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El 24 de junio de 2016 me desperté en una carpa, rodeado de charcos de barro. Sonaban grupos musicales de todas partes del mundo, de todos los géneros. Estaba en el famoso Festival de Glastonbury, un evento que, de cierta forma, representa el lado abierto, tolerante y acogedor de la cultura británica. Fue segundos después de levantarme que sonó mi celular y explotó la burbuja del festival. Al contestar, escuché la voz de mi mamá. Temblando, pronunció las palabras que yo no quería ni esperaba escuchar. Por un estrecho margen de votos, el pueblo británico había decidido abandonar la Unión Europea (UE). Por primera vez desde hace mucho tiempo, me puse a llorar.
Fueron muchos los que dijeron que los jóvenes no votamos, que si estábamos tan enfadados pues ¿por qué no votamos? Tras el voto, salieron reportes con la falsa información de que apenas un tercio de los jóvenes de 18 a 24 años participaron en el referéndum. Peor aun, ciertos tabloides aseguraron que no votamos porque estábamos en el Glastonbury. Sin embargo, según evidencia de la London School of Economics (LSE), el 64 % de mi grupo de edad votó. Claro, la tasa de votación era más baja entre los jóvenes que entre otras generaciones, pero el desfase entre esas dos cifras demuestra los esfuerzos de un sector de la sociedad por culpar a los jóvenes. Se estima que un 73 % de ese grupo votó a favor de permanecer en la UE , y somos nosotros quienes veremos los verdaderos efectos de la decisión.
Casi tres años han pasado desde ese extraño y triste día en el Glastonbury, el brexit sigue dominando la escena política del Reino Unido. Yo siempre me había considerado como muy activo políticamente; sin embargo, hoy en día, me siento más marginado y menos inspirado que nunca. Se ha calculado que mientras que los políticos del país llevan años peleando, discutiendo y negociando en vano, muchos de la generación mayor que votó por el brexit han muerto. Al mismo tiempo, hay toda una generación que no pudo votar hace tres años pero que hoy, en su gran mayoría, ha afirmado que habría votado por permanecer en la UE.
Desde 2016, la panorama política y social del país ha cambiado muchísimo, y mi generación aún no tiene ningún partido político que nos represente. El Partido Conservador gobernante que causó este lío no parece ser capaz de resolverlo, mientras que el Partido Laborista de la oposición, que debería proporcionar una alternativa, no ha logrado demostrar una postura clara en el momento en el que la necesitamos más. Como resultado del voto y la lucha interna del Parlamento que lo siguió, yo, como muchos británicos, ya no tengo fe en el sistema político del país.
Los efectos del brexit van mucho más lejos de lo material. La pérdida de confianza provocada por el lío político que se vive en este momento se sentirá en la mentalidad británica y, sin duda, se notará en futuras elecciones. Los diputados que nos están dirigiendo ciegamente hacia el caos aseguran que tienen que “respetar el sistema democrático”. Desde mi punto de vista, esta perspectiva representa una clara falta de comprensión de su papel como diputados. David Lammy, diputado del Partido Laborista, resumió de forma muy eficaz mis sentimientos al respecto: “Somos representantes de confianza, no delegados irreflexivos”.
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Nos estamos hundiendo. Yo nací y crecí como ciudadano europeo. Fue algo impensable que no tendría la posibilidad de viajar a otros países europeos, de estudiar o trabajar en Europa sin restricciones. Viniendo de Londres, cuya riqueza cultural se debe en gran medida a su multiculturalidad, he visto y me he beneficiado de los enormes aportes de los inmigrantes europeos a nuestra sociedad. Me da mucha tristeza la incertidumbre de su situación, y el hecho de que la ignorancia y el racismo hacia esos mismos inmigrantes jugaron un papel tan importante en la victoria de la campaña a favor del brexit.
Aparte de las ventajas más abstractas de nuestra participación en el proyecto europeo, la UE ofrece algunos maravillosos beneficios más concretos que estamos a punto de perder. Uno de esos beneficios fue, para mí, una vivencia inolvidable que me cambió la vida. Hace dos años, tuve la suerte de participar en el programa Erasmus+, una iniciativa de la UE que ofrece apoyo financiero a los estudiantes de países participantes que desean estudiar o hacer una pasantía en el extranjero. Fue una experiencia que me abrió los ojos a nuestras similitudes con nuestros vecinos europeos, pero también a la diferencia y a la importancia de la tolerancia de esas desemejanzas. El futuro de la participación británica en el programa ya está inseguro, y lamento que quizá mis compatriotas más jóvenes no podrán vivir esa experiencia enriquecedora.
Recientemente, el artista británico Anish Kapoor comparó nuestra autoimpuesta crisis política con la autolesión. La idea de que no necesitamos la cooperación europea para seguir adelante viene de una arrogancia británica que tiene sus raíces en el Imperio británico. Estamos en un delirio. La falsa impresión de nuestra importancia mundial nos ha llevado al borde del abismo. La última obra de Kapoor, A Brexit, A Broxit, We All Fall Down, ilustra perfectamente una sociedad británica cada vez más dividida. El brexit ha dividido incluso a algunas familias, particularmente teniendo en cuenta los factores geográficos y generacionales en la votación.
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Me da mucha pena vivir en un país que les dé la espalda a la cooperación europea y a los inmigrantes que aportan tanto a nuestra sociedad. Es una vergüenza. Muchos tienen la culpa de este lío. David Cameron, el ex primer ministro que prometió el referéndum para que su partido se quedara en el poder, los medios de comunicación que apoyaron la manipuladora y mentirosa campaña para abandonar la UE y los líderes de dicha campaña son los máximos responsables. Pero no es el momento de mirar atrás. Tenemos que seguir adelante, sea lo que sea el resultado de las negociaciones, y lamentablemente será la responsabilidad de mi generación curar las heridas infligidas por una minoría influyente.