Alemania vs. Hungría: un hervidero de política, más que de fútbol
En el partido de la Eurocopa del miércoles no solo se enfrentan dos selecciones de fútbol, sino que colisionarán dos visiones opuestas sobre los derechos de la comunidad LGBTI. El torneo está más politizado que nunca.
Camilo Gómez Forero
La Eurocopa de 2021 será recordada, más que por goles y gambetas, por ser el escenario de múltiples choques políticos entre las naciones participantes. Aunque los fanáticos saben que la línea entre el deporte y la política es muy delgada -casi inexistente-, no se habían visto tantas confrontaciones de carácter extradeportivo reunidas en un solo torneo de este tipo. La configuración de los grupos, cabe resaltar, y el clima de tensión que hay en el continente contribuyeron a que esta Euro en particular fuera más que un simple torneo de fútbol.
Primero hubo controversia por el uniforme de Ucrania, que exhibía un mapa de la península de Crimea, anexada por Rusia en 2014, y un eslogan nacionalista que fue usado tras las protestas contra el presidente prorruso, Viktor Yanukowych, en 2014. Moscú, que asegura que Crimea es suya, reprochó el hecho y lo denunció ante la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA), la cual le dijo a Kiev que tenía que retirar el eslogan “Gloria a nuestros héroes” de su camiseta. Cabe destacar que estos equipos ni se enfrentaron, por ahora. Un choque entre ambas naciones en una fase posterior sería observado, más que por el fútbol, por las peleas que puedan verse en la cancha. Los dos equipos se caracterizan por su nacionalismo.
Algo así fue lo que se vio en el duelo entre Inglaterra y Escocia, donde no hubo goles, pero sí mucha pasión, agarrones y empujones. La rivalidad entre ambos equipos, que se ubican en el Grupo D, es bien conocida por ser la más antigua en el deporte, pero ahora, con las tensiones producidas por el Brexit, las intenciones independentistas de la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, este partido adquirió una relevancia adicional.
“No es la batalla que alguna vez fue, pero nunca será un juego más”, escribían los medios ingleses. Se registraron algunas peleas entre fanáticos en Leicester Square y los alrededores del estadio de Wembley. Hubo por lo menos 30 arrestos, según la Policía. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, para anticiparse al caos, instó a los fanáticos escoceses a no viajar a su ciudad.
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En el duelo entre Francia y Alemania por el Grupo F no solo estaba en juego el orgullo deportivo, sino, en palabras de la reportera de “Politico”, Clea Caulcutt, también se buscaban signos de “quién es el socio más fuerte”. El Brexit dejó el equilibrio del poder en el continente bajo un gran escrutinio. “La extrema derecha francesa está preocupada por el creciente dominio alemán dentro del proyecto europeo”, escribió Caulcutt, por lo que este era “más que un partido”.
Alemania y Hungría, que se medirán en la tarde del miércoles en Múnich por la tercera jornada del Grupo F, son los protagonistas del siguiente choque político en este campeonato. Y es que en Múnich no solo se enfrentan dos selecciones de fútbol, sino que colisionarán dos visiones opuestas sobre los derechos de la comunidad LGBTI. Acá, más que el orgullo deportivo, está en juego el “Orgullo LGBTI”.
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El alcalde de Múnich, Dieter Reiter, había solicitado a la UEFA iluminar el estadio Allianz Arena, donde se disputará el partido, con los colores de la bandera LGBTI. Esto tenía un propósito claro: Alemania, un país de avanzada en materia de protección a los derechos de esta comunidad, estaba enviando un mensaje contundente de protesta contra el gobierno en Budapest por la postura anti-LGBTI que ha tomado en los últimos meses.
El conservador Viktor Orbán prácticamente ha declarado a la comunidad LGBTI como su enemiga pública. La cruzada homófoba de Orbán y su partido, Fidesz-Unión Cívica Húngara, comenzó en 2020 e incluye la modificación de la Constitución para redefinir el concepto de familia, y así limitar la adopción por parte de parejas gais. La semana pasada, la campaña del primer ministro continuó con la prohibición de información sobre asuntos de la comunidad LGBTI en las escuelas, pues según los conservadores estaban “promoviendo la homosexualidad”. La nueva normativa prohíbe compartir cualquier mención de temas como la reasignación de género con los menores.
La sexualidad desaparece del temario escolar, pero la censura también alcanzó niveles absurdos: en la nueva normativa, a los menores les queda restringida la visualización de la saga de películas de Harry Potter y la serie Friends hasta que cumplan 18 años. Cabe destacar que Friends hoy es recordada por tener, precisamente, momentos muy homofóbicos.
