! (…) En esta vida, viejo, el todo es decidirse”. Y Venezuela, por decreto divino, parece estar inhabilitada para hacerlo.
—Aquí se han violado todas las normas. Nuestra lucha continúa y no descansaremos hasta que la voluntad del pueblo de Venezuela sea respetada—, dice el otro presidente electo, apenas su mentora le permite hablar.
En fin, que a los dos ganadores no se les olvide que toda dicha siempre dura lo que dura un aguacero con sol y, al que se lleve las de perdedor, así sea por simple nominalidad, que tenga muy claro el trabalenguas aquel: “¡Alumbra, lumbre de alumbre, ¡Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!”.
Martes 30 de julio
Caracas respira bajo una caliginosa forma de enajenación colectiva. La ciudad ha cambiado su característico olor aromático y fresco por un insoportable hedor a caucho quemado. El humo negro se filtra por urbanizaciones, barrios residenciales, autopistas y zonas industriales. Los más están encerrados, quizás con todos los candados doblemente asegurados, pero los menos, que no son pocos, están haciendo frente en las calles contra lo que consideran un fraude.
La ciudad, que en completa normalidad se bate entre mil colores, después de las elecciones del 28 de julio se ha convertido en un oscuro campo de batalla. Por un lado, los de verde, los armados, los llamados a defender el orden nacional y, por el otro, los de blanco, los que no tienen más armaduras que su voz y, con suerte, alguna bandera venezolana que está a punto de ser agujereada por un perdigón.
No hay transporte, no hay comercio, no hay esparcimiento. No hay nada y mucho menos lo que tanto el oficialismo como la oposición prometieron: paz. La gente corre de un lado para otro, como hormigas hostigadas por un hocico depredador. Y es que la relación es la misma. Los enormes vehículos tácticos, militares y antimotines avanzan en contra de las escurridizas humanidades con las que se topan. Suenan sirenas, pitos, cornetas y cacerolas. Cada tanto los gritos y las arengas de las multitudes son silenciados por detonaciones sin rastro.
Algunas iglesias y centros comunales funcionan como refugios para manifestantes que llegan sucios y entrapados, con los ojos rojos y la respiración herida. El agua podrida y los gases lacrimógenos que lanza la Guardia Nacional Bolivariana en contra de su pueblo son la respuesta a la masiva solicitud de justicia. Las veredas, rotas, nutren las manos y los bolsillos del único material de ataque que tiene disponible la población civil. Señales de tránsito son usadas como escudos y las barricadas que no arden representan un espacio, aunque débil, de protección y atención a lesionados.
Las viejas pintadas del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) y las imágenes de Hugo Chávez y el Che Guevara permanecen, inmutables, en muchas paredes, mientras Nicolás Maduro se asoma, sonriente, en vallas y carteles, amarillos, rojos, azules, que invitan a votarlo por “más cambios y transformaciones”. El centro se desdobla con excesiva vanidad castrense y los pocos transeúntes que lo habitan circulan silenciosos, como fantasmas, aligerando el paso con la desconfianza propia de la vulnerabilidad. Los militares son los dueños y señores de la ciudad.
La desazón y el nerviosismo son el sello de esta primera jornada. El miedo se mueve, demencial, con la misma velocidad y efecto con la que lo hace una pipa entre adictos, mientras, sobre manifestantes y represores, se proyecta la larga sombra de una implacable realidad que empieza a hacer de la supervivencia su único objetivo. ¡Viva Chávez! ¡Viva la Revolución! ¡Viva Maduro! Grita un señor desde la puerta de un local. Dos personas le responden con las piedras que llevaban en sus manos.
Mientras tanto, en la Asamblea Nacional, el diputado y presidente del congreso Jorge Rodríguez pide la detención inmediata de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, a los cuales señala de directos responsables del caos que empieza a vivir el país. Sus palabras son elocuentes: “con el fascismo no se pueden tener contemplaciones, no se dialoga, no se le dan beneficios procesales. Al fascismo no se le perdona. Todo ese supuesto comando no era un comando de campaña, era un comando de acción violenta para intentar sembrar una guerra civil en Venezuela. Eso fue lo que intentaron ayer”. El séquito político lo aplaude.
Al otro lado de la ciudad, los recién inculpados se bajaban del camión que los paseó por entre sus miles de seguidores. El mensaje era claro: no ceder ante las provocaciones y seguir adelante con las movilizaciones de forma pacífica. Por su parte, Nicolás Maduro, salió al balcón del palacio de Miraflores a saludar a sus también miles de partidarios con una perorata que resaltó la soberanía de Venezuela y, además de revalidar su victoria, terminar de incriminar a sus oponentes.
Ambas partes saben y se nutren discursiva y políticamente de lo que está pasando, pero los combates los libra el pueblo. Unos denuncian un golpe de estado y los otros un fraude electoral. La tensión sigue in crescendo y las resoluciones parecen ser materia de la ciencia ficción. A estas alturas y con la gestión de violencia que se posa sobre el país, dos Venezuelas sobre el mismo ring no solo son muchas, sino las necesarias para acabar con el poquito de legitimidad que le queda a la institucionalidad nacional.
Nota: Al cierre de esta crónica se confirma que hay más de 750 personas detenidas y judicializadas por resistencia a la autoridad y terrorismo, entre otras causas, nueve muertos entre civiles y agentes de fuerza pública y varias decenas de heridos en todo el país.
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