Diez años del Euromaidán: hecho, causa y consecuencia
Lo que sucedió entre 2013 y 2014, transformó radicalmente no solo el escenario político ucraniano, sino que fue utilizado como argumento por Moscú para iniciar una invasión. No fueron una serie de hechos aislados, por el contrario constituyeron la cúspide de un proceso social de larga duración y de paso es el punto de partida para una nueva realidad histórica en Europa.
Jesús Agreda Rudenko | ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
Este 21 de noviembre se conmemoran 10 años de los sucesos que dieron origen a una serie de hechos que comúnmente conocemos como Euromaidán o como los ucranianos lo llaman “la revolución de la dignidad”. Este periodo histórico que abarcó un periodo entre 2014 a 2015 cambió de manera definitiva no solo la relación de poderes políticos en el interior de Ucrania sino también la relación de este estado de Europa oriental con la Federación de Rusia.
Fuera de lo anterior es necesario aclarar que lo sucedido hace diez años no es solo una serie de hechos aislados, sino que también es la cúspide de un proceso social de larga duración y de paso es el punto de partida para una nueva realidad histórica en Europa; por lo anterior se intentará abarcar las tres visiones en ese mismo orden. Por último, debo aclarar que sin duda todo hecho histórico no es mas sino la interpretación de una realidad percibida, y esta es la mía.
Los hechos
Primero que todo el “Euromaidán” (Europlaza o también conocido como el Maidan Nezalizhnosti o la Plaza de la Independencia) es un lugar, es la plaza central de la capital ucraniana de Kiev y es el epicentro de la vida política del Estado. Sin embargo, el nombre se asocia mucho más con un levantamiento social que se originó a partir de la decisión del presidente Viktor Yanukovich de suspender la firma del Acuerdo de Asociación de Ucrania con la Unión Europea; acompañado de un desencanto social por otra serie de promesas incumplidas de la clase política.
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La decisión de Yanukovich, aunque sustentada en argumentos de tipo económico, en la que se fomentaba la necesidad de fortalecer la relación de Ucrania con la Federación de Rusia y lo que ahora se conoce como la Unión Económica Euroasiática, puso fin a una esperanza colectiva de cambio y de una vida mejor en el marco de un muy esperado acceso (de productos y de personas) al mercado de la Unión Europea.
Esta decisión generó una clara y amplia respuesta social en múltiples niveles, aunque todos los participantes compartían el interés por expresar su inconformismo con las decisiones políticas. Así, lo que comenzó como una serie de protestas pacíficas terminaría escalando hasta convertirse en intentos de represión y enfrentamientos directos entre la fuerza pública y diferentes sectores de los manifestantes que a su a vez variaban desde los ciudadanos del común hasta movimientos nacionalistas con influencias neonazis; siendo que esos sectores radicales los que lograron mayor visibilidad y un mayor protagonismo.
Este enfrentamiento, que duró hasta el 22 de febrero de 2015, y cuya radicalización terminó en la muerte de cerca de 90 personas y con dos mil heridos en todo el territorio nacional, llevó al presidente Yanukovich a escapar del país y buscar refugio en Rusia, dando paso a la recomposición de un nuevo Estado y sobre todo a la reducción de la influencia política directa de oligarcas y clanes políticos, pero sobre todo de Moscú sobre Ucrania.
Se formó un nuevo gobierno y a pesar de las constantes acusaciones del gobierno Putin, los neonazis no solo no lograron hacerse con el poder, sino que desaparecieron prácticamente de la esfera publica donde el partido Svoboda, el más conocido de ellos, ni siquiera ha podido logrado el umbral mínimo para tener algún tipo de representación en la Verkhovna Rada (legislativo ucraniano), llegando a que en el 2020 los ucranianos eligieran a un presidente judío, quien a su vez nombró a un primer ministro judío y quienes, según Putin, son neonazis.
Como resumen, se debe resaltar entonces que fue un proceso social en el que la población reclamó un cambio de estructura y que se radicalizó debido a la resistencia del gobierno de turno a ese reclamo, quien a su vez se sentía empoderado por el apoyo ruso.
