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La oficina del crimen

Las mafias colombianas se han instalado en España, donde disponen de toda la infraestructura necesaria. "Los sicarios ya no vienen y se van: viven entre nosotros", dicen en el país ibérico.

Luis Gómez / Especial de El País de España
18 de enero de 2009 - 11:33 a. m.
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Pagas o mueres. En Colombia o en España. En el código del narcotráfico colombiano las deudas y las ofensas se abonan al contado. Es la forma de hacer respetar la ley, no muy diferente de otras sociedades delictivas: la sangre sobreviene al impago. Por eso, no hay morosos vivos entre los narcotraficantes, o no por mucho tiempo. Los expertos policiales deducen que si mataron a Leónidas Vargas de cuatro tiros en la cama de un hospital de Madrid fue porque no había forma más discreta de hacerlo. Si hubieran podido matarle de otra manera lo habrían hecho porque saben que ese tipo de asesinatos en público sientan muy mal en España, crean alarma social y movilizan a la policía, que además dispone de sapos (chivatos, confidentes). Es un riesgo, pero la ley ha de cumplirse. Y Vargas estaba sentenciado.

El ejecutor que acabó con la vida de Vargas en el hospital Gregorio Marañón no habrá salido de Madrid. La teoría según la cual un sicario recibe el encargo, se desplaza al país donde debe ejecutar su trabajo y regresa inmediatamente a Colombia, quedó en desuso hace ya unos cuantos años en términos policiales, desde que se tiene constancia de que las organizaciones de narcotráfico desplazaron a España delegaciones bien nutridas de efectivos y, entre ellos, a los profesionales que se encargan del cobro de las deudas. Por ese motivo se emplea el término "oficina de cobro" cuando se hace referencia a aquellos grupos que integran en sus filas a sicarios, pistoleros o también llamados soldados. Cada organización en España lleva asociada una "oficina de cobro". Las hay en número difícil de cuantificar pero suficientes como para tener bajo control ciudades como Madrid y Barcelona, algunas zonas de la costa mediterránea, e incluso hacer algunos trabajos en Europa.

En el negocio del narcotráfico no hay otro móvil que el dinero y no hay otra forma de ejercer la autoridad que la violencia. Si una partida de cocaína es robada o incautada por la policía, su responsable contrae una deuda en ese mismo momento. No hay justificación. Y la deuda ha de ser abonada por cuantiosa que sea. Si el afectado quiere salvar el pellejo, debe poner a la venta la parte de su patrimonio necesaria para satisfacer el pago. "Normalmente", explica un agente, "se produce una primera entrevista en la que se fija la cuantía de la deuda, entrevista que puede estar acompañada de una amenaza. Por regla general, se produce un amarre (secuestro) de algún familiar del deudor que sirve también como otra forma de advertencia. Sólo después, si persiste el impago, se pasa a otras acciones". Por ese motivo, la actividad de los narcotraficantes está sometida a un constante conflicto y a frecuentes luchas por el poder. La traición está a la orden del día, así como la necesidad de estar protegido, o de matar para imponer la autoridad.

En este escenario revuelto, el sicario no es un personaje solitario, frío y calculador, obseso de su armamento, que cultiva su cuerpo en el gimnasio, de vida discreta, que usa una identidad falsa, vigila sus movimientos y se desplaza lo justo para cumplir con sus encargos. La realidad discrepa de la ficción. En el ambiente del narcotráfico colombiano en España se tiene al sicario como un empleado no especialmente bien remunerado, generalmente joven (a veces, casi adolescente), de extracción social muy baja, que se ha curtido en una sociedad muy violenta donde la vida no tiene un precio excesivo. Ni siquiera el número de muertos que lleve a sus espaldas es un factor determinante de su prestigio. El sicario, también llamado soldado, es el último eslabón de la cadena. Mata porque posiblemente no sepa hacer otra cosa.

El sicario, como tal soldado, cumple órdenes. Responde también a un estereotipo falso, la creencia de que acepta encargos de terceros. El sicario no tiene esa autonomía. Pertenece a una organización y responde exclusivamente a sus órdenes. Sólo los más avezados logran ascender puestos en el escalafón y pueden llegar a formar sus propios grupos. Tampoco dispone


de un armamento sofisticado. La experiencia de los ajustes de cuentas registrados en España demuestra, en el caso de los correspondientes a sicarios colombianos, que se limitan al uso de armas de pequeño calibre y, por regla general, no especialmente modernas. Por ese motivo, su modus operandi responde a un tipo de "muerte a quemarropa": varios disparos a corta distancia. En ese sentido, la acción del sicario colombiano siempre es más arriesgada que sus equivalentes llegados de los países de Este, que utilizan armamento moderno que permite gran eficacia a mayor distancia.

