Alepo: ¿El mal menor?
El Estado cruel, los islamistas totalitarios y los rebeldes degradados en sus prácticas deshacen Siria. Ninguno parece estar del lado de los civiles.
Víctor de Currea-Lugo*
Si Siria es un resumen sangriento de la complejidad de Oriente Medio, la ciudad de Alepo lo es de Siria. De allí nos llegan noticias terribles: hay más de 100 grupos armados luchando entre ellos, miles de civiles atrapados, bombardeos de muchos actores y casi ningún servicio de salud, todos gravemente afectados por la guerra.
Antes de Alepo hubo batallas en Qusayr, Homs, Daara, Kobane, Palmira y Hama, sólo por citar algunos nombres de ciudades sirias. Pero Alepo se hizo aún más relevante, no sólo por ser la segunda ciudad del país, sino porque allí la lucha ha sido casa a casa. Allí también han quedado atrapados civiles y heridos, en medio de graves cortes de agua y problemas de acceso a alimentos y a combustibles, lo que agrava las condiciones de vida durante el invierno. También, en algunas de esas ciudades hubo pactos para permitir la evacuación de civiles y de combatientes.
Allí, como en otras partes de Siria, cada barrio o cada sector de la ciudad tuvieron su propia expresión armada. Esa falta de coordinación y de una agenda común, más las limitaciones militares, hicieron que los diferentes grupos rebeldes perdieran la batalla ante el régimen genocida de Bashar al Asad.
Pero hay un “tercer actor” por mencionar: las milicias radicales islamistas que han crecido, alimentándose tanto de la debilidad de otros grupos rebeldes como de los crímenes del ejército oficial. Este triángulo entre un Estado cruel, unos islamistas totalitarios y unos rebeldes degradados en sus prácticas en sus relaciones con la población civil, es responsable de la barbarie contra la población civil.
Ahora llegan las noticias de la salida negociada entre rebeldes de Alepo y el ejército oficial, con la retirada tanto de facciones más moderadas como de milicias islamistas (aunque esta distinción a veces no se reflejaba en sus prácticas para con la población civil). El acuerdo implicó, como contraprestación, el desplazamiento organizado de la población chií de las ciudades de Fua y Kefraya, hostigadas por las milicias antigubernamentales que ahora dejan Alepo.
Es positivo saber que, aun en medio del horror, puede haber salidas, así sean muy modestas en su alcance; alivia saber que algunos de los grupos radicales islamistas pierden bastiones donde sometían a la población civil bajo su control a un régimen de terror, pero no es una buena noticia el reemplazo de unos grupos rebeldes desfigurados de su causa inicial por unas tropas oficiales asesinas.
En las últimas horas se han evacuado varios miles de civiles, pero por lo menos 50.000 permanecen en la ciudad. Los combatientes que se han retirado a otras zonas del país aliviarían la situación de la ciudad, pero no del país como un todo, porque seguirán operando en otras áreas.
En Alepo, ya la ONU reportó el asesinato de civiles en las zonas recién abandonadas por los rebeldes en su retirada. El responsable de esas muertes es el mismo ejército que por años ha dejado caer barriles de explosivos sobre zonas civiles de varias ciudades y el mismo que usó armas químicas contra su pueblo. Ninguno de los actores parece ser el mal menor.
La toma de Alepo alienta al eje Siria-Hizbolá-Irán-Rusia para continuar en la guerra, alejando una salida negociada global del conflicto, así como el castigo a las graves violaciones de derechos humanos hechas por agentes del gobierno sirio. Rusia se consolida en el terreno y la diplomacia internacional pierde espacios.
Los problemas son muchos: los crímenes contra los civiles por parte del ejército oficial, la guerra que continúa en otras zonas de Siria (por ejemplo, el Daesh recupera Palmira), la persistencia de milicias radicales islamistas en el país, la negación de las causas originales de la guerra, la complicidad ruso-iraní con el régimen, y el oportunismo estadounidense y europeo. Tal vez uno de los más graves problemas es la narrativa de que Bashar al Asad es “el bueno” por oponerse a Estados Unidos, que todos los rebeldes son islamistas radicales y que todo es un plan de conspiración. Esa lógica perpetúa los demás problemas y, lo peor, cierra la puerta a una salida diferente a la búsqueda de la destrucción total del enemigo.
