Diez años de Francisco: el papa de los invisibles, entre avances y amenazas
La mejor forma de revisar cómo el papado de Francisco está cambiando las cosas una década después es a través de la resistencia que se ha visto en el Vaticano ante su revolución. No todos están satisfechos con los cambios propuestos en una Iglesia que, poco a poco, se ha reencontrado con su sentido misionero.
Camilo Gómez Forero
Desde el primer momento en el que se le vio por el balcón central de la basílica de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, el mundo supo que el papado de Jorge Mario Bergoglio iba a ser muy diferente. El recién nombrado Francisco declinó el vestir con la tradicional capa roja (hasta en la moda quería empezar una revolución); también se negó a vivir en el palacio apostólico y prefirió, en cambio, una casa de huéspedes; pero lo más destacado fue su primera icónica frase con la que conmovió a todos: “Recen por mí”, que ha repetido y retumbado en estos 10 años. Había un cambio. ¿Qué buscaba con ello?
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Desde el primer momento en el que se le vio por el balcón central de la basílica de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, el mundo supo que el papado de Jorge Mario Bergoglio iba a ser muy diferente. El recién nombrado Francisco declinó el vestir con la tradicional capa roja (hasta en la moda quería empezar una revolución); también se negó a vivir en el palacio apostólico y prefirió, en cambio, una casa de huéspedes; pero lo más destacado fue su primera icónica frase con la que conmovió a todos: “Recen por mí”, que ha repetido y retumbado en estos 10 años. Había un cambio. ¿Qué buscaba con ello?
A los pocos días, luego de mostrar su distanciamiento con ciertas tradiciones con las que se sentía incómodo, Francisco invitó a los recolectores de basura y jardineros del Vaticano a participar de la santa misa. Meses después, insistió en que su primer viaje fuera a la isla de Lampedusa, que ve llegar y morir a miles de migrantes en su camino a Europa. Todo estaba cargado de simbolismo: se trataba de que la Iglesia regresara a la gente desde la humildad y la escucha.
“Somos los invisibles”, dijo en su momento Luciano Cecchetti, coordinador de los jardineros y trabajadores sanitarios del Vaticano. “Encontrarnos ante el santo padre en una misa para nosotros es algo que no sucede todos los días. Me volteé y miré las caras de los empleados: todos nos fuimos de allí con los ojos empañados”, concluyó. El papa los había puesto en el mapa; era el cambio que buscaba.
“Es la revolución de la Iglesia misionera, aquella que sale a buscar a quien la necesita con un mensaje de amor y esperanza. Es la Iglesia de la alegría, en contraposición a la Iglesia dogmática, teológica, ritual... Es una Iglesia centrada en el débil, el afligido, en oposición a una Iglesia centrada en el cura o el obispo”, comentó Jorge Mario Eastman, exembajador de Colombia en el Vaticano.
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Hoy, cuando se cumple una década del papado de Francisco, lo más elemental es preguntarse si ese momento continúa siendo el mismo. Es decir, si la Iglesia sigue contestando al llamado de tener una dimensión más sinodal, donde se escucha a los no escuchados. Porque hacer hoy un “balance del papado”, dijo hace poco el jesuita Antonio Spadaro, fiel colaborador de Francisco en entrevista con Télam, no sería lo propio.
“Eso es para las empresas. La espiritualidad sobre la que se forma el pontificado de Francisco no prevé balances, análisis de progresos ni una evolución ligada a las exigencias de la historia. En cambio, ha habido un llamado a la dimensión espiritual a través del discernimiento”, comenta.
Como señala Elise Ann Allen, corresponsal de CruxNow en el Vaticano, los papas no han sido históricamente clasificados como sí lo hacemos con empresas o gobiernos. No se habla de un “éxito o un fracaso total” de un papado o de un “buen o mal papa”. Es difícil. ¿Cómo evaluar entonces el cambio que busca Francisco? ¿Han servido de algo sus palabras y acciones? Allen propone analizar la mezcla entre sus avances y frustraciones; es decir, sus contrastes, y Spadaro coincide en ello, resaltando que este en particular es un pontificado de frutos, pero sobre todo de semillas. “Y con el tiempo, esas semillas crecerán, evolucionarán y madurarán. Y entenderemos cómo eran los frutos que se plantaron durante estos tiempos”, dijo el jesuita.