Generalmente, es enviado a España con pasaporte de otra nacionalidad diferente de la colombiana. La organización se encarga de apañarle un matrimonio con una mujer española para que obtenga la residencia, se le busca un domicilio y se le da un sueldo que a veces resulta insuficiente, según han podido constatar investigadores policiales a lo largo de los últimos años. "Algunos de los que hemos podido conocer viven en domicilios muy modestos y llevan una vida un tanto precaria, de tal manera que participa también en otras actividades como robos o transporte de cocaína".

Sobre la documentación que usan los delincuentes colombianos que se establecen en España se han detectado algunas particularidades. Durante unos años utilizaban generalmente pasaportes venezolanos, tendencia que puso en alerta a las autoridades diplomáticas españolas y motivó alguna queja. Recientemente, se ha observado una notable variación. Venezuela ha empezado a dar menos facilidades y ahora se están desplazando a España con pasaportes de Guatemala, Costa Rica y, sobre todo, México. "Estamos observando que utilizan pasaportes mexicanos auténticos, incluso con su misma identidad", reconocen fuentes de Interior. "Hemos detectado cómo envían la huella dactilar por correo electrónico junto a una foto y reciben en su domicilio un pasaporte nuevo a través de una compañía de mensajería". Mandos de la policía y la Guardia Civil han tenido reuniones con funcionarios mexicanos para exponerles este problema, "pero no parecen reaccionar por el momento". "Nos están bajando algunas estadísticas de delincuentes colombianos y subiendo las de mexicanos, cuando sabemos que esos mexicanos son en realidad falsos". El fenómeno ha dado lugar a que se divulguen algunas informaciones periodísticas en España alertando de un incremento de delincuentes mexicanos. Hay que tener en cuenta que hasta hace dos años, los colombianos (2.243) formaban la segunda población de reclusos en las cárceles españolas, después de los marroquíes (5.527). Justamente a partir de 2007 se ha producido un ligero descenso en el número de penados de esta nacionalidad, ocupando actualmente el segundo lugar los delincuentes de nacionalidad rumana.

Cristian Andrés García Escobar, conocido como Óscar, era uno de esos reclusos hace unos años, cuando apenas había cumplido los 20 y había sido detenido en el año 2000 por el asalto a un furgón blindado. Condenado a 21 años de cárcel, aprovechó tiempo después un permiso carcelario para no volver. En 2008 era uno de los responsables de una de esas oficinas de cobro ligada a una poderosa organización de narcotraficantes conocida como el cartel del Valle del Norte.

Óscar había dejado de ser un soldado. Había progresado en el oficio y disponía de un grupo bajo su mando. Entre sus actividades estaba el cobro de deudas, pero también intervenía en operaciones propias del narcotráfico. A mediados de febrero de 2008 le llegó la noticia de la muerte de Wilber Varela, alias Jabón, acribillado a balazos en un hotel de la localidad venezolana de Mérida. Jabón era, en aquel entonces, el número uno del cartel del Valle del Norte. Era uno de sus jefes, pero lejos de preocuparse por la noticia, organizó una fiesta con su gente en un chalé alquilado a las afueras de Madrid. La muerte de Jabón significaba que sus inmediatos superiores, Niño Malo y Pampo, subían un peldaño en el escalafón de la organización. Y lo que era bueno para ellos, era bueno para él. La fiesta que celebró en Madrid acabó mediada la madrugada y acabó mal: un equipo conjunto de la policía y la Guardia Civil entraba en el lugar dispuesto a detenerle.

La detención de Óscar significó en aquel momento la primera desarticulación casi al completo de una oficina de cobro en España. En otros años se habían producido detenciones de sicarios, se habían tenido noticias de este tipo de grupos (Niño


Malo, por ejemplo, había actuado en España a finales de los noventa), de sus locales y sus actividades, pero no se había efectuado una desarticulación de un grupo completo. El detalle que llevó al éxito la operación fue el asesinato de una persona que, dos años después, todavía sigue sin estar identificada.

El 14 de septiembre de 2007, el grupo de homicidios de la Guardia Civil en Madrid acude a la localidad de Ciempozuelos. En un descampado hay una escena escabrosa: dos piernas sobresalen de la tierra haciendo una uve. Debajo hay un cuerpo enterrado al que le faltan las dos manos y cuyo tronco y cabeza han quedado desfigurados por efecto del ácido sulfúrico. No hay posibilidad material de identificar a una víctima de la que sólo se cuenta con una cadena de oro alrededor del cuello.

