La reina Isabel II, la historia de un rostro real que le dio la vuelta al mundo
La monarca, que cumplió este año siete décadas en el trono, es un rostro conocido a lo largo y ancho del planeta. Inmortalizada en obras de arte y en la música, se convirtió en un símbolo de la cultura popular. La supervivencia de la casa Windsor está detrás de todos esos esfuerzos.
La vimos en la portada del sencillo “God Save The Queen”, de Sex Pistols en 1977, y en la puerta de un bar de Islington (Londres) como toda una monarca sexy con piernas largas y tacones. El artista Jamie Reid le atravesó la nariz con un alfiler, como una punk de los 70, y Andy Warhol la retrató en serigrafía como a cualquier otra celebridad, al estilo Marilyn Monroe, congelada en el tiempo y con colores brillantes. Los Beatles le dedicaron 23 segundos de su música en la canción Her Majesty y más de 200 obras de arte la tomaron como referente. Su rostro le dio la vuelta al mundo y ahora que se conoce su fallecimiento, a los 96 años, con siete décadas en el trono, quedó inmortalizada en la historia.
Isabel II se abrió un espacio en la cultura popular y lo tomó como propio. “Es difícil imaginar a los monarcas de Arabia Saudita y Tailandia vendiendo chucherías de recuerdo de la misma manera que lo logra la corona británica”, dijeron las expertas en marketing Cele C. Otnes y Pauline Maclaran en un artículo de The Atlantic. No en vano, en las calles de Londres, en 2012, en la celebración del Jubileo de Diamante, que marcó sus 60 años en el trono, apareció en latas de galletas, tazas de café y hasta en paños de cocina. Recientemente, en la celebración de sus 70 años a la cabeza de la corona británica, su rostro apareció impreso sobre las banderas que se vendieron por las calles de Londres.
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Y aquello no fue fortuito. Al contrario, fue un trabajo intencional de construcción de identidad que se remonta a cómo nació la casa Windsor, que, en parte, explica por qué cuando las demás monarquías imperiales colapsaron en el contexto de la Primera Guerra Mundial, la británica logró mantenerse en pie hasta el día de hoy.
Apelar a las masas fue la estrategia que sus predecesores aplicaron para hacer de la corona británica algo eterno, valiéndose del apego a las clases medias y bajas para sostenerse en el poder. Por ejemplo, su madre, la Reina Madre, salió a las calles y visitó los lugares de Londres que fueron bombardeados en medio de la guerra, como East End, en un intento por generar conexión y empatía con el pueblo, heredándole a su hija esa misma responsabilidad desde antes de nacer.
Y es que los Windsor se dieron a conocer bajo dicho título en 1917, tras los esfuerzos de borrar del imaginario social el pasado alemán que cargaba la dinastía, pues la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha, como se le conocía anteriormente, resultaba perjudicial para la supervivencia de la familia real en medio de los sentimientos en contra de Alemania por su papel en la Primera Guerra Mundial y las manifestaciones antimonárquicas del momento. Por eso, la casa Windsor nació ligada a la necesidad de sobrevivir y de situar al Reino Unido como un actor clave en la esfera internacional del siglo XX. En palabras de la historiadora Jane Ridely, para el documental The Royal House of Windsor, “este fue el comienzo de una nueva idea de monarquía. La familia Windsor se volvió el epítome británico, lo que permitió identificarla con el nacionalismo británico, y convertirla en el símbolo y la encarnación de la nación británica”.
No fue solo el cambio de nombre de la casa real, los medios de comunicación, especialmente la BBC, se convirtieron en los intermediarios para acercar la monarquía a la gente del común. El viaje de la familia real a Sudáfrica, cuando Isabel tenía apenas 20 años, sirvió como pretexto para perfilarla como la sucesora de Jorge VI, su padre, labrando así el terreno para su construcción como símbolo máximo de una nación que luchaba por mantenerse en pie, a pesar de las guerras y las crisis económicas internas.