“En Hungría el fútbol es muy importante, en especial para Orbán. Él gastó mucho en estadios en pueblitos donde las necesidades eran otras. Es una de las razones por las que está enloquecido con el fútbol. Por otro lado hay otra connotación política, y es que con su presencia en el torneo está tratando de transmitir unos valores muy conservadores por toda su agenda, de la familia húngara, ojalá con varios niños, tradicional, contra los migrantes, porque en este momento en el país hay una lucha, una guerra ideológica entre Orbán y la oposición. ¿Por qué? Porque este señor que no quiere dejar el poder y usa cualquier cosa para aferrarse a él, dibuja a la oposición como la que quiere destruir esos valores húngaros tradicionales de familia, el cristianismo contra lo que es ‘europeo’: liberalismo, aceptar lo diferente... Hay mucho en juego, no es tan sencillo como el futbolcito”, explicó Ildiko Szegedy-Maszák, profesora investigadora de la Universidad Javeriana.
Caldeando los ánimos del partido, la UEFA rechazó el martes la solicitud de Reiter, lo que generó una respuesta aún más grande de Alemania: los clubes de Berlín, Wolfsburgo, Augsburgo, Frankfurt y Colonia ahora planean iluminar con la bandera LGBTI sus estadios durante el partido contra Hungría en protesta. El alcalde Reiter, por otro lado, dijo que no se desanimaría por la decisión, e izaría banderas del Orgullo en su ayuntamiento y en la Torre Olímpica de la ciudad.
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El ministro alemán para Asuntos Eurpeos, Michael Roth, lamentó la decisión, pero dijo que era esperada. “Planteaba un ejemplo de solidaridad con las personas LGBTI en Hungría y sobre toda Europa. ¡Los derechos LGBTI son derechos humanos!”, escribió. Otros funcionarios europeos se sumaron a la queja. El viceministro francés para Asuntos Europeos, Clément Beaune, dijo que “más allá de un mensaje político, es un mensaje sobre nuestros valores profundos, no una propuesta partidista”. Mientras que la vicepresidenta de la Comisión de la UE, Věra Jourová, expresó que “el arcoíris no es ofensivo”, y que si alguien tenía un problema con él, “hablaba más de ellos que de las personas que querían iluminar el estadio”.
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“Ojo, que esto también es pura política electoral. En Alemania tienen elecciones en septiembre. Lo que tiene que mostrar el gobierno es que son incluyentes, que son liberales. Hay tantos aspectos para tener en cuenta”, advierte Szegedy-Maszák.
Hay otros casos menores. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no quiso asistir al partido inaugural en Roma entre las selecciones de Turquía e Italia luego de que el nuevo primer ministro italiano, Mario Draghi, le llamara “dictador”. Su ausencia fue significativa: en ese partido actuó Stephanie Frappat, la primera árbitra en la historia del torneo. Erdogan ha sido catalogado como un gobernante machista. De hecho, el mandatario retiró a su país del Convenio de Estambul, que lucha contra la violencia doméstica contra mujeres. Y no hay que olvidar la escena del “sofagate”, cuando dejó a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sin silla.
También hay duelos que no se han visto, y que probablemente no se vean en la cancha. Polonia es el otro país que comparte la agenda de Budapest y se niega a aceptar la “zona de libertad para la comunidad LGBTI” que adoptó el Parlamento Europeo. Otros casos ni siquiera necesitan un enfrentamiento en el campo de juego para resonar en el continente. La elección de Bakú, capital de Azerbaiyán, como una de las ciudades huéspedes del torneo, fue muy cuestionada en medio del conflicto que sostenía ese país con Armenia.
“Hay un montón de política en el fútbol como un infierno. No creo que Henry Kissinger hubiera durado 48 horas en Old Trafford”, decía Tommy Docherty, extécnico del Manchester United. Esta Euro lo confirmó.
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Primero hubo controversia por el uniforme de Ucrania, que exhibía un mapa de la península de Crimea, anexada por Rusia en 2014, y un eslogan nacionalista que fue usado tras las protestas contra el presidente prorruso, Viktor Yanukowych, en 2014. Moscú, que asegura que Crimea es suya, reprochó el hecho y lo denunció ante la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA), la cual le dijo a Kiev que tenía que retirar el eslogan “Gloria a nuestros héroes” de su camiseta. Cabe destacar que estos equipos ni se enfrentaron, por ahora. Un choque entre ambas naciones en una fase posterior sería observado, más que por el fútbol, por las peleas que puedan verse en la cancha. Los dos equipos se caracterizan por su nacionalismo.
Algo así fue lo que se vio en el duelo entre Inglaterra y Escocia, donde no hubo goles, pero sí mucha pasión, agarrones y empujones. La rivalidad entre ambos equipos, que se ubican en el Grupo D, es bien conocida por ser la más antigua en el deporte, pero ahora, con las tensiones producidas por el Brexit, las intenciones independentistas de la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, este partido adquirió una relevancia adicional.
“No es la batalla que alguna vez fue, pero nunca será un juego más”, escribían los medios ingleses. Se registraron algunas peleas entre fanáticos en Leicester Square y los alrededores del estadio de Wembley. Hubo por lo menos 30 arrestos, según la Policía. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, para anticiparse al caos, instó a los fanáticos escoceses a no viajar a su ciudad.
