Bombas racimo, la munición que EE. UU. criticó y ahora envía al frente en Ucrania
Aunque borrosos, la guerra tiene límites. El envío de Joe Biden de bombas racimo al Ejército ucraniano rebate la postura que la Casa Blanca tuvo al inicio del conflicto y aumenta los riesgos para que el territorio, así la guerra termine pronto, se convierta en un campo de batalla indefinido durante años.
Tomás Tarazona Ramírez
Son considerados como el militar ideal. Sin necesidad de suministros, permanecen escondidos durante años en el campo de batalla. Nunca exigen agua, comida, refugio o descanso. No dependen de la moral del Ejército y cuando ataca, inflinge el mayor daño posible a su adversario, cumpliendo a cabalidad la voluntad de sus superiores. Durante años de guerras, las bombas racimo, junto con las minas antipersonales, han sido consideradas como el soldado que todo ejército desea en sus filas, ya que incluso cuando las tropas abandonan el frente, se ocultan por meses, e incluso décadas, a la espera de la próxima víctima.
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Son considerados como el militar ideal. Sin necesidad de suministros, permanecen escondidos durante años en el campo de batalla. Nunca exigen agua, comida, refugio o descanso. No dependen de la moral del Ejército y cuando ataca, inflinge el mayor daño posible a su adversario, cumpliendo a cabalidad la voluntad de sus superiores. Durante años de guerras, las bombas racimo, junto con las minas antipersonales, han sido consideradas como el soldado que todo ejército desea en sus filas, ya que incluso cuando las tropas abandonan el frente, se ocultan por meses, e incluso décadas, a la espera de la próxima víctima.
Pero es un soldado impredecible y criticado. El uso de bombas racimo, la munición que Joe Biden autorizó enviar a Ucrania este viernes, es una táctica de guerra con más consecuencias que beneficios, según alertan ONG.
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Desde el inicio de la invasión rusa en el oriente ucraniano, tanto Estados Unidos como la OTAN criticaron que el Kremlin violara los mínimos de la guerra, como atacar población civil, destruir instalaciones médicas o asesinar a un adversario que haya depuesto las armas. Y el uso de las bombas de racimo no fue la excepción.
Solo en el inicio del conflicto, Amnistía Internacional condenó un ataque de la fuerza aérea rusa con Jarkóv con bombas racimo que dejó decenas de personas que murieron “en sus casas y en las calles, en parques y cementerios, mientras hacían cola para recibir ayuda humanitaria o compraban alimentos o medicinas”.
Pero las críticas de Washington y la Organización del Atlántico Norte quedaron en el olvido en los últimos días, ya que ante la escasez del arsenal ucraniano se autorizó la exportación de bombas racimo a las fuerzas militares de Volodímir Zelenski.
Consideradas como las “armas más traicioneras del mundo” por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), las bombas racimo son un proyectil que cuando se dispara, se fragmenta en varias partes antes de tocar tierra. Con una sola munición, hay posibilidad de que una vez aterrice en el campo de batalla, se produzcan entre 50 y 90 microexplosiones. Pero su efectividad es discutible, ya que algunos de los fragmentos que se desprenden de la “bomba madre” nunca detonan y permanecen en el territorio durante años, convirtiéndose así en un riesgo no solo para los soldados que transiten por allí, sino para los civiles.
Utilizadas desde la Segunda Guerra Mundial, las bombas racimo han sido una munición con muchas consecuencias. En Afganistán, por ejemplo, la incursión estadounidense en 2001 causó que los marines que desembarcaron en Kabul dispararan cerca de 250.000 proyectiles de este tipo. Dos décadas después del conflicto, la ONU ha documentado que más de 40.000 bombas no detonaron y se encuentran sepultadas dentro de la capital afgana, dejando al menos 700 víctimas.
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Kosovo, Irak, Laos y Líbano también fueron blancos de estos proyectiles en sus respectivas guerras, algo que la ONG Greenpeace documentó como el causal de más de 11.000 muertes, de las cuáles “el 98 % de estas son civiles”.
Un discurso olvidado
Cuando las botas rusas empezaron a traspasar la frontera ucraniana, tanto Estados Unidos como la OTAN condenaron la invasión y la implementación de ciertas tácticas de guerra ordenadas por el Kremlin, entre ellas el uso de bombas racimo. Al tiempo que Rusia disparaba los fusiles y los tanques apisonaban la tierra, Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización, aseguró que este tipo de munición “es una brutalidad, esto es inhumano y una violación del derecho internacional”.
