¿Faltaba un arma química para hablar sobre Siria?
La ciudad de Jan Shiejun (Idlib) es la víctima más reciente de los ataques químicos que ejecuta el gobierno sirio. Francia citó para hoy una reunión de urgencia en la ONU. Al-Asad se declaró inocente. La solución, sin embargo, no se ve cerca.
juan David Torres Duarte
En Jan Sheijun, en la provincia de Idlib (Siria), sus habitantes dormían un sueño inquieto, producto de las alarmas por los bombardeos, cuando sonó una explosión. Puesto que todavía estaba de noche, todo fue en exceso confuso: el polvo que se levantó, los primeros gritos, la urgencia de las camillas. Cuando un periodista de la AFP llegó a un hospital, sin embargo, percibió que esta ocasión era singular: los médicos rociaban a los pacientes con agua expulsada de mangueras para reanimarlos, mientras ellos botaban espuma por la boca y atrapaban tanto aire como les era posible en medio de la asfixia. (Lea: Papa tacha de "masacre inaceptable" el ataque químico en Siria)
Entonces comenzaron a circular fotografías de niños muertos instalados en camiones, en estricta fila, a la manera de un conteo lúgubre, con los miembros paralizados, los ojos muy abiertos y la piel reseca. Los galenos también vieron gente que sangraba por nariz y boca y que tenía los iris dilatados. Fue entonces cuando los médicos sospecharon que la bomba que había estallado carecía de todas las características de una bomba normal y correspondía más bien a los efectos de un arma química.
El principal sospechoso, de entrada, fue el gobierno sirio. La acusación se apoya en el registro y en el carácter del ataque: Idlib es una provincia dominada por los rebeldes que se enfrentan al gobierno de Bashar Al-Asad; la primera bomba fue complementada con otra para tener certeza de la estela de muerte, una treta común entre el ejército oficial; los rebeldes carecen de una fuerza aérea capaz de ejecutar un ataque de esta suerte y es muy probable que el gobierno de Al-Asad haya sido el responsable del asesinato de entre 700 y 1.400 personas en agosto de 2013 en Zamalka, en los alrededores de Damasco, cometido con otra bomba de gas sarín. Además, Naciones Unidas obtuvo el año pasado la documentación suficiente para probar que el gobierno sirio era responsable de al menos tres ataques químicos en su territorio.
El Gobierno francés, en cambio, no dudó sobre el responsable: “Una vez más el régimen sirio niega la evidencia de su responsabilidad en esta masacre”, dijo ayer el presidente François Hollande. La Unión Europea hizo lo propio horas antes a través de su jefa diplomática, Federica Mogherini. “La principal responsabilidad allí recae en el régimen, primero y sobre todo porque tiene la responsabilidad de proteger a su gente y de no atacar a su gente”.
El Gobierno sirio se declaró tan inocente como su partidario principal, Rusia, que negó haber bombardeado en la zona en las horas de la madrugada. Un avión pasó sobre Jan Shiejun, levantó el suelo a bombazos, asesinó a al menos 58 personas (otras fuentes suman 100 muertes), dejó heridas a 100 y nadie tiene la certeza de quién fue el responsable. En la era de la posverdad, incluso la existencia tangible de un avión que vomita bombas y siembra muertos deambula en el descrédito.
La responsabilidad primera es, en cualquier caso, del gobierno sirio: por acción o por omisión, Al-Asad es culpable por las muertes y la destrucción general. Después, entonces, vienen las responsabilidades secundarias, que no son menos importantes. Europa, a pesar de señalar a Al Assad por tres ataques químicos, con pruebas y fotos y testimonios, se ha sometido a su voluntad sin formular una estrategia de ataque mayor. Aunque Francia citó una reunión de urgencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es previsible la posición que tomará Rusia ante la mera insinuación de que se tomen medidas severas contra el gobierno de Al Assad: como su principal aliado y defensor, Putin vetará cualquier intentona militar o económica para cercar a Siria y obligar a una solución política. La verdad de a puño es que Siria es territorio ruso, puesto que la Coalición liderada por Estados Unidos (y a la que Hollande otorgó parte de su capital político tras los ataques terroristas en París) tiene en la vista sólo al Estado Islámico y ha decidido, por voluntad o mera inocencia, eludir la imagen y los hechos de Al-Asad.
