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A inicios de 2021, Dinamarca anunció la construcción de la primera isla artificial de energía renovable en el mundo. Ubicada en el Mar del Norte, a unos 80 km de las costas danesas, se estima que tendrá capacidad para suplir energía a 10 millones de hogares, con lo que se cubriría la demanda eléctrica no solo de mi país, sino de millones de habitantes del Norte de Europa. Dinamarca ha sido pionera en proyectos de gran escala como cuando en 1991 inauguró el parque eólico marino de Vindeby, el primero de este tipo en el mundo. Así, la construcción de la isla no sólo se trata del proyecto más grande en la historia de mi país, con una inversión de 30 billones de euros. Ante todo, se trata de una apuesta decisiva para la transición energética.
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Internacionalmente se reconoce a Dinamarca por estar muy comprometida con la transición energética. Su historia en el sector se ha modificado a partir de grandes lecciones –con errores y aciertos– que nos han encaminado hacia un desarrollo más sostenible. Durante 50 años fuimos un importante productor de petróleo y gas, con explotación en el Mar del Norte, pero el año pasado el gobierno, con amplio apoyo parlamentario, decidió abandonar totalmente la exploración de hidrocarburos. Para el 2030 nos hemos trazado dos metas: que la energía de mi país dependa en un 100% de fuentes renovables, reduciendo en un 70% nuestras emisiones de carbono; y en 2050 apostamos a ser completamente carbono neutrales.
Colombia, por su parte, no es ajena a esta realidad. En los últimos años se ha dado un intenso y necesario debate sobre cómo reorientar las políticas energéticas para que contribuyan a los compromisos del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y es claro que la transición energética dejó de ser una opción para convertirse en una obligación con nuestra existencia y nuestro planeta. A esto se suman los retos que enfrentaremos de cara a la recuperación post-pandemia, como repensar el modelo de desarrollo y enfocar nuestros esfuerzos hacia una transición verde, impulsada también por la Unión Europea.
La energía es el pilar fundamental para alcanzar economías y sociedades bajas en carbono y Colombia ha venido avanzando en su apuesta verde a través de su matriz energética. De hecho, el país va por muy buen camino. Recientemente, se anunció la construcción de 16 parques eólicos en el Departamento de La Guajira que, sin duda, serán la base para acelerar la transición energética en Colombia a partir de recursos eólicos propios de la región.
Por otra parte, el actual Plan Nacional de Desarrollo es ejemplo del compromiso del Gobierno colombiano en embarcarse de lleno en la transición energética. En suma, todas estas iniciativas cuentan con un respaldo evidente de la sociedad colombiana y la comunidad internacional, y es una realidad que comprende lo ético, lo medioambiental y, en especial, lo económico.
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Dinamarca quiere respaldar esta transición con un nuevo modelo energético. Durante los últimos años hemos apoyado a instituciones colombianas con expertos e intercambios para compartir nuestras experiencias y soluciones. En 2021 nuestra cooperación alcanzará un nuevo nivel con el ingreso de Colombia como socio prioritario en la nueva Iniciativa de Transición Energética Danesa (DETI por sus siglas en inglés). El programa busca fomentar la planeación efectiva para las energías renovables y mejorar la eficiencia energética del país para garantizar el acceso a una energía fiable, asequible y sostenible. Tuve el gusto de lanzar oficialmente el programa con el Ministro de Minas y Energía, el Sr. Diego Mesa, esta semana.
La transición a largo plazo parece imparable y Colombia tiene el potencial de ser líder regional de energías “verdes”. Con optimismo, resalto el esfuerzo de actores públicos y privados que activamente están impulsando un cambio hacia la sostenibilidad. Ciudades como Medellín y Bogotá hacen parte del “Convenio C40: Grupo de ciudades de liderazgo climático”, que trabajan para reducir las emisiones de carbono y adaptarse al cambio climático. En Barranquilla, ciudad que visité en octubre del año pasado, también vi un gran compromiso por parte de la alcaldía y la sociedad civil para avanzar en la exploración de proyectos de energías renovables.
El camino que tiene que atravesar Colombia puede tomar inspiración del recorrido de otros países, como el mío. En Dinamarca aprendimos la importancia de involucrar y respaldar a las comunidades locales en el desarrollo de proyectos transformadores y entendimos la necesidad de integrar las energías renovables no convencionales en nuestra red de distribución nacional. El éxito se ha basado en estrategias energéticas con amplio respaldo político, planificación a largo plazo y alianzas público-privadas. Los resultados no solo impactaron positivamente a nivel político, también trajeron beneficios a nivel económico. Nuestra apuesta por la energía eólica no costó ni empleo ni riqueza. El ‘viento’ no se llevó nuestro bienestar – todo lo contrario.
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Otro aspecto importante a resaltar es que nuestras empresas enfocadas en energías verdes y eficiencia energética reportaron en 2019 €11.8 billones provenientes de exportaciones. Esta cifra equivale al 72% del total de exportaciones del sector energético, demostrando así que empresas de tecnologías verdes han sido grandes generadoras de empleo y prosperidad. Nuestra empresa estatal de energía DONG dejó de apostar por el petróleo y el gas y pasó a llamarse Ørsted. Hoy, Ørsted es una empresa de participación público-privada, y es potencia global de energías renovables con cotización en Nasdaq. El cambio en nuestro modelo energético inspiró la consolidación de otras emprases líderes como Vestas, hoy la más importante productora de turbinas eólicas en el mundo que exporta a distintos países, entre ellos, Colombia.
Como embajador de Dinamarca sé que nuestra experiencia no se puede copiar al pie de la letra en Colombia, y que se necesitarán medidas acordes al contexto nacional, a su realidad productiva. En cualquier caso, este país tendrá que afrontar decisiones fundamentales que definirán su modelo energético a largo plazo. Dinamarca seguirá apoyando esta transformación y espero que mi país y sus empresas sigan siendo fuente de inspiración. ¡Buen viento y buena mar! dicen acá. En Dinamarca decimos “god vind” o “buen viento.” Eso le deseo a Colombia.