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                                                                                                                                Héctor Abad Faciolince: domicilio en el cielo

                                                                                                                                Victoria Amelina se había apartado de la ficción y se había dedicado a buscar y a documentar con detalle los crímenes de guerra cometidos en Ucrania. Hay un crimen de guerra que ya no va a poder documentar personalmente: el que cometieron con ella.

                                                                                                                                Victoria Amelina iba a viajar a Francia, donde pensaba terminar su libro de denuncia de los crímenes de guerra de Rusia.
                                                                                                                                Foto: Victoria Amelina/EFE - Victoria Amelina
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Victoria Amelina/EFE - Victoria Amelina
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                                                                                                                                📝 Sugerimos: Las huellas de las energías verdes

                                                                                                                                ¿Qué hacíamos nosotros en Kramatorsk, a 40 km del frente, y en ese restaurante? La historia debe ser contada desde el principio, por lo que voy a robarles dos párrafos de tiempo. En realidad, Sergio Jaramillo (alto comisionado de paz y ex viceministro de defensa de Colombia) y yo habíamos ido a Kiev invitados por la Feria del Libro: yo iba a firmar ejemplares de una novela mía publicada en ucraniano; Sergio, a presentar la campaña “¡Aguanta Ucrania!”. Como yo también formo parte de esta campaña desde el principio y como he intentado que colegas míos de Hispanoamérica se unan a esta iniciativa, me sumé a la presentación de nuestro movimiento a favor de Ucrania. En la presentación estaba la premio Nobel ucraniana Oleksandra Matviichuk; el presidente del Pen Club de Ucrania, Volodímir Yermolenko; la periodista colombiana Catalina Gómez, como moderadora; y la pobre Victoria Amelina. Yo estaba al lado de ella.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La compañía de Amelina fue fundamental para conocer los horrores de la guerra y las atrocidades cometidas por el ejército ruso, tanto en las primeras semanas de la invasión como en el año transcurrido después. Nos llevó a ver la casa de donde los rusos se llevaron al poeta Volodymyr Vakulenko, para después torturarlo, pegarle dos tiros y enterrarlo en una fosa común como a cualquier judío del año 40. Con mi obsesión por el Holocausto yo aporté lo mío. Hice que paráramos en las afueras de Járkiv a ver un monumento en honor a más de 15 mil víctimas judías asesinadas y enterradas en fosas comunes. En su campaña por “desnazificar” a Ucrania, el presidente más parecido a Hitler que se conozca desde 1945, Putin, destruyó la menoráh que señalaba el sitio del crimen de los nazis.

                                                                                                                                📌Le puede interesar: Victoria Amelina: de escritora a valiente investigadora

                                                                                                                                Vimos y entrevistamos oficiales y soldados del ejército ucraniano. De nazis no tienen nada, lo puedo asegurar. Si alguna culpa tienen es la de ser todavía un ejército demasiado soviético, es decir, paranoico (lo cual se entiende, en una guerra) y paquidérmico e ineficaz (lo cual es muy nocivo en una guerra). Conocimos a un joven soldado encantador, amigo de Amelina, con una sonrisa seráfica constante, que nos explicó que si bien él había sido siempre un pacifista convencido, estaba también seguro de que Putin y los invasores usan y entienden un solo lenguaje: el de la fuerza. El diálogo y la diplomacia han fracasado. Lo queramos o no, la única alternativa que tenemos hoy es oponerse al mal con las armas.

                                                                                                                                En el último año, Victoria se había apartado de la ficción y se había dedicado a buscar y a documentar con detalle los crímenes de guerra cometidos por los agresores. Hay un crimen de guerra que ya no va a poder documentar personalmente: el que cometieron con ella. Yo voy a dedicar los próximos meses a escribir sobre este crimen atroz, a contarlo minuciosa y detalladamente, por encima de la propaganda y la mentira de los rusos. Es algo que le debo a la justicia, en abstracto, y a la justicia que algún día deberá hacerse por este crimen atroz cometido contra una gran colega muy valiente, una escritora de la edad de mi hija que, a su vez, deja huérfano a un niño de diez años. Al menos a ese niño se lo debo, para que dentro de otros diez años pueda saber exactamente cómo mataron a su valiente, a su brillante y encantadora madre.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por ahora les cuento tan solo el último instante en que Victoria Amelina tuvo conciencia. Yo estaba frente a ella en la terraza del restaurante. Como había ley seca, Victoria se había pedido una cerveza sin alcohol. Sergio Jaramillo me había llenado un vaso con hielo y algo parecido a jugo de manzana. Victoria miró mi vaso: “Parece whisky”, dijo, y sonrió. En ese momento nos cayó del cielo el Iskander, el infierno. Ahora Victoria tiene domicilio en el cielo. No en el sentido cristiano o musulmán, no. En ese cielo inmaterial y mental, muy humano, que llamamos memoria.

                                                                                                                                👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.

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