Sin embargo, como ya se ha dicho, todo esto no puede verse como un hecho aislado por lo que se vuelve esencial entender que lo que pasó en ese periodo de tiempo no es más (ni menos) que una consecuencia de procesos históricos anteriores y por supuesto es una causa de la realidad que Ucrania está viviendo el día de hoy.
Cúspide histórica
Si lo vemos desde el punto de vista histórico, no es la primera revolución o al menos esfuerzo significativo que el pueblo ucraniano ha hecho buscando su autonomía. El argumento ruso de que Ucrania es algo así como una creación artificial rusa es un evidente error, o más bien una narrativa que Moscú intentó posicionar para deslegitimar el esfuerzo ucraniano y para desconocer la existencia de una identidad propia, cuya existencia no puede sino debilitar el reclamo hegemónico ruso sobre los eslavos de Europa oriental. Una identidad que se intentó borrar en varias oportunidades pero que ha sobrevivido y que la invasión actual solo terminó consolidando.
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Los esfuerzos de diferentes gobiernos de Moscú no solo han buscado impedir sino también eliminar la idea de un Estado independiente, borrar cualquier rasgo de identidad e incluso eliminar la población ucraniana misma. Solo en el siglo XX, el primer caso se puede evidenciar con la República Popular Ucraniana, que tuvo una vida corta entre 1917 y 1922; lo segundo se puede evidenciar con el proceso de rusificación y de “sovietización” de la sociedad ucraniana y en general de todas las sociedades que hicieron parte (de manera voluntaria o no) de la URSS; y el último, a través del Holodomor, donde por decisiones de Moscú se mató de hambre a cerca de cuatro millones de ucranianos.
Sin embargo y a pesar de todo lo anterior, la búsqueda de esa autonomía política y de la consolidación identitaria no ha podido ser eliminada y ha renacido con fuerza una y otra vez. Ucrania no solo fue uno de los países iniciales que firmaron la disolución de la URSS, sino que ha sido uno de los grandes protagonistas de las Revoluciones de Colores y de movimientos regionales como el GUUAM, que buscaban reducir la negativa influencia política rusa en los Estados exsoviéticos.
Para completar, en las últimas dos décadas, Ucrania no vivió una, sino dos revoluciones, lo que evidencia un innegable deseo de autonomía y autogobierno bajo reglas propias y no las impuestas por alguien. La primera, la revolución naranja del 2004, buscó corregir problemas estructurales que han vivido prácticamente todos los Estados exsoviéticos (tal vez con la excepción de los Estados Bálticos) y que evidencian las debilidades de un sistema democrático en construcción, cooptado por herencias del modelo soviético caracterizado por la corrupción, tendencias autoritarias, debilidad de la rama judicial, oligarquías y otros.
Más concretamente, la crisis y la separación de la URSS evidenciaron los problemas del régimen socialista al dejar instituciones políticas débiles y altamente vulnerables tanto a inescrupulosos que vieron oportunidad en el caos y se enriquecieron a costa del sufrimiento de millones, como a la injerencia de la Federación de Rusia en asuntos sociales, políticos y económicos.
En este contexto y como consecuencia de problemas recurrentes desde la independencia de Ucrania, a finales de 2004, la población salió a protestar un resultado electoral que iba en contra de un evidente clamor social por el cambio, donde de manera muy sospechosa ganó el candidato que justamente favorecía el statu quo y que casualmente era afín a los intereses del gobierno ruso. Como consecuencia de esa revolución, pacifica, por cierto, las elecciones se repitieron y ganó el candidato que prometía el cambio.
Sin embargo, a pesar de ese logro, la inexperiencia, debilidad institucional y una enorme presión de parte de Rusia, hicieron necesaria una segunda revolución, la revolución de la dignidad de 2014-2015, para intentar una vez más y de manera definitiva poner fin a costumbres políticas destructivas y a la injerencia dañina que no permitía a Ucrania progresar.
Así, “Euromaidán” se convirtió en la cúspide de una reclamación social de autonomía, independencia y cambio social, que de hecho no fue exclusivo de Ucrania, pero que en este caso evidenció la madurez de la sociedad con una identidad propia que hace mucho exigía su derecho al autogobierno. Por último, vale la pena resaltar que la revolución sacó del poder a un presidente ucraniano de la región del Donbas, quien fue elegido por la gente a pesar de que no hablaba ucraniano sino ruso, lo que demuestra que la coexistencia pacífica con la población rusa es posible. Lo que no era la imposición de una élite corrupta dirigida desde Moscú, que es contra quien se dirigió la revolución. Fue una lucha contra esa élite, frente a la que la posición de Rusia y su interés en mantener se hizo evidente.
