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La crisis global generada por el coronavirus muy posiblemente afectará la manera en la que se relacionan los Estados en el sistema internacional, tal y como sucedió tras la crisis de 1929 o, más recientemente, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Entre una de sus consecuencias inmediatas acontece un aparente un fervor sobre el Estado-nación que, precisamente, parece desatender que ahora son más palpables que nunca las relaciones globales. Así, una retórica de la guerra (contra el virus) se sirve de un nacionalismo exacerbado, de un prolífico campo de disputa entre la desinformación, las fake news y la doctrina del shock, a la que se suman importantes dosis chovinistas, aderezadas por una retórica de lo heroico.
Este escenario no es el más amigable para Unión Europea, generalmente, incapaz de adoptar decisiones comunes en las situaciones de mayor calado. Más si cabe, cuando su población se encuentra altamente envejecida, es el centro mundial de la pandemia, y la crisis económica de 2008, y posteriormente el Brexit, han alimentado la emergencia de los relatos desintegradores. Lo anterior obliga a encontrar en esta crisis la enésima oportunidad para relanzar el proyecto comunitario. Buena parte de los Estados europeos son, mayormente, sólidas estructuras de bienestar que disponen de sistemas sanitarios de referencia que, no obstante, serán puestos a prueba con motivo de esta pandemia. Y he aquí la importancia de las instituciones de la Unión Europea a la hora de brindar posiciones comunes, acciones conjuntas y dispositivos de coordinación. Le puede interesar: Coronavirus: Europa se sumerge en el encierro y la tristeza
Es de esperar que la política macroeconómica de la Unión Europea haya aprendido del profundo daño que generaron las políticas de austeridad con las que se abordaron la crisis iniciada en septiembre de 2008. Es decir, la solución no ha de ser constrictiva sino todo lo contrario. El Banco Central Europeo y el Banco Europeo de Inversiones deben desplegar toda su musculatura de recursos, ayudando a contener el endeudamiento de los Estados, favoreciendo un escenario de liquidez, y remembrando precisamente, el valor de la inyección económica que defiende el keynesianismo, y que tanto contribuyó a recomponer las consecuencias de la crisis de 1929.
Asimismo, quizá sea el momento de avanzar en la integración europea con vistas a incorporar aspectos de la agenda común que se encuentran claramente rezagados y que, directamente, conectan con la actual situación que transita Europa. Por ejemplo, caminar hacia los primeros compases de una fiscalidad común, promover una política industrial europea, garantizar una mayor convergencia en los estándares de bienestar y, sobre todo, abundar en las consideraciones relacionadas a un salario mínimo para los ciudadanos de la Unión y, en los casos posibles, una renta básica universal (en el plano estatal). Lo anterior, en tanto que esta crisis no es igual para todos, pues, como queda patente, afecta severamente a los sectores más vulnerables y con menos recursos de la sociedad.
Tal vez, y como nos tiene acostumbrados la Unión Europea, si bien nunca se puede infravalorar sus capacidades, es muy posible que después de la tormenta pase la calma y volvamos a hablar de otra oportunidad perdida, como tantas, en el camino de fortalecer los vínculos y el andamiaje común de la integración.
*Jerónimo Ríos es doctor y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid (@Jeronimo_Rios_)