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Los restos de edificios calcinados se alzan en el cielo lluvioso de Mariúpol, la estratégica ciudad ucraniana a orillas del mar de Azov, donde los últimos defensores se rindieron ante los rusos. Ante ello, los escasos transeúntes lloran pensando en su futuro.
“¿Qué puedo esperar todavía? ¿Qué puedo decir cuando la casa está destruida, cuando la vida está destruida?”, se pregunta Angela Kopytsa, de 52 años.
Los tres meses de combate dejaron un paisaje apocalíptico, un número desconocido de muertos y cientos de miles de desplazados.
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Antes de los bombardeos, la ciudad tenía más de medio millón de habitantes. Ahora, las avenidas pertenecen a los militares rusos y sus aliados separatistas.
El 17 de mayo, Rusia aseguró que más de 200 soldados ucranianos se habían rendido en la asediada acería de Azovstal, donde permanecían atrincherados.
La planta industrial se transformó en símbolo de la feroz resistencia ucraniana, pero el viernes, el ministerio ruso de Defensa comunicó al presidente ruso Vladimir Putin la “liberación total” de la ciudad tras la rendición de los últimos defensores.
Kopytsa rompe a llorar al recordar que durante los combates tuvo que compartir bocados de comida con sus hijos y su nieto y que “los niños de las maternidades se morían de hambre”.
“¿Qué futuro?”, pregunta en ruso. “Ya no tengo esperanzas”, sostiene.
“Ya no tengo nada”
Rusia se ha comprometido a reconstruir esta ciudad del sureste y convertirla en un balneario. Un proyecto difícil de imaginar entre escombros y edificios destruidos por los bombardeos.
Periodistas de la AFP viajaron a Mariúpol en el marco de un viaje de prensa organizado por el ministerio de defensa ruso. Pero el ejército ruso no permitió a los medios acercarse a la inmensa acería.
Los incesantes combates de las semanas anteriores se han calmado y algunos habitantes se atreven a salir en busca de comida. No hay electricidad en la ciudad desde inicios de marzo.
Elena Ilyina, que daba clases en la universidad de Mariúpol, cuenta que se quemó su departamento y que vive ahora con su hija. “Ya no tengo nada”, explica llorando.
“Me gustaría poder vivir en mi piso, en tiempos de paz, charlando con mis hijos”, dice esta mujer de 55 años. Su voz se rompe en un sollozo.
Durante la visita, el ejército ruso también llevó a los periodistas a un zoológico local, en el que había animales, incluidos osos y leones, en jaulas, pero que parecían estar sanos.
“Sobrevivimos”
Oksana Krishtafovich, de 41 años, era cocinera en un hotel de Mariúpol. Ahora, la contrataron para cuidar de los animales, que alimenta cada día. “El restaurante donde trabajaba quedó destruido. Ahora son mis clientes”, dice, llevando un cuenco a unos mapaches.
Admite que a la ciudad “le falta de todo”, pero trata de mostrar un poco de optimismo. “Nos adaptamos, sobrevivimos”, dice.
Sergei Pugach, que trabajó durante 30 años en la acería de Azovstal, trabaja ahora como guardia del zoológico.
A finales de febrero, cuando Rusia lanzó su ofensiva, solo le quedaban dos meses antes de su jubilación tras 30 años de servicio. Ahora no sabe si alguna vez recibirá su pensión.
Pero no se queja. “El pueblo ucraniano no es perezoso. En cuanto cesaron los disparos, la gente salió de los sótanos y buscó trabajo. Algunos ya están trabajando”, cuenta con orgullo el hombre de 60 años.
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