Punto de partida hacia el futuro
Por otro lado, ya que se revisó el Euromaidán como una consecuencia, vale la pena verlo como una causa. Lo que sucedió entre 2013 y 2014, transformó radicalmente no solo el escenario político ucraniano, sino que fue utilizado como argumento por Moscú para iniciar una invasión y anexarse territorios ucranianos como Crimea y de paso apoyar a los movimientos separatistas en Lugansk y Donetsk, que también ya han sido anexados.
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Aunque los argumentos esgrimidos por Putin para justificar todo esto van desde lo absurdo como la lucha contra del nazismo imaginario de un gobierno judío hasta algo que suena coherente teóricamente como el encerramiento geopolítico, la verdadera razón para la invasión no parece ser otra que la misma debilidad rusa. Una debilidad que se ha evidenciado en varios aspectos: no solo se derrumbó la leyenda de una invencible potencia militar rusa, sino que también se evidenció que el gobierno ruso que se está alejando gradualmente de modelos democráticos, no se siente tan seguro del control que tiene de su propio Estado y que simplemente no tiene algo atractivo que ofrecer a sus potenciales aliados.
El proceso de democratización que vivieron Ucrania y Georgia (revoluciones de colores 2004 y 2003) se han convertido en una amenaza para la estabilidad del gobierno de Moscú, que ve con preocupación cómo los reclamos populares de mayor libertad y participación política pueden “infectar” al Estado ruso, por lo que no tiene otra alternativa sino destruir los focos de las nacientes democracias a través de amenazas, sanciones e incluso acciones violentas.
La falta de confianza en el apoyo popular del régimen de Putin no solo lo obliga a asumir posiciones cada vez más autoritarias contra su propio pueblo, sino también a tratar de neutralizar cualquier amenaza real o imaginaria a su propia legitimidad, llegando incluso a luchar una especie de guerra cultural en contra de “Occidente”.
En este contexto, al posicionarse como un ejemplo de autonomía democrática y de contención de la injerencia rusa, Ucrania no solo se volvió un símbolo para todos los demás vecinos y el mismo pueblo ruso, sino también una amenaza para el presidente Putin. Por esta razón, Moscú más que nunca no solo no puede perder, sino que tiene que poner un ejemplo a todos aquellos que se atrevan a seguir el ejemplo ucraniano, por lo que activamente intenta destruir a Ucrania y a su pueblo, empleando los más salvajes crímenes de guerra que ya comenzaron a ser evidenciados por instituciones internacionales como la Corte Penal Internacional.
Solo para no dejarlo pasar, el último paso en este proceso ha sido el de destruir la infraestructura eléctrica necesaria para evitar que la gente se congele en el invierno que se acerca. Todo esto evidencia la verdadera cara del gobierno de Putin como una clara amenaza para el orden internacional y sobre todo la vida de las sociedades que se atreven a cuestionar a Moscú, por esa razón deberíamos comprometernos mucho más para denunciarlo y rechazar sus acciones.
Para concluir, una vez más debo resaltar que los hechos del Euromaidán sin duda deben ser recordados y estudiados, no solo porque llevaron a un punto de quiebre de la sociedad ucraniana, sino que también dieron paso a un nuevo enfrentamiento entre modelos democráticos y autoritarios. Por esa razón la invasión rusa como consecuencia directa del Euromaidán no es solo del interés ucraniano, sino de todo el sistema internacional en su conjunto, sobre todo dado que el resultado está lejos de ser claro.
La realidad es que como no existe una verdadera posibilidad para el dialogo, debido a la radical diferencia de opiniones entre Kiev y Moscú sobre la manera de ponerle fin a la invasión rusa, no queda otra opción que continuar con la guerra por lo que Ucrania se vuelve extremadamente dependiente del apoyo de sus aliados. Por lo anterior, la politización de la guerra y del apoyo al igual que la enorme relevancia que tiene el renovado conflicto entre Israel y Hamás no solo pone en duda el apoyo material y económico al Estado que está en el frente de la lucha global por la defensa de la democracia, sino a la democracia misma.
