Los aguijones del escorpión: testimonio de un combatiente colombiano en Ucrania
“Escorpión”, de 43 años y de origen caleño, es uno de los colombianos que más tiempo llevan en Ucrania. “No quiero que mis paisanos vengan. Es preferible que se busquen otra vida”, dice, pese a su determinación para volver al frente. Séptima y última entrega de este especial.
G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador
—Tranquilo, aquí suenan las alarmas todo el día y toda la noche. Hay ataques todo el tiempo. Ayer cayeron dos cohetes. Antier fueron misiles. Es así todo el tiempo. Es raro que no estalle algo. Pero no hay que tener miedo por eso. Yo llevo viviendo aquí ya dos años y medio y no me ha pasado nada. No hay de qué preocuparse. O yo no sé si es que esto se vuelve muy normal para uno, pero tranquilo que hay que estar muy de malas para que le caiga un bicho de esos precisamente a uno.
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—Tranquilo, aquí suenan las alarmas todo el día y toda la noche. Hay ataques todo el tiempo. Ayer cayeron dos cohetes. Antier fueron misiles. Es así todo el tiempo. Es raro que no estalle algo. Pero no hay que tener miedo por eso. Yo llevo viviendo aquí ya dos años y medio y no me ha pasado nada. No hay de qué preocuparse. O yo no sé si es que esto se vuelve muy normal para uno, pero tranquilo que hay que estar muy de malas para que le caiga un bicho de esos precisamente a uno.
Lea la primera entrega del especial sobre colombianos que combaten en Ucrania aquí: “Una guerra en la que todas las partes pierden”: colombiano que combatió en Ucrania
Lea la segunda entrega del especial: El color de la noche: colombianos combatiendo en Ucrania
Lea la tercera entrega del especial: Los ojos de las estrellas: testimonio de un colombiano que combatió en Ucrania
Lea la cuarta entrega del especial: Un “tiktoker”: testimonio de colombianos combatiendo en Ucrania
Vea la quinta entrega del especial: “Superhumanos”: un centro de rehabilitación en Ucrania
Lea la sexta entrega del especial: El ángel de Cloe: la historia de una colombiana combatiendo en Ucrania
Escorpión, caleño de 43 años y padre de dos hijas, ha puesto su aguijón en muchas guerras. Como muchos legionarios colombianos en Ucrania, la primera, la que lo bautizó, fue la de su país.
—Más de 60 años matándonos entre nosotros pues algo enseña, ¿no? Alguna idea tenemos de esto.
En una pequeña estación de servicio a las afueras del hospital de neurocirugía número 17 de la ciudad de Járkiv, la segunda urbe de Ucrania, situada a 25 kilómetros de la frontera con Rusia, Escorpión, hombre corpulento, al que le faltaron pocos centímetros para superar los dos metros de altura, pide un capuchino y se sienta en una silla que le permite ver todo el lugar. Cada persona que entra es observada rápida, pero minuciosamente. Su mirada es un escáner y su voz suave como la de un padre que le hace mimos a su pequeño hijo.
—Los conflictos del mundo son ofertas laborales para nosotros.
Llegó a Ucrania el 12 de marzo de 2022, días antes de que la guerra cumpliera un mes. En su querida Cali trabajaba modestamente en el área de mantenimiento de un reconocido centro comercial. En ese momento ya tenía incubada la idea de irse de Colombia y el destino que más le seducía era Noruega. Se imaginaba a sí mismo trabajando en el campo, cuidando ovejas o fincas. Una vida apacible, fuera del desenfreno de las ciudades.
—En Colombia no me aguantaba a los policías ni a los agentes de tránsito. Son corruptos, no respetan nada, se creen superiores. No son autoridades, sino perseguidores. Eso me tenía aburrido.
Sagradamente a la 1 de la tarde de lunes a viernes estaba sentado en la cafetería para empleados del centro comercial. Ponía a calentar su almuerzo, comía y, en silencio, seguía el noticiero hasta las 2 de la tarde. El 24 de febrero de 2022 todo cambió para él. No pudo terminar su almuerzo. Las imágenes del televisor lo indignaron.
