Es tiempo de recordar el genocidio de Stalin contra Ucrania
A propósito de la crisis Rusia-Ucrania, fragmento de “Hambruna roja”, la investigación de la historiadora y periodista Anne Applebaum sobre una guerra que cobró la vida de al menos cinco millones de personas entre 1931 y 1934 en la antigua URSS, de los cuales cuatro eran ucranianos.
Anne Applebaum * / Especial para El Espectador
Las señales de advertencia eran abundantes. A principios de la primavera de 1932, los campesinos de Ucrania comenzaron a pasar hambre. Informes de la policía secreta y cartas escritas desde regiones productoras de cereal de toda la Unión Soviética —el Cáucaso septentrional, la región del Volga, Siberia occidental— mencionaban a niños con el estómago hinchado por el hambre, familias que comían hierba y bellotas o campesinos que abandonaban sus hogares en busca de comida. En marzo, una comisión médica encontró cadáveres en las calles de una aldea situada cerca de Odesa. Nadie tenía la fuerza suficiente para enterrarlos. En otra aldea, las autoridades locales trataban de ocultarles la mortandad a los forasteros. Negaban lo que estaba ocurriendo, aunque estuviese sucediendo ante los ojos de los propios visitantes. (Contexto: La charla entre los presidentes de Estados Unidos y Ucrania sobre la posible invación rusa).
Algunos escribieron directamente al Kremlin para pedir una explicación.
Honorable camarada Stalin, ¿hay alguna ley del Gobierno soviético que establezca que los aldeanos deban pasar hambre? Porque nosotros, los trabajadores de las granjas colectivas, no hemos tenido una rebanada de pan en nuestra granja desde el 1 de enero [...]. Aún faltan cuatro meses para la cosecha. ¿Cómo vamos a construir la economía del pueblo socialista si estamos condenados a morir de hambre? ¿Para qué caímos en el frente de batalla? ¿Para pasar hambre? ¿Para ver a nuestros hijos sufrir y morir de inanición? (Más: La diplomacia, aunque frágil, continúa por las tensiones en Ucrania, ¿qué viene?).
A otros les resultaba imposible creer que el Estado soviético pudiese ser el responsable.
Todos los días, entre diez y veinte familias mueren de hambre en las aldeas, los niños se escapan y las estaciones de tren están abarrotadas de aldeanos que huyen. En el campo no quedan caballos ni ganado [...]. La burguesía ha provocado aquí una auténtica hambruna, parte del plan capitalista para poner a toda la clase campesina en contra del Gobierno soviético.
Pero la hambruna no la había urdido la burguesía. La desastrosa decisión de la Unión Soviética de obligar a los campesinos a abandonar sus tierras para unirse a las granjas colectivas, el desalojo de los kulaks (los campesinos más ricos) de sus hogares y el caos consiguiente constituyeron políticas, en última instancia responsabilidad de Iósif Stalin, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que dejaron a las zonas rurales al borde de la inanición. Durante la primavera y el verano de 1932, muchos colaboradores de Stalin le enviaron mensajes urgentes desde toda la URSS en los que describían la crisis. Los líderes del Partido Comunista de Ucrania estaban especialmente desesperados, y fueron varios los que le escribieron largas cartas para suplicarle ayuda.
A finales del verano de 1932, muchos de ellos creían que aún se podía evitar una tragedia de mayores proporciones. El régimen podría haber pedido ayuda internacional, como había hecho en la anterior hambruna de 1921. Podría haber interrumpido la exportación de cereal o haber puesto fin a su estricta confiscación. Podría haber ofrecido ayuda a los campesinos de las regiones más afectadas por el hambre (y hasta cierto punto lo hizo, aunque no en la medida suficiente).
Al contrario, en el otoño de 1932 el Politburó, la élite gobernante del PCUS, tomó una serie de decisiones que extendieron e intensificaron la hambruna en las zonas rurales de Ucrania y que, al mismo tiempo, impidieron que los campesinos abandonasen la república en busca de alimentos. En el punto álgido de la crisis, grupos organizados de policías y activistas del partido, motivados por el hambre, el miedo y una década de retórica conspirativa e incitadora del odio, entraban en los hogares de los campesinos y se apropiaban de todo lo que fuera comestible: patatas, remolachas, calabazas, judías, guisantes, todo lo que estuviera en el horno y en la despensa, animales de granja y mascotas.
