OTAN: Conceptuando la convulsión global

El nuevo concepto estratégico de la OTAN, adoptado hace algunos días en la XXX Cumbre de la organización en Madrid, España, hace algo más que actualizar una cantidad de realidades obvias y fácilmente observables en el sistema internacional. Como primera medida, representa un giro importante respecto del concepto de Lisboa de 2010, en donde se reafirmó al terrorismo como principal amenaza global y a Rusia como un socio estratégico. Esto presenta implicaciones para la política exterior y la política de seguridad y defensa de los Estados miembro, e incluso, para los socios estratégicos de la alianza, dentro de los que se encuentra Colombia. Igualmente, representa una vigorización de la alianza, la aproximación de Estados Unidos a Europa y el cambio de posturas históricas frente a la seguridad por parte de Estados como Alemania, Suecia y Finlandia. Por último, anticipa el riesgo que representa la avanzada geopolítica de China como elemento de desestabilización de la paz y seguridad en el sistema internacional.

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La postguerra fría trajo consigo la intensificación del terrorismo, la expansión del crimen organizado, la potenciación de insurgencias y el desarrollo de guerras civiles. Todas estas fueron amenazas irregulares, socialmente construidas, para las cuales la respuesta institucional de las organizaciones internacionales, incluida la OTAN, no eran eficientes por cuanto su razón de ser se fundamentaba en la existencia de amenazas regulares. Entretanto, Rusia se levantaba de su pasado soviético con profundos lastres económicos, e institucionales y China, se hallaba en el camino del desarrollo económico, lejos de la vanguardia tecnológica y militar que ostenta actualmente. El contexto obligó de manera natural a la OTAN a redirigir sus esfuerzos hacia las amenazas priorizadas entonces, dentro de las cuales no se encontraban ni Rusia, ni China.

Así, en mayo de 1997 se firmó el Acta Fundacional OTAN-Rusia, que establece la cooperación entre ambos actores. La OTAN tuvo un Consejo especial para tratar temas de cooperación militar con Rusia, quien participó en la ISAF en Afganistán, firmó acuerdos comerciales de venta de material de guerra con Francia y participó en operativos contra la criminalidad organizada en el Golfo de Adén. La OTAN inclusive pasó brevemente por alto la Guerra de Rusia en Georgia en 2008 y en ese mismo año pospuso indefinidamente el ingreso de Ucrania a la Alianza.

Naturalmente, todo hizo parte de la estrategia de “caballo de Troya” desarrollada por Moscú para recuperar lo que considera su territorio histórico, por medio de la generación de confianza, la dependencia comercial y energética y la inhibición política y operativa de la OTAN en Europa Oriental. Esto se corrobora con el concepto estratégico de la Alianza de 2010 y con la anexión de Crimea a su territorio en 2014.

Le recomendamos: Cumbre de la OTAN: ¿por qué Colombia no está?

El nuevo concepto estratégico adoptado en Madrid define cuatro amenazas: i) Rusia, ii) El Terrorismo, iii) Los autoritarismos y iv) China. A lo anterior le agregan ciertos trending topics de la política internacional contemporánea: el ambiente y el enfoque de género, los cuales no se desarrollan a profundidad, pero buscan darle al concepto un espíritu integrador de factores determinantes en la configuración de amenazas actuales a la seguridad internacional.

Frente a estas amenazas, la estrategia de la OTAN se basa en las capacidades nucleares defensivas; la ciberseguridad y ciberdefensa; la investigación científica y tecnológica contra armas biológicas; la reafirmación de la asistencia militar recíproca como centro de gravedad de su despliegue y una lógica de seguridad cooperativa que se expresa en asistencia técnica y buenas prácticas. Geográficamente prioriza el escenario europeo, el norte de África y el Magreb, pero da un acento especial a la necesidad de asegurar los corredores marítimos en un claro mensaje a las pretensiones y acciones expansionistas de China.

Con estas cartas sobre la mesa, existen algunas implicaciones. Primera: una nueva amenaza (Rusia) obliga a los Estados miembro de la OTAN a actualizar sus estrategias de defensa con el objeto de ser útiles al fin último de la organización. Esto se acompasa con un cambio en las posturas de la política exterior, las cuales, a su vez, obedecen a los cambios en la observación que se hace de la geopolítica; cosa que se aprecia con el caso de Finlandia y Suecia quienes abandonaron 70 años de neutralidad para hacerse miembros de la OTAN; o el caso alemán, quien desde el final de la Segunda Guerra Mundial no iniciaba un proceso de rearme con fines de defensa para sí misma y sus aliados.

Le recomendamos: La geopolítica con una OTAN fortalecida

Segunda: el Concepto Estratégico resulta ser un puente de aproximación entre Estados Unidos y Europa en temas de seguridad y defensa. Este aspecto se había visto debilitado con la postura anti-OTAN del expresidente Donald Trump. El mejor promotor de la Alianza sin duda ha sido Rusia y con ese impulso, se han afincado más las posturas y las relaciones a ambos lados del Atlántico Norte.

Tercera: el concepto estratégico no obliga, pero sí presiona a los Estados que ostentan el rol de socios estratégicos y aliados estratégicos preferenciales (actual estatus de Colombia) a fijar postura en su política exterior frente a las amenazas priorizadas y a brindar la cooperación necesaria para contener la amenaza y proteger el sistema de ideas y valores democráticos que defiende la Alianza.

