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El Museo Nacional de Bellas Artes de Odesa, un palacio del siglo XIX, está casi vacío. Al inicio de la guerra rusa contra Ucrania, los miembros del personal retiraron más de 12.000 obras para resguardarlas en custodia. Un enorme retrato se dejó en su lugar, el de Catalina la Grande, la emperatriz rusa y fundadora de Odesa, representada como una diosa justa y victoriosa.
Vista desde abajo, en la pintura de Dmitry Levitzky, la emperatriz es una figura imponente en un vestido pálido con cola dorada. Las embarcaciones a sus espaldas simbolizan la victoria de Rusia sobre los turcos otomanos en 1792. “Ella es la personificación de la propaganda imperial rusa que se lee en los libros de historia”, afirmó Gera Grudev, un curador de arte. “La pintura es demasiado grande para trasladarse y, además, el hecho de dejarla en su lugar les demuestra a los invasores rusos que no nos importa”.
La decisión de dejar el retrato de Catalina colgado en solitario en la primera sala del museo cerrado refleja una astuta audacia odesana: una emperatriz que se queda a contemplar la brutalidad con la que Vladimir Putin, el presidente ruso que se compara a sí mismo con un zar moderno, ha desplazado a la población, en su mayoría de habla rusa, de este puerto del mar Negro, el cual ella estableció en 1794 como el conducto tan codiciado para Moscú de la estepa hacia el Mediterráneo.
Odesa, el puerto granelero del mundo, una ciudad de integración creativa, una metrópolis con heridas del pasado arraigadas en la historia judía, es el premio mayor de la guerra y una obsesión personal para Putin. En un discurso que dio tres días antes de ordenar la invasión rusa, Putin señaló a Odesa con un resentimiento particular y dejó clara su intención de capturar a los “delincuentes” que habitan ahí para “llevarlos ante la justicia”.
Al principio de la guerra, Putin creía que podría decapitar al gobierno ucraniano y tomar Kiev, pero luego descubrió que Ucrania era una nación preparada para luchar por la soberanía que él desestima. Ahora que el foco de las batallas ha cambiado al sur de Ucrania, Putin sabe que el acceso de los ucranianos al mar y, en cierto grado, del mundo a los alimentos depende de lo que ocurra en Odesa. Sin esta ciudad, Ucrania se reduce a un Estado desmembrado sin litoral.
“Odesa es la clave, en mi opinión”, sostuvo François Delattre, el secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia. “En términos militares, es el territorio de mayor valor. Si lo controlan, controlan el mar Negro”.
Tras casi seis meses del inicio de la guerra, Odesa sigue en pie, no está intacta, pero tampoco doblegada. En sus amplias avenidas bordeadas de árboles, fragantes de flores de tila, donde se escabullen gatos callejeros y una luz dorada baña los edificios color ocre, verde grisáceo y azul claro, ha vuelto algo parecido a la normalidad de la vida cotidiana. Los restaurantes y el histórico Teatro de Ópera, fundado en 1810, ya reabrieron sus puertas. La gente bebe café en la elegante calle Derybasivska. La despreocupación es una expresión del orgullo odesano.
Odesa es el territorio decisivo de la guerra no solo por ser el punto de acceso al mar Negro, sino también porque es donde la batalla entre la identidad rusa y ucraniana —un pasado imperial y un futuro democrático, un sistema cerrado y uno conectado con el mundo— se desarrolla con una intensidad particular. Esta es la ciudad de extrema independencia e inclusión obstinada que simboliza todo lo que Putin quiere aniquilar en Ucrania.
Ecos de terror
En el siglo XIX, este era El Dorado de Rusia, una ciudad estridente y políglota en desarrollo, poblada por griegos, italianos, tártaros, rusos, turcos y polacos. Como eran más libres aquí que en cualquier otra parte de la zona de asentamiento, el área del Imperio ruso en la que generalmente se les permitía residir, los judíos abandonaron en masa los shtetls de Europa del Este hacia este puerto floreciente. Para el siglo XX, unos 138.000 de los 403.000 habitantes de Odesa eran judíos.
