El día que Europa le dijo adiós a “mamá Merkel”
Angela Merkel fue inoxidable durante todo su mandato; su alianza conservadora no. La Unión Cristiano-Demócrata (CDU) se desinfló en las urnas, obligando al Parlamento a componer una coalición tripartita. Por otro lado, Europa se siente huérfana sin su “Mutti”, demostrando que las elecciones eran más importantes para el continente que para los propios alemanes.
Angela Merkel nunca tuvo hijos, pero millones de personas le han dicho “mamá”. La primera vez que se lo dijeron de manera masiva fue luego de 2015. Fue el grito de amor con el que le agradecieron los cientos de miles de refugiados sirios que acogió en su país. Era para entonces la única soberana que demostraba algo de misericordia con ellos. A pesar de su noble gesto, Merkel recibió críticas despiadadas a las que les restó importancia. La canciller sabía que estaba en lo correcto.
Pero la faceta de madre de Merkel no solo tiene que ver con su notable compasión. También tenía esa necesaria y feroz honestidad que suelen tener las madres en los momentos más difíciles. Cuando el momento lo requería, Merkel decía las cosas sin rodeos, sin endulzar las palabras. Si tenía que ser cruel, lo era. Prefería eso antes que ser deshonesta. Fue así que hizo llorar a Reem Sahwil, una niña migrante de Palestina de catorce años, quien le preguntó en una escuela por qué no todos podían ser bienvenidos en su país, y por qué algunos tendrían que volver.
“La política es muy dura y no los podemos recibir a todos”, dijo la canciller. Sahwil, quien se echó a llorar tras escuchar esas palabras, luego dijo que se habría sentido enferma si Merkel le hubiera mentido. “Me gusta la gente honesta”, reflexionó.
Sin embargo, el lado más maternal de Merkel no estuvo con los refugiados o los extranjeros, sino con los mismos alemanes. Nunca paró de dar lecciones a sus ciudadanos, como si se tratara de la madre de cada uno de ellos. Cuando la cuestionaban, ella los hacía reflexionar.
“¿Por qué recibir tanto migrantes?”, le preguntaban. “Porque podemos”, asestó ella. “Lo gestionaremos”, repetía. Y luego lanzaba una pregunta demoledora para contestar la primera: “¿Qué es lo que nos hace ser alemanes?”. Merkel le recordó permanentemente a su país cómo la unidad y la solidaridad eran las claves del éxito. Era difícil no coincidir con ella cuando transmitía tanta autoridad y esperanza.
Es precisamente esa autoridad la que se extrañará ahora en el puesto de canciller de Alemania. Y toda Europa sentirá esa ausencia. El continente ha quedado huérfano y echará de menos el liderazgo de su Mutti (mamá, en alemán). Y no porque el nuevo canciller de Alemania vaya a dar un giro abrupto en la línea ideológica de Merkel.
Pase lo que pase con los resultados finales, y tras unos comicios parejos entre el Partido Socialdemócrata de centro-izquierda (SPD) y la alianza entre la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) y la Unión Social Cristiana en Baviera (CSU), lo único seguro es que el país tendrá un gobierno centrista y moderado que apoyará al continente, respeta el multilateralismo y el Estado de derecho. Queda por ver cómo será la nueva coalición en el Parlamento. Cabe destacar que aunque se anticipan diferencias sobre la política fiscal, ninguna será tan abrupta como para romper con la continuidad de los 16 años de Merkel.
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Europa y Alemania extrañarán a la “canciller de teflón”, entonces, porque no hay nadie cerca que pueda llenar sus zapatos en cuanto a respeto y confianza en la región. El presidente francés, Emmanuel Macron, quien deberá enfrentar el desafío de las elecciones en su país el próximo año, ni el primer ministro italiano, Súper Mario Draghi, conocido por ser el arquitecto del rescate económico a la eurozona en 2012.
Europa necesita un líder con urgencia. Ya a comienzos de este año, la consultora Eurasia destacaba la salida de Merkel como uno de los principales riesgos para el continente en el futuro.
“Sin las habilidades políticas de Merkel, la Unión Europea se habría enfrentado a una división interna sin precedentes”, destacó la consultora.
Para Alemania, la salida de Merkel es un tanto problemática. Olaf Scholz, vicecanciller y ministro de Finanzas, sería el sucesor de la canciller, según las proyecciones a boca de urna, y deberá demostrar de entrada un liderazgo regional para que su país, y el continente, no pierda la influencia global que tuvo durante la era de la inoxidable Merkel. Scholz deberá trabajar de inmediato con el mismo ímpetu de Mutti, cuya mayor ambición, según dejó ver en un discurso, es que nunca se diga que fue “perezosa”.
Sería atrevido decir que Merkel se quedó alguna vez con los brazos cruzados. La canciller tuvo que enfrentar la crisis financiera de 2008, la crisis de la eurozona de 2012, las fuertes tensiones con Rusia por Ucrania y la anexión de Crimea, el drama de los migrantes sirios que sacudió las fronteras del continente e incluso una pandemia mundial. Todo eso y mucho más tan solo en la última década, y siempre dejando a su país en una posición fuerte ante el mundo.
