La dependencia del gas, el talón de Aquiles de la Unión Europea
Los esfuerzos diplomáticos alrededor de la guerra entre Rusia y Ucrania han mostrado que la Unión Europea está en aprietos, específicamente, en el tema energético. La alta dependencia en los recursos rusos y la falta de infraestructura para importar gas natural licuado de otros países, como Estados Unidos, están entre las principales preocupaciones.
María José Noriega Ramírez
“Usaremos nuestro poder de negociación colectiva. En lugar de superarnos y hacer subir los precios, mancomunaremos nuestra demanda”, dijo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, a finales de la semana pasada, cuando los líderes europeos pactaron la compra conjunta de gas, hidrógeno y gas natural licuado, en un intento por avanzar hacia la independencia energética y regular los precios respectivos. La cabeza de la institución también se pronunció a favor del pacto firmado entre Estados Unidos y la Unión Europea que busca incrementar a 15.000 millones de metros cúbicos el envío anual de gas natural licuado estadounidense hacia el viejo continente. “En un mundo enfrentado al desorden, nuestra unidad transatlántica defiende valores y normas fundamentales en los que creen nuestros ciudadanos”, agregó.
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“Usaremos nuestro poder de negociación colectiva. En lugar de superarnos y hacer subir los precios, mancomunaremos nuestra demanda”, dijo Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, a finales de la semana pasada, cuando los líderes europeos pactaron la compra conjunta de gas, hidrógeno y gas natural licuado, en un intento por avanzar hacia la independencia energética y regular los precios respectivos. La cabeza de la institución también se pronunció a favor del pacto firmado entre Estados Unidos y la Unión Europea que busca incrementar a 15.000 millones de metros cúbicos el envío anual de gas natural licuado estadounidense hacia el viejo continente. “En un mundo enfrentado al desorden, nuestra unidad transatlántica defiende valores y normas fundamentales en los que creen nuestros ciudadanos”, agregó.
Por su parte, el presidente estadounidense, Joe Biden, afirmó que “eliminar el gas de Rusia tendrá costos para la Unión Europea, pero no solo es la acción correcta desde el punto de vista moral, sino que también nos va a situar en una mejor posición estratégica”. Sin embargo, y a pesar de los actuales esfuerzos por buscar alternativas, parece que Europa no podrá alcanzar la independencia del gas ruso tan rápido como pretende. La falta de infraestructura, la apuesta del plan de transición energética de la Unión Europea (donde el gas es el elemento clave en el paso hacia energías renovables) y los grados de vulnerabilidad que hay entre los Estados miembros dificultan llevar a cabo una coordinación en materia energética. De hecho, este parece ser un punto de alta tensión en el bloque, que, al unísono, ha condenado la invasión rusa a Ucrania.
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Según la búlgara-colombiana Aneta de la Mar Ikonómova, doctora en Historia y analista internacional, la Unión Europea no ha podido tomar una decisión tan drástica frente al petróleo y al gas de Rusia, como lo hizo Estados Unidos al prohibir las importaciones, porque no todos los países del bloque están en las mismas condiciones. Alemania, Polonia, Italia y Hungría, por ejemplo, son más dependientes del gas ruso y, en medio del debate en torno a qué hacer ante la agresión rusa en Ucrania, los países también tienen que preocuparse por garantizar óptimas condiciones de vida a sus ciudadanos. “Esto impide llevar a cabo cambios drásticos, pues se corre el riesgo de provocar inestabilidad y acentuar la crisis”, agrega la internacionalista.
Según el Banco Mundial, la energía es esencial para el desarrollo, pues abre el camino a las inversiones, la innovación y al establecimiento de nuevas industrias, incentivando la creación de empleos. Es decir, juega indirectamente un rol en la reducción de la pobreza. En Alemania, por ejemplo, a pesar de ser una de las economías más fuertes del mundo, en 2019, cerca del 20 % de su población vivía en pobreza. En el caso de Italia, en 2021, cinco millones y medio de personas estaban en pobreza absoluta, cifra que alcanzó un máximo histórico en los últimos quince años. En cuanto a Hungría, en 2017, el 32 % de los ciudadanos vivía en “condiciones excesivamente difíciles”; es decir, de pobreza, el doble que la media de la Unión Europea, según un informe de Eurostat de diciembre de ese año. Finalmente, Polonia, en 2018, tenía una tasa de pobreza del 15, 4 %, con tendencia al alza. Resumiendo, son países con condiciones internas complejas, que resentirían fuertemente la alteración en el flujo de gas, si tenemos en cuenta que, en 2020, Alemania importaba de Rusia 42,6 miles de millones de metros cúbicos; Italia, 29,2 miles de millones de metros cúbicos; Hungría, 11,6 miles de millones de metros cúbicos, y Polonia, 9,6 miles de millones de metros cúbicos, según la Agencia Internacional de Energía.
