Erdogan: el hombre más poderoso en Turquía
Con más del 52 % de los votos fue reelegido Recep Tayyip Erdogan como presidente de Turquía. Ahora, además de ser jefe de Estado, será jefe de Gobierno, adquiriendo los poderes que nunca nadie había tenido.
redacción internacional
Hay un poema de Sezai Karakoç, uno de los islamistas turcos más influyentes, que Recep Tayyip Erdogan suele recitar:
"No te rindas ni digas que estás destinado, porque hay un destino por encima del destino. Hagan lo que hagan, es inútil, hay un fallo que desciende de los cielos. No importa si el día termina, hay un diseño reparando la noche. Si alguna vez me quemo, hay un castillo construido a partir de mis cenizas. Con cada derrota acumulada en la derrota, hay una victoria ascendente".
El poema, explican analistas, describe la nueva Turquía, esa que Erdogan quiere construir y que podrá materializar luego del triunfo que consiguió el domingo en las elecciones anticipadas. Porque a partir de ahora, gracias al referendo constitucional que se aprobó en 2017, Erdogan será el hombre más poderoso del país y demostró que no hay un líder en Turquía capaz de ganarle en las urnas. Todas las elecciones a las que se ha presentado, desde 2002, las ha ganado.
(Le puede interesar: Las claves que consolidaron el poder de Erdogan en Turquía)
Erdogan fue reelegido hasta 2023, cuando se cumple el centenario de la fundación del país por Mustafá Kemal, Atatürk. El presidente, de 64 años, superó el 50 % que necesitaba para evitar una segunda vuelta y, además, logró la mayoría parlamentaria, con lo que podrá transformar Turquía en un sistema presidencialista, un modelo que él mismo diseñó y que le otorga amplios poderes.
Ahora el presidente podrá convocar elecciones cada cinco años, gobernar mediante decreto, suspender la legislatura cuando lo crea necesario, seleccionar su gabinete, sin voto de confianza de la Cámara; elegir a cuatro miembros del máximo órgano judicial (7 los elige el Congreso y ahora tiene las mayorías) y liderar el partido político. La reforma quitó la moción de censura y la sustituyó por una investigación, entre otras cosas.
Erdogan pedía estos poderes para poder afrontar la crisis económica y la guerra que tiene declarada contra los kurdos en Siria e Irak. El analista Mustafa Akyol, columnista de The New York Times, definió en las redes sociales la actual situación en el país como la de “una democracia extremadamente intolerante y polarizada, en la que el autoritarismo reina gracias al apoyo popular, pero que se enfrenta, al mismo tiempo, a la resistencia popular”. La oposición reclama fraude, pero la participación histórica en las urnas (88 %) no deja, hasta ahora, lugar a dudas.
Los nuevos emperadores
Erdogan nació en Kasimpasa, un barrio popular de Estambul, del que intentó salir jugando fútbol, a pesar de que su padre le escondía los guayos y lo obligaba a estudiar. Estuvo a punto de ser fichado por el Fenerbahçe antes de entrar a la política. Aprendió todo sobre estrategia política en el movimiento islamista del exprimer ministro Necmettin Erbakan, antes de ser propulsado a la primera línea cuando fue elegido alcalde de Estambul, en 1994.
Pese a ser condenado, en 1998, a una pena de prisión de diez meses por haber recitado un poema religioso, tomó la revancha en la victoria electoral del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) en 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta 2014, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo.
Erdogan pertenece, según un artículo del periódico español El Mundo, a una nueva era de emperadores, de la que también forman parte Vladimir Putin, de Rusia; Xi Xinping, de China y Viktor Orban, de Hungría. “Líderes que se perpetúan en el poder autocrático, usando la nostalgia de sus respectivos imperios”.
La revista The Atlantic explica que Erdogan revivió con su retórica la idea de nación o pueblo, gente auténticamente turca, esa que construyó ciudades y levantó grandes familias. Es muy querido en pueblos pequeños y miles de sus votantes no temen ir en enormes caravanas y viajar por todo el país para ayudar al presidente en lo que necesite”.