Aun así, hoy Merkel es recordada por no hacer lo suficiente durante su gobierno. Las brechas entre el este y el oeste de Alemania aún no se cierran; su agenda contra el cambio climático fue poco ambiciosa, pese a ser reconocida como “la canciller del clima”; hay un gran abismo financiero entre el norte y el sur del continente, mucho más grande que antes de que llegara al poder, y su política exterior depende casi en su totalidad de la influencia económica que ejerce el país.
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Pero el mayor reclamo viene en cuanto a no cerrar las brechas de género. A pesar de que la desigualdad es amplia, la huella de Merkel, que se declaró feminista apenas hace unas semanas, es innegable. Hoy los niños alemanes le preguntan a sus padres si un hombre puede ser canciller de Alemania porque ya no saben si ese poder puede recaer en un hombre. Y hay que reconocer que tuvo que lidiar con el machismo imperante al interior y al exterior de su país durante todo su mandato.
El presidente ruso, Vladimir Putin, con quien tuvo una relación de amigo-enemigo, se enteró de que Merkel les tenía miedo a los perros luego de que uno la mordió en 1995, y por eso soltó al suyo en la sala en la que tuvieron una reunión en 2007. “Estoy seguro de que se portará bien”, dijo Putin, mientras se burlaba de la escena. Tras superar el pánico, Merkel devolvió el golpe con carisma y fortaleza. “Después de todo, no se come a los periodistas”, contestó Merkel. “Entiendo por qué tiene que hacer esto, para demostrar que es un hombre. Tiene miedo de su propia debilidad. Rusia no tiene nada, no tiene una política ni una economía exitosas; todo lo que tienen es esto”, agregó.
La cautela ha sido la mejor herramienta de esta mujer, y el tiempo fue, es y será su mejor aliado. El examen sobre su gobierno todavía está en curso, pero lo cierto es que Alemania, bajo Merkel, se convirtió en un país que muchos asocian con la esperanza. A los alemanes hoy solo les queda recordar las lecciones que su Mutti les dio, y esperar porque su sucesor, un hombre para sorpresa de los niños, continúe trabajando por el cambio que ella comenzó.
“Todo lo que parece estar escrito en piedra o inalterable puede, de hecho, cambiar. Tanto en asuntos grandes como pequeños, es cierto que todo cambio comienza en la mente”, le dijo Merkel a un grupo de graduandos de la Universidad de Harvard en 2019.
El Parlamento deberá componer una coalición tripartita, algo nunca visto en la historia contemporánea de Alemania. Todo indica que se necesitarán largas e intensas negociaciones para formar una coalición, por lo que podría producirse una parálisis europea hasta el primer trimestre de 2022.
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Angela Merkel nunca tuvo hijos, pero millones de personas le han dicho “mamá”. La primera vez que se lo dijeron de manera masiva fue luego de 2015. Fue el grito de amor con el que le agradecieron los cientos de miles de refugiados sirios que acogió en su país. Era para entonces la única soberana que demostraba algo de misericordia con ellos. A pesar de su noble gesto, Merkel recibió críticas despiadadas a las que les restó importancia. La canciller sabía que estaba en lo correcto.
Pero la faceta de madre de Merkel no solo tiene que ver con su notable compasión. También tenía esa necesaria y feroz honestidad que suelen tener las madres en los momentos más difíciles. Cuando el momento lo requería, Merkel decía las cosas sin rodeos, sin endulzar las palabras. Si tenía que ser cruel, lo era. Prefería eso antes que ser deshonesta. Fue así que hizo llorar a Reem Sahwil, una niña migrante de Palestina de catorce años, quien le preguntó en una escuela por qué no todos podían ser bienvenidos en su país, y por qué algunos tendrían que volver.
“La política es muy dura y no los podemos recibir a todos”, dijo la canciller. Sahwil, quien se echó a llorar tras escuchar esas palabras, luego dijo que se habría sentido enferma si Merkel le hubiera mentido. “Me gusta la gente honesta”, reflexionó.
Sin embargo, el lado más maternal de Merkel no estuvo con los refugiados o los extranjeros, sino con los mismos alemanes. Nunca paró de dar lecciones a sus ciudadanos, como si se tratara de la madre de cada uno de ellos. Cuando la cuestionaban, ella los hacía reflexionar.
“¿Por qué recibir tanto migrantes?”, le preguntaban. “Porque podemos”, asestó ella. “Lo gestionaremos”, repetía. Y luego lanzaba una pregunta demoledora para contestar la primera: “¿Qué es lo que nos hace ser alemanes?”. Merkel le recordó permanentemente a su país cómo la unidad y la solidaridad eran las claves del éxito. Era difícil no coincidir con ella cuando transmitía tanta autoridad y esperanza.