Desde Washington también se escucharon las denuncias, hechas por la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, de que el uso de armas no convencionales en el campo de guerra, incluidas las bombas racimo “serían potencialmente un crimen de guerra”.
Pero las denuncias tanto de Estados Unidos como de la OTAN, ambos aliados cercanos de Ucrania en su contraofensiva contra Rusia, se convirtieron en gritos mudos durante las últimas horas. Según medios estadounidenses, como el New York Times y el Washington Post, Joe Biden llevaba semanas valorando el envío de esta munición a las tropas de Zelenski. Algo que fue confirmado en la tarde de este viernes por el Ejecutivo de EE. UU.
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Los medios aseguran que Biden autorizó el envío aún cuando en Estados Unidos está prohibida la “producción, uso o transferencia” de bombas racimo desde 2008. En aquel entonces, el secretario de Defensa del Gobierno de George Bush emitió una directiva que restringía que cualquier munición de racimo fuera exportada y se siguiera produciendo en el país. El funcionario, además, explicó en el decreto que cualquier bomba de este tipo que tuviera un margen de error superior al 1 % debía ser destruida en la próxima década. Durante el mandato de Barack Obama se continuó con esta política, además de prohibir que las armas fueran vendidas a otros países.
Pero según los diarios estadounidenses, “Biden pasó por alto” estas legislaciones refugiándose en la Ley de Asistencia Exterior, un decreto de 1969 que vela por el “interés vital de la seguridad nacional de EE. UU.” Esta medida fue aplicada, entre otras ocasiones, contra Cuba para realizar el bloqueo económico que se prolongó por varias décadas.
Para el New York Times, Biden se vio en una encrucijada. El presidente se enfrentó a dejar que el arsenal de Ucrania, en medio de una contraofensiva que podría alterar el curso de la guerra, se agote y permita a los rusos aprovechar la falta de municiones. El diario neoyorquino explica que desde la Casa Blanca se puso en tela de juicio el envío de bombas racimo a las tropas de Zelenski, ya que distanciaría a Washington de sus aliados internacionales que se niegan a ofrecer esta munición a Kiev.
Es importante mencionar que, en 2008 se pactó la Convención sobre Municiones de Racimo, un tratado internacional que “prohíbe todo uso, producción, transferencia y almacenamiento de municiones de racimo”. Sin embargo, ni Estados Unidos, ni Rusia, ni Ucrania hacen parte de los 120 países que son firmantes del Convenio, por tal razón, no están obligados a cumplir con el acuerdo ni las restricciones que allí se establecen.
Desde el inicio de la guerra, tanto Moscú como Kiev han recibidos quejas por hacer uso de municiones no convencionales, entre ellas minar extensos territorios del campo de batalla y asediar las trincheras enemigas con bombas racimo. Pero ha sido la cúpula política ucraniana la que ha justificado sus ataques en un intento de “igualar las tácticas” de Rusia.
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Alemania y Francia, que en el pasado apoyaron a EE. UU. con el envío de tanques, obuses y ahora valoran la donación de aviones de combate F-16, se negaron a nutrir el Ejército ucraniano con bombas racimo, ya que ambos, así sean miembros de la OTAN, firmaron el Convenio que catalogó este tipo de armamento como “inhumano e indiscriminado” y que según los registros del CICR, afecta en su mayoría a menores de edad.
La ONG Cluster Munition Monitor aseguró hace unas semanas que cerca del 40 % de las víctimas de bombas racimo son niños. “El impacto puede, a corta distancia, arrancar extremidades, cegar o fracturar los huesos. […] Desde más lejos, pueden llegar a incrustarse fragmentos en los músculos”, explica.
El legado de la guerra
Estados Unidos ha respaldado su decisión en estudios técnicos realizados por el Pentágono. Estas investigaciones afirman que se hizo una selección de aquellas municiones que tienen un margen de error bajo, es decir, que la mayoría de los proyectiles que se desprenden de la “bomba madre” explotan.
Pero es importante recordar que según la legislación estadounidense, ningún arma con un margen de fallo superior al 1 % debería ser utilizada y mucho menos exportada a otros países en guerra. Human Rights Watch asegura que actualmente el arsenal de Estados Unidos tiene una reserva de 4,7 millones de proyectiles de este tipo, que una vez disparadas podrían fragmentarse en 500 millones de submuniciones.