El resultado fue catastrófico; al menos cinco millones de personas murieron de hambre entre 1931 y 1934 en toda la Unión Soviética. Entre ellas había más de 3,9 millones de ucranianos. Conscientes de la gravedad de la hambruna de 1932 y 1933, las publicaciones de los exiliados, tanto entonces como en tiempos posteriores, la describieron como Holodomor, un término derivado de las palabras ucranianas hólod («hambre») y mor («exterminio»).
Sin embargo, la hambruna no era más que la mitad de la historia. Mientras los campesinos morían de hambre en las zonas rurales, la policía secreta soviética arremetió contra la élite intelectual y política ucraniana. A medida que la hambruna se extendía, se lanzó una campaña de difamación y represión contra intelectuales, catedráticos, directores de museos, escritores, artistas, sacerdotes, teólogos, funcionarios y burócratas ucranianos. Cualquier persona relacionada con la efímera República Popular Ucraniana (que existió durante unos pocos meses a partir de junio de 1917), cualquier persona que hubiese fomentado el idioma o la historia de Ucrania, cualquier persona con una carrera literaria o artística propia, podía ser vilipendiada en público, encarcelada, enviada a un campo de trabajos forzados o ejecutada. Incapaz de soportar lo que estaba sucediendo, Mikola Skrípnik, uno de los dirigentes más conocidos del Partido Comunista de Ucrania, se suicidó en 1933. No fue el único.
La combinación de estas dos políticas —el Holodomor en el invierno y la primavera de 1933, y la represión de la clase intelectual y política ucranianas en los meses posteriores— dio lugar a la sovietización de Ucrania, la destrucción de su idea nacional y la castración de cualquier intento ucraniano de desafiar la unidad soviética. Raphael Lemkin, el jurista judeopolaco que acuñó el término «genocidio», identificó la Ucrania de aquella época como el «ejemplo clásico» del concepto. «Es un caso de genocidio; de destrucción no solo de individuos, sino también de una cultura y de una nación.» Desde que Lemkin ideara el término, «genocidio» ha pasado a usarse de una forma más limitada y jurídica. También se ha convertido en un referente polémico, un concepto empleado tanto por los rusos como por los ucranianos, así como por diferentes grupos dentro de Ucrania, para crear discusiones políticas. Por esa razón se ha dedicado una parte del epílogo del libro a analizar si el Holodomor fue realmente un genocidio, así como los vínculos de Lemkin con Ucrania y la influencia que pudo ejercer en ella.
El tema central que nos ocupa es más concreto: ¿qué ocurrió en realidad en Ucrania entre los años 1917 y 1934? En particular, ¿qué ocurrió durante el otoño, el invierno y la primavera de 1932 y 1933? ¿Qué sucesión de acontecimientos y qué mentalidad llevaron a la hambruna? ¿Quién fue el responsable? ¿Qué lugar ocupa este episodio terrible en la historia general de Ucrania y en la del movimiento nacional ucraniano?
Y lo que es igual de importante: ¿qué sucedió después? La sovietización de Ucrania no comenzó con la hambruna ni acabó con ella. Los arrestos de intelectuales y líderes ucranianos continuaron en la década de 1930. Durante más de medio siglo, los sucesivos dirigentes soviéticos siguieron rebatiendo con dureza cualquier expresión de nacionalismo ucraniano, ya fuesen los levantamientos de la posguerra o la disidencia de la década de 1980. En aquellos años la sovietización solía adoptar la forma de la rusificación; se menospreciaba el idioma ucraniano y en los colegios no se enseñaba la historia del territorio.
Ante todo, no se enseñaba la historia de la hambruna de 1932 y 1933. Al contrario, entre 1933 y 1991 la URSS simplemente se negó a reconocer que hubiese tenido lugar hambruna alguna. El Estado soviético destruyó archivos locales, se aseguró de que los certificados de defunción no aludiesen a la inanición e incluso alteró los datos censales disponibles para ocultar lo sucedido. Mientras existiese la URSS resultaría imposible escribir una historia documentada sobre la hambruna y la represión que la acompañó.
Pero en 1991 el mayor temor de Stalin se hizo realidad. Ucrania declaró la independencia. La Unión Soviética llegó a su fin, en parte como resultado de la decisión de Ucrania de abandonarla. Por primera vez en la historia nació una Ucrania independiente, junto con una nueva generación de historiadores, archiveros, periodistas y editores ucranianos. Gracias a sus esfuerzos, ahora se puede contar la historia completa de la hambruna de 1932 y 1933.
