Crónica: Atrapados bajo el fuego en el puente de Irpín, donde murió periodista
Un periodista, Brent Renaud, murió a tiros y un fotógrafo de origen colombiano resultó herido tras ataque en un suburbio de Kiev.
Unai Aranzadi / Kiev, Ucrania (especial para El Espectador)
Nina Yosipova intenta deletrear su nombre a los cinco periodistas que aún permanecen parapetados bajo el puente de Irpín, en la región de Kiev (Ucrania). Tanto ella como los reporteros que la cuestionan se han tenido que dar media vuelta y buscar refugio aquí. Minutos antes un colega estadounidense llamado Brent Renaud moría a manos de un francotirador un poco más adelante, al tiempo que una ofensiva de los de Moscú se hacía más que notable.
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Nina Yosipova intenta deletrear su nombre a los cinco periodistas que aún permanecen parapetados bajo el puente de Irpín, en la región de Kiev (Ucrania). Tanto ella como los reporteros que la cuestionan se han tenido que dar media vuelta y buscar refugio aquí. Minutos antes un colega estadounidense llamado Brent Renaud moría a manos de un francotirador un poco más adelante, al tiempo que una ofensiva de los de Moscú se hacía más que notable.
Entre varios voluntarios de la fuerza de defensa territorial ucraniana se consigue acercar a otro periodista, este de origen colombiano. Se llama Juan Arredondo, y afortunadamente solo está herido. Nina, que se encuentra en estado de shock, tiene una triple carga: sacar a su padre del bombardeo, salvar su propia vida y demostrar a las fuerzas ucranianas que no es una espía rusa. Pese a lo dramático de la situación, toda persona que viene huyendo de Irpín ha de sacar su pasaporte en medio de la refriega y dar tantas explicaciones como el militar a cargo lo requiera. La mujer no aguanta más y rompe a llorar. Su padre la observa con la mirada perdida y ni uno ni otro parecen reaccionar a las sacudidas que producen los impactos de mortero alrededor del puente en el que soldados, civiles y prensa se ven atrapados.
Sugerimos: Juan Arredondo, periodista de origen colombiano, fue herido en Ucrania
El puente pasa sobre el río Irpín, caudal que separa a esta localidad del bosque que da acceso a Kiev. Dinamitado por las propias fuerzas ucranianas para que no pueda ser cruzado por los tanques rusos, el viaducto es un amasijo de hormigón y hierros, célebre por haber sido escenario de evacuaciones masivas desde hace una semana. Sin embargo, esta mañana gris de viento y nieve ha traído consigo una mayor saña de las fuerzas rusas. Lo que comenzó como una jornada con un intercambio de fuego intermitente ha terminado en fuego intenso, incluyendo proyectiles de gran calibre en el lado de Irpín, donde se apostan las pocas ambulancias que encuentran coraje y fuerzas para acercarse hasta aquí y evacuar a los últimos rezagados que aún salen de esta localidad y otras como Hostomel y Bucha.
De entre el caos hace aparición un viejo Lada, automóvil fetiche de la Unión Soviética. De él bajan dos hombres con la clara intención de resguardarse bajo el puente. Pero nada más al avistarlos, la docena y media de soldados que se encuentran bajo el viaducto rodean el vehículo y entre gritos piden a sus ocupantes que salgan con las manos en alto. Los dos hombres obedecen y se tiran al suelo, pues ya todo el mundo sabe que se dispara a matar a quien no obedezca las órdenes de los soldados. Sin ir más lejos, en la jornada de ayer, muy cerca de aquí, los militares ucranianos sorprendieron a unos saqueadores que aprovechaban la confusión de la guerra para desvalijar casas y garajes. Los tres saqueadores terminaron apaleados, desnudos y pegados, literalmente, con cinta adhesiva a una señal de tráfico.
Pasado lo más intenso del bombardeo, el puñado de civiles y periodistas que permanece a salvo bajo el puente decide aprovechar la oportunidad para correr en dirección al sur y tratar de escapar de la ofensiva rusa. Se trata de una apuesta a vida o muerte. De reanudarse el fuego sobre la carretera de huida, cualquiera podría ser alcanzado por los fragmentos de acero candente que desprenden los grandes proyectiles de la artillería.
La salida se produce y es dramática. No solo hay que cruzar el caudal del río por un puente hecho con tablones de madera y restos de basura, sino que hay que hacerlo con ancianos en sillas de ruedas como Mikhail, el padre de Nina. Otros simplemente son llevados en camillas y todo aquel que puede corre y si no, camina.
El humo de las detonaciones que han sacudido el área minutos antes cubre de gris y negro todo el aire, enrareciendo aún más el ambiente. Las prisas por ponerse a salvo son tales, que los reporteros en lugar de hacer fotos ayudan a meter a los desplazados en las únicas tres ambulancias que no han escapado de la anterior embestida rusa. Un hombre de gran tamaño se lanza en la parte trasera de una furgoneta, que hace las veces de ambulancia, sin saber que bajo unas mantas permanece tumbada una anciana. Otro se contenta con poder subirse junto a la puerta pese a tener medio cuerpo fuera. Acelerando en dirección a Kiev, las tres ambulancias salen tan rápido como pueden. Atrás, en el puente, ya solo quedan la guerra y los soldados.
La entrada al primer puesto de control ucraniano, que se encuentra junto a unas torres de apartamentos, ya en pleno centro urbano, presenta un aspecto extraño. Donde antes había civiles, voluntarios y un enjambre de periodistas e incluso curiosos, hoy apenas se ve un alma. El fuego del ejército ruso se ha acercado más que nunca y ha espantado a mucha gente, como una premonición de lo que a la ciudad de Kiev le puede estar esperando. Sacados los ancianos y heridos de las ambulancias, los desplazados por la invasión rusa comienzan a ser atendidos en un precario hospital de campaña, y quien tiene hambre come, y quien necesita subirse a uno de los autobuses en dirección a Polonia puede subirse y escapar más allá de la frontera.
Reunidos en un corrillo junto a una barricada, los periodistas que han sobrevivido a la jornada reciben una noticia del jefe de policía: el frente de Irpín queda definitivamente cerrado para la prensa. La pérdida de control ucraniana empieza a ser una realidad amarga, y el cerco total de la ciudad cada día se ve más cerca.
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