Es precisamente esa autoridad la que se extrañará ahora en el puesto de canciller de Alemania. Y toda Europa sentirá esa ausencia. El continente ha quedado huérfano y echará de menos el liderazgo de su Mutti (mamá, en alemán). Y no porque el nuevo canciller de Alemania vaya a dar un giro abrupto en la línea ideológica de Merkel.
Pase lo que pase con los resultados finales, y tras unos comicios parejos entre el Partido Socialdemócrata de centro-izquierda (SPD) y la alianza entre la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) y la Unión Social Cristiana en Baviera (CSU), lo único seguro es que el país tendrá un gobierno centrista y moderado que apoyará al continente, respeta el multilateralismo y el Estado de derecho. Queda por ver cómo será la nueva coalición en el Parlamento. Cabe destacar que aunque se anticipan diferencias sobre la política fiscal, ninguna será tan abrupta como para romper con la continuidad de los 16 años de Merkel.
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Europa necesita un líder con urgencia. Ya a comienzos de este año, la consultora Eurasia destacaba la salida de Merkel como uno de los principales riesgos para el continente en el futuro.
“Sin las habilidades políticas de Merkel, la Unión Europea se habría enfrentado a una división interna sin precedentes”, destacó la consultora.
Para Alemania, la salida de Merkel es un tanto problemática. Olaf Scholz, vicecanciller y ministro de Finanzas, sería el sucesor de la canciller, según las proyecciones a boca de urna, y deberá demostrar de entrada un liderazgo regional para que su país, y el continente, no pierda la influencia global que tuvo durante la era de la inoxidable Merkel. Scholz deberá trabajar de inmediato con el mismo ímpetu de Mutti, cuya mayor ambición, según dejó ver en un discurso, es que nunca se diga que fue “perezosa”.
Sería atrevido decir que Merkel se quedó alguna vez con los brazos cruzados. La canciller tuvo que enfrentar la crisis financiera de 2008, la crisis de la eurozona de 2012, las fuertes tensiones con Rusia por Ucrania y la anexión de Crimea, el drama de los migrantes sirios que sacudió las fronteras del continente e incluso una pandemia mundial. Todo eso y mucho más tan solo en la última década, y siempre dejando a su país en una posición fuerte ante el mundo.
Aun así, hoy Merkel es recordada por no hacer lo suficiente durante su gobierno. Las brechas entre el este y el oeste de Alemania aún no se cierran; su agenda contra el cambio climático fue poco ambiciosa, pese a ser reconocida como “la canciller del clima”; hay un gran abismo financiero entre el norte y el sur del continente, mucho más grande que antes de que llegara al poder, y su política exterior depende casi en su totalidad de la influencia económica que ejerce el país.
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Pero el mayor reclamo viene en cuanto a no cerrar las brechas de género. A pesar de que la desigualdad es amplia, la huella de Merkel, que se declaró feminista apenas hace unas semanas, es innegable. Hoy los niños alemanes le preguntan a sus padres si un hombre puede ser canciller de Alemania porque ya no saben si ese poder puede recaer en un hombre. Y hay que reconocer que tuvo que lidiar con el machismo imperante al interior y al exterior de su país durante todo su mandato.
El presidente ruso, Vladimir Putin, con quien tuvo una relación de amigo-enemigo, se enteró de que Merkel les tenía miedo a los perros luego de que uno la mordió en 1995, y por eso soltó al suyo en la sala en la que tuvieron una reunión en 2007. “Estoy seguro de que se portará bien”, dijo Putin, mientras se burlaba de la escena. Tras superar el pánico, Merkel devolvió el golpe con carisma y fortaleza. “Después de todo, no se come a los periodistas”, contestó Merkel. “Entiendo por qué tiene que hacer esto, para demostrar que es un hombre. Tiene miedo de su propia debilidad. Rusia no tiene nada, no tiene una política ni una economía exitosas; todo lo que tienen es esto”, agregó.
La cautela ha sido la mejor herramienta de esta mujer, y el tiempo fue, es y será su mejor aliado. El examen sobre su gobierno todavía está en curso, pero lo cierto es que Alemania, bajo Merkel, se convirtió en un país que muchos asocian con la esperanza. A los alemanes hoy solo les queda recordar las lecciones que su Mutti les dio, y esperar porque su sucesor, un hombre para sorpresa de los niños, continúe trabajando por el cambio que ella comenzó.
“Todo lo que parece estar escrito en piedra o inalterable puede, de hecho, cambiar. Tanto en asuntos grandes como pequeños, es cierto que todo cambio comienza en la mente”, le dijo Merkel a un grupo de graduandos de la Universidad de Harvard en 2019.
El Parlamento deberá componer una coalición tripartita, algo nunca visto en la historia contemporánea de Alemania. Todo indica que se necesitarán largas e intensas negociaciones para formar una coalición, por lo que podría producirse una parálisis europea hasta el primer trimestre de 2022.
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