Pero el Washington Post cuestiona la veracidad de los informes del Pentágono, pues según el medio que consultó los manuales de artillería de EE. UU., “la tasa general de fallas para las rondas de racimo es del 2 % al 3 %”. Además, el margen de error podría aumentar “si no se siguen los procedimientos o si el terreno irregular altera el ángulo requerido para la detonación”. El medio cuenta que los estudios tienen más de dos décadas de antiguedad.
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Pat Ryder, portavoz del Pentágono, aceptó que “las municiones de bombas racimo en nuestros inventarios” no superan la “tasa de fallas de más del 2,35 %”. Es decir que, de cada proyectil que se dispare en el terreno de guerra, al menos cuatro de cada 72 explosivos aterrizarían sin explotar en un área de casi 22.500 metros cuadrados, lo que equivale a casi cinco canchas de fútbol que permanecerían con estas municiones a punto de explotar en cualquier momento.
Las ONG consideran que el debate sobre usar las bombas racimo no debería ser puesto sobre la mesa en ningún momento, pues como dijo el CICR, “todo uso de las municiones racimo, en cualquier lugar y por cualquier actor, debe ser condenado”. Baptiste Chapuis, funcionario de la ONG de desminado Handicap International, aseguró que estas municiones “condenan a los civiles por décadas y ponen en riesgo el retorno de la vida económica y social por mucho tiempo”.
Para Greenpeace, el uso de estas bombas deja un legado de destrucción durante años en los territorios. La ONG cuenta que “los civiles tienen muchas más posibilidades de morir por el impacto de una submunición de racimo que por una mina antipersonal, ya que, al contrario de estas, las bombas racimo están diseñadas para matar y no solo para herir o mutilar”.
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Además explica que, cuando los conflictos terminan y el estruendo de los fusiles se apaga, la tarea de desminar los territorios es “difícil y caro” ya que “implica un alto riesgo para los equipos de desminado” que deben instruirse, solicitar fondos, asesorarse y finalmente retirar los explosivos.
“Los especialistas afirman que nunca deben moverse (las bombas racimo) para ser eliminadas. [...] La alta sensibilidad del mecanismo de detonación [...] hace que haya que destruirlas, una a una, in situ a cientos de metros de distancia”, dice la organización.
¿Si Rusia lo hace, Ucrania también?
Los pedidos de Zelenski desde hace meses se han enfocado en una misma tesis: la infantería ucraniana debe igualar al Ejército de Rusia para lograr avances en el frente. Así lo hizo cuando requirió el envío de tanques Leopard II y Abrams provenientes desde Washington y Berlín. También lo ha hecho recientemente con las súplicas de más armamento y aviones F-16 para poder disputar el control aéreo de Ucrania.
Sin embargo, el argumento de Zelenski y su cúpula militar ha sido que, a menos que logran equiparar el poderío militar de Rusia, su contraofensiva no tendrá mayores resultados. Su justificación ha sido replicada por varios países e incluso por la OTAN, que han sido señalados de tener un “doble rasero” con sus apoyos a Kiev, según expresó Amnistía Internacional en marzo de este año.
Mijailo Podoliak, asesor de la oficina presidencial de Ucrania, criticó a Human Rights Watch por sus preocupaciones. El funcionario expresó que la ONG lanzó “una agresiva campaña de lobby no para expulsar a Rusia de Naciones Unidas, sino para torpedear el suministro de armas”.
Además, el asesor de Zelenski acusó a la organización de incitar a los “ucranianos de no desarmarse lo suficiente” mientras Rusia “invade Ucrania” y “desencadena una guerra genocida brutal”.
Estados Unidos y Alemania también adoptaron un discurso similar al de Kiev. Por ejemplo, aunque desde Berlín se negara el envío de bombas racimo, Steffen Hebestrei, portavoz del Gobierno, señaló que “nuestros amigos estadounidenses no tomaron a la ligera de la decisión” y justificó que “Ucrania está utilizando una munición para proteger a su propia población civil”.
“Por tanto, también debemos recordar que Rusia ya ha utilizado municiones de racimo a gran escala en una guerra de agresión contra Ucrania violando el derecho internacional”, concluyó Hebestrei
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