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                                                                                                                                Los ojos de las estrellas: testimonio de un colombiano que combatió en Ucrania

                                                                                                                                Chucurí, de 36 años, partió hacia Ucrania en febrero de 2024 después de servir seis años como soldado profesional en Colombia. Tercera entrega de la serie de testimonios de connacionales que han combatido en ese país.

                                                                                                                                G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador

                                                                                                                                Abuela de combatiente ucraniano desaparecido participa en una manifestación en favor de los presos políticos de la guerra el domingo 10 de noviembre de 2024 en la plaza Táras Shevchenko. Cherkasy, Ucrania.
                                                                                                                                Foto: Dahian Cifuentes
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Dahian Cifuentes
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lea la primera entrega de este especial aquí: “Una guerra en la que todas las partes pierden”: colombiano que combatió en Ucrania

                                                                                                                                Lea la segunda entrega de este especial aquí: El color de la noche: colombianos combatiendo en Ucrania

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Chucurí ora por todos aquellos con los que se topa mientras se arrastra como un gusano. No importa si son ucranianos, colombianos, peruanos, brasileños o italianos. Les cierra los ojos y les cubre el rostro con hojas para revocar la contorsión que la guerra les ha legado. Cuatro meses antes de esta noche, Chucurí miraba a su hija de cinco años dormir y pensaba si volvería a verla. Abandonar Colombia no solo era la decisión de su vida, sino una penitencia que debía pagarle a su Dios. Un día, mientras ejercía su trabajo de agricultor, sufrió un accidente: la guadaña que manipulaba se salió de control y le hirió gravemente un pie. Los médicos solo vieron la opción de amputarlo, pero Chucurí oró para que su pie fuera salvado. Si Dios le concedía la merced, él, a cambio, se iría a pelear por la causa ucraniana, que a él le parecía tan justa, como justo le parecía no perder su pie.

                                                                                                                                Chucurí tiene 36 años y se llama así porque nació en San Vicente de Chucurí, pequeño municipio ubicado a 84 kilómetros al suroccidente de Bucaramanga, capital del departamento de Santander. A principios de febrero de 2024 se fue a Barrancabermeja y de ahí voló a Bogotá, donde conectó rápidamente con Madrid y de allí partió a Ámsterdam para terminar su periplo en Varsovia. Un colectivo lo sacó de la capital polaca y lo llevó a Ternópil, apacible y pequeña ciudad ucraniana que funciona como cuartel de bienvenida a los legionarios del mundo que quieren defender Ucrania.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Fotografías del archivo personal de Chucurí como legionario en la guerra de Ucrania.
                                                                                                                                Foto: Dahian Cifuentes

                                                                                                                                En Ternópil firmó contrato. Legionario. Serían seis meses por los cuales recibiría 120.000 grivnas, un aproximado de 2.500 euros por mes. El peligro que Chucurí estaba dispuesto a correr era merecedor de esa cifra, pero habría podido conformarse con 600 euros, ejecutando labores fuera de las líneas del frente. Su amplia experiencia como militar en la guerra colombiana le ayudó a tomar la decisión. Guerra es guerra, en Colombia o en Ucrania, pensaba, pero pronto abandonaría esa convicción: “Acá no peleamos contra guerrillas o pequeñas escuadras subversivas; acá peleamos contra una potencia, contra el verdadero monstruo de mil cabezas”.