Este libro comienza en 1917, con la revolución ucraniana y el movimiento nacional ucraniano que fue destruido en 1932 y 1933, y llega hasta nuestros días, con un análisis de la política en torno a la memoria existente hoy en día en Ucrania. Se centra en la hambruna ucraniana, que, a pesar de ser parte de una hambruna soviética más general, tuvo causas y características únicas. El historiador Andrea Graziosi ha señalado que nadie confunde la historia general de las «atrocidades nazis» con la historia concreta de la persecución a la que Hitler sometió a los judíos o los gitanos. Siguiendo la misma lógica, esta obra aborda las hambrunas de toda la Unión Soviética entre 1930 y 1934 —que también dieron lugar a altas tasas de mortalidad, especialmente en Kazajistán y en provincias específicas de Rusia—, pero se centra más en la tragedia específica de Ucrania.
El libro también refleja el resultado de un cuarto de siglo de estudios académicos en torno a Ucrania. A principios de la década de 1980, Robert Conquest recopiló todo lo que entonces había a disposición del público sobre la hambruna, y la obra que publicó en 1986, The Harvest of Sorrow, sigue siendo una referencia básica a la hora de escribir sobre la Unión Soviética. Sin embargo, en las tres décadas transcurridas entre la disolución de la URSS y el surgimiento de una Ucrania independiente, ha habido varias iniciativas nacionales de amplio alcance en el campo de la historia oral y las memorias, que han sacado a la luz miles de nuevos testimonios de todo el país.
Durante esa etapa, los archivos de Kiev, a diferencia de los de Moscú, se han vuelto accesibles y fáciles de consultar; el porcentaje de material no confidencial de Ucrania es uno de los más altos de Europa. Los fondos proporcionados por su Gobierno han animado a los especialistas a publicar recopilaciones de documentos que han hecho que la investigación avance aún más.
Estudiosos consolidados de la hambruna y del periodo estalinista en Ucrania —entre ellos Olga Bertelsen, Hennadi Bóriak, Vasil Danilenko, Liudmila Hrinévich, Roman Krútsik, Stanislav Kulchitski, Yuri Mítsik, Vasil Márochko, Heorhi Papakin, Ruslán Pirih, Yuri Shapoval, Volodímir Serhíchuk, Valeri Vasíliev, Olexandra Veselova y Hennadi Yefímenko— han escrito numerosos libros y monografías, entre ellos recopilaciones de documentos ya publicados, así como de historia oral. Oleh Wolowyna y un equipo de demógrafos —Olexánder Hladún, Natalia Levchuk, Omelián Rudnitski— han comenzado por fin con la difícil tarea de establecer el número de víctimas. El Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard ha trabajado con muchos de estos especialistas a fin de publicar y divulgar su obra.
El Consorcio para la Investigación y Formación sobre el Holodomor de Toronto, dirigido por Marta Baziuk, y la organización ucraniana a la que está asociada, dirigida por Liudmila Hrinévich, siguen financiando nuevas becas. Los especialistas más jóvenes también están abriendo nuevas líneas de investigación. Son destacables la de Daria Mattingly sobre la motivación y la procedencia de quienes confiscaban comida a los campesinos hambrientos y el trabajo de Tetiana Bóriak sobre la historia oral; ambas han contribuido también a este libro con sus valiosas investigaciones. Los especialistas occidentales han hecho a su vez nuevas contribuciones.
El trabajo archivístico de Lynne Viola sobre la colectivización y la consecuente rebelión de los campesinos ha alterado la percepción sobre la década de 1930. Terry Martin fue el primero en desvelar la cronología de las decisiones que Stalin tomó en el otoño de 1932, y Timothy Snyder y Andrea Graziosi fueron dos de los primeros investigadores en reconocer su importancia. Serhii Plokhii y su equipo de Harvard han realizado un esfuerzo único para cartografiar la hambruna y así comprender mejor el modo en que se desarrolló. A todos ellos les agradezco su erudición y en algunos casos su amistad, que tanto han aportado a este proyecto.
