La izquierda, la mejor campaña para la derecha en Francia
Marine Le Pen, de la extrema derecha francesa, se medirá al presidente Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Los números reflejan que si la izquierda se hubiera unido, ella no estaría en ese lugar.
Luego de su victoria en las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, Emmanuel Macron se trazó un objetivo: “Quiero ser el presidente de todo el pueblo francés”, dijo mirando fijamente a “los patriotas que enfrentan la amenaza del nacionalismo”. El líder que prometía una administración “jupiterina” reconocía de lleno la amenaza del extremismo para el país, enmarcado en su rival de ese año, Marine Le Pen. Sin embargo, cinco años después, esa máxima para gobernar se ha visto despedazada por la realidad.
La intención de votos para la extrema derecha no solo no se logró revertir, sino que se materializó con mayor poder el domingo, cuando la candidata Le Pen y el candidato de ultraderecha Éric Zemmour reunieron el 31 % de los votos de los franceses, un resultado histórico para el extremismo en Francia. Le Pen (con un 25 % de los votos), quien recibió el respaldo de Zemmour tras avanzar a la segunda vuelta, deberá medirse de nuevo en las urnas con Macron (quien sumó el 28 % de los votos) el próximo 24 de abril como lo hizo en 2017. Macron, por otro lado, recibió el apoyo de las otras nueve campañas derrotadas que buscan detener a toda costa el ascenso de Le Pen, más que sellar una coalición con el actual mandatario.
“Ni un solo voto a Le Pen”, dijo Jean-Luc Mélenchon, quien quedó tercero en los resultados de la primera vuelta.Aunque cuenta con el apoyo del resto de candidatos, a Macron no le quedará tan sencillo recolectar sus votos como hace cinco años. El presidente, de hecho, ha sido uno de los mayores artífices del ascenso del extremismo, luego de haber comprado en su gobierno el mismo marco de la ultraderecha que pretendía neutralizar. A la fuerte represión con la que contestó a las protestas de los bautizados “chalecos amarillos” en 2018, el mandatario suma la adopción de políticas islamofóbicas, una polémica reforma al sistema pensional e inacción para resolver las brechas de desigualdad y el cambio climático.
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En particular, Macron cierra su gobierno dejando a un país todavía más desigual que el que recibió, gracias a medidas como la exoneración de impuestos a los más ricos, que solo ha servido para enriquecer más al 1 % del país, y redujo los subsidios de vivienda, además del uso de un lenguaje clasista, que llevó a considerarlo “el presidente de los ricos”.
“La mejor manera de pagarse un traje es trabajar”, es una de las frases del presidente que ha contribuido a su reputación elitista.
Y aunque Macron desencantó a los votantes, logró un repunte gracias a su liderazgo durante la guerra en Ucrania, no es el único responsable de los resultados del domingo, que situaron a la extrema derecha francesa más cerca que nunca de una victoria en las presidenciales. En primer lugar, la aparición de Zemmour, opositor a la migración, el feminismo y admirador de Vladimir Putin, favoreció el impulso de la candidatura de Le Pen y mostró la fragilidad del sistema francés.
Al ver a un candidato con cualidades populistas similares a las de Donald Trump en Estados Unidos, un sector del electorado optó por acercarse a la candidata de la Agrupación Nacional, quien se presentaba como una opción mucho más mesurada y “experimentada” para gobernar. Además, hay que destacar el cambio de estrategia en la campaña de Le Pen, quien reconoció que su base electoral estaba compuesta por personas con menos poder adquisitivo y decidió enfocarla en abordar los problemas de desempleo e inflación que enfrenta el país, dejando de lado, aunque no abandonando, sus ataques a la migración y sus políticas sobre seguridad.
En segundo lugar, y con mayor incidencia para analistas políticos e internacionalistas, está la falta de unión de la izquierda, que gracias a sus continuas divisiones le cortó las alas a la única campaña que podía bloquear a Le Pen y pasar a la segunda vuelta: la de Mélenchon. Y es que si Yannick Jadot, del Partido Ecologista, o Fabien Roussel, del Partido Comunista, hubieran declinado sus candidaturas y apoyado a la del candidato de la Francia Insumisa, Mélenchon habría sido quien pasara a segunda vuelta y no Le Pen. El candidato de la Francia Insumisa obtuvo el 21,6 % de los sufragios, apenas rozando el 24 % de la candidata de la extrema derecha Le Pen.