                                                                                                                                La incorporación fue un éxito. El país necesita efectivos y enlistarse resulta tan sencillo como inscribirse a cualquier gimnasio. El entrenamiento, aunque breve, es contundente desde el punto de vista físico y la preparación ideológica consiste en un ¡gloria a Ucrania! En dos semanas ya estaba instalado en el batallón 98, brigada 108. En la primera misión, en Zaporiyia, vio morir a tres compañeros, dos de ellos colombianos. Las bombas le caían a cinco metros y el ronroneo de los drones de ubicación y los drones bombarderos se convertiría en la banda sonora de su vida: son moscas gigantes que te quieren ver partido en tres, cuatro, cinco pedazos. Pero él tenía su antídoto, sigiloso y muy potente: “Esperanza mía y castillo mío. Mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora”, declamaba, justo antes de salir a descargar sus municiones contra los moscos asaltantes.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un aprendizaje incesante. Sin el dominio del idioma local, sin inglés y con el español balbuceado y quebradizo de sus compañeros, no había otra opción que las señas. La mirada para descubrir las líneas enemigas, las manos para ubicar sonoramente la procedencia de la artillería, la cabeza para regular los momentos de exposición y avance, los labios para saber el instante ideal de detonación de un cañón. Entre los campos, espinosos por las alambradas y saturados de piernas y brazos sueltos como simples ramas desprendidas de los árboles, la tierra tiembla cada tanto por el choque de cohetes, y las yerbas vuelan por los aires de la noche oscura: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro. Escudo y adarga es su verdad”, susurra Chucurí.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Después de pasar en el frente cinco o seis días, los soldados que salieron ilesos descansan la misma cantidad de tiempo, hasta que una noche reciben el llamado: en dos horas salimos a misión. Chucurí empieza a alistar su maleta de guerrero: cinco botellas de litro y cuarto de agua, un salchichón, pan, café, sopas instantáneas,, mandarinas, bananos, chocolatinas, una cobija, repelente contra mosquitos, casco, fusil, chaleco antibalas, mascarilla antigás, cuatro proveedores, diez pacas de 30 cartuchos que suman 300 municiones, cuatro granadas, botiquín con gasa, torniquetes, tijeras, apósitos, opiáceos para el dolor intenso y su estampita de san Miguel Arcángel.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El convoy sale de la improvisada base y transporta 30 efectivos. Siempre es de noche. Nunca una misión empieza de día y, así salgan vivos de ella, siempre, para todos, termina en inescrutable negrura. Para alcanzar la posición y ejecutar el relevo, los soldados caminan cuatro kilómetros en fila india. Silencio total. Las pisadas son de lince. Al cabo del primer kilómetro empieza el ronroneo de los drones y, así, como un amanecer, se manifiestan los tanques, los cañones, las granadas. Es la bienvenida. La boca hambrienta de una perdición que se mueve entre sombras.

                                                                                                                                Ya en la trinchera sucede el relevo. Debe ser tan rápido como un pestañeo. Hay legionarios que desean ganar el dinero tope que ofrece el Gobierno ucraniano: 190.000 grivnas (unos 4.000 euros). Para esto deben completar 30 días en posición cero; es decir, en el puro frente de batalla, a pocos metros del enemigo. Un espacio en el que se pueden dar luchas cuerpo a cuerpo y donde no gana la tecnología, sino la vieja fuerza humana.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La zona está en ruinas: trincheras saqueadas y árboles quemados. Los aullidos de perros salvajes son el termómetro del miedo: cuanto más se escuchan, más rudo está el frente. Las borrascas de balas se mueven, breves e indiferentes. Chucurí alcanza la posición. Debe permanecer al lado de las bajas y empezar su día de trabajo: “No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En el aeropuerto de Barrancabermeja, Chucurí le hizo una última petición a su Dios: “Si me pones en Ucrania, es porque regresaré sano y salvo a Colombia. Amén”. Drones de reconocimiento vuelan sobre el pelotón de Chucurí. Mandan coordenadas a sus pilotos, y estos, a cientos de kilómetros de distancia, encienden los kamikazes y los envían, como maldiciones, al abismo. Fuera del campo, esos otros combatientes: los que están inmersos en un videojuego, cuyos controles son máquinas de violencia que solo descansan cuando el gamer agarra una lata de Red Bull para saciar la sed o simplemente lo suelta para responder el WhatsApp de la novia de turno.