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En el duelo entre Francia y Alemania por el Grupo F no solo estaba en juego el orgullo deportivo, sino, en palabras de la reportera de “Politico”, Clea Caulcutt, también se buscaban signos de “quién es el socio más fuerte”. El Brexit dejó el equilibrio del poder en el continente bajo un gran escrutinio. “La extrema derecha francesa está preocupada por el creciente dominio alemán dentro del proyecto europeo”, escribió Caulcutt, por lo que este era “más que un partido”.
Alemania y Hungría, que se medirán en la tarde del miércoles en Múnich por la tercera jornada del Grupo F, son los protagonistas del siguiente choque político en este campeonato. Y es que en Múnich no solo se enfrentan dos selecciones de fútbol, sino que colisionarán dos visiones opuestas sobre los derechos de la comunidad LGBTI. Acá, más que el orgullo deportivo, está en juego el “Orgullo LGBTI”.
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El alcalde de Múnich, Dieter Reiter, había solicitado a la UEFA iluminar el estadio Allianz Arena, donde se disputará el partido, con los colores de la bandera LGBTI. Esto tenía un propósito claro: Alemania, un país de avanzada en materia de protección a los derechos de esta comunidad, estaba enviando un mensaje contundente de protesta contra el gobierno en Budapest por la postura anti-LGBTI que ha tomado en los últimos meses.
El conservador Viktor Orbán prácticamente ha declarado a la comunidad LGBTI como su enemiga pública. La cruzada homófoba de Orbán y su partido, Fidesz-Unión Cívica Húngara, comenzó en 2020 e incluye la modificación de la Constitución para redefinir el concepto de familia, y así limitar la adopción por parte de parejas gais. La semana pasada, la campaña del primer ministro continuó con la prohibición de información sobre asuntos de la comunidad LGBTI en las escuelas, pues según los conservadores estaban “promoviendo la homosexualidad”. La nueva normativa prohíbe compartir cualquier mención de temas como la reasignación de género con los menores.
La sexualidad desaparece del temario escolar, pero la censura también alcanzó niveles absurdos: en la nueva normativa, a los menores les queda restringida la visualización de la saga de películas de Harry Potter y la serie Friends hasta que cumplan 18 años. Cabe destacar que Friends hoy es recordada por tener, precisamente, momentos muy homofóbicos.
“En Hungría el fútbol es muy importante, en especial para Orbán. Él gastó mucho en estadios en pueblitos donde las necesidades eran otras. Es una de las razones por las que está enloquecido con el fútbol. Por otro lado hay otra connotación política, y es que con su presencia en el torneo está tratando de transmitir unos valores muy conservadores por toda su agenda, de la familia húngara, ojalá con varios niños, tradicional, contra los migrantes, porque en este momento en el país hay una lucha, una guerra ideológica entre Orbán y la oposición. ¿Por qué? Porque este señor que no quiere dejar el poder y usa cualquier cosa para aferrarse a él, dibuja a la oposición como la que quiere destruir esos valores húngaros tradicionales de familia, el cristianismo contra lo que es ‘europeo’: liberalismo, aceptar lo diferente... Hay mucho en juego, no es tan sencillo como el futbolcito”, explicó Ildiko Szegedy-Maszák, profesora investigadora de la Universidad Javeriana.
Caldeando los ánimos del partido, la UEFA rechazó el martes la solicitud de Reiter, lo que generó una respuesta aún más grande de Alemania: los clubes de Berlín, Wolfsburgo, Augsburgo, Frankfurt y Colonia ahora planean iluminar con la bandera LGBTI sus estadios durante el partido contra Hungría en protesta. El alcalde Reiter, por otro lado, dijo que no se desanimaría por la decisión, e izaría banderas del Orgullo en su ayuntamiento y en la Torre Olímpica de la ciudad.
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Hay otros casos menores. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no quiso asistir al partido inaugural en Roma entre las selecciones de Turquía e Italia luego de que el nuevo primer ministro italiano, Mario Draghi, le llamara “dictador”. Su ausencia fue significativa: en ese partido actuó Stephanie Frappat, la primera árbitra en la historia del torneo. Erdogan ha sido catalogado como un gobernante machista. De hecho, el mandatario retiró a su país del Convenio de Estambul, que lucha contra la violencia doméstica contra mujeres. Y no hay que olvidar la escena del “sofagate”, cuando dejó a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sin silla.
También hay duelos que no se han visto, y que probablemente no se vean en la cancha. Polonia es el otro país que comparte la agenda de Budapest y se niega a aceptar la “zona de libertad para la comunidad LGBTI” que adoptó el Parlamento Europeo. Otros casos ni siquiera necesitan un enfrentamiento en el campo de juego para resonar en el continente. La elección de Bakú, capital de Azerbaiyán, como una de las ciudades huéspedes del torneo, fue muy cuestionada en medio del conflicto que sostenía ese país con Armenia.
“Hay un montón de política en el fútbol como un infierno. No creo que Henry Kissinger hubiera durado 48 horas en Old Trafford”, decía Tommy Docherty, extécnico del Manchester United. Esta Euro lo confirmó.
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