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El 12 de julio de 1998 París era una sola fiesta. El equipo nacional de Francia había doblegado con autoridad a la todopoderosa selección de Brasil y consiguió su primer campeonato mundial jugando de local. Las calles de las ciudades colapsaron. Las banderas tricolor se desplegaron en todas las ventanas y parques. Por una noche Francia fue una sola alegría.
El héroe de la gesta fue, paradójicamente, uno de los jugadores más criticados en la previa del Campeonato del Mundo: Zinedine Zidane, un joven de ascendencia argelina nacido en los suburbios de Marsella. Su fuerte temperamento y su origen no gustaban dentro de un sector de la sociedad francesa. “Es artificial que hagamos venir a jugadores extranjeros para bautizarlos como equipo de Francia”, dijo por aquel entonces Jean-Marie Le Pen, líder del Frente Nacional, luego de la eliminación de la selección de la Eurocopa de 1996, en la que Zizou fue uno de los señalados.
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Pero ese domingo 12 de julio todo quedó en el olvido. Jugando un partido perfecto, Francia logró consagrarse en su casa, en el Stade de France, construido en uno de los suburbios de París. La victoria fue para muchos la confirmación de una nueva sociedad francesa, multiétnica, tolerante y exitosa. De los 23 futbolistas del plantel, el equipo presentaba jugadores con orígenes en 11 países.
Y como suele suceder en momentos de euforia, la política se aprovechó del momento. El gobierno de Jacques Chirac abrazó la idea de una Francia “negra, blanca y marrón”. Los anuncios televisivos celebraban a figuras como Zidane, Patrick Vieira o Lilian Thuram. Pero esto no caló muy bien dentro de los líderes de la ultraderechafrancesa, quienes siempre dijeron que esta nueva generación francesa no representaba a su país.
La crisis de identidad en Francia ha sido un problema de siempre, pero ver a los 23 jugadores de todos los colores, levantando la copa, sirvió para decir que el país estaba cambiando, aunque esto no fuese del todo cierto. La derrota sirvió para traer de nuevo todos esos fantasmas que se pensaban olvidados.
Una vez la selección de Francia comenzó a tener malos resultados, las críticas regresaron. Después de haber conseguido la Eurocopa del año 2000, dos años después las cosas pintaron mal para los franceses. En el Mundial de Corea-Japón, la selección francesa salió en primera ronda en un grupo relativamente sencillo. En la Euro de 2004 perdió con Grecia, sorpresa del torneo. En 2006, y contra todos los pronósticos, Francia llegó a una final que no mereció perder. Pero cuatro años después vino la debacle.
En Sudáfrica, una crisis interna dentro del vestuario provocó la mayor vergüenza en la historia de la selección francesa, o así fue calificada por en su momento el diario L’Equipe. El técnico Raymond Domenech expulsó al delantero Nicolás Anelka por indisciplina, pero sus compañeros apoyaron a la estrella y se declararon en huelga. Los futbolistas no fueron a entrenar por un par de días y los galos terminaron cayendo en primera ronda. Los acusados por los medios fueron Patrice Evra, Sidney Govou y Anelka, todos de origen africano. Mientras que los de ascendencia francesa, como Yoann Gourcuff o Hugo Lloris, resultaron ilesos del escándalo.
Tras el papelón, en Francia se hablaba de que era urgente una renovación en el equipo. Una nueva camada de jugadores llegó. “Los hijos del 98”, les decían a la categoría de 1987, conformada por jugadores como Samir Nasri, Hatem Ben Arfa y Karim Benzema, que tenían entre 10 y 11 años cuando vieron a Didier Deschamps levantar la Copa en Saint Denis. Sin embargo, la relación de esta generación con sus compatriotas no ha sido fácil.
El caso más representativo es el de Karim Benzema, delantero y estrella del Real Madrid. Así como su ídolo, Zinedine Zidane, Benzema surgió de un hogar de padres argelinos. Aunque había nacido en Lyon, el futbolista también se consideraba parte de Argelia, algo que dificultó su relación con la sociedad francesa. “Francia es un país que discrimina a aquellos que no olvidan su lugar de origen”, dijo el actor Omar Sy, francés de origen senegalés, al ser preguntado por este caso.
De hecho, la relación de Karim Benzema con el equipo nacional no comenzó nada bien. Poco después de su primera convocatoria en 2006, un medio publicó una entrevista en la que el delantero de 17 años dijo que jugaba con Francia porque “eran mejores futbolísticamente”, pero que Argelia era su verdadero país. “Que se vaya a jugar con su país”, afirmó furiosa en su momento la dirigente del Frente Nacional, Marine Le-Pen, quien no ha escondido su aversión a la presencia de Benzema en la selección nacional.
Pero incluso siendo ya una estrella, Benzema tuvo que ver cómo era criticado por situaciones extrafutbolísticas. En un momento se cuestionó su patriotismo por no cantar La marsellesa, himno nacional de Francia , uno de los símbolos más queridos de su país. El delantero, siempre desafiante, dijo que no la cantaba porque no quería y preguntó por qué en el pasado a figuras como a Michel Platini no se les cuestionaba si ellos entonaban o no la canción nacional y a él sí.
Al día de hoy, el delantero del Real Madrid no ha vuelto a ser convocado por el seleccionador Didier Deschamps para ser parte del equipo de Francia. Un escándalo con Mathieu Valbuena, un compañero que lo acusó de haber participado de un soborno en su contra sentenció sus posibilidades en la selección. El caso trascendió tanto, que hasta el ministro del Deporte se manifestó en contra de un eventual retorno del delantero, pues “todavía no reunía las condiciones suficientes”. Pero Benzema tiene otra teoría.
Y aunque fue absuelto del caso, la sociedad francesa no lo quiere de vuelta en la selección de Francia. Benzema dice que es por racismo, Deschamps afirma que no lo hace por el bien del equipo. “Hice un análisis no sobre un individuo, sino sobre un grupo. El colectivo siempre estará por encima”, dijo. Pero, como lo explicó el exfutbolista Eric Cantona, “cuando ganan son los ‘negros, blancos y árabes’. Y si pierden son chusma extranjera”.