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Este 21 de noviembre se conmemoran 10 años de los sucesos que dieron origen a una serie de hechos que comúnmente conocemos como Euromaidán o como los ucranianos lo llaman “la revolución de la dignidad”. Este periodo histórico que abarcó un periodo entre 2014 a 2015 cambió de manera definitiva no solo la relación de poderes políticos en el interior de Ucrania sino también la relación de este estado de Europa oriental con la Federación de Rusia.
Fuera de lo anterior es necesario aclarar que lo sucedido hace diez años no es solo una serie de hechos aislados, sino que también es la cúspide de un proceso social de larga duración y de paso es el punto de partida para una nueva realidad histórica en Europa; por lo anterior se intentará abarcar las tres visiones en ese mismo orden. Por último, debo aclarar que sin duda todo hecho histórico no es mas sino la interpretación de una realidad percibida, y esta es la mía.
Los hechos
Primero que todo el “Euromaidán” (Europlaza o también conocido como el Maidan Nezalizhnosti o la Plaza de la Independencia) es un lugar, es la plaza central de la capital ucraniana de Kiev y es el epicentro de la vida política del Estado. Sin embargo, el nombre se asocia mucho más con un levantamiento social que se originó a partir de la decisión del presidente Viktor Yanukovich de suspender la firma del Acuerdo de Asociación de Ucrania con la Unión Europea; acompañado de un desencanto social por otra serie de promesas incumplidas de la clase política.
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La decisión de Yanukovich, aunque sustentada en argumentos de tipo económico, en la que se fomentaba la necesidad de fortalecer la relación de Ucrania con la Federación de Rusia y lo que ahora se conoce como la Unión Económica Euroasiática, puso fin a una esperanza colectiva de cambio y de una vida mejor en el marco de un muy esperado acceso (de productos y de personas) al mercado de la Unión Europea.
Esta decisión generó una clara y amplia respuesta social en múltiples niveles, aunque todos los participantes compartían el interés por expresar su inconformismo con las decisiones políticas. Así, lo que comenzó como una serie de protestas pacíficas terminaría escalando hasta convertirse en intentos de represión y enfrentamientos directos entre la fuerza pública y diferentes sectores de los manifestantes que a su a vez variaban desde los ciudadanos del común hasta movimientos nacionalistas con influencias neonazis; siendo que esos sectores radicales los que lograron mayor visibilidad y un mayor protagonismo.
Este enfrentamiento, que duró hasta el 22 de febrero de 2015, y cuya radicalización terminó en la muerte de cerca de 90 personas y con dos mil heridos en todo el territorio nacional, llevó al presidente Yanukovich a escapar del país y buscar refugio en Rusia, dando paso a la recomposición de un nuevo Estado y sobre todo a la reducción de la influencia política directa de oligarcas y clanes políticos, pero sobre todo de Moscú sobre Ucrania.
Se formó un nuevo gobierno y a pesar de las constantes acusaciones del gobierno Putin, los neonazis no solo no lograron hacerse con el poder, sino que desaparecieron prácticamente de la esfera publica donde el partido Svoboda, el más conocido de ellos, ni siquiera ha podido logrado el umbral mínimo para tener algún tipo de representación en la Verkhovna Rada (legislativo ucraniano), llegando a que en el 2020 los ucranianos eligieran a un presidente judío, quien a su vez nombró a un primer ministro judío y quienes, según Putin, son neonazis.
Como resumen, se debe resaltar entonces que fue un proceso social en el que la población reclamó un cambio de estructura y que se radicalizó debido a la resistencia del gobierno de turno a ese reclamo, quien a su vez se sentía empoderado por el apoyo ruso.
Sin embargo, como ya se ha dicho, todo esto no puede verse como un hecho aislado por lo que se vuelve esencial entender que lo que pasó en ese periodo de tiempo no es más (ni menos) que una consecuencia de procesos históricos anteriores y por supuesto es una causa de la realidad que Ucrania está viviendo el día de hoy.