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Por ello, en una apuesta propagandística, la familia real permitió que se filmara su día a día en el barco, dejando para la historia las imágenes en las que las princesas Isabel y Margarita jugaban con los marinos. Entre tanto, la BBC hizo lo suyo: Frank Gillard, reportero estrella del medio británico y cronista de guerra, tuvo su propio espacio en la embarcación. Así, “la BBC fue convocada como brazo propagandístico de la realeza. El medio tenía gran reconocimiento por ser la mejor forma de promoción de la familia real. Aún hoy, los presentadores de noticias, cuando se menciona a la realeza, usan una sonrisa presuntuosa como si dijeran: ‘Todos apoyamos a la monarquía, no podemos criticarlos’”, afirmó el historiador Piers Brendon a los creadores del documental The Royal House of Windsor.
No en vano fue la BBC la que transmitió, desde Ciudad del Cabo, el discurso con el que la entonces princesa Isabel, que cerró el tour por Sudáfrica con su cumpleaños número 21, se dirigió a los británicos a través de unas palabras que, aunque fueron escritas por Dermot Morrah, principal escritor del periódico The Times, parecieron propias, marcando así el tono con el que hasta hoy ha gobernado. “Si todos avanzamos juntos, con una fe inquebrantable, un gran coraje y un corazón calmo, podremos hacer de este viejo Commonwealth algo aún más grande y más libre, y una influencia más poderosa para el bien del mundo que la que ha sido en los mejores días de nuestros antepasados (...). Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, la dedicaré a su servicio y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.
Estas palabras no se quedaron solo en el papel, pues la reina Isabel II trató de ser símbolo de prosperidad, tradición y futuro. Por ejemplo, su vestido de matrimonio tuvo unos bordados alusivos a la “Primavera”, de Sandro Botticelli, además de unas flores y unas espigas de trigo, en alegoría al renacer de la nación después de la Segunda Guerra Mundial; y su traje de coronación tuvo consignados todos los emblemas de los países que para entonces pertenecían al Commonwealth. Así, la construcción de su imagen como soberana giró alrededor de un mismo propósito: mantener la fuerza de un imperio que, en medio de un mundo cambiante, en el que parecía que las monarquías ya no tenían lugar y el orden mundial se estaba reconfigurando, debía mantenerse en pie.
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La vimos en la portada del sencillo “God Save The Queen”, de Sex Pistols en 1977, y en la puerta de un bar de Islington (Londres) como toda una monarca sexy con piernas largas y tacones. El artista Jamie Reid le atravesó la nariz con un alfiler, como una punk de los 70, y Andy Warhol la retrató en serigrafía como a cualquier otra celebridad, al estilo Marilyn Monroe, congelada en el tiempo y con colores brillantes. Los Beatles le dedicaron 23 segundos de su música en la canción Her Majesty y más de 200 obras de arte la tomaron como referente. Su rostro le dio la vuelta al mundo y ahora que se conoce su fallecimiento, a los 96 años, con siete décadas en el trono, quedó inmortalizada en la historia.
Isabel II se abrió un espacio en la cultura popular y lo tomó como propio. “Es difícil imaginar a los monarcas de Arabia Saudita y Tailandia vendiendo chucherías de recuerdo de la misma manera que lo logra la corona británica”, dijeron las expertas en marketing Cele C. Otnes y Pauline Maclaran en un artículo de The Atlantic. No en vano, en las calles de Londres, en 2012, en la celebración del Jubileo de Diamante, que marcó sus 60 años en el trono, apareció en latas de galletas, tazas de café y hasta en paños de cocina. Recientemente, en la celebración de sus 70 años a la cabeza de la corona británica, su rostro apareció impreso sobre las banderas que se vendieron por las calles de Londres.
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Y aquello no fue fortuito. Al contrario, fue un trabajo intencional de construcción de identidad que se remonta a cómo nació la casa Windsor, que, en parte, explica por qué cuando las demás monarquías imperiales colapsaron en el contexto de la Primera Guerra Mundial, la británica logró mantenerse en pie hasta el día de hoy.
