Brexit: ¿hacia dónde va el Reino Unido?
La Cámara de los Comunes no respaldó el acuerdo que logró Theresa May con la Unión Europea para hacer efectivo el retiro de su país del grupo comunitario en marzo. Reina la confusión entre los británicos.
- Redacción Internacional
El brexit es, entre otras cosas, un intento por parte del poder Ejecutivo (que en Gran Bretaña encarna la figura del primer ministro e incluye poderes residuales de autoridad monárquica absoluta) por forzar al Parlamento que acepte una fórmula que empobrecería aun más a las mayorías ya precarizadas por las medidas de austeridad impuestas tras la crisis del 2008. Para ello acude al pretexto de encarnar de manera absoluta la supuestamente inequívoca voluntad popular expresada el 23 de junio de 2016, al tiempo que aprovecha la rabia de quienes han sido dejados atrás por la crisis neoliberal y aviva el fuego racista y antiinmigrante confundido con nostalgia por una metrópolis cuya “soberanía” provenía de la violencia y el poder imperial. Se trata de una variación sobre el tema común que defiende el “poder expansivo” o excepcional del Ejecutivo en los estados de crisis, incertidumbre o emergencia supuestamente provocados por un otro que nos amenaza desde el exterior.
De manera muy similar, el “cierre gubernamental” impuesto por el presidente de los Estados Unidos no es tanto un cierre de la totalidad del gobierno sino tan solo de los programas diseñados para ayudar a la mayoría pobre y vulnerable mientras las instituciones que sirven a los pocos ricos y poderosos —las Fuerzas Militares, las vacaciones lujosas de Trump, la vigilancia masiva o los proyectos de intervención en Latinoamérica y Medio Oriente por parte de la CIA— se mantienen incólumes. Trump y el GOP han impuesto al Congreso y a la mayoría del pueblo estadounidense dicho cierre parcial de las iniciativas “no esenciales” de apoyo social si este, o con mayor precisión su sector progresista, no le da el dinero que pide para su xenofóbico proyecto de un muro que separe a la “Gran América” de su otro lado latino, negro y marrón, que amenaza destruir el privilegio blanco imperial en unos años. Así también Bolsonaro en Brasil, a quien Vargas Llosa y nuestros “liberales”, que lo son solo de nombre, ven como un mal menor si se lo compara con las otras “dictaduras” del vecindario (las de izquierda), deshace el Ministerio de Cultura e impone su guerra no declarada contra las mujeres de las favelas y los indígenas del Amazonas, a quienes concibe como obstáculos frente al progreso al tiempo que se alinea con Trump, Duque y las derechas cada vez más ultras del continente para intervenir y provocar cambios de régimen. Le puede interesar: El Parlamento británico rechaza acuerdo del Brexit
Se trata entonces —llamemos a las cosas por su nombre— de golpes de derecha. Una derecha diferente. La derecha populista que ha aprendido a reinventarse y ya no utiliza malencarados milicos vestidos de fatigas verdes y anteojos oscuros, pues se ve feo y no los necesita. Conviene más y luce mejor disfrazar al 1 % del pueblo. Bienvenidos a la era de los nuevos golpes de Estado.
Este martes salió de Honduras una nueva caravana de migrantes rumbo a Estados Unidos. “La gran cantidad de personas que se espera que se vayan de Centroamérica es un verdadero testimonio de la desesperada situación de niños, mujeres y hombres en esta región pobre y afectada por la violencia”, dijo el Secretario General del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), Jan Egeland.
Miles de personas permanecen en el limbo y bloqueadas en la frontera entre México y Estados Unidos, donde los procesos de asistencia y refugio son extremadamente lentos. EE. UU. y México firmaron recientemente el acuerdo “Permanecer en México”, en el cual Washington podrán enviar a las personas a México mientras pasan por el proceso de determinación de la condición de refugiado.
Pero este proceso puede tardar años debido a un retraso en el sistema. La situación grave que viven Honduras, El Salvador y Guatemala provoca esta salida masiva.
Ayer fue uno de los días más difíciles para Theresa May desde que asumió el cargo de primera ministra del Reino Unido en junio de 2016, con la misión de liderar el Brexit, la salida del país de la Unión Europea (UE). Una tarea que le está resultando imposible. Y costosa para su futuro político.
En una votación histórica, el acuerdo del divorcio que consiguió con la UE en noviembre del año pasado fue derrotado. Y no por poco: 432 diputados lo rechazaron, frente a 202 que decidieron respaldarlo.
Un resultado catastrófico para May, que su principal opositor, el líder laborista Jeremy Corbyn, no desaprovechó. Luego de la votación, Corbyn presentó una moción de censura contra el gobierno de May, “para que la Cámara pueda dar su veredicto sobre su incompetencia”, anunció.
Sería el declive de su carrera política, pues si la moción prospera, ella no podría aspirar a un nuevo liderato del partido. Pero May, empeñada en sacar el acuerdo adelante, aseguró que “está claro que la Cámara no apoya este acuerdo, pero el voto no nos dice nada sobre lo que sí respalda”. May necesitaba 320 votos de los 650 para sacar adelante su plan. ¿Ahora qué?