Mélenchon insistió en las semanas previas a las elecciones en que las otras campañas afines a la izquierda se unieran en torno al candidato con más oportunidades para emitir un “voto eficiente”, término que se refería al llamado “voto útil”, que les permitiera avanzar a la segunda vuelta. Sus peticiones, sin embargo, fueron rechazadas.
Ahora, para el director de la Fundación Jean-Jaurès, Gilles Finchelstein, el tradicional “frente republicano” conformado por los partidos tradicionales no bastará para aislar a Le Pen en la segunda vuelta, ya que, aunque este sistema no ha desaparecido, está desgastado. Los Republicanos (LR), la derecha moderada que fue absorbida por el extremismo, y el Partido Socialista (PS), el otro partido que dominó el espectro en las últimas décadas, ya no tienen lugar. Los catastróficos resultados de las candidatas Valérie Pécresse (LR) y Anne Hidalgo (PS) evidenciaron el gran descontento con la política tradicional. Mélenchon surge entonces como la nueva esperanza de la izquierda francesa, a la vez que sus resultados revelan la recomposición del sistema político en el país.
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Comienza una nueva campaña con el mismo objetivo: atraer a los votantes de izquierda y de Mélenchon. Tanto Macron como Le Pen saben que en esa bolsa de votantes está su boleto a la victoria en la segunda vuelta. La candidata de derecha ha tenido un desempeño sorpresivo en esta carrera por encantar a los indecisos. Una encuesta de Ipsos pronostica que podría recibir cerca del 21 % de los votantes de Mélenchon y un 25 % de los de Pécresse, de la derecha moderada. Esto se debe a que ha sabido conectar con la población que más ha sentido el disparo de la inflación y el desempleo, al prometer reducir impuestos y la edad mínima para jubilarse. Además, la derechista tiene el apoyo de los votantes de Zemmour.
Macron, por otro lado, aún es visto por los votantes progresistas como el “presidente de los ricos”, por lo que deberá apuntar su estrategia a aterrizar la viabilidad de las políticas de su rival.
“Creo que el programa social de Marine Le Pen es una mentira. Porque ella no puede financiarlo”, dijo Macron en Le Parisien.
Pero para el presidente ya no será suficiente con presentar a Le Pen como “la peor opción”. Ante la atracción de ciertos sectores de la izquierda por la candidata de Agrupación Nacional, tendrá que multiplicar sus esfuerzos para seducir a socialistas y comunistas y contar con que el abstencionismo, que juega a favor de su rival, no sea tan alto.
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Luego de su victoria en las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, Emmanuel Macron se trazó un objetivo: “Quiero ser el presidente de todo el pueblo francés”, dijo mirando fijamente a “los patriotas que enfrentan la amenaza del nacionalismo”. El líder que prometía una administración “jupiterina” reconocía de lleno la amenaza del extremismo para el país, enmarcado en su rival de ese año, Marine Le Pen. Sin embargo, cinco años después, esa máxima para gobernar se ha visto despedazada por la realidad.
La intención de votos para la extrema derecha no solo no se logró revertir, sino que se materializó con mayor poder el domingo, cuando la candidata Le Pen y el candidato de ultraderecha Éric Zemmour reunieron el 31 % de los votos de los franceses, un resultado histórico para el extremismo en Francia. Le Pen (con un 25 % de los votos), quien recibió el respaldo de Zemmour tras avanzar a la segunda vuelta, deberá medirse de nuevo en las urnas con Macron (quien sumó el 28 % de los votos) el próximo 24 de abril como lo hizo en 2017. Macron, por otro lado, recibió el apoyo de las otras nueve campañas derrotadas que buscan detener a toda costa el ascenso de Le Pen, más que sellar una coalición con el actual mandatario.
“Ni un solo voto a Le Pen”, dijo Jean-Luc Mélenchon, quien quedó tercero en los resultados de la primera vuelta.Aunque cuenta con el apoyo del resto de candidatos, a Macron no le quedará tan sencillo recolectar sus votos como hace cinco años. El presidente, de hecho, ha sido uno de los mayores artífices del ascenso del extremismo, luego de haber comprado en su gobierno el mismo marco de la ultraderecha que pretendía neutralizar. A la fuerte represión con la que contestó a las protestas de los bautizados “chalecos amarillos” en 2018, el mandatario suma la adopción de políticas islamofóbicas, una polémica reforma al sistema pensional e inacción para resolver las brechas de desigualdad y el cambio climático.
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En particular, Macron cierra su gobierno dejando a un país todavía más desigual que el que recibió, gracias a medidas como la exoneración de impuestos a los más ricos, que solo ha servido para enriquecer más al 1 % del país, y redujo los subsidios de vivienda, además del uso de un lenguaje clasista, que llevó a considerarlo “el presidente de los ricos”.