Apelar a las masas fue la estrategia que sus predecesores aplicaron para hacer de la corona británica algo eterno, valiéndose del apego a las clases medias y bajas para sostenerse en el poder. Por ejemplo, su madre, la Reina Madre, salió a las calles y visitó los lugares de Londres que fueron bombardeados en medio de la guerra, como East End, en un intento por generar conexión y empatía con el pueblo, heredándole a su hija esa misma responsabilidad desde antes de nacer.
Y es que los Windsor se dieron a conocer bajo dicho título en 1917, tras los esfuerzos de borrar del imaginario social el pasado alemán que cargaba la dinastía, pues la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha, como se le conocía anteriormente, resultaba perjudicial para la supervivencia de la familia real en medio de los sentimientos en contra de Alemania por su papel en la Primera Guerra Mundial y las manifestaciones antimonárquicas del momento. Por eso, la casa Windsor nació ligada a la necesidad de sobrevivir y de situar al Reino Unido como un actor clave en la esfera internacional del siglo XX. En palabras de la historiadora Jane Ridely, para el documental The Royal House of Windsor, “este fue el comienzo de una nueva idea de monarquía. La familia Windsor se volvió el epítome británico, lo que permitió identificarla con el nacionalismo británico, y convertirla en el símbolo y la encarnación de la nación británica”.
No fue solo el cambio de nombre de la casa real, los medios de comunicación, especialmente la BBC, se convirtieron en los intermediarios para acercar la monarquía a la gente del común. El viaje de la familia real a Sudáfrica, cuando Isabel tenía apenas 20 años, sirvió como pretexto para perfilarla como la sucesora de Jorge VI, su padre, labrando así el terreno para su construcción como símbolo máximo de una nación que luchaba por mantenerse en pie, a pesar de las guerras y las crisis económicas internas.
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Por ello, en una apuesta propagandística, la familia real permitió que se filmara su día a día en el barco, dejando para la historia las imágenes en las que las princesas Isabel y Margarita jugaban con los marinos. Entre tanto, la BBC hizo lo suyo: Frank Gillard, reportero estrella del medio británico y cronista de guerra, tuvo su propio espacio en la embarcación. Así, “la BBC fue convocada como brazo propagandístico de la realeza. El medio tenía gran reconocimiento por ser la mejor forma de promoción de la familia real. Aún hoy, los presentadores de noticias, cuando se menciona a la realeza, usan una sonrisa presuntuosa como si dijeran: ‘Todos apoyamos a la monarquía, no podemos criticarlos’”, afirmó el historiador Piers Brendon a los creadores del documental The Royal House of Windsor.
No en vano fue la BBC la que transmitió, desde Ciudad del Cabo, el discurso con el que la entonces princesa Isabel, que cerró el tour por Sudáfrica con su cumpleaños número 21, se dirigió a los británicos a través de unas palabras que, aunque fueron escritas por Dermot Morrah, principal escritor del periódico The Times, parecieron propias, marcando así el tono con el que hasta hoy ha gobernado. “Si todos avanzamos juntos, con una fe inquebrantable, un gran coraje y un corazón calmo, podremos hacer de este viejo Commonwealth algo aún más grande y más libre, y una influencia más poderosa para el bien del mundo que la que ha sido en los mejores días de nuestros antepasados (...). Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, la dedicaré a su servicio y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.
Estas palabras no se quedaron solo en el papel, pues la reina Isabel II trató de ser símbolo de prosperidad, tradición y futuro. Por ejemplo, su vestido de matrimonio tuvo unos bordados alusivos a la “Primavera”, de Sandro Botticelli, además de unas flores y unas espigas de trigo, en alegoría al renacer de la nación después de la Segunda Guerra Mundial; y su traje de coronación tuvo consignados todos los emblemas de los países que para entonces pertenecían al Commonwealth. Así, la construcción de su imagen como soberana giró alrededor de un mismo propósito: mantener la fuerza de un imperio que, en medio de un mundo cambiante, en el que parecía que las monarquías ya no tenían lugar y el orden mundial se estaba reconfigurando, debía mantenerse en pie.
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