Venezuela cambió y el chavismo se resiste a aceptarlo
El oficialismo recurre a las maniobras de 2018 y 2019 para permanecer en el poder, apostando por el desgaste y la desilusión de la oposición, así como la desidia de la comunidad internacional. Pero la situación no es la misma.
Ronal F. Rodríguez / @ronalfrodriguez
El régimen de Nicolás Maduro se decanta por la estrategia del autoaislamiento internacional y el aumento de la represión interna ante la incapacidad de sostener el fraude electoral. El chavismo recurre a las maniobras de 2018 y 2019 para permanecer en el poder, apostándoles al desgaste y la desilusión de la oposición y a la desidia de la comunidad internacional. Pero la situación no es la misma.
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El régimen de Nicolás Maduro se decanta por la estrategia del autoaislamiento internacional y el aumento de la represión interna ante la incapacidad de sostener el fraude electoral. El chavismo recurre a las maniobras de 2018 y 2019 para permanecer en el poder, apostándoles al desgaste y la desilusión de la oposición y a la desidia de la comunidad internacional. Pero la situación no es la misma.
Un gobierno electo y no un gobierno de transición
Nicolás Maduro ha tratado de equiparar las figuras del presidente electo, Edmundo González Urrutia, con la de Juan Guaidó, esforzándose por presentar los dos procesos como similares. Pero no es lo mismo, la estrategia del gobierno de transición ante el vacío de poder producido por la ilegitimidad de las elecciones presidenciales de 2018 difiere del proceso electoral que ganó la oposición el pasado 28 de julio, logrando derrotar al oficialismo a pesar de las condiciones adversas.
Mientras el proceso de Guaidó era el resultado de una interpretación constitucional, compartida por las democracias occidentales, tratando de contener la consolidación de un régimen dictatorial que se materializaba de la mano de la Asamblea Nacional Constituyente de Maduro, el proceso de la oposición en el caso de González Urrutia es diferente: su legitimidad no es el producto de una interpretación legal, sino la expresión contundente del pueblo venezolano en las urnas.
Por más que el chavismo presente a Edmundo González Urrutia como una especie de “Guaidó 2.0″, la diferencia es que el presidente electo tiene su legitimidad en el contundente respaldo electoral evidenciado en las actas a las que se puede acceder en la página dispuesta por la oposición para corroborar los resultados de las elecciones, como lo han hecho el Centro Carter, el Panel de Expertos de la Organización de las Naciones Unidas, los diferentes gobiernos y ciudadanos de todo el mundo.
El poder de la diáspora venezolana
A pesar de que el chavismo trató de limitar la participación política de la diáspora venezolana impidiendo su expresión electoral, el mensaje de los migrantes sobre lo que está pasando en Venezuela es un murmullo ensordecedor que retumba en todas las sociedades de acogida. En Colombia, Perú, Estados Unidos y todos los países en los que hace presencia la diáspora venezolana la narrativa del régimen de Maduro resulta inocua. La participación política es mucho más que emitir un voto, va más allá de las movilizaciones, las marchas y las concentraciones en plazas o calles del mundo, es el lobby político, la presencia en medios de comunicación, se expresa en compartir el relato de la crisis venezolana que se difunde uno a uno.
A diferencia de 2018 y 2019, cuando la diáspora rondaba los 3,4 millones de migrantes venezolanos, hoy se ha más que duplicado pasando los 7,7 millones. Más allá de lo que significa en términos humanitarios que un país pierda más del 27 % de su población, las consecuencias políticas de ello se evidencian en los medios de comunicación que cubren la crisis democrática venezolana más que la nicaragüense, la cubana o la salvadoreña. El tema venezolano es parte de las agendas políticas internas no solo de Colombia o de los principales receptores de la migración, sino que está presente en los foros y espacios multilaterales de forma más contundente que otras emergencias humanitarias. La diáspora venezolana es una caja de resonancia donde hace eco la deriva autoritaria de la Revolución Bolivariana.
Ya no son suficientes las mentiras
El régimen de Maduro está explorando más y nuevas formas de represión. Las detenciones arbitrarias, la cancelación de pasaportes, las limitaciones para el uso de redes sociales y el uso de los aparatos de seguridad legales e ilegales evidencian que las narrativas ya no son suficientes. El empleo de la amenaza de fuerza o el uso de la fuerza por parte del chavismo hacen que hoy cualquier simpatía o incluso silencio frente a la Revolución Bolivariana se interprete como complicidad con la dictadura y la violación de los derechos humanos.
El oficialismo que siempre contó con la indulgencia de la izquierda democrática latinoamericana y europea hoy es relegado. Los que antes admiraban y emulaban el proyecto de Hugo Chávez, hoy toman distancia y, por más que insisten en que Maduro se distanció de los objetivos de su padre político, los saldos que deja la Revolución Bolivariana en Venezuela son contundentes.
El chavismo usó los certámenes electorales para erosionar la democracia, instrumentalizó la participación electoral para legitimar el cambio del país en dirección al autoritarismo. El caso venezolano es una lección para el mundo, para la democracia se requiere la independencia de poderes, un equilibrio de pesos y contrapesos, medios de comunicación robustos e independientes y una ciudadanía preocupada, informada, crítica y activa que se expresa en las urnas como lo hicieron los venezolanos el pasado 28 de julio.
* Vocero e investigador del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario y coordinador del Radar Colombia Venezuela en alianza con la Fundación Konrad Adenauer.
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