El 52 % de los británicos aprobaron, en junio de 2016, la salida de la Unión Europea. De acuerdo con los estatutos de la Unión y del Reino Unido, el país debe abandonar el próximo 29 de marzo el bloque del que formó parte durante 45 años. Le recomendamos: Defendían a rabiar el “brexit” y ahora temen salir de la Unión Europea
De ser aprobada la moción este miércoles, tendría que formarse un nuevo Ejecutivo o convocar a elecciones legislativas anticipadas. Pero si May supera la moción, para lo que necesitará los votos de al menos la mitad de la Cámara (325), tendría tres días para presentar un plan alternativo.
El norirlandés Partido Democrático Unionista (DUP), clave para formar mayorías parlamentarias en esta legislatura, ha insistido esta semana en que no apoyaría una eventual moción de censura laborista, por lo que May confía en ganar la votación.
Tras la votación de ayer, la primera ministra dijo que planea abrir una ronda de reuniones con otras formaciones británicas para explorar posibles alternativas a su acuerdo que pudieran contar con el respaldo de los diputados. Una opción que ella había descartado antes.
El próximo 29 de marzo, el Reino Unido abandonará la Unión Europea, según marca el plazo establecido por el artículo 50 del Tratado de Lisboa y la propia legislación británica.
Una de las opciones que contempla May es negociar un acuerdo con la UE similar al que tiene actualmente Noruega, con acceso al mercado único pero sin ser miembro de la unión aduanera. Los dirigentes de la UE refirmaron, sin embargo, que el acuerdo actual (el mismo que rechazó ayer el Parlamento) no puede ser modificado.
Pero las declaraciones que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dio ayer aumentan la incertidumbre: “El riesgo de una retirada desordenada del Reino Unido ha aumentado con la votación de esta tarde. (...) Insto al Reino Unido a que aclare sus intenciones lo antes posible. El tiempo se está acabando”.
Si no se ratifica un pacto o Londres y Bruselas pactan una extensión, se produciría en esa fecha una ruptura no negociada.
Para los diputados euroescépticos, el acuerdo negociado por May hace concesiones inaceptables a la Unión Europea. Por su parte, los proeuropeos ven en él condiciones peores a las que tiene el país actualmente como miembro del bloque. Los diputados pueden presentar enmiendas al plan B del gobierno. Entre ellas figura la organización de un segundo referéndum, que los diputados proeuropeos quieren que incluya la posibilidad de permanecer en la Unión Europea. La justicia europea dejó claro que, mientras no se haga efectiva su salida, Londres puede, si lo desea, parar el Brexit de forma unilateral sin necesidad de aprobación.
El brexit es, entre otras cosas, un intento por parte del poder Ejecutivo (que en Gran Bretaña encarna la figura del primer ministro e incluye poderes residuales de autoridad monárquica absoluta) por forzar al Parlamento que acepte una fórmula que empobrecería aun más a las mayorías ya precarizadas por las medidas de austeridad impuestas tras la crisis del 2008. Para ello acude al pretexto de encarnar de manera absoluta la supuestamente inequívoca voluntad popular expresada el 23 de junio de 2016, al tiempo que aprovecha la rabia de quienes han sido dejados atrás por la crisis neoliberal y aviva el fuego racista y antiinmigrante confundido con nostalgia por una metrópolis cuya “soberanía” provenía de la violencia y el poder imperial. Se trata de una variación sobre el tema común que defiende el “poder expansivo” o excepcional del Ejecutivo en los estados de crisis, incertidumbre o emergencia supuestamente provocados por un otro que nos amenaza desde el exterior.
De manera muy similar, el “cierre gubernamental” impuesto por el presidente de los Estados Unidos no es tanto un cierre de la totalidad del gobierno sino tan solo de los programas diseñados para ayudar a la mayoría pobre y vulnerable mientras las instituciones que sirven a los pocos ricos y poderosos —las Fuerzas Militares, las vacaciones lujosas de Trump, la vigilancia masiva o los proyectos de intervención en Latinoamérica y Medio Oriente por parte de la CIA— se mantienen incólumes. Trump y el GOP han impuesto al Congreso y a la mayoría del pueblo estadounidense dicho cierre parcial de las iniciativas “no esenciales” de apoyo social si este, o con mayor precisión su sector progresista, no le da el dinero que pide para su xenofóbico proyecto de un muro que separe a la “Gran América” de su otro lado latino, negro y marrón, que amenaza destruir el privilegio blanco imperial en unos años. Así también Bolsonaro en Brasil, a quien Vargas Llosa y nuestros “liberales”, que lo son solo de nombre, ven como un mal menor si se lo compara con las otras “dictaduras” del vecindario (las de izquierda), deshace el Ministerio de Cultura e impone su guerra no declarada contra las mujeres de las favelas y los indígenas del Amazonas, a quienes concibe como obstáculos frente al progreso al tiempo que se alinea con Trump, Duque y las derechas cada vez más ultras del continente para intervenir y provocar cambios de régimen. Le puede interesar: El Parlamento británico rechaza acuerdo del Brexit
Se trata entonces —llamemos a las cosas por su nombre— de golpes de derecha. Una derecha diferente. La derecha populista que ha aprendido a reinventarse y ya no utiliza malencarados milicos vestidos de fatigas verdes y anteojos oscuros, pues se ve feo y no los necesita. Conviene más y luce mejor disfrazar al 1 % del pueblo. Bienvenidos a la era de los nuevos golpes de Estado.