El internacionalista Jesús Agreda Rudenko considera que detrás de la cuestión del gas hay un juego de tiempos. “Quién aguanta más: ¿Rusia o Europa? Ahora, al parecer, vemos a una Europa unida, pero cuando los países más vulnerables empiecen a sentir el aumento de los precios del gas, se dará un golpe político importante a quienes estén en el poder. Ahora hay cierta coordinación en el apoyo a los ucranianos y se ve una voluntad de hacer ciertos sacrificios, pero, a largo plazo, cuando los sacrificios se vean con mayor claridad, habrá costos políticos que no creo que todos estén dispuestos a aceptar”. Por su parte, Ildiko Szegedy-Maszák, directora de la maestría en Derecho Económico de la Universidad Javeriana, considera que la cuestión energética puede ser un factor de división en la Unión Europea. “Se van a desatar unas tentaciones dentro del bloque, bajo el liderazgo de Alemania, dirigidas hacia una postura más fuerte con respecto al restablecimiento de ciertos lazos con Rusia, pues hay determinados países que no se pueden dar el lujo de tomar decisiones tan drásticas, como las de Estados Unidos y Reino Unido, en materia de gas y petróleo”.
Esto ya lo había advertido el think tank europeo Bruegel, días después de que comenzara la invasión rusa a Ucrania: “Los lazos energéticos y económicos no afectan a todos los países europeos por igual. Sin duda, el Kremlin intentará explotar estas diferencias para sembrar la desunión en la respuesta de la Unión Europea a la invasión. Sin embargo, el éxito de esta estrategia de divide y vencerás no está predeterminado. Con la intención de responsabilizar a Moscú por su agresión ilegal, los Estados europeos pueden contrarrestar efectivamente a Putin y, para hacerlo, la Unión Europea tendrá que reforzar a los miembros más vulnerables al chantaje ruso”.
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Así, buscar fuentes alternativas de gas se ha convertido en un asunto primordial en el viejo continente. En los últimos meses, la Comisión Europea se ha puesto en contacto con varios productores, incluidos Estados Unidos, Catar, Azerbaiyán, Nigeria y Egipto, e importadores, como Japón y Corea del Sur, para ver si pueden redirigir algunos de sus suministros a Europa. El pacto acordado con Biden ilustra dicho esfuerzo, pero no parece ser una solución inmediata para la dependencia energética de Europa. “Ese plan será en gran medida simbólico, al menos a corto plazo, porque Estados Unidos no tiene la capacidad suficiente para exportar más gas y Europa no tiene la capacidad para importar mucho más”, se lee en el artículo “Por qué Estados Unidos no puede separar rápidamente a Europa del gas ruso”, publicado en The New York Times.
Según el diario estadounidense, los exportadores del país ya han maximizado la producción de las terminales que transforman el gas natural en líquido, para ser transportado en camiones cisterna, y se han desviado los envíos de Asia hacia Europa. A esto se le suma que la construcción de suficientes terminales en los dos lados del Atlántico, con la idea de expandir las exportaciones del gas natural licuado, tardaría entre dos y cinco años. “La necesidad de gas de Europa supera con creces lo que el sistema puede suministrar”, dijo Nikos Tsafos, analista de energía del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, a The New York Times. Las cifras lo demuestran: en lo que va del año, casi las tres cuartas partes del gas natural licuado han sido destinadas a Europa, frente al 34 % de todo 2021. Además, una gran terminal de exportación o importación puede costar más de US$1.000 millones, y hay siete terminales de exportación en Estados Unidos y 28 terminales de importación a gran escala en Europa, que reciben el gas natural licuado de Catar y Egipto. Algunos países, hasta hace poco, no tenían interés en la construcción de dichos terminales, pues era más barato importar el gas desde Rusia. Con la situación actual, Alemania, por ejemplo, está reviviendo los planes para construir una terminal de importación en su costa norte.
A este complejo panorama se suma el limbo en el que queda la política energética de la Unión Europea. Ante la iniciativa de descarbonizar la economía y apostar por el cierre de centrales nucleares, el gas se situó como el elemento clave para la transición hacia energías renovables, estrategia que permitiría al bloque alcanzar su independencia frente a Rusia y a los demás países productores de gas. Sin embargo, “Europa no contempló que una guerra pondría en riesgo el suministro”, advierte De la Mar Ikonómova. En medio de ello, parece que los esfuerzos climáticos quedan en un segundo plano y Szegedy-Maszák se pregunta: ¿qué tan lejana está ahora la transición energética? ¿En qué se va a invertir ahora? “No se quiere tomar el camino del carbón, porque se han destinado esfuerzos y recursos para evitar su uso, y explorar la energía nuclear traería altos costos políticos, por lo que la única opción que queda es el gas. Sin embargo, no hay suficiente gas natural licuado y obtener el que hay es costoso”, afirma Szegedy-Maszák.
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