Oleksandra Matviichuk: “A pesar del horror en Ucrania, aún creo en la humanidad”
Un recorrido por el Maidán, en Kiev, estuvo a cargo de la directora del Centro para las Libertades Civiles. En su memoria reposan los recuerdos propios de una guerra que no empezó ahora, sino hace diez años, pero también los de cientos de ucranianos que se han acercado a su organización para denunciar los crímenes cometidos por Rusia. Primera entrega del especial “Una semana en Ucrania”.
María José Noriega Ramírez
Ucrania y Colombia están lejos geográficamente, pero a la vez están cerca: aquí y allá se conoce la guerra, se conoce el sufrimiento humano, dice Oleksandra Matviichuk, directora del Centro para las Libertades Civiles, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2022. Nos conocimos en Kiev, en la plaza del Maidán, donde, escapando de la lluvia que cayó en la mañana y adentrándonos en una estación de metro cercana, confesó que se siente sola, que, aunque escucha voces de diferentes latitudes del mundo que dicen que respaldan a su país, en realidad percibe lo contrario: “Las personas del común peleando por su libertad y dignidad, ayudando en las evacuaciones de las ciudades y llevando asistencia humanitaria, pueden ser más fuertes que incluso el segundo ejército del mundo. De hecho, eso fue crucial en un primer momento, por eso nos podemos encontrar aquí, en la capital. Pero ahora estamos estancados. Nuestros socios internacionales tienen una política extraña para ayudarnos con el armamento”.
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Ucrania y Colombia están lejos geográficamente, pero a la vez están cerca: aquí y allá se conoce la guerra, se conoce el sufrimiento humano, dice Oleksandra Matviichuk, directora del Centro para las Libertades Civiles, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2022. Nos conocimos en Kiev, en la plaza del Maidán, donde, escapando de la lluvia que cayó en la mañana y adentrándonos en una estación de metro cercana, confesó que se siente sola, que, aunque escucha voces de diferentes latitudes del mundo que dicen que respaldan a su país, en realidad percibe lo contrario: “Las personas del común peleando por su libertad y dignidad, ayudando en las evacuaciones de las ciudades y llevando asistencia humanitaria, pueden ser más fuertes que incluso el segundo ejército del mundo. De hecho, eso fue crucial en un primer momento, por eso nos podemos encontrar aquí, en la capital. Pero ahora estamos estancados. Nuestros socios internacionales tienen una política extraña para ayudarnos con el armamento”.
La guerra le ha enseñado que la gente de a pie puede tener un mayor impacto del que se cree; que hay quienes subestiman el poder de las personas cuando se organizan. Le ha mostrado también que el sistema internacional está roto y que, si no se hace nada para repararlo, la humanidad se enfrentaría a un problema mayor. Le parece contradictorio que, siendo abogada y defensora de derechos humanos, esté pidiendo que lleguen armas, pero no sabe qué más hacer. No sabe cuánto más aguantará ni cuánto resistirán los suyos: “Cuando la ley no funciona, ¿cómo nos podemos proteger de este horror?”.
Esa vez tuvimos muy poco tiempo para conversar, pero bastó con concretar una llamada a distancia para conocer más sobre ella, sus preocupaciones y reflexiones, de su trabajo previo a la más reciente invasión y también lo que está haciendo ahora. Con dolor, recuerda a su amiga y escritora Victoria Amelina, quien hace un año murió tras un ataque ruso en una pizzería en Kramatorsk. La voz se le quiebra cuando la recuerda, cuando menciona que junto a ella hizo varios viajes, como el que realizaron para hablar ante el Parlamento británico sobre la necesidad de crear un tribunal especial que aborde el crimen de agresión cometido por Moscú. Cuando afirma, con melancolía, que fue una mujer honesta y valiente.
Su organización existe desde el 2007, ¿cómo ha cambiado el trabajo que realiza allí con la invasión rusa y la guerra?
Tratamos de ser flexibles frente al contexto, que ha cambiado rápidamente en las últimas dos décadas, e intentamos involucrar masivamente a la gente del común en el trabajo relacionado con los derechos humanos. Cuando empezó la Revolución de la Dignidad, organizamos una iniciativa civil, llamada Euromaidán SOS, en respuesta a la brutal dispersión de la protesta pacífica estudiantil que tuvo lugar en la plaza del Maidán. Trabajamos 24 horas, cada día, para dar asistencia legal a los manifestantes perseguidos a lo largo del país, y para eso tuvimos que unir el esfuerzo de miles de personas. Tengo que admitir que antes no ofrecíamos ese servicio, pues trabajábamos en actividades educativas y en el monitoreo legislativo, con la idea de adoptar estándares internacionales de derechos humanos. Llegamos a organizar un control civil sobre la acción de la Policía y de los tribunales, pero no brindábamos asesoría legal. Así, durante la revolución, nos convertimos en la única ventana entre manifestantes y fiscales. Cientos de personas, golpeadas, arrestadas, torturadas, acusadas a nivel administrativo o criminal, pasaron a nuestro cuidado.