El mundo impúdico de contrabandistas, mafiosos, embusteros y artistas del chantaje, concentrado en el distrito de Moldovanka, se inmortalizó en el clásico de Isaac Babel “Odessa Stories” (Cuentos de Odesa y otros relatos). Babel, nacido en Odesa en 1894 y ejecutado por Stalin por cargos inventados en 1940, capturó en su antihéroe Benya Krik, el “rey” tipo Robin Hood del bajo mundo, algo de la esencia perdurable del espíritu anárquico pero generoso de Odesa.
“Benya Krik se salía con la suya porque tenía pasión, y la pasión hace girar al mundo”, observa Babel.
Esa pasión odesana libre es la que Putin quiere sofocar al revivir una versión retorcida del espíritu de lo que Rusia llama la Gran Guerra Patriótica de 1941 a 1945. En aquel entonces, en 1944, las tropas del Ejército Rojo liberaron a la ciudad del régimen nazi; ahora, los soldados rusos buscan imponer una autocracia represora en Odesa como parte de la campaña para “desnazificar” a una Ucrania democrática.
Esta pesadilla perversa cobra una forma particular en Odesa, ya que su lengua franca sigue siendo el ruso y su afinidad con los rusos continuó mucho después de que Ucrania se independizó en 1991. Como un núcleo de la “nueva Rusia” formado en el siglo XVIII en tierras conquistadas frente al mar Negro, la ciudad ahora se encuentra en una guerra de liberación del control tenaz de Rusia.
En el ensayo de 5000 palabras que escribió el año pasado, en el que reveló cuán profunda era su obsesión con Ucrania, Putin aseveró que Rusia y Ucrania conformaban el “mismo espacio histórico y espiritual”, y que “Rusia fue objeto de un robo, en realidad”, cuando Ucrania se independizó. En pocas palabras, que Ucrania era una nación ficticia. Su solución a esto quedó clara el 24 de febrero: incorporar Ucrania a Rusia por la fuerza.
Por naturaleza, los actos descabellados provocan lo contrario a su efecto deseado. Como demuestra Odesa quizá más que cualquier otra ciudad ucraniana, Putin ha difundido e intensificado la conciencia nacional ucraniana.
“Ha habido un cambio monumental”, comentó Serhiy Dibrov, investigador de la historia reciente de Odesa. “La gente cruzó la línea hacia una fe total en Ucrania”. Aun así, una minoría importante de odesanos todavía siente cierta simpatía por Rusia.
¿Una nueva ‘desjudaización’?
En última instancia, para Putin la independencia ucraniana fue imperdonable. La campaña de “desnazificación” del mandatario ha implicado la “desjudaización” de una ciudad con profundas raíces judías.
“Mi abuelo se fue de Núremberg a Palestina para sobrevivir a los nazis”, relató el rabino Avraham Wolff. “¡Ahora traigo a niños judíos a Alemania para salvarlos de Rusia! ¿Lo pueden creer?”.
Wolff llegó a Odesa de Israel a principios de los noventa, a sus 22 años, para revivir el judaísmo en una Ucrania independiente postsoviética. Como el rabino mayor de la ciudad y del sur de Ucrania, supervisó la construcción de preescolares, escuelas y orfanatos judíos, así como de una universidad, hasta que su trabajo empezó a desmoronarse este año.
En los últimos cinco meses, más de 20.000 judíos, o al menos la mitad de la comunidad, se han ido, muchos de ellos a Alemania, Austria, Rumania y Moldavia. El Museo del Holocausto está cerrado. El Museo Judío está cerrado. Varios autobuses llevaron a 120 niños de un orfanato a un hotel en Berlín, junto con 180 madres e hijos cuyos esposos y padres fueron a luchar al frente. Las mujeres y los niños están bajo el cuidado directo de Wolff.
“No sabemos si regresarán los judíos que se fueron”, declaró Wolff. “Sospecho que si la guerra continúa hasta el 1.° de septiembre y los niños empiezan clases donde sea que estén, jamás regresarán”.
Roman Shvartsman es un odesano sobreviviente del Holocausto de 85 años. Perdió su infancia, vivió el antisemitismo de la época soviética y tenía la esperanza de vivir su vejez en paz. Ahora teme por sus nietos.