Sobre los frutos, hemos visto un papa diplomático con acciones amplias, “aunque no contundentes”, indicó el vaticanista Hernán Olano. “Francisco se ha pronunciado sobre las situaciones de guerra en Yemen, el Congo, Myanmar, la guerra ruso-ucraniana y más recientemente ha denominado de régimen ‘nazista autoritario’ al de Nicaragua. En cuanto a Venezuela, sigue ofreciéndose para el diálogo entre las partes, pero si no lo buscan, no habrá solución. Él sería quien debe citar a Gobierno y oposición a un encuentro en el Vaticano”, señala Olano.
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Para Eastman, la no contundencia de Francisco respondía a una prudencia enmarcada en su historia personal con la dictadura en Argentina. “A mí también me sorprendió que no hubiese una reacción más fuerte contra Ortega y la persecución inmisericorde de su dictadura contra la Iglesia. Pero entendí que el Vaticano estaba tratando, muy acorde con su estilo de diplomacia, que ha sido muy efectivo con varias dictaduras en América y Asia, de mantener un diálogo secreto, prudente, protegiendo la vida del clero involucrado”, señala. El hecho de que Francisco comparara, la semana pasada, a la Nicaragua de Daniel Ortega con la Alemania de Adolfo Hitler muestra que el papa ahora buscará más contundencia con su voz.
Sobre las semillas, vemos un papado que ha puesto la migración y el cambio climático como prioridades en su agenda, ha empezado a responder a los llamados de transparencia económica en el Vaticano y a condenar los abusos sexuales en la Iglesia. “Destituyó a un cardenal norteamericano; modificó el código de derecho canónico para hacerlo más inflexible y ampliar sanciones a los delitos y, hace una semana, propuso el resarcimiento económico a las víctimas”, dijo Olano. Pero no ha sido suficiente y quedan, sobre todo, interrogantes de la agenda del papa y su conocimiento frente a casos claves como el del exobispo Gustavo Zanchetta, condenado a prisión por abuso, quien fue transferido a Roma y puesto en un importante cargo antes de que estallara el escándalo. ¿Qué tanto sabía Francisco del caso? Para Allen, este es uno de los grandes misterios que quedan.
Pero además de los frutos momentáneos y las semillas sembradas que se pueden dilucidar, quizá la forma más efectiva de mostrar un balance y cómo este papado está escribiendo y cambiando la historia es a través de las tensiones que se ven. “Las resistencias significan que la acción del papa funciona. Si no hubiera oposiciones ni tensiones, significaría que todo ocurre tranquilamente, sin incidir de verdad”, señaló Spadaro.
Muchos han advertido que hay una especie de “guerra civil” en el Vaticano y que fue el papa emérito, Benedicto XVI, quien contuvo ese choque ideológico, siendo siempre fiel a Francisco y no prestándose a la instrumentalización de los sectores conservadores. Sin embargo, Olano opina que la relación actual del papa con la curia romana —órgano de la Iglesia— ha sido “buena”, por lo que ha podido nominar a sus integrantes, relevar rezagos inoperantes de la época de Benedicto, como al cardenal Bertone, y renovar las instituciones incluso con presencia femenina.
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“No hubo un revolcón al inicio del mandato, pero en estos 10 años el cambio ideológico de quienes ostentan el poder desde el Vaticano ha cambiado en forma notoria: hay mujeres, laicos, gente más joven, obispos que se han saltado la fila india del poder, que antes giraba alrededor de los obispos italianos y europeos”, agrega Eastman.
No obstante, y aunque no representa una amenaza puntual, la existencia de este grupo ideologizado opositor a Francisco es un fenómeno que habría que ver en detalle.
“Hay una derecha ideologizada, sobre todo en EE. UU., con un impacto significativo por su cercanía con los políticos populistas en varios países. Siento que la Iglesia de EE. UU. también ha sufrido un proceso similar al de la política norteamericana, que podría simplificarse como la búsqueda de respuestas simples (populistas), buscando un enemigo común ante la crisis social que vive una parte de la población (por el desempleo, las drogas, etc.). Para esa parte de la Iglesia que ha perdido poder y se ve debilitada por esa Iglesia que plantea Francisco, que no es ‘obispocéntrica’, sino ‘cristocéntrica’, el enemigo es el Vaticano II y quienes quieren llevar a cabo esa apertura de la Iglesia”, dice Eastman.
Olano coincide en que “el denominado grupo opositor a Francisco, en cabeza del episcopado alemán, así como en el cardenal Raymond Leo Burke, admirador de Donald Trump y llamado el cardenal antivacunas, enemigo del papa, considera que su aperturismo es contrario a las teorías fundamentales de la Iglesia”. Por eso, el papa les recordó que la Iglesia no es un parlamento y que, aunque se puede disentir, hay que respetar la autoridad en unidad”, dijo Olano.
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