Millones de ucranianos se levantaron en contra de un régimen ruso autoritario y corrupto, y eso resultó en persecuciones masivas por parte del entonces presidente, Víktor Yanukóvich. Ucrania pagó el precio más alto por tratar de construir un país en el que se protejan los derechos de todos, en el que el Gobierno haga rendición de cuentas, en el que la justicia sea independiente y la Policía no golpee estudiantes, como sucedió cuando más de 100 jóvenes fueron asesinados en la plaza central de la capital. El régimen colapsó y tuvimos la oportunidad de hacer una transición democrática. Para frenarnos, Rusia invadió: ocupó Crimea, así como parte de las regiones de Lugansk y Donetsk, y hace dos años llevó a cabo la invasión a gran escala. En 2014, nos convertimos en la primera organización de derechos humanos en mandar equipos móviles a la península y al este. Nos centramos en detenciones ilegales, tortura, violencia sexual y asesinatos de civiles en los territorios ocupados. Empezamos a involucrar a personas de otros lugares para tratar de cambiar esto. Un ejemplo: la acción global Salvemos a Oleg Sentsov reunió a cerca de 35 países para presionar a Moscú por la liberación de este cineasta ucraniano, sentenciado a 20 años de prisión.
¿Y más recientemente?
Con la invasión a gran escala, unimos esfuerzos con decenas de organizaciones de diferentes regiones y construimos una red nacional de documentalistas locales, con los cuales hemos registrado más de 35.000 episodios de crímenes: acciones deliberadas rusas en edificios residenciales, iglesias, museos y hospitales, así como ataques a corredores de evacuación y la toma por la fuerza de niños ucranianos para llevarlos a Rusia. Están secuestrando, robando, violando y matando a civiles en los territorios ocupados. También están prohibiendo la lengua y la cultura ucraniana. Hacemos esto para que tarde o temprano todos los rusos que cometieron esos crímenes con sus propias manos, así como Putin y los máximos dirigentes políticos y militares, rindan cuentas. Estamos devolviéndoles a las personas sus nombres, pues la guerra las volvió números. La escala de los crímenes ha crecido tanto, que es imposible reconocer todas las historias, pero estamos intentando regresarles su dignidad.
¿Cómo es hacer esta labor documental cuando los ataques no cesan?
Creería que esta es la guerra más documentada en la historia de la humanidad. Los instrumentos digitales nos dan la oportunidad de recrear lo que sucedió, recolectar evidencia e identificar a los perpetradores, algo que hace apenas 30 años, por ejemplo, en la guerra de los Balcanes, no podíamos ni imaginar. Estamos equipados tecnológicamente para hacer una gran diferencia en el campo de la justicia y crear un precedente. Ahora es posible rastrear historias individuales, a diferencia de tiempo atrás, pues muchas veces no se necesita estar en el lugar para recrear lo que sucedió allí. Tenemos la posibilidad de trabajar por la justicia para todos los afectados por guerras o crisis de derechos humanos, al menos desde lo técnico. Lo que hay que hacer ahora es cambiar la infraestructura legal, y creo que Ucrania puede ser un primer modelo para ello.
¿Cree que las personas tienen confianza en denunciar lo que les sucede?
Deliberadamente, Rusia está provocando un dolor enorme en los civiles ucranianos, para así romper la resistencia y ocupar el país. Estamos documentando algo más que las violaciones a los Convenios de Ginebra, estamos documentando el dolor humano. Ante la cantidad de crímenes, hay quienes quieren hablar. Sé que todos ven la justicia como algo diferente: para algunos significa tener a los agresores tras las rejas, para otros recibir compensación, para un sector distinto es simplemente ser escuchado y obtener reconocimiento público de que lo que le pasa no es solo inmoral, sino ilegal, y para otro grupo es conocer la verdad sobre lo que pasó con sus seres queridos. Esto significa que, si queremos alcanzar justicia, debemos desarrollar una estrategia comprensiva, y varios ucranianos que han sido víctimas o testigos de los crímenes de guerra rusos están ayudando en esto.
Pero ¿cree que existe un sistema legal con capacidad de responder ante esas necesidades, incluso el internacional?