En sus ojos azul claro, uno de ellos enrojecido por una operación reciente de cataratas, se veía todo el terrible mundo de Babel y toda la esperanza desafiante de la humanidad. “Putin proclama abiertamente que el Estado ucraniano no existe y que quiere aniquilar a 40 millones de ucranianos. ¿Cuán aún más explícito debe ser para que Occidente le crea?”.
Ucrania al descubierto
Hace ocho años, el 2 de mayo de 2014, la ciudad se dividió por las peleas callejeras entre simpatizantes rusos y partidarios de la democracia a favor del movimiento proeuropeo y prodemocrático conocido como el Euromaidán. “Fue una batalla entre quienes aún querían vivir en una Unión Soviética inexistente y quienes querían habitar una Ucrania europea moderna existente”, explicó el investigador Dibrov, quien trabajó en un documental sobre esta serie de manifestaciones y disturbios.
En una ciudad habitada por comerciantes más que por guerreros, esta lucha fue una violación de los principios conciliadores de Odesa. Planteó una pregunta fundamental: ¿están listos para luchar por Ucrania o por Rusia? En palabras de Dibrov: “Este fue el momento en que la gente se dio cuenta de cuán peligrosa podía ser Rusia”.
Luego de que los manifestantes prorrusos iniciaron la violencia con el asesinato de dos activistas prodemocráticos, perdieron a cuatro de los suyos y se resguardaron en la Casa de la Federación de Sindicatos de Ucrania. Se desató un incendio, cuyo origen exacto todavía se desconoce, que cobró la vida de 42 odesanos pro-Moscú.
Es un episodio que Putin nunca olvidó.
“Una cosa está clara: ese fue el primer día de guerra en Odesa”, puntualizó Dibrov.
Homo sovieticus
Andriy Checheta, de 57 años, vive en Odesa y sale de su casa en auto todos los días. Pasa por campos dorados de trigo de camino a su granja de 2023 hectáreas, donde cultiva girasol, trigo, maíz y cebada. Nacido en Grozni de padre checheno y madre ucraniana, trabajó en toda la antigua Unión Soviética.
“Para mí nada cambió con el colapso de la Unión Soviética”, afirmó. “Ahora más que nunca la siento como mi espacio común”. Me miró fijamente. “¿Cómo se sentiría Estados Unidos si Texas se independizara?”.
Tras el colapso de la Unión Soviética, se talaron árboles para generar energía y el agua se contaminó. Había maleza por doquier cuando Checheta compró el terreno en 2002.
“¡Ahora estamos ante otra catástrofe para la agricultura en general!”, exclamó.
Debido a la guerra, toda la cosecha de trigo de Checheta está envuelta en contenedores en los campos. No ha podido venderla.
Checheta dijo en una conversación telefónica posterior que, pese al acuerdo cerrado en julio que logró que unos cuantos barcos transportaran grano desde Odesa y otros puertos, no podrá “vender nada hasta noviembre, y ese es un pronóstico optimista”.
Cuando lo conocí, le pregunté quién tenía la culpa de eso. “Cuando las parejas se separan, ambas partes son responsables”, respondió Checheta. “Occidente provocó esta inestabilidad”. Su perspectiva sobre Odesa: “En términos administrativos, es una ciudad ucraniana; en términos históricos, no lo es”.
Descubrí que más de una persona comparte este punto de vista, una nostalgia por la Unión Soviética, un escepticismo respecto de la condición de Estado de Ucrania, un enojo contra Occidente por fomentar el conflicto. Aleksandr Prigarin, un antropólogo de la Universidad Nacional Odesa I.I. Méchnikov, me dijo que lo que más le interesaba proteger en este momento eran “Pushkin, Dostoyevski, Tolstói, Chaikovski y Chéjov”.
Nadie, en ninguno de los bandos, cree que la violencia vaya a terminar pronto. “Solo un completo idiota se alegraría con esta guerra”, opinó Checheta, contemplando sus campos. “Rusia y Ucrania deben negociar pronto o el desastre será absoluto”.
Una noche, en las afueras del este de Odesa, vi a dos soldados en la penumbra cavando trincheras en la tierra fértil de Europa. Fue una imagen atemporal, con su propia belleza inusual, que representaba el fracaso reiterado del cual este continente creía ya haberse liberado.
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