—Vi cómo los rusos disparaban contra civiles. Recuerdo puntualmente las imágenes de niños y ancianos intentando huir de ellos. Eso me descompuso. Ahí tomé la decisión.
Para Escorpión era una cuestión que se reducía a simplemente hacerlo. Nada lo amarraba a Cali. Sus hijas, ya grandes, lo abrazaron, le desearon buen viaje y le pidieron que se mantuviera en contacto.
—Ellas ya saben que esto es lo mío y lo respetan. Además, me dio mucha confianza cuando escuché al presidente Zelenski decir que recibiría con los brazos abiertos a todo el que quisiera ayudar a Ucrania.
Por experiencia, Escorpión, tampoco se quedaba corto. Primero fue soldado profesional del ejército de Colombia entre 1999 y 2007. Después, de 2007 a 2009, pasó a engrosar las Autodefensas Unidas de Colombia, organización en la que llegó al grado de comandante del bloque norte, un pasado del que no da muchos más detalles. De allí saltó a trabajar en la guerra de Afganistán de 2011 a 2012 y después, desde 2013 hasta 2021, se desempeñó en la seguridad de un renombrado narcotraficante.
—Lo mío nunca ha sido luchar contra el pueblo. Yo estoy es en contra de los bandidos. De la gente que hace el mal. Cuando fui comandante, mis muchachos y yo nos dedicábamos a pelear contra la guerrilla, pero nunca nada de limpiezas sociales, ni seguimientos a civiles ni cosas de esas.
La experiencia en Colombia era algo que él llevaba como una bandera personal hasta que surgió la posibilidad de ir a Afganistán. País del cual salió herido, con quemaduras de segundo y tercer grado en la mitad de su cuerpo. La guerra en Colombia se queda corta en relación con los grandes conflictos internacionales, donde realmente quienes participan reciben el entrenamiento propio para convertirse en máquinas bélicas. La rapidez, física y mental, y la serenidad, incluso frente a los vacíos más insondables, son rasgos esenciales no de un buen soldado, sino del mejor. La agresividad no tiene nada que ver con la bravura o la violencia, sino con el valor y la prudencia.
—En Colombia el entrenamiento tiene mucho que ver con el odio al adversario. En este tipo de guerras, el entrenamiento que proporciona la OTAN, por ejemplo, hace del contrincante un ser digno y respetable. Y la guerra se hace así, con una cadena de códigos que no voy a decir que no se rompen, pero sí siempre están presentes.
Al llegar a Ucrania, lo que más le sorprendió fue el hecho de tener que pelear contra máquinas. Ya en Afganistán había experimentado con armamento y sistemas de transporte y comunicación de primer nivel, pero nunca se imaginó que, tan solo 10 años después, tuviera que pararse a resistir y a eliminar perros robots, drones, vehículos sin chofer, navecitas que arrojan químicos letales y se van conducidas por alguien que está sentado, tranquilo, en el país de al lado. “¿Dónde están los humanos?”, se preguntaba.
—Si Colombia se decidiera y nos juntara solo a 1.500 hombres de los muchos que hemos luchado en otras guerras, yo puedo garantizar que limpiamos el país de la guerrilla en un par de meses.
Escorpión es uno de los colombianos con más tiempo en el ejército ucraniano. Muestra una foto en la que aparecen todas y cada una de sus insignias y medallas. Una docena de condecoraciones que lo acreditan para poder convertirse en comandante, pero a él eso no le interesa. Con su experiencia en las Autodefensas, descubrió que no le gusta dar órdenes ni lidiar con novatos.
—La guerra que Rusia desató aquí es una guerra de una potencia contra un país pobre. Son muchos mis amigos muertos, pero la realidad es que una vez se cruza la primera línea del frente y se llega a la cero uno está más muerto que vivo. En la línea cero todos somos fantasmas.
Son las 5 de la tarde. Las alarmas antiaéreas de la ciudad suenan por primera vez desde el mediodía. Esta vez duran apenas 30 minutos. Durante la mañana habían sonado un par de horas de forma ininterrumpida. Treinta minutos es algo sumamente sosegado para una ciudad que está rota en un 40 %, en constante amenaza de bombardeo y de la cual han huido más de un millón de personas, la mitad de su población en 2021.