¿Qué viene para el país?
Uno de los mayores desafíos que tiene para los próximos años será reactivar la economía de un país que actualmente depende, en gran medida, del dinero extranjero y que ha perdido el atractivo para estos inversores.
Otra decisión importante es resolver si mantiene el estado de emergencia que declaró en 2016, luego de que tuviera que afrontar un sangriento intento de golpe de estado, que dio lugar a purgas masivas que hoy no terminan. Esto ha generado una profunda crisis en ciertos sectores del país. Más de 100.000 empleados públicos y soldados fueron despedidos de sus trabajos, al igual que una cuarta parte de los jueces y fiscales.
(Puede leer: Erdogan, el poder indeseable)
“El estado de emergencia es el factor que daña más la percepción de Turquía respecto a la inversión extranjera y la entrada de capital”, aseguró el viceprimer ministro Mehmet Simsek, uno de los pocos críticos de Erdogan.
Por otro lado, se tendrá que encargar de dos temas calientes en el país. Por un lado el conflicto kurdo, que en todo momento se ha confrontado con armas. Por el otro están los más de tres millones de refugiados sirios que viven en Turquía, quienes ya no son tan bienvenidos como hace algunos años, cuando el presidente los mencionó como los “hermanos sirios”.
Los kurdos llegan al parlamento
Además del enorme poder que adquirió Erdogan, otro de los hitos que dejó la jornada electoral fue la llegada de los kurdos por primera vez al parlamento, a través del Partido Democrático de los Pueblos, que tendrá 46 escaños, un resultado muy por encima de lo esperado. Por primera vez, el AKP perdió sus mayorías, que, aunque no amenazan en lo más mínimo al Presidente, sí refleja los esfuerzos de la oposición kurda, la cual se ha convertido, desde hace años, en los mayores críticos de Erdogan, acusándolo de haber eliminado la democracia en el país y de manipular los comicios a su favor. Pero Erdogan responde con otra poesía: “Un hombre muere, pero su obra le sobrevivie”, repite.
Hay un poema de Sezai Karakoç, uno de los islamistas turcos más influyentes, que Recep Tayyip Erdogan suele recitar:
"No te rindas ni digas que estás destinado, porque hay un destino por encima del destino. Hagan lo que hagan, es inútil, hay un fallo que desciende de los cielos. No importa si el día termina, hay un diseño reparando la noche. Si alguna vez me quemo, hay un castillo construido a partir de mis cenizas. Con cada derrota acumulada en la derrota, hay una victoria ascendente".
El poema, explican analistas, describe la nueva Turquía, esa que Erdogan quiere construir y que podrá materializar luego del triunfo que consiguió el domingo en las elecciones anticipadas. Porque a partir de ahora, gracias al referendo constitucional que se aprobó en 2017, Erdogan será el hombre más poderoso del país y demostró que no hay un líder en Turquía capaz de ganarle en las urnas. Todas las elecciones a las que se ha presentado, desde 2002, las ha ganado.
(Le puede interesar: Las claves que consolidaron el poder de Erdogan en Turquía)
Erdogan fue reelegido hasta 2023, cuando se cumple el centenario de la fundación del país por Mustafá Kemal, Atatürk. El presidente, de 64 años, superó el 50 % que necesitaba para evitar una segunda vuelta y, además, logró la mayoría parlamentaria, con lo que podrá transformar Turquía en un sistema presidencialista, un modelo que él mismo diseñó y que le otorga amplios poderes.
Ahora el presidente podrá convocar elecciones cada cinco años, gobernar mediante decreto, suspender la legislatura cuando lo crea necesario, seleccionar su gabinete, sin voto de confianza de la Cámara; elegir a cuatro miembros del máximo órgano judicial (7 los elige el Congreso y ahora tiene las mayorías) y liderar el partido político. La reforma quitó la moción de censura y la sustituyó por una investigación, entre otras cosas.