Este martes salió de Honduras una nueva caravana de migrantes rumbo a Estados Unidos. “La gran cantidad de personas que se espera que se vayan de Centroamérica es un verdadero testimonio de la desesperada situación de niños, mujeres y hombres en esta región pobre y afectada por la violencia”, dijo el Secretario General del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), Jan Egeland.
Miles de personas permanecen en el limbo y bloqueadas en la frontera entre México y Estados Unidos, donde los procesos de asistencia y refugio son extremadamente lentos. EE. UU. y México firmaron recientemente el acuerdo “Permanecer en México”, en el cual Washington podrán enviar a las personas a México mientras pasan por el proceso de determinación de la condición de refugiado.
Pero este proceso puede tardar años debido a un retraso en el sistema. La situación grave que viven Honduras, El Salvador y Guatemala provoca esta salida masiva.
Ayer fue uno de los días más difíciles para Theresa May desde que asumió el cargo de primera ministra del Reino Unido en junio de 2016, con la misión de liderar el Brexit, la salida del país de la Unión Europea (UE). Una tarea que le está resultando imposible. Y costosa para su futuro político.
En una votación histórica, el acuerdo del divorcio que consiguió con la UE en noviembre del año pasado fue derrotado. Y no por poco: 432 diputados lo rechazaron, frente a 202 que decidieron respaldarlo.
Un resultado catastrófico para May, que su principal opositor, el líder laborista Jeremy Corbyn, no desaprovechó. Luego de la votación, Corbyn presentó una moción de censura contra el gobierno de May, “para que la Cámara pueda dar su veredicto sobre su incompetencia”, anunció.
Sería el declive de su carrera política, pues si la moción prospera, ella no podría aspirar a un nuevo liderato del partido. Pero May, empeñada en sacar el acuerdo adelante, aseguró que “está claro que la Cámara no apoya este acuerdo, pero el voto no nos dice nada sobre lo que sí respalda”. May necesitaba 320 votos de los 650 para sacar adelante su plan. ¿Ahora qué?
El 52 % de los británicos aprobaron, en junio de 2016, la salida de la Unión Europea. De acuerdo con los estatutos de la Unión y del Reino Unido, el país debe abandonar el próximo 29 de marzo el bloque del que formó parte durante 45 años. Le recomendamos: Defendían a rabiar el “brexit” y ahora temen salir de la Unión Europea
De ser aprobada la moción este miércoles, tendría que formarse un nuevo Ejecutivo o convocar a elecciones legislativas anticipadas. Pero si May supera la moción, para lo que necesitará los votos de al menos la mitad de la Cámara (325), tendría tres días para presentar un plan alternativo.
El norirlandés Partido Democrático Unionista (DUP), clave para formar mayorías parlamentarias en esta legislatura, ha insistido esta semana en que no apoyaría una eventual moción de censura laborista, por lo que May confía en ganar la votación.
Tras la votación de ayer, la primera ministra dijo que planea abrir una ronda de reuniones con otras formaciones británicas para explorar posibles alternativas a su acuerdo que pudieran contar con el respaldo de los diputados. Una opción que ella había descartado antes.
El próximo 29 de marzo, el Reino Unido abandonará la Unión Europea, según marca el plazo establecido por el artículo 50 del Tratado de Lisboa y la propia legislación británica.
Una de las opciones que contempla May es negociar un acuerdo con la UE similar al que tiene actualmente Noruega, con acceso al mercado único pero sin ser miembro de la unión aduanera. Los dirigentes de la UE refirmaron, sin embargo, que el acuerdo actual (el mismo que rechazó ayer el Parlamento) no puede ser modificado.
Pero las declaraciones que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dio ayer aumentan la incertidumbre: “El riesgo de una retirada desordenada del Reino Unido ha aumentado con la votación de esta tarde. (...) Insto al Reino Unido a que aclare sus intenciones lo antes posible. El tiempo se está acabando”.
Si no se ratifica un pacto o Londres y Bruselas pactan una extensión, se produciría en esa fecha una ruptura no negociada.
Para los diputados euroescépticos, el acuerdo negociado por May hace concesiones inaceptables a la Unión Europea. Por su parte, los proeuropeos ven en él condiciones peores a las que tiene el país actualmente como miembro del bloque. Los diputados pueden presentar enmiendas al plan B del gobierno. Entre ellas figura la organización de un segundo referéndum, que los diputados proeuropeos quieren que incluya la posibilidad de permanecer en la Unión Europea. La justicia europea dejó claro que, mientras no se haga efectiva su salida, Londres puede, si lo desea, parar el Brexit de forma unilateral sin necesidad de aprobación.