La protesta silenciosa de voluntarios rusos que ayudan a desplazados ucranianos
En Rusia, la represión contra quienes critican el ataque contra Ucrania está en pleno apogeo. Quienes buscan ayudar a los ucranianos deben guardar silencio.
Galina Artiomenko recauda fondos desde hace un año y medio para ayudar a los ucranianos desplazados en Rusia a causa de la ofensiva de febrero de 2022. De repente, a mediados de julio, sus tarjetas bancarias y las de otros dos voluntarios fueron bloqueadas.
“Según el banco, nuestras colectas perseguían ‘objetivos dudosos’”, relata disgustada, afirmando poder justificar “cada rublo gastado”.
Este bloqueo demuestra que su compromiso humanitario es blanco de sospechas en un país donde la represión contra quienes critican el ataque contra Ucrania está en pleno apogeo.
Junto con otros voluntarios en San Petersburgo (noroeste), Galina difunde en internet llamados a donar. Con el dinero recaudado compra ropa, medicamentos y productos alimenticios para aquellos a quienes las hostilidades los obligaron a llegar al territorio ruso.
Recibe a ucranianos en la estación de San Petersburgo. Les ayuda a encontrar alojamiento, trabajo, o bien a realizar trámites administrativos para intentar ir a la Unión Europea (UE) desde Rusia.
“Hay miles de personas que ayudan (a los ucranianos) pero prefieren no hablar de ello por razones de seguridad. Aunque no hay ninguna ley que prohíba ayudar a las personas que cayeron en desgracia”, señala.
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Millones de refugiados
En un contexto de represión exacerbada, muchos voluntarios se niegan a hablar sobre el conflicto y su ayuda a los refugiados por miedo a llamar la atención de las autoridades, que arrestan a personas anónimas acusadas de colaborar con Kiev o de denigrar al ejército ruso.
Según Liudmila, una voluntaria de 43 años que prefiere mantener su apellido en secreto, muchos de estos rusos son “pacifistas” que no pueden expresar abiertamente sus posiciones y alivian su conciencia ayudando a las víctimas.
“No podemos quedarnos de brazos cruzados, tenemos que ayudar a los que están en una situación peor que la nuestra y que sufren”, subraya Lioudmila. “Es la única forma de existir que nos queda”, abunda Galina.
Según un recuento de la ONU de finales de diciembre de 2022, cerca de 1,3 millones de ucranianos están desplazados en territorio ruso. Moscú estima que son más de 5 millones, una cifra que las oenegés ponen en duda.
Algunos están en tránsito, especialmente en la región fronteriza con la UE. Otros dicen que quieren quedarse en el país.
Por su parte, Kiev acusa al Kremlin de haber deportado a ucranianos a Rusia y de presionarlos para obtener pasaportes rusos. La Corte Penal Internacional emitió en marzo una orden de detención histórica contra el presidente ruso, Vladimir Putin, y su encargada de la infancia, María Lvova Belova, por “crimen de guerra de deportación ilegal” de niños.
Moscú lo niega y asegura que los desplazados vienen voluntariamente o fueron evacuados por su propia seguridad.
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“Sólo quiero la paz”
En Rusia, redes de solidaridad que ayudan a los refugiados funcionan activamente desde el comienzo de la ofensiva.
La AFP estuvo con Galina en una de sus jornadas de trabajo. La voluntaria compra productos domésticos y los deposita en un punto de recogida de artículos de primera necesidad para los ucranianos.
El centro, llamado “Gumsklad” y abierto todos los días, acoge diariamente a hasta diez familias de beneficiarios. En numerosas estanterias, hay zapatos, ropa, alimentos y electrodomésticos.
Luego sale a comprar gafas en una tienda del centro de la ciudad para Elena e Igor, venidos de Bajmut, ciudad del este de Ucrania cuya conquista Moscú reivindica desde la primavera, aunque los combates siguen en curso.
La oenegé Mayak.fund, con sede en Moscú, tiene más medios. Actualmente, recibe hasta 50 personas al día, después de récords de afluencia en 2022, según una voluntaria Yulia Makeyeva, de 49 años.
Para ella, el factor emocional es el más difícil de manejar frente al sufrimiento de los refugiados.
“Para conservar la energía y la esperanza trato de mantener cierta distancia, de lo contrario no puedo trabajar, sólo lloro”, resume.