Si este libro hubiera sido escrito en otra época, esta introducción tan breve a un tema tan complejo podría acabar aquí. Pero, como la hambruna aniquiló el movimiento nacional ucraniano, dicho movimiento resurgió en 1991 y los dirigentes de la Rusia actual aún desafían la legitimidad del Estado ucraniano, debo señalar que ya en 2010 debatí por primera vez sobre la necesidad de una nueva historia de la hambruna con compañeros del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard. Víktor Yanukóvich acababa de ser elegido presidente de Ucrania, con el respaldo y el apoyo de Rusia. Entonces Ucrania atraía muy poca atención política del resto de Europa y apenas recibía cobertura mediática. En aquel momento no había razones para pensar que un nuevo análisis de lo acontecido en 1932 y 1933 sería interpretado en clave política.
La Revolución Euromaidán de 2014, la decisión de Yanukóvich de abrir fuego contra los manifestantes y luego huir del país, la invasión y anexión de Crimea por parte de Rusia, la invasión rusa del este de Ucrania y la consiguiente campaña de propaganda de Moscú, pusieron inesperadamente a Ucrania en el centro de la política internacional a la vez que yo trabajaba en este libro. De hecho, mi investigación sobre Ucrania se vio retrasada por los acontecimientos en aquel país, tanto porque estaba escribiendo acerca de ellos como porque lo que estaba sucediendo dejó muy conmocionados a mis colegas ucranianos.
Con todo, a pesar de que los hechos de aquel año pusieron a Ucrania en el punto de mira de la política mundial, este libro no ha sido escrito como respuesta a ellos. Tampoco es un debate a favor o en contra de ningún político o partido ucraniano ni una reacción a lo que está sucediendo hoy en día en Ucrania. Por el contrario, es un intento de contar la historia de la hambruna empleando nuevos documentos, nuevos testimonios y nuevas investigaciones; de unir la labor de los brillantes especialistas mencionados anteriormente.
Esto no quiere decir que la revolución ucraniana, los primeros años de la Ucrania soviética, la represión en masa de la élite ucraniana y el Holodomor no estén relacionados con los acontecimientos actuales, sino más bien lo contrario; todo ello es el trasfondo decisivo que sustenta y explica los sucesos de hoy en día. La hambruna y su legado tienen un papel muy importante en los debates actuales entre Rusia y Ucrania sobre su identidad, su relación y la experiencia soviética que comparten. Pero, antes de describir esas disputas o valorar su relevancia, es importante comprender primero lo que sucedió en realidad.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.
Las señales de advertencia eran abundantes. A principios de la primavera de 1932, los campesinos de Ucrania comenzaron a pasar hambre. Informes de la policía secreta y cartas escritas desde regiones productoras de cereal de toda la Unión Soviética —el Cáucaso septentrional, la región del Volga, Siberia occidental— mencionaban a niños con el estómago hinchado por el hambre, familias que comían hierba y bellotas o campesinos que abandonaban sus hogares en busca de comida. En marzo, una comisión médica encontró cadáveres en las calles de una aldea situada cerca de Odesa. Nadie tenía la fuerza suficiente para enterrarlos. En otra aldea, las autoridades locales trataban de ocultarles la mortandad a los forasteros. Negaban lo que estaba ocurriendo, aunque estuviese sucediendo ante los ojos de los propios visitantes. (Contexto: La charla entre los presidentes de Estados Unidos y Ucrania sobre la posible invación rusa).
Algunos escribieron directamente al Kremlin para pedir una explicación.
Honorable camarada Stalin, ¿hay alguna ley del Gobierno soviético que establezca que los aldeanos deban pasar hambre? Porque nosotros, los trabajadores de las granjas colectivas, no hemos tenido una rebanada de pan en nuestra granja desde el 1 de enero [...]. Aún faltan cuatro meses para la cosecha. ¿Cómo vamos a construir la economía del pueblo socialista si estamos condenados a morir de hambre? ¿Para qué caímos en el frente de batalla? ¿Para pasar hambre? ¿Para ver a nuestros hijos sufrir y morir de inanición? (Más: La diplomacia, aunque frágil, continúa por las tensiones en Ucrania, ¿qué viene?).
A otros les resultaba imposible creer que el Estado soviético pudiese ser el responsable.
Todos los días, entre diez y veinte familias mueren de hambre en las aldeas, los niños se escapan y las estaciones de tren están abarrotadas de aldeanos que huyen. En el campo no quedan caballos ni ganado [...]. La burguesía ha provocado aquí una auténtica hambruna, parte del plan capitalista para poner a toda la clase campesina en contra del Gobierno soviético.