Tenemos que hacer lo posible para que todos aquellos afectados por la guerra tengan justicia, y eso incluye superar varias barreras. Por ejemplo, no hay una corte internacional que pueda perseguir a Putin y a su círculo más cercano por el crimen de agresión, pero todas estas atrocidades que estamos documentando son resultado de la decisión de ellos de empezar la guerra. Desgraciadamente, incluso la Corte Penal Internacional no tiene jurisdicción para ello en lo que respecta a la guerra de Moscú contra Kiev. Por eso estamos trabajando para establecer un tribunal especial de crimen de agresión, para hacer responsables a los altos mandos políticos y militares rusos, y no solo para beneficio nuestro. Si queremos evitar guerras en el futuro, debemos castigar a los líderes y a los Estados detrás de las que están ocurriendo ahora mismo. No hay otra forma. El infierno que estamos viviendo en Ucrania es resultado de décadas de impunidad de Rusia, a pesar de que cometió atrocidades en Chechenia, Moldavia, Georgia, Malí, Libia, Siria... Si no paramos a Putin aquí, irá más allá. Incluso, impulsará a otros líderes autoritarios del mundo a hacer lo mismo.
¿Y qué pasa con la justicia ucraniana, con sus capacidades y límites, a la hora de enfrentarse a una guerra de estas dimensiones?
La oficina del fiscal general ha abierto más de 136.000 procesos criminales en estos dos años. Imaginen el grado de responsabilidad para investigar adecuadamente, de acuerdo con los estándares internacionales de derechos humanos, todo esto. Es imposible incluso para el mejor sistema en el mundo, y eso significa que necesitamos asistencia internacional. Por ejemplo, cuando las tropas rusas fueron expulsadas de la región de Kiev, enviamos unidades móviles y encontramos los cuerpos de civiles, hombres y mujeres, con las manos atadas en sus espaldas. Los hallamos en las calles, en fosas comunes y carros. Ucrania se enfrentó al enorme reto de lograr identificar los restos y ahí entró la ayuda de la Gendarmería Nacional de Francia. Fue por un corto lapso, no se dio para todo el proceso de investigación, solo para el ámbito forense, y fue únicamente en Kiev. Meses después nos encontramos con fosas similares en Járkov.
Hablemos de los principales problemas del sistema legal ucraniano. Se habla incluso de corrupción...
Ucrania tuvo la oportunidad de hacer la transición democrática hace apenas diez años. Eso significa que seguimos siendo una nación en tránsito, y hoy en día tenemos dos tareas a la par: defendernos de la agresión rusa y crear instituciones democráticas sostenibles, y eso requiere de tiempo. Hablando de organismos de aplicación de la ley y sistema judicial, hemos tenido cambios positivos, pero todavía se tienen que hacer muchas cosas para hacer de estos cuerpos estatales más efectivos, para que estén al servicio de las personas. Creería que todos entienden que es muy difícil llevar a cabo esta transición en tiempos de guerra y de invasión a gran escala, pero no podemos darnos el lujo de dejarla para la posguerra. No tenemos idea de si estamos al final de la guerra, en la mitad o apenas en el principio. Son esfuerzos que se deben hacer de forma simultánea.
¿Con todo lo que ha visto y ha oído, con todo lo que ha vivido, aún tiene fe en la humanidad?
Nunca le desearía a ninguna nación vivir lo que hemos vivido nosotros. La guerra es lo más horrible que puede pasar en la vida, pero estos tiempos dramáticos nos dan la oportunidad de expresar lo mejor que hay en nosotros, de ser valientes, pelear por la libertad, asumir responsabilidades, tomar decisiones difíciles, pero correctas, y ayudarnos los unos a los otros. Solo cuando nos apoyamos es que entendemos bien lo que significa ser seres humanos. Cuando frenemos la opresión rusa y logremos la paz, desearé poder olvidar muchas cosas, excepto eso, porque fui testigo de cómo las personas empezaron a ser lo extraordinario, cuando Putin y nuestros socios internacionales pensaron que Ucrania no resistiría. Yo estaba en Kiev cuando las tropas rusas trataron de rodear mi ciudad. Me negué a evacuar y fui testigo de que organizaciones internacionales, incluso algunas humanitarias, se fueron. En cambio, las personas se quedaron. Fueron ellas quienes evacuaron a otros, quienes ayudaron a los demás a sobrevivir en medio del fuego de la artillería, quienes dieron asistencia humanitaria. La gente del común puede hacer historia. Por eso, a pesar del horror por el que estamos pasando, aún creo en la humanidad.
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