* Ph.D. y profesor de la Universidad Nacional de Colombia.
Si Siria es un resumen sangriento de la complejidad de Oriente Medio, la ciudad de Alepo lo es de Siria. De allí nos llegan noticias terribles: hay más de 100 grupos armados luchando entre ellos, miles de civiles atrapados, bombardeos de muchos actores y casi ningún servicio de salud, todos gravemente afectados por la guerra.
Antes de Alepo hubo batallas en Qusayr, Homs, Daara, Kobane, Palmira y Hama, sólo por citar algunos nombres de ciudades sirias. Pero Alepo se hizo aún más relevante, no sólo por ser la segunda ciudad del país, sino porque allí la lucha ha sido casa a casa. Allí también han quedado atrapados civiles y heridos, en medio de graves cortes de agua y problemas de acceso a alimentos y a combustibles, lo que agrava las condiciones de vida durante el invierno. También, en algunas de esas ciudades hubo pactos para permitir la evacuación de civiles y de combatientes.
Allí, como en otras partes de Siria, cada barrio o cada sector de la ciudad tuvieron su propia expresión armada. Esa falta de coordinación y de una agenda común, más las limitaciones militares, hicieron que los diferentes grupos rebeldes perdieran la batalla ante el régimen genocida de Bashar al Asad.
Pero hay un “tercer actor” por mencionar: las milicias radicales islamistas que han crecido, alimentándose tanto de la debilidad de otros grupos rebeldes como de los crímenes del ejército oficial. Este triángulo entre un Estado cruel, unos islamistas totalitarios y unos rebeldes degradados en sus prácticas en sus relaciones con la población civil, es responsable de la barbarie contra la población civil.
Ahora llegan las noticias de la salida negociada entre rebeldes de Alepo y el ejército oficial, con la retirada tanto de facciones más moderadas como de milicias islamistas (aunque esta distinción a veces no se reflejaba en sus prácticas para con la población civil). El acuerdo implicó, como contraprestación, el desplazamiento organizado de la población chií de las ciudades de Fua y Kefraya, hostigadas por las milicias antigubernamentales que ahora dejan Alepo.
Es positivo saber que, aun en medio del horror, puede haber salidas, así sean muy modestas en su alcance; alivia saber que algunos de los grupos radicales islamistas pierden bastiones donde sometían a la población civil bajo su control a un régimen de terror, pero no es una buena noticia el reemplazo de unos grupos rebeldes desfigurados de su causa inicial por unas tropas oficiales asesinas.
En las últimas horas se han evacuado varios miles de civiles, pero por lo menos 50.000 permanecen en la ciudad. Los combatientes que se han retirado a otras zonas del país aliviarían la situación de la ciudad, pero no del país como un todo, porque seguirán operando en otras áreas.
En Alepo, ya la ONU reportó el asesinato de civiles en las zonas recién abandonadas por los rebeldes en su retirada. El responsable de esas muertes es el mismo ejército que por años ha dejado caer barriles de explosivos sobre zonas civiles de varias ciudades y el mismo que usó armas químicas contra su pueblo. Ninguno de los actores parece ser el mal menor.
La toma de Alepo alienta al eje Siria-Hizbolá-Irán-Rusia para continuar en la guerra, alejando una salida negociada global del conflicto, así como el castigo a las graves violaciones de derechos humanos hechas por agentes del gobierno sirio. Rusia se consolida en el terreno y la diplomacia internacional pierde espacios.
Los problemas son muchos: los crímenes contra los civiles por parte del ejército oficial, la guerra que continúa en otras zonas de Siria (por ejemplo, el Daesh recupera Palmira), la persistencia de milicias radicales islamistas en el país, la negación de las causas originales de la guerra, la complicidad ruso-iraní con el régimen, y el oportunismo estadounidense y europeo. Tal vez uno de los más graves problemas es la narrativa de que Bashar al Asad es “el bueno” por oponerse a Estados Unidos, que todos los rebeldes son islamistas radicales y que todo es un plan de conspiración. Esa lógica perpetúa los demás problemas y, lo peor, cierra la puerta a una salida diferente a la búsqueda de la destrucción total del enemigo.
* Ph.D. y profesor de la Universidad Nacional de Colombia.