Pero la hambruna no la había urdido la burguesía. La desastrosa decisión de la Unión Soviética de obligar a los campesinos a abandonar sus tierras para unirse a las granjas colectivas, el desalojo de los kulaks (los campesinos más ricos) de sus hogares y el caos consiguiente constituyeron políticas, en última instancia responsabilidad de Iósif Stalin, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que dejaron a las zonas rurales al borde de la inanición. Durante la primavera y el verano de 1932, muchos colaboradores de Stalin le enviaron mensajes urgentes desde toda la URSS en los que describían la crisis. Los líderes del Partido Comunista de Ucrania estaban especialmente desesperados, y fueron varios los que le escribieron largas cartas para suplicarle ayuda.
A finales del verano de 1932, muchos de ellos creían que aún se podía evitar una tragedia de mayores proporciones. El régimen podría haber pedido ayuda internacional, como había hecho en la anterior hambruna de 1921. Podría haber interrumpido la exportación de cereal o haber puesto fin a su estricta confiscación. Podría haber ofrecido ayuda a los campesinos de las regiones más afectadas por el hambre (y hasta cierto punto lo hizo, aunque no en la medida suficiente).
Al contrario, en el otoño de 1932 el Politburó, la élite gobernante del PCUS, tomó una serie de decisiones que extendieron e intensificaron la hambruna en las zonas rurales de Ucrania y que, al mismo tiempo, impidieron que los campesinos abandonasen la república en busca de alimentos. En el punto álgido de la crisis, grupos organizados de policías y activistas del partido, motivados por el hambre, el miedo y una década de retórica conspirativa e incitadora del odio, entraban en los hogares de los campesinos y se apropiaban de todo lo que fuera comestible: patatas, remolachas, calabazas, judías, guisantes, todo lo que estuviera en el horno y en la despensa, animales de granja y mascotas.
El resultado fue catastrófico; al menos cinco millones de personas murieron de hambre entre 1931 y 1934 en toda la Unión Soviética. Entre ellas había más de 3,9 millones de ucranianos. Conscientes de la gravedad de la hambruna de 1932 y 1933, las publicaciones de los exiliados, tanto entonces como en tiempos posteriores, la describieron como Holodomor, un término derivado de las palabras ucranianas hólod («hambre») y mor («exterminio»).
Sin embargo, la hambruna no era más que la mitad de la historia. Mientras los campesinos morían de hambre en las zonas rurales, la policía secreta soviética arremetió contra la élite intelectual y política ucraniana. A medida que la hambruna se extendía, se lanzó una campaña de difamación y represión contra intelectuales, catedráticos, directores de museos, escritores, artistas, sacerdotes, teólogos, funcionarios y burócratas ucranianos. Cualquier persona relacionada con la efímera República Popular Ucraniana (que existió durante unos pocos meses a partir de junio de 1917), cualquier persona que hubiese fomentado el idioma o la historia de Ucrania, cualquier persona con una carrera literaria o artística propia, podía ser vilipendiada en público, encarcelada, enviada a un campo de trabajos forzados o ejecutada. Incapaz de soportar lo que estaba sucediendo, Mikola Skrípnik, uno de los dirigentes más conocidos del Partido Comunista de Ucrania, se suicidó en 1933. No fue el único.
La combinación de estas dos políticas —el Holodomor en el invierno y la primavera de 1933, y la represión de la clase intelectual y política ucranianas en los meses posteriores— dio lugar a la sovietización de Ucrania, la destrucción de su idea nacional y la castración de cualquier intento ucraniano de desafiar la unidad soviética. Raphael Lemkin, el jurista judeopolaco que acuñó el término «genocidio», identificó la Ucrania de aquella época como el «ejemplo clásico» del concepto. «Es un caso de genocidio; de destrucción no solo de individuos, sino también de una cultura y de una nación.» Desde que Lemkin ideara el término, «genocidio» ha pasado a usarse de una forma más limitada y jurídica. También se ha convertido en un referente polémico, un concepto empleado tanto por los rusos como por los ucranianos, así como por diferentes grupos dentro de Ucrania, para crear discusiones políticas. Por esa razón se ha dedicado una parte del epílogo del libro a analizar si el Holodomor fue realmente un genocidio, así como los vínculos de Lemkin con Ucrania y la influencia que pudo ejercer en ella.