Cúspide histórica
Si lo vemos desde el punto de vista histórico, no es la primera revolución o al menos esfuerzo significativo que el pueblo ucraniano ha hecho buscando su autonomía. El argumento ruso de que Ucrania es algo así como una creación artificial rusa es un evidente error, o más bien una narrativa que Moscú intentó posicionar para deslegitimar el esfuerzo ucraniano y para desconocer la existencia de una identidad propia, cuya existencia no puede sino debilitar el reclamo hegemónico ruso sobre los eslavos de Europa oriental. Una identidad que se intentó borrar en varias oportunidades pero que ha sobrevivido y que la invasión actual solo terminó consolidando.
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Los esfuerzos de diferentes gobiernos de Moscú no solo han buscado impedir sino también eliminar la idea de un Estado independiente, borrar cualquier rasgo de identidad e incluso eliminar la población ucraniana misma. Solo en el siglo XX, el primer caso se puede evidenciar con la República Popular Ucraniana, que tuvo una vida corta entre 1917 y 1922; lo segundo se puede evidenciar con el proceso de rusificación y de “sovietización” de la sociedad ucraniana y en general de todas las sociedades que hicieron parte (de manera voluntaria o no) de la URSS; y el último, a través del Holodomor, donde por decisiones de Moscú se mató de hambre a cerca de cuatro millones de ucranianos.
Sin embargo y a pesar de todo lo anterior, la búsqueda de esa autonomía política y de la consolidación identitaria no ha podido ser eliminada y ha renacido con fuerza una y otra vez. Ucrania no solo fue uno de los países iniciales que firmaron la disolución de la URSS, sino que ha sido uno de los grandes protagonistas de las Revoluciones de Colores y de movimientos regionales como el GUUAM, que buscaban reducir la negativa influencia política rusa en los Estados exsoviéticos.
Para completar, en las últimas dos décadas, Ucrania no vivió una, sino dos revoluciones, lo que evidencia un innegable deseo de autonomía y autogobierno bajo reglas propias y no las impuestas por alguien. La primera, la revolución naranja del 2004, buscó corregir problemas estructurales que han vivido prácticamente todos los Estados exsoviéticos (tal vez con la excepción de los Estados Bálticos) y que evidencian las debilidades de un sistema democrático en construcción, cooptado por herencias del modelo soviético caracterizado por la corrupción, tendencias autoritarias, debilidad de la rama judicial, oligarquías y otros.
Más concretamente, la crisis y la separación de la URSS evidenciaron los problemas del régimen socialista al dejar instituciones políticas débiles y altamente vulnerables tanto a inescrupulosos que vieron oportunidad en el caos y se enriquecieron a costa del sufrimiento de millones, como a la injerencia de la Federación de Rusia en asuntos sociales, políticos y económicos.
En este contexto y como consecuencia de problemas recurrentes desde la independencia de Ucrania, a finales de 2004, la población salió a protestar un resultado electoral que iba en contra de un evidente clamor social por el cambio, donde de manera muy sospechosa ganó el candidato que justamente favorecía el statu quo y que casualmente era afín a los intereses del gobierno ruso. Como consecuencia de esa revolución, pacifica, por cierto, las elecciones se repitieron y ganó el candidato que prometía el cambio.
Sin embargo, a pesar de ese logro, la inexperiencia, debilidad institucional y una enorme presión de parte de Rusia, hicieron necesaria una segunda revolución, la revolución de la dignidad de 2014-2015, para intentar una vez más y de manera definitiva poner fin a costumbres políticas destructivas y a la injerencia dañina que no permitía a Ucrania progresar.
Así, “Euromaidán” se convirtió en la cúspide de una reclamación social de autonomía, independencia y cambio social, que de hecho no fue exclusivo de Ucrania, pero que en este caso evidenció la madurez de la sociedad con una identidad propia que hace mucho exigía su derecho al autogobierno. Por último, vale la pena resaltar que la revolución sacó del poder a un presidente ucraniano de la región del Donbas, quien fue elegido por la gente a pesar de que no hablaba ucraniano sino ruso, lo que demuestra que la coexistencia pacífica con la población rusa es posible. Lo que no era la imposición de una élite corrupta dirigida desde Moscú, que es contra quien se dirigió la revolución. Fue una lucha contra esa élite, frente a la que la posición de Rusia y su interés en mantener se hizo evidente.