El 20 de agosto de 2012, como lo registró The Atlantic, Barack Obama afirmó, declaró y determinó sobre piedra que la “línea roja” que Al-Asad no podía cruzar era el uso y preservación de armas químicas. En 2013, una ceremonia fingida de eliminación de dichas armas tuvo lugar en su gobierno. Pero luego sucedieron numerosos ataques químicos (ha habido más de 60 entre 2013 y 2017) y Obama se mantuvo al margen, sin cumplir la promesa de invasión que había formulado con tanta firmeza. La política de Estado de EE. UU. tuvo a bien invadir Irak arguyendo que había armas químicas (aunque no las había) y ahora es incapaz de fomentar una estrategia militar sobre Siria (aunque allí sí existan).
El gobierno de Donald Trump es un caso infértil: su política sobre el Estado Islámico aún carece de delineamientos y su política sobre Siria es casi inexistente. Además, su necesidad de establecer un cierto equilibrio frente a Rusia frenaría cualquiera de sus intentos de determinar la suerte del conflicto sirio. En cualquier caso, EE. UU. no es una vara moral para encarar a Al-Asad por su uso de armas químicas: según reportes de Foreign Policy, oficiales del Ejército de EE. UU. aceptaron el año pasado que utilizaron armas con uranio empobrecido, un componente que produce deficiencias en el cerebro, riñones, hígado y corazón, durante sus bombardeos en zonas del Estado Islámico (donde, aunque estén los militantes del grupo yihadista, también hay civiles inocentes). Esas mismas armas fueron utilizadas durante la invasión de Irak en 2003.
La defensa rusa, la insistencia de Naciones Unidas en un diálogo vacuo en Ginebra entre oposición y oficialismo, la quietud de la Unión Europea y el silencio de EE. UU. permitirán la continuación de un conflicto que hasta ahora suma más de 320.000 muertos y cerca de 12 millones de desplazados. La condena va más allá del asunto químico: con armas comunes, con bombas de barril y personal en tierra, el gobierno sirio y los rebeldes y los yihadistas han torturado, asesinado y desplazado a millones de personas, cuyo único vicio fue estar en el peor lugar de todos y en el peor momento. La lógica de fondo tiene una naturaleza oscura: si matan con armas comunes, no hay problema; si matan con armas químicas, entonces sí habrá pronunciamientos. Las agencias de noticias registrarán hoy cuántos bombardeos ocurren mientras la Unión Europea se sienta a discutir, tras seis años de guerra siria, qué pueden hacer.
En Jan Sheijun, en la provincia de Idlib (Siria), sus habitantes dormían un sueño inquieto, producto de las alarmas por los bombardeos, cuando sonó una explosión. Puesto que todavía estaba de noche, todo fue en exceso confuso: el polvo que se levantó, los primeros gritos, la urgencia de las camillas. Cuando un periodista de la AFP llegó a un hospital, sin embargo, percibió que esta ocasión era singular: los médicos rociaban a los pacientes con agua expulsada de mangueras para reanimarlos, mientras ellos botaban espuma por la boca y atrapaban tanto aire como les era posible en medio de la asfixia. (Lea: Papa tacha de "masacre inaceptable" el ataque químico en Siria)
Entonces comenzaron a circular fotografías de niños muertos instalados en camiones, en estricta fila, a la manera de un conteo lúgubre, con los miembros paralizados, los ojos muy abiertos y la piel reseca. Los galenos también vieron gente que sangraba por nariz y boca y que tenía los iris dilatados. Fue entonces cuando los médicos sospecharon que la bomba que había estallado carecía de todas las características de una bomba normal y correspondía más bien a los efectos de un arma química.
El principal sospechoso, de entrada, fue el gobierno sirio. La acusación se apoya en el registro y en el carácter del ataque: Idlib es una provincia dominada por los rebeldes que se enfrentan al gobierno de Bashar Al-Asad; la primera bomba fue complementada con otra para tener certeza de la estela de muerte, una treta común entre el ejército oficial; los rebeldes carecen de una fuerza aérea capaz de ejecutar un ataque de esta suerte y es muy probable que el gobierno de Al-Asad haya sido el responsable del asesinato de entre 700 y 1.400 personas en agosto de 2013 en Zamalka, en los alrededores de Damasco, cometido con otra bomba de gas sarín. Además, Naciones Unidas obtuvo el año pasado la documentación suficiente para probar que el gobierno sirio era responsable de al menos tres ataques químicos en su territorio.