—Acá caen bombas, misiles, morteros, drones todo el tiempo, en un hospital, en un colegio, en un restaurante, en un edificio familiar, en un cuartel, ya uno aprende a vivir con eso. A mí me parece muy bonito salir a caminar por un parque y ver a una madre jugar con sus hijos. No es que no pase nada, sino que la gente tiene que seguir con su vida como pueda.
Járkov es una ciudad que reza en voz baja. Un lugar en el mundo en el que se escuchan ambulancias todo el tiempo. En el que pasan a toda velocidad convoyes militares henchidos de armamento de película. Una ciudad en la que la mitad de los hombres que la caminan van vestidos con camuflados. Un lugar en el que se escuchan detonaciones de artillería pesada que, aunque lejanas, marcan el primer aliento de la boca de ese infierno que es la frontera.
—Estoy recuperándome, con paciencia, para poder volver al frente. Yo pertenezco a las fuerzas especiales de asalto. Somos pocos, pero eficientes. Corremos el triple del riesgo que los soldados convencionales. De hecho, entre otras cosas, nosotros estamos para salvarlos a ellos cuando están de rusos hasta el cuello.
Escorpión muestra en su tableta personal las fotografías de la lesión que, el 31 de octubre de 2022, lo sacó por primera vez de la guerra: entre el hombro y el codo, en todo el centro del brazo, de forma perfecta se ve una circunferencia de ocho centímetros de diámetro. Por entre la carne viva se alcanza a ver al otro lado. Un proyectil lo traspasó. Un hueco sin fondo que ya ha sido tapizado. En agosto de 2023 también sufrió lesiones en sus piernas por heridas de fusil y de las esquirlas que se han incrustado en todo su cuerpo ya perdió la cuenta. Este año, por falta de cuidado, el brazo le volvió a molestar. Un par de cirugías, espera, se lo dejen nítido.
—En Andriivka, localidad del óblast de Járkov, estuve toda una noche en una trinchera con los rusos a 100 metros. Todos mis compañeros murieron y mi única compañía eran ratas que se movían, ansiosas, buscando un pedazo de carne humana. Esa adrenalina es indescriptible. La guerra es ir al infierno y volver, es así, pero acá llegan muchos locos y bobos creyendo que van a protagonizar una película.
Escorpión ha estado en algunas de las zonas más complejas del conflicto: Bajmut, Chasiv Yar, Toretsk, Kramatorsk, Kupiansk, Prokrovsk. Ciudades que hoy están completamente destruidas, pueblos que son cementerios, localidades enteras arrasadas por la pólvora. En su tableta las fotografías y los videos hechos por él mismo no saben mentir. Por momentos la galería parece un estudio de morgue, también pasa por posibles tapas de álbumes de black metal extremo, hasta episodios dignos de páginas gore. Lo que muestra son imágenes de sus múltiples descensos a la oscuridad más furtiva del alma humana.
—No quiero que mis paisanos vengan. Es preferible que se busquen otra vida. Aquí hay mucho infiltrado ruso que envía información sobre nosotros y los tentáculos de ellos pueden llegar a cualquier lugar, no es que uno se va y ya dejó esto atrás. Somos enemigos de Rusia. Ni si quiera nos quieren prisioneros. Nos quieren muertos, porque les molesta que vengamos a esta guerra. Pero ellos también tienen colombianos y latinoamericanos en sus trincheras, sé de cubanos y venezolanos. También he escuchado que les pagan muchísimo mejor que a nosotros, pero bueno, allá ellos que están del lado equivocado.
—¿A qué le teme Escorpión?
—A la invalidez.
—¿Volverá a Colombia?
—No. ¿A qué? Ya me quedo por acá. Estoy de novio con una ucraniana que es paramédica y lucha en el sur, por Odessa. Acá mi ciudadanía si no me la de este apoyo que le estoy brindando al país, seguro me llega cuando me case con ella.
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