El tema central que nos ocupa es más concreto: ¿qué ocurrió en realidad en Ucrania entre los años 1917 y 1934? En particular, ¿qué ocurrió durante el otoño, el invierno y la primavera de 1932 y 1933? ¿Qué sucesión de acontecimientos y qué mentalidad llevaron a la hambruna? ¿Quién fue el responsable? ¿Qué lugar ocupa este episodio terrible en la historia general de Ucrania y en la del movimiento nacional ucraniano?
Y lo que es igual de importante: ¿qué sucedió después? La sovietización de Ucrania no comenzó con la hambruna ni acabó con ella. Los arrestos de intelectuales y líderes ucranianos continuaron en la década de 1930. Durante más de medio siglo, los sucesivos dirigentes soviéticos siguieron rebatiendo con dureza cualquier expresión de nacionalismo ucraniano, ya fuesen los levantamientos de la posguerra o la disidencia de la década de 1980. En aquellos años la sovietización solía adoptar la forma de la rusificación; se menospreciaba el idioma ucraniano y en los colegios no se enseñaba la historia del territorio.
Ante todo, no se enseñaba la historia de la hambruna de 1932 y 1933. Al contrario, entre 1933 y 1991 la URSS simplemente se negó a reconocer que hubiese tenido lugar hambruna alguna. El Estado soviético destruyó archivos locales, se aseguró de que los certificados de defunción no aludiesen a la inanición e incluso alteró los datos censales disponibles para ocultar lo sucedido. Mientras existiese la URSS resultaría imposible escribir una historia documentada sobre la hambruna y la represión que la acompañó.
Pero en 1991 el mayor temor de Stalin se hizo realidad. Ucrania declaró la independencia. La Unión Soviética llegó a su fin, en parte como resultado de la decisión de Ucrania de abandonarla. Por primera vez en la historia nació una Ucrania independiente, junto con una nueva generación de historiadores, archiveros, periodistas y editores ucranianos. Gracias a sus esfuerzos, ahora se puede contar la historia completa de la hambruna de 1932 y 1933.
Este libro comienza en 1917, con la revolución ucraniana y el movimiento nacional ucraniano que fue destruido en 1932 y 1933, y llega hasta nuestros días, con un análisis de la política en torno a la memoria existente hoy en día en Ucrania. Se centra en la hambruna ucraniana, que, a pesar de ser parte de una hambruna soviética más general, tuvo causas y características únicas. El historiador Andrea Graziosi ha señalado que nadie confunde la historia general de las «atrocidades nazis» con la historia concreta de la persecución a la que Hitler sometió a los judíos o los gitanos. Siguiendo la misma lógica, esta obra aborda las hambrunas de toda la Unión Soviética entre 1930 y 1934 —que también dieron lugar a altas tasas de mortalidad, especialmente en Kazajistán y en provincias específicas de Rusia—, pero se centra más en la tragedia específica de Ucrania.
El libro también refleja el resultado de un cuarto de siglo de estudios académicos en torno a Ucrania. A principios de la década de 1980, Robert Conquest recopiló todo lo que entonces había a disposición del público sobre la hambruna, y la obra que publicó en 1986, The Harvest of Sorrow, sigue siendo una referencia básica a la hora de escribir sobre la Unión Soviética. Sin embargo, en las tres décadas transcurridas entre la disolución de la URSS y el surgimiento de una Ucrania independiente, ha habido varias iniciativas nacionales de amplio alcance en el campo de la historia oral y las memorias, que han sacado a la luz miles de nuevos testimonios de todo el país.
Durante esa etapa, los archivos de Kiev, a diferencia de los de Moscú, se han vuelto accesibles y fáciles de consultar; el porcentaje de material no confidencial de Ucrania es uno de los más altos de Europa. Los fondos proporcionados por su Gobierno han animado a los especialistas a publicar recopilaciones de documentos que han hecho que la investigación avance aún más.