Ese día, Yulia y su marido Alexander, que huyeron de la ciudad ucraniana de Kupiansk hace casi un año con sus dos hijos, de 7 y 3 años, cuentan entre lágrimas cómo tuvieron que sobrevivir bajo los bombardeos.
“Sólo quiero la paz”, dice Yulia.
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Galina Artiomenko recauda fondos desde hace un año y medio para ayudar a los ucranianos desplazados en Rusia a causa de la ofensiva de febrero de 2022. De repente, a mediados de julio, sus tarjetas bancarias y las de otros dos voluntarios fueron bloqueadas.
“Según el banco, nuestras colectas perseguían ‘objetivos dudosos’”, relata disgustada, afirmando poder justificar “cada rublo gastado”.
Este bloqueo demuestra que su compromiso humanitario es blanco de sospechas en un país donde la represión contra quienes critican el ataque contra Ucrania está en pleno apogeo.
Junto con otros voluntarios en San Petersburgo (noroeste), Galina difunde en internet llamados a donar. Con el dinero recaudado compra ropa, medicamentos y productos alimenticios para aquellos a quienes las hostilidades los obligaron a llegar al territorio ruso.
Recibe a ucranianos en la estación de San Petersburgo. Les ayuda a encontrar alojamiento, trabajo, o bien a realizar trámites administrativos para intentar ir a la Unión Europea (UE) desde Rusia.
“Hay miles de personas que ayudan (a los ucranianos) pero prefieren no hablar de ello por razones de seguridad. Aunque no hay ninguna ley que prohíba ayudar a las personas que cayeron en desgracia”, señala.
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Millones de refugiados
En un contexto de represión exacerbada, muchos voluntarios se niegan a hablar sobre el conflicto y su ayuda a los refugiados por miedo a llamar la atención de las autoridades, que arrestan a personas anónimas acusadas de colaborar con Kiev o de denigrar al ejército ruso.
Según Liudmila, una voluntaria de 43 años que prefiere mantener su apellido en secreto, muchos de estos rusos son “pacifistas” que no pueden expresar abiertamente sus posiciones y alivian su conciencia ayudando a las víctimas.
“No podemos quedarnos de brazos cruzados, tenemos que ayudar a los que están en una situación peor que la nuestra y que sufren”, subraya Lioudmila. “Es la única forma de existir que nos queda”, abunda Galina.
Según un recuento de la ONU de finales de diciembre de 2022, cerca de 1,3 millones de ucranianos están desplazados en territorio ruso. Moscú estima que son más de 5 millones, una cifra que las oenegés ponen en duda.
Algunos están en tránsito, especialmente en la región fronteriza con la UE. Otros dicen que quieren quedarse en el país.
Por su parte, Kiev acusa al Kremlin de haber deportado a ucranianos a Rusia y de presionarlos para obtener pasaportes rusos. La Corte Penal Internacional emitió en marzo una orden de detención histórica contra el presidente ruso, Vladimir Putin, y su encargada de la infancia, María Lvova Belova, por “crimen de guerra de deportación ilegal” de niños.
Moscú lo niega y asegura que los desplazados vienen voluntariamente o fueron evacuados por su propia seguridad.
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“Sólo quiero la paz”
En Rusia, redes de solidaridad que ayudan a los refugiados funcionan activamente desde el comienzo de la ofensiva.
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El centro, llamado “Gumsklad” y abierto todos los días, acoge diariamente a hasta diez familias de beneficiarios. En numerosas estanterias, hay zapatos, ropa, alimentos y electrodomésticos.
Luego sale a comprar gafas en una tienda del centro de la ciudad para Elena e Igor, venidos de Bajmut, ciudad del este de Ucrania cuya conquista Moscú reivindica desde la primavera, aunque los combates siguen en curso.
La oenegé Mayak.fund, con sede en Moscú, tiene más medios. Actualmente, recibe hasta 50 personas al día, después de récords de afluencia en 2022, según una voluntaria Yulia Makeyeva, de 49 años.
Para ella, el factor emocional es el más difícil de manejar frente al sufrimiento de los refugiados.
“Para conservar la energía y la esperanza trato de mantener cierta distancia, de lo contrario no puedo trabajar, sólo lloro”, resume.
Ese día, Yulia y su marido Alexander, que huyeron de la ciudad ucraniana de Kupiansk hace casi un año con sus dos hijos, de 7 y 3 años, cuentan entre lágrimas cómo tuvieron que sobrevivir bajo los bombardeos.
“Sólo quiero la paz”, dice Yulia.
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