Las primeras investigaciones conducen a una banda de españoles dedicada al robo de motos que operaba en los alrededores. No parecían tener relación con el caso, pero en una casa abandonada que utilizaban en ocasiones aparecieron restos de ácido sulfúrico. Dicha casa se la habían alquilado a un colombiano que "tenía que hacer un trabajo". Determinada la identidad de este hombre, saltó en el ordenador central que estaba siendo investigado por una unidad de la Policía Nacional. Se decidió crear un equipo conjunto y el colombiano les llevó hasta el grupo de Óscar.

Los investigadores pudieron seguir durante meses las actividades de lo que era una oficina de cobros. Óscar vivía en un apartamento nuevo a las afueras de Madrid, cerca de un moderno centro comercial conocido. Disponía de pasaporte venezolano. Allí vivía con su mujer, pero en otras zonas de Madrid tenía otras novias, a las que mantenía. Le gustaba vestir ropa de marca, conducía un golf. Cuando salía de su casa, tomaba precauciones. Óscar era propietario de un bar en Madrid, el Piqueté, en el Barrio del Pilar. Allí se reunía con sus hombres y gastaba dinero en fiestas. Era un establecimiento de ambiente colombiano muy poco transitado. La vida dentro del bar sólo era alterada cuando el grupo debía hacer algún desplazamiento. Los investigadores pudieron seguirle durante un viaje a Barcelona para amenazar a una persona que debía pagar una deuda, pero el asunto no llegó a mayores. Cuando surgió la noticia de que Óscar organizaba una fiesta para celebrar la caída de uno de sus jefes, apareció la oportunidad de poder detener al grupo al completo. En el domicilio de Óscar se encontraron 15 kilos de cocaína. La operación se saldó con 14 detenciones y 11 registros en domicilios.

Sin embargo, un año después los investigadores ya tienen indicios de que la organización (el cartel del Valle del Norte) ha reestructurado su oficina de cobros en España. Niño Malo, uno de los jefes, dio las órdenes pertinentes. Precisamente Niño Malo, que conoce tan bien España, donde residió durante algún tiempo: su organización fue una de las primeras que llegó a tener una de esas oficinas en Madrid, con un local que la policía recuerda todavía: el bar Pachito-Eché, situado en el distrito de Carabanchel, donde hacia el año 2000 hubo una ensalada de tiros que propició una pequeña guerra con varios muertos entre Madrid y Barcelona.

Niño Malo regresó a Colombia y allí ha seguido subiendo peldaños. La detención de Óscar y su grupo ha sido un pequeño traspié del que se han repuesto con rapidez. "Eso es así porque necesitan tener esa infraestructura para poder seguir haciendo sus negocios en España. Ninguna organización medianamente importante puede permitir que su mercancía circule sin protección o puede tener a su gente sin el número de soldados suficiente como para imponer su autoridad". Máxime si se tiene en cuenta que el número de delincuentes colombianos en España es lo suficientemente elevado como para que se produzcan intentos de robo de mercancía entre organizaciones. "Se han detectado algunos pequeños grupos que se dedican exclusivamente a robar a los narcotraficantes; en esas condiciones, por tanto, la necesidad de contratar soldados es más apremiante".

Los analistas de la policía y la Guardia Civil advirtieron a mediados de los años noventa de la posibilidad de que las organizaciones colombianas terminaran por desplazar a España a sus sicarios cuando empezaba a ser evidente que el tráfico de cocaína establecía en suelo español una cabeza de puente para su entrada en Europa. Por aquel entonces, los colombianos reducían su estructura al envío de un delegado que se limitaba a ser testigo de las operaciones de los gallegos, a verificar que se realizaran los pagos, la entrega de mercancía y el envío del dinero a Colombia. Sin embargo, los primeros traspiés debilitaron la confianza de los narcos en los gallegos y comenzaron a establecer estructuras más sólidas para dirigir in situ el negocio en Europa.

En el análisis criminal se entiende que una organización está plenamente asentada en un país y empieza a resultar especialmente peligrosa cuando ha enviado a sus soldados. Ésa es la última fase del asentamiento y el inicio de la plena operatividad de una organización. Aquellos tiempos en los que la cocaína era asunto de los capos gallegos que actuaban como delegados/representantes de los carteles colombianos en Europa pasó a la historia. Los gallegos son ahora meros transportistas, trabajan como subcontratados. Los carteles han instalado sus sucursales en España. Y, naturalmente, sus propias oficinas de cobro.

Por Luis Gómez / Especial de El País de España

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