Estudiosos consolidados de la hambruna y del periodo estalinista en Ucrania —entre ellos Olga Bertelsen, Hennadi Bóriak, Vasil Danilenko, Liudmila Hrinévich, Roman Krútsik, Stanislav Kulchitski, Yuri Mítsik, Vasil Márochko, Heorhi Papakin, Ruslán Pirih, Yuri Shapoval, Volodímir Serhíchuk, Valeri Vasíliev, Olexandra Veselova y Hennadi Yefímenko— han escrito numerosos libros y monografías, entre ellos recopilaciones de documentos ya publicados, así como de historia oral. Oleh Wolowyna y un equipo de demógrafos —Olexánder Hladún, Natalia Levchuk, Omelián Rudnitski— han comenzado por fin con la difícil tarea de establecer el número de víctimas. El Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard ha trabajado con muchos de estos especialistas a fin de publicar y divulgar su obra.
El Consorcio para la Investigación y Formación sobre el Holodomor de Toronto, dirigido por Marta Baziuk, y la organización ucraniana a la que está asociada, dirigida por Liudmila Hrinévich, siguen financiando nuevas becas. Los especialistas más jóvenes también están abriendo nuevas líneas de investigación. Son destacables la de Daria Mattingly sobre la motivación y la procedencia de quienes confiscaban comida a los campesinos hambrientos y el trabajo de Tetiana Bóriak sobre la historia oral; ambas han contribuido también a este libro con sus valiosas investigaciones. Los especialistas occidentales han hecho a su vez nuevas contribuciones.
El trabajo archivístico de Lynne Viola sobre la colectivización y la consecuente rebelión de los campesinos ha alterado la percepción sobre la década de 1930. Terry Martin fue el primero en desvelar la cronología de las decisiones que Stalin tomó en el otoño de 1932, y Timothy Snyder y Andrea Graziosi fueron dos de los primeros investigadores en reconocer su importancia. Serhii Plokhii y su equipo de Harvard han realizado un esfuerzo único para cartografiar la hambruna y así comprender mejor el modo en que se desarrolló. A todos ellos les agradezco su erudición y en algunos casos su amistad, que tanto han aportado a este proyecto.
Si este libro hubiera sido escrito en otra época, esta introducción tan breve a un tema tan complejo podría acabar aquí. Pero, como la hambruna aniquiló el movimiento nacional ucraniano, dicho movimiento resurgió en 1991 y los dirigentes de la Rusia actual aún desafían la legitimidad del Estado ucraniano, debo señalar que ya en 2010 debatí por primera vez sobre la necesidad de una nueva historia de la hambruna con compañeros del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard. Víktor Yanukóvich acababa de ser elegido presidente de Ucrania, con el respaldo y el apoyo de Rusia. Entonces Ucrania atraía muy poca atención política del resto de Europa y apenas recibía cobertura mediática. En aquel momento no había razones para pensar que un nuevo análisis de lo acontecido en 1932 y 1933 sería interpretado en clave política.
La Revolución Euromaidán de 2014, la decisión de Yanukóvich de abrir fuego contra los manifestantes y luego huir del país, la invasión y anexión de Crimea por parte de Rusia, la invasión rusa del este de Ucrania y la consiguiente campaña de propaganda de Moscú, pusieron inesperadamente a Ucrania en el centro de la política internacional a la vez que yo trabajaba en este libro. De hecho, mi investigación sobre Ucrania se vio retrasada por los acontecimientos en aquel país, tanto porque estaba escribiendo acerca de ellos como porque lo que estaba sucediendo dejó muy conmocionados a mis colegas ucranianos.
Con todo, a pesar de que los hechos de aquel año pusieron a Ucrania en el punto de mira de la política mundial, este libro no ha sido escrito como respuesta a ellos. Tampoco es un debate a favor o en contra de ningún político o partido ucraniano ni una reacción a lo que está sucediendo hoy en día en Ucrania. Por el contrario, es un intento de contar la historia de la hambruna empleando nuevos documentos, nuevos testimonios y nuevas investigaciones; de unir la labor de los brillantes especialistas mencionados anteriormente.
Esto no quiere decir que la revolución ucraniana, los primeros años de la Ucrania soviética, la represión en masa de la élite ucraniana y el Holodomor no estén relacionados con los acontecimientos actuales, sino más bien lo contrario; todo ello es el trasfondo decisivo que sustenta y explica los sucesos de hoy en día. La hambruna y su legado tienen un papel muy importante en los debates actuales entre Rusia y Ucrania sobre su identidad, su relación y la experiencia soviética que comparten. Pero, antes de describir esas disputas o valorar su relevancia, es importante comprender primero lo que sucedió en realidad.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.