“La mejor manera de pagarse un traje es trabajar”, es una de las frases del presidente que ha contribuido a su reputación elitista.
Y aunque Macron desencantó a los votantes, logró un repunte gracias a su liderazgo durante la guerra en Ucrania, no es el único responsable de los resultados del domingo, que situaron a la extrema derecha francesa más cerca que nunca de una victoria en las presidenciales. En primer lugar, la aparición de Zemmour, opositor a la migración, el feminismo y admirador de Vladimir Putin, favoreció el impulso de la candidatura de Le Pen y mostró la fragilidad del sistema francés.
Al ver a un candidato con cualidades populistas similares a las de Donald Trump en Estados Unidos, un sector del electorado optó por acercarse a la candidata de la Agrupación Nacional, quien se presentaba como una opción mucho más mesurada y “experimentada” para gobernar. Además, hay que destacar el cambio de estrategia en la campaña de Le Pen, quien reconoció que su base electoral estaba compuesta por personas con menos poder adquisitivo y decidió enfocarla en abordar los problemas de desempleo e inflación que enfrenta el país, dejando de lado, aunque no abandonando, sus ataques a la migración y sus políticas sobre seguridad.
En segundo lugar, y con mayor incidencia para analistas políticos e internacionalistas, está la falta de unión de la izquierda, que gracias a sus continuas divisiones le cortó las alas a la única campaña que podía bloquear a Le Pen y pasar a la segunda vuelta: la de Mélenchon. Y es que si Yannick Jadot, del Partido Ecologista, o Fabien Roussel, del Partido Comunista, hubieran declinado sus candidaturas y apoyado a la del candidato de la Francia Insumisa, Mélenchon habría sido quien pasara a segunda vuelta y no Le Pen. El candidato de la Francia Insumisa obtuvo el 21,6 % de los sufragios, apenas rozando el 24 % de la candidata de la extrema derecha Le Pen.
Mélenchon insistió en las semanas previas a las elecciones en que las otras campañas afines a la izquierda se unieran en torno al candidato con más oportunidades para emitir un “voto eficiente”, término que se refería al llamado “voto útil”, que les permitiera avanzar a la segunda vuelta. Sus peticiones, sin embargo, fueron rechazadas.
Ahora, para el director de la Fundación Jean-Jaurès, Gilles Finchelstein, el tradicional “frente republicano” conformado por los partidos tradicionales no bastará para aislar a Le Pen en la segunda vuelta, ya que, aunque este sistema no ha desaparecido, está desgastado. Los Republicanos (LR), la derecha moderada que fue absorbida por el extremismo, y el Partido Socialista (PS), el otro partido que dominó el espectro en las últimas décadas, ya no tienen lugar. Los catastróficos resultados de las candidatas Valérie Pécresse (LR) y Anne Hidalgo (PS) evidenciaron el gran descontento con la política tradicional. Mélenchon surge entonces como la nueva esperanza de la izquierda francesa, a la vez que sus resultados revelan la recomposición del sistema político en el país.
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Comienza una nueva campaña con el mismo objetivo: atraer a los votantes de izquierda y de Mélenchon. Tanto Macron como Le Pen saben que en esa bolsa de votantes está su boleto a la victoria en la segunda vuelta. La candidata de derecha ha tenido un desempeño sorpresivo en esta carrera por encantar a los indecisos. Una encuesta de Ipsos pronostica que podría recibir cerca del 21 % de los votantes de Mélenchon y un 25 % de los de Pécresse, de la derecha moderada. Esto se debe a que ha sabido conectar con la población que más ha sentido el disparo de la inflación y el desempleo, al prometer reducir impuestos y la edad mínima para jubilarse. Además, la derechista tiene el apoyo de los votantes de Zemmour.
Macron, por otro lado, aún es visto por los votantes progresistas como el “presidente de los ricos”, por lo que deberá apuntar su estrategia a aterrizar la viabilidad de las políticas de su rival.
“Creo que el programa social de Marine Le Pen es una mentira. Porque ella no puede financiarlo”, dijo Macron en Le Parisien.
Pero para el presidente ya no será suficiente con presentar a Le Pen como “la peor opción”. Ante la atracción de ciertos sectores de la izquierda por la candidata de Agrupación Nacional, tendrá que multiplicar sus esfuerzos para seducir a socialistas y comunistas y contar con que el abstencionismo, que juega a favor de su rival, no sea tan alto.
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