El Gobierno francés, en cambio, no dudó sobre el responsable: “Una vez más el régimen sirio niega la evidencia de su responsabilidad en esta masacre”, dijo ayer el presidente François Hollande. La Unión Europea hizo lo propio horas antes a través de su jefa diplomática, Federica Mogherini. “La principal responsabilidad allí recae en el régimen, primero y sobre todo porque tiene la responsabilidad de proteger a su gente y de no atacar a su gente”.
El Gobierno sirio se declaró tan inocente como su partidario principal, Rusia, que negó haber bombardeado en la zona en las horas de la madrugada. Un avión pasó sobre Jan Shiejun, levantó el suelo a bombazos, asesinó a al menos 58 personas (otras fuentes suman 100 muertes), dejó heridas a 100 y nadie tiene la certeza de quién fue el responsable. En la era de la posverdad, incluso la existencia tangible de un avión que vomita bombas y siembra muertos deambula en el descrédito.
La responsabilidad primera es, en cualquier caso, del gobierno sirio: por acción o por omisión, Al-Asad es culpable por las muertes y la destrucción general. Después, entonces, vienen las responsabilidades secundarias, que no son menos importantes. Europa, a pesar de señalar a Al Assad por tres ataques químicos, con pruebas y fotos y testimonios, se ha sometido a su voluntad sin formular una estrategia de ataque mayor. Aunque Francia citó una reunión de urgencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es previsible la posición que tomará Rusia ante la mera insinuación de que se tomen medidas severas contra el gobierno de Al Assad: como su principal aliado y defensor, Putin vetará cualquier intentona militar o económica para cercar a Siria y obligar a una solución política. La verdad de a puño es que Siria es territorio ruso, puesto que la Coalición liderada por Estados Unidos (y a la que Hollande otorgó parte de su capital político tras los ataques terroristas en París) tiene en la vista sólo al Estado Islámico y ha decidido, por voluntad o mera inocencia, eludir la imagen y los hechos de Al-Asad.
El 20 de agosto de 2012, como lo registró The Atlantic, Barack Obama afirmó, declaró y determinó sobre piedra que la “línea roja” que Al-Asad no podía cruzar era el uso y preservación de armas químicas. En 2013, una ceremonia fingida de eliminación de dichas armas tuvo lugar en su gobierno. Pero luego sucedieron numerosos ataques químicos (ha habido más de 60 entre 2013 y 2017) y Obama se mantuvo al margen, sin cumplir la promesa de invasión que había formulado con tanta firmeza. La política de Estado de EE. UU. tuvo a bien invadir Irak arguyendo que había armas químicas (aunque no las había) y ahora es incapaz de fomentar una estrategia militar sobre Siria (aunque allí sí existan).
El gobierno de Donald Trump es un caso infértil: su política sobre el Estado Islámico aún carece de delineamientos y su política sobre Siria es casi inexistente. Además, su necesidad de establecer un cierto equilibrio frente a Rusia frenaría cualquiera de sus intentos de determinar la suerte del conflicto sirio. En cualquier caso, EE. UU. no es una vara moral para encarar a Al-Asad por su uso de armas químicas: según reportes de Foreign Policy, oficiales del Ejército de EE. UU. aceptaron el año pasado que utilizaron armas con uranio empobrecido, un componente que produce deficiencias en el cerebro, riñones, hígado y corazón, durante sus bombardeos en zonas del Estado Islámico (donde, aunque estén los militantes del grupo yihadista, también hay civiles inocentes). Esas mismas armas fueron utilizadas durante la invasión de Irak en 2003.
La defensa rusa, la insistencia de Naciones Unidas en un diálogo vacuo en Ginebra entre oposición y oficialismo, la quietud de la Unión Europea y el silencio de EE. UU. permitirán la continuación de un conflicto que hasta ahora suma más de 320.000 muertos y cerca de 12 millones de desplazados. La condena va más allá del asunto químico: con armas comunes, con bombas de barril y personal en tierra, el gobierno sirio y los rebeldes y los yihadistas han torturado, asesinado y desplazado a millones de personas, cuyo único vicio fue estar en el peor lugar de todos y en el peor momento. La lógica de fondo tiene una naturaleza oscura: si matan con armas comunes, no hay problema; si matan con armas químicas, entonces sí habrá pronunciamientos. Las agencias de noticias registrarán hoy cuántos bombardeos ocurren mientras la Unión Europea se sienta a discutir, tras seis años de guerra siria, qué pueden hacer.