Punto de partida hacia el futuro
Por otro lado, ya que se revisó el Euromaidán como una consecuencia, vale la pena verlo como una causa. Lo que sucedió entre 2013 y 2014, transformó radicalmente no solo el escenario político ucraniano, sino que fue utilizado como argumento por Moscú para iniciar una invasión y anexarse territorios ucranianos como Crimea y de paso apoyar a los movimientos separatistas en Lugansk y Donetsk, que también ya han sido anexados.
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Aunque los argumentos esgrimidos por Putin para justificar todo esto van desde lo absurdo como la lucha contra del nazismo imaginario de un gobierno judío hasta algo que suena coherente teóricamente como el encerramiento geopolítico, la verdadera razón para la invasión no parece ser otra que la misma debilidad rusa. Una debilidad que se ha evidenciado en varios aspectos: no solo se derrumbó la leyenda de una invencible potencia militar rusa, sino que también se evidenció que el gobierno ruso que se está alejando gradualmente de modelos democráticos, no se siente tan seguro del control que tiene de su propio Estado y que simplemente no tiene algo atractivo que ofrecer a sus potenciales aliados.
El proceso de democratización que vivieron Ucrania y Georgia (revoluciones de colores 2004 y 2003) se han convertido en una amenaza para la estabilidad del gobierno de Moscú, que ve con preocupación cómo los reclamos populares de mayor libertad y participación política pueden “infectar” al Estado ruso, por lo que no tiene otra alternativa sino destruir los focos de las nacientes democracias a través de amenazas, sanciones e incluso acciones violentas.
La falta de confianza en el apoyo popular del régimen de Putin no solo lo obliga a asumir posiciones cada vez más autoritarias contra su propio pueblo, sino también a tratar de neutralizar cualquier amenaza real o imaginaria a su propia legitimidad, llegando incluso a luchar una especie de guerra cultural en contra de “Occidente”.
En este contexto, al posicionarse como un ejemplo de autonomía democrática y de contención de la injerencia rusa, Ucrania no solo se volvió un símbolo para todos los demás vecinos y el mismo pueblo ruso, sino también una amenaza para el presidente Putin. Por esta razón, Moscú más que nunca no solo no puede perder, sino que tiene que poner un ejemplo a todos aquellos que se atrevan a seguir el ejemplo ucraniano, por lo que activamente intenta destruir a Ucrania y a su pueblo, empleando los más salvajes crímenes de guerra que ya comenzaron a ser evidenciados por instituciones internacionales como la Corte Penal Internacional.
Solo para no dejarlo pasar, el último paso en este proceso ha sido el de destruir la infraestructura eléctrica necesaria para evitar que la gente se congele en el invierno que se acerca. Todo esto evidencia la verdadera cara del gobierno de Putin como una clara amenaza para el orden internacional y sobre todo la vida de las sociedades que se atreven a cuestionar a Moscú, por esa razón deberíamos comprometernos mucho más para denunciarlo y rechazar sus acciones.
Para concluir, una vez más debo resaltar que los hechos del Euromaidán sin duda deben ser recordados y estudiados, no solo porque llevaron a un punto de quiebre de la sociedad ucraniana, sino que también dieron paso a un nuevo enfrentamiento entre modelos democráticos y autoritarios. Por esa razón la invasión rusa como consecuencia directa del Euromaidán no es solo del interés ucraniano, sino de todo el sistema internacional en su conjunto, sobre todo dado que el resultado está lejos de ser claro.
La realidad es que como no existe una verdadera posibilidad para el dialogo, debido a la radical diferencia de opiniones entre Kiev y Moscú sobre la manera de ponerle fin a la invasión rusa, no queda otra opción que continuar con la guerra por lo que Ucrania se vuelve extremadamente dependiente del apoyo de sus aliados. Por lo anterior, la politización de la guerra y del apoyo al igual que la enorme relevancia que tiene el renovado conflicto entre Israel y Hamás no solo pone en duda el apoyo material y económico al Estado que está en el frente de la lucha global por la defensa de la democracia, sino a la democracia misma.
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