Erdogan pedía estos poderes para poder afrontar la crisis económica y la guerra que tiene declarada contra los kurdos en Siria e Irak. El analista Mustafa Akyol, columnista de The New York Times, definió en las redes sociales la actual situación en el país como la de “una democracia extremadamente intolerante y polarizada, en la que el autoritarismo reina gracias al apoyo popular, pero que se enfrenta, al mismo tiempo, a la resistencia popular”. La oposición reclama fraude, pero la participación histórica en las urnas (88 %) no deja, hasta ahora, lugar a dudas.
Los nuevos emperadores
Erdogan nació en Kasimpasa, un barrio popular de Estambul, del que intentó salir jugando fútbol, a pesar de que su padre le escondía los guayos y lo obligaba a estudiar. Estuvo a punto de ser fichado por el Fenerbahçe antes de entrar a la política. Aprendió todo sobre estrategia política en el movimiento islamista del exprimer ministro Necmettin Erbakan, antes de ser propulsado a la primera línea cuando fue elegido alcalde de Estambul, en 1994.
Pese a ser condenado, en 1998, a una pena de prisión de diez meses por haber recitado un poema religioso, tomó la revancha en la victoria electoral del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) en 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta 2014, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo.
Erdogan pertenece, según un artículo del periódico español El Mundo, a una nueva era de emperadores, de la que también forman parte Vladimir Putin, de Rusia; Xi Xinping, de China y Viktor Orban, de Hungría. “Líderes que se perpetúan en el poder autocrático, usando la nostalgia de sus respectivos imperios”.
La revista The Atlantic explica que Erdogan revivió con su retórica la idea de nación o pueblo, gente auténticamente turca, esa que construyó ciudades y levantó grandes familias. Es muy querido en pueblos pequeños y miles de sus votantes no temen ir en enormes caravanas y viajar por todo el país para ayudar al presidente en lo que necesite”.
¿Qué viene para el país?
Uno de los mayores desafíos que tiene para los próximos años será reactivar la economía de un país que actualmente depende, en gran medida, del dinero extranjero y que ha perdido el atractivo para estos inversores.
Otra decisión importante es resolver si mantiene el estado de emergencia que declaró en 2016, luego de que tuviera que afrontar un sangriento intento de golpe de estado, que dio lugar a purgas masivas que hoy no terminan. Esto ha generado una profunda crisis en ciertos sectores del país. Más de 100.000 empleados públicos y soldados fueron despedidos de sus trabajos, al igual que una cuarta parte de los jueces y fiscales.
(Puede leer: Erdogan, el poder indeseable)
“El estado de emergencia es el factor que daña más la percepción de Turquía respecto a la inversión extranjera y la entrada de capital”, aseguró el viceprimer ministro Mehmet Simsek, uno de los pocos críticos de Erdogan.
Por otro lado, se tendrá que encargar de dos temas calientes en el país. Por un lado el conflicto kurdo, que en todo momento se ha confrontado con armas. Por el otro están los más de tres millones de refugiados sirios que viven en Turquía, quienes ya no son tan bienvenidos como hace algunos años, cuando el presidente los mencionó como los “hermanos sirios”.
Los kurdos llegan al parlamento
Además del enorme poder que adquirió Erdogan, otro de los hitos que dejó la jornada electoral fue la llegada de los kurdos por primera vez al parlamento, a través del Partido Democrático de los Pueblos, que tendrá 46 escaños, un resultado muy por encima de lo esperado. Por primera vez, el AKP perdió sus mayorías, que, aunque no amenazan en lo más mínimo al Presidente, sí refleja los esfuerzos de la oposición kurda, la cual se ha convertido, desde hace años, en los mayores críticos de Erdogan, acusándolo de haber eliminado la democracia en el país y de manipular los comicios a su favor. Pero Erdogan responde con otra poesía: “Un hombre muere, pero su obra le sobrevivie”, repite.