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Hoy la reina Isabel II hace historia una vez más, pues cumplió 70 años como monarca del Reino Unido y los reinos de la Mancomunidad. El 6 de febrero de 1952 murió su padre, el rey Jorge VI, por lo que ella, la heredera, ascendió. Con 95 años, se convierte en la primera soberana británica que se prepara para celebrar el Jubileo de Platino, que se llevará a cabo en junio, cuando se cumplirán oficialmente las siete décadas desde su coronación.
Como ella misma lo dijo en un discurso en noviembre, en la inauguración de la COP26, en Glasgow (Escocia): “Por más de setenta años, he tenido la suerte de conocer a muchos de los más grandes líderes del mundo. Y quizás he logrado entender un poco qué los hizo especiales”. La reina Isabel II ha formado parte y sido testigo de la historia de una buena porción del siglo XX, empezando por el epílogo del Imperio británico, y lo que va del siglo XXI.
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Actualmente, en un contexto democrático, la reina no tiene de forma oficial un rol político o ejecutivo en el Reino Unido. Como dice la profesora Angélica Rodríguez, directora del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte, es claro que hoy su papel es principalmente simbólico. Es considerada una expresión de unidad y estabilidad nacional, con un “envidiable” apoyo popular, en palabras de The Guardian.
Según Statista, la popularidad de la reina Isabel, que ocupa el primer lugar, entre 2019 y 2020, aumentó de 82 a 83 %. Le sigue el príncipe William —hijo del príncipe Carlos y la princesa Diana, el segundo en la línea de sucesión—, con 80 % en 2020, un punto menos que en 2019. Ipsos mostró recientemente que entre 2018 y 2021 la proporción de británicos que creen que la reina Isabel es la más popular de los miembros de la familia real pasó de 32 % a 40 %.
Esa misma encuesta mostró que a los consultados la familia real los hace pensar en el Reino Unido como una sociedad “tradicional” (60 %) y “poderosa” (28 %). En tercer lugar, con 19 %, está “desigual”. El hecho de que su figura sea tremendamente popular, pero también contradictoria con valores contemporáneos salta a la vista. Por eso, en uno de sus últimos editoriales de 2021, The Guardian llamó la atención sobre la necesidad de hablar de lo que vendrá después.
“Como nación, no somos buenos haciendo esto”, dice el editorial —parafraseando— en referencia a qué ocurrirá cuando Isabel II muera, “en parte por cortesía con la reina”. Y continúa: “Sin embargo, las cuestiones constitucionales prácticas acerca de cómo debería funcionar esta monarquía en una democracia moderna todavía son tratadas casi como un completo tabú”.
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La discusión, según el medio británico, se debería llevar al parlamento y abordar asuntos como los roles constitucionales, políticos y militares del monarca, incluyendo los que tiene con otros países; la regulación, el financiamiento y la rendición de cuentas de la Corona; así como las leyes de sucesión y las ceremonias que se llevan a cabo, incluyendo la dimensión religiosa en un país en el que menos de la mitad de la población dice tener alguna fe.
Para una persona demócrata y republicana, las monarquías pueden ser instituciones anacrónicas. Pero el papel simbólico del que habla Rodríguez no es algo de poca monta, pues se relaciona con la “construcción de lo nacional”, con lo importante o problemático que eso pueda ser en un mundo globalizado como el de hoy o en contextos convulsionados, como el posterior al brexit (incluyendo la crisis de gobernabilidad que vive Boris Johnson).
Sin mencionar lo que puede representar en cifras: no solo la familia real está al frente de más de 3.000 organizaciones de caridad, sino que se calcula que la Corona le deja a la economía de Reino Unido unos US$2.400 millones al año, principalmente proveniente del turismo, según datos del Business Insider.
The Guardian, por su parte, no descarta que el Jubileo de Platino sea el último gran evento real antes de la muerte de la longeva reina, que en abril cumplirá 96 años y cuya salud se ha deteriorado en los últimos meses, por lo que sus apariciones públicas también han disminuido. El Jubileo, además, quizá sea de las últimas ocasiones notables antes de la coronación del sucesor, Carlos III, el sexto en el escalafón de popularidad de Statista, por debajo, además, de Kate Middleton, la princesa Ana (hija de Isabel II) y el príncipe Felipe (que aún vivía en el momento de la medición). Esa coronación, agrega The Guardian, con seguridad significará aun más ingresos por turismo.
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Además de los achaques y su reciente duelo por la muerte de su esposo, el príncipe Felipe, la reina recibe este aniversario en medio de la impopularidad de su hijo Andrés, supuestamente su favorito, acusado de pederastia. La agresión sexual denunciada habría ocurrido hace veinte años en contra de una menor de edad en el marco de los vínculos del príncipe Andrés con Jeffrey Epstein. Por esos hechos, el hijo de la reina, quien le retiró los títulos militares y patronatos reales, se expone a un posible juicio en Nueva York, el próximo otoño.
En definitiva, los setenta años de la reina en el trono vienen acompañados de una alta popularidad de ella como figura, pero también de reveses personales y de la cada vez menos disimulable necesidad de un replanteamiento, no solo en lo doméstico, sino en lo internacional. Muestra de eso es un país como Barbados, que hace poco decidió eliminar la figura de Isabel II como jefa de Estado, para convertirse en una república plena, perteneciente, no obstante, a la Mancomunidad de Naciones, compuesta por 54 miembros.
Aunque desde la llegada de Isabel II al trono, por medio de los medios y la cultura de masas, la Corona se ha “acercado” a la gente, no solo a los británicos, sino al mundo entero (no olvidemos la reciente popularidad que también le han dado productos como la serie The Crown), la tensión entre la democracia y la monarquía puede no dar para más.