                                                                                                                                Los drones sueltan bombas lacrimógenas. Una hora en posición y aún no se puede disparar el primer proyectil. Chucurí se cubre el rostro con la mascarilla. Una fuerte picazón en los ojos. La garganta es una lija. La respiración lucha contra la intoxicación: “En esos momentos no solo es la mano de Dios la que le ayuda a uno, sino también la suerte. Hay compañeros que no duran ni tres días. Desaparecen o se esparcen en trozos irreconocibles”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un mortero descalabra la trinchera aledaña. Si no hay gritos, es porque estaba vacía o también porque los exterminó a todos. Chucurí se aferra a la primera posibilidad. Hay que resistir. Esa es la orden que le dan. Guardarse. El enemigo intenta sitiar el lugar que semanas antes perdió en una contraofensiva ucraniana. Alguien pide ayuda en español. Chucurí lo intuye colombiano: “Acá hay un 80 % de probabilidad de no sobrevivir. Los cuerpos se pierden porque en descomposición ya es imposible enviarlos a Colombia y los huesos, pues bueno, al final de una carnicería no se reconoce nada más que el mal olor, pura comida para gatos y cuervos”.

                                                                                                                                Chucurí se cansó de ese frente y decidió cambiarse de comando. Los contratos que firman los legionarios internacionales asienten tanto la cancelación repentina (con justificación) como la figura del traslado. Dos lujos que difícilmente pueden darse los combatientes locales. El trabajo en la guerra de los no ucranianos es flexible porque un soldado insatisfecho, si no muere rápido, es fácil que se convierta en un foco de sedición.

                                                                                                                                Járkov está situada a pocos kilómetros de la frontera con Rusia, es la ciudad en la que más suenan las sirenas antiaéreas de todo el país. Ruinas interiores de la escuela primaria número 134, atacada el 27 de febrero de 2022.
                                                                                                                                Foto: Dahian Cifuentes
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Así, aterrizó en el segundo batallón, brigada 117. Allí, decidió exponerse al 100 % e ir por el botín máximo. El Salmo 91 lo resguardaría. El dinero ganado le permitiría retirarse, comprar algunas tierras en su pueblo natal y volver a la sosegada vida de agricultor. Hasta el momento había recibido cumplidamente, cada 5 del mes, su salario. Transcurría el verano y las batallas eran más amables, con noches de quince grados y días que pasaban tranquilamente los treinta. Al incorporarse al nuevo grupo militar, notó que la media de la edad de los combatientes superaba los 40 años. Tenía compañeros de hasta 70. Compañeros que eran enviados al frente, con el objetivo de salvaguardar la vida de los más jóvenes.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                El 1.° de noviembre, cuatro días antes de cumplir nueve meses de combate, fue el cumpleaños de Chucurí. Ese día, mientras un grupo de soldados amigos le cantaba, decidió retirarse. ¿Valió la pena la experiencia? “Espero que me paguen lo que me adeudan. No quiero saber nada más de Ucrania”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Es 19 de noviembre, día número mil de la guerra. Chucurí está varado en Ternópil, esperando que le resuelvan su situación. En su memoria palpita la adrenalina que le produjo la primera misión de la guerra, aquella en Zaporiyia. Una sensación que nunca antes sintió y espera no volver a experimentar. La infantería de turno, a la cual él pertenecía, resistía en la línea cero del frente, que en ese momento se extendía por 20 kilómetros en la rivera del Dniéper, el cuarto río más largo del continente y el más importante de Ucrania y Bielorrusia. La central nuclear había sido tomada por los rusos en el inicio de la invasión y, desde entonces, era la joya de los comandados por Vladimir Putin.

                                                                                                                                Solo sus ojos, y los de las estrellas, pudieron ver el espantoso relampagueo de la pólvora que violaba aquella noche despejada, acompañada por la música constante de los truenos de los cañones y los misiles: “Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; más a ti no llegará. Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos”. Chucurí escuchó la voz de su hija: “Papá”, le dijo, y él entendió que su Dios le iba a cumplir: a Colombia volvería, y enterito.

                                                                                                                                Un militar ucraniano aprovecha sus últimas horas de descanso antes de volver al frente y juega con su pequeña hija en el parque Iván Frankó de Leópolis.
                                                                                                                                Foto: Dahian Cifuentes
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Si le interesa algún tema internacional, quiere enviarnos una opinión sobre nuestro contenido o recibir más información, escríbanos al correo mmedina@elespectador.com o aosorio@elespectador.com

                                                                                                                                Por G. Jaramillo Rojas | Especial para El Espectador

                                                                                                                                Temas recomendados:

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