Cuarta: el concepto estratégico asesta un golpe importante a la integración global entre Oriente y Occidente. Al definir como amenaza y como riesgo a Rusia y China respectivamente, sugiere una ruptura o, acaso, un debilitamiento profundo de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos polos globales; cosa que se observa en los traumas de las cadenas globales de suministro, los reordenamientos de socios comerciales y el rompimiento paulatino de las relaciones de interdependencia económica de Europa y Estados Unidos con China y Rusia.

Por último, la OTAN advierte sobre los autoritarismos como amenaza al sistema de ideas y valores que defiende. En efecto, el nuevo concepto estratégico, finalmente ha formalizado lo que se aprecia en sistema internacional contemporáneo: un nuevo proceso de configuración global que se debate entre las democracias imperfectas y los autoritarismos infalibles.

*Farid Badrán Robayo es investigador doctoral en Ciencia Política UNED España. Analista y consultor en seguridad internacional y defensa estratégica.

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El nuevo concepto estratégico de la OTAN, adoptado hace algunos días en la XXX Cumbre de la organización en Madrid, España, hace algo más que actualizar una cantidad de realidades obvias y fácilmente observables en el sistema internacional. Como primera medida, representa un giro importante respecto del concepto de Lisboa de 2010, en donde se reafirmó al terrorismo como principal amenaza global y a Rusia como un socio estratégico. Esto presenta implicaciones para la política exterior y la política de seguridad y defensa de los Estados miembro, e incluso, para los socios estratégicos de la alianza, dentro de los que se encuentra Colombia. Igualmente, representa una vigorización de la alianza, la aproximación de Estados Unidos a Europa y el cambio de posturas históricas frente a la seguridad por parte de Estados como Alemania, Suecia y Finlandia. Por último, anticipa el riesgo que representa la avanzada geopolítica de China como elemento de desestabilización de la paz y seguridad en el sistema internacional.

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La postguerra fría trajo consigo la intensificación del terrorismo, la expansión del crimen organizado, la potenciación de insurgencias y el desarrollo de guerras civiles. Todas estas fueron amenazas irregulares, socialmente construidas, para las cuales la respuesta institucional de las organizaciones internacionales, incluida la OTAN, no eran eficientes por cuanto su razón de ser se fundamentaba en la existencia de amenazas regulares. Entretanto, Rusia se levantaba de su pasado soviético con profundos lastres económicos, e institucionales y China, se hallaba en el camino del desarrollo económico, lejos de la vanguardia tecnológica y militar que ostenta actualmente. El contexto obligó de manera natural a la OTAN a redirigir sus esfuerzos hacia las amenazas priorizadas entonces, dentro de las cuales no se encontraban ni Rusia, ni China.

Así, en mayo de 1997 se firmó el Acta Fundacional OTAN-Rusia, que establece la cooperación entre ambos actores. La OTAN tuvo un Consejo especial para tratar temas de cooperación militar con Rusia, quien participó en la ISAF en Afganistán, firmó acuerdos comerciales de venta de material de guerra con Francia y participó en operativos contra la criminalidad organizada en el Golfo de Adén. La OTAN inclusive pasó brevemente por alto la Guerra de Rusia en Georgia en 2008 y en ese mismo año pospuso indefinidamente el ingreso de Ucrania a la Alianza.

Naturalmente, todo hizo parte de la estrategia de “caballo de Troya” desarrollada por Moscú para recuperar lo que considera su territorio histórico, por medio de la generación de confianza, la dependencia comercial y energética y la inhibición política y operativa de la OTAN en Europa Oriental. Esto se corrobora con el concepto estratégico de la Alianza de 2010 y con la anexión de Crimea a su territorio en 2014.

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Frente a estas amenazas, la estrategia de la OTAN se basa en las capacidades nucleares defensivas; la ciberseguridad y ciberdefensa; la investigación científica y tecnológica contra armas biológicas; la reafirmación de la asistencia militar recíproca como centro de gravedad de su despliegue y una lógica de seguridad cooperativa que se expresa en asistencia técnica y buenas prácticas. Geográficamente prioriza el escenario europeo, el norte de África y el Magreb, pero da un acento especial a la necesidad de asegurar los corredores marítimos en un claro mensaje a las pretensiones y acciones expansionistas de China.

Con estas cartas sobre la mesa, existen algunas implicaciones. Primera: una nueva amenaza (Rusia) obliga a los Estados miembro de la OTAN a actualizar sus estrategias de defensa con el objeto de ser útiles al fin último de la organización. Esto se acompasa con un cambio en las posturas de la política exterior, las cuales, a su vez, obedecen a los cambios en la observación que se hace de la geopolítica; cosa que se aprecia con el caso de Finlandia y Suecia quienes abandonaron 70 años de neutralidad para hacerse miembros de la OTAN; o el caso alemán, quien desde el final de la Segunda Guerra Mundial no iniciaba un proceso de rearme con fines de defensa para sí misma y sus aliados.

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Tercera: el concepto estratégico no obliga, pero sí presiona a los Estados que ostentan el rol de socios estratégicos y aliados estratégicos preferenciales (actual estatus de Colombia) a fijar postura en su política exterior frente a las amenazas priorizadas y a brindar la cooperación necesaria para contener la amenaza y proteger el sistema de ideas y valores democráticos que defiende la Alianza.

Cuarta: el concepto estratégico asesta un golpe importante a la integración global entre Oriente y Occidente. Al definir como amenaza y como riesgo a Rusia y China respectivamente, sugiere una ruptura o, acaso, un debilitamiento profundo de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos polos globales; cosa que se observa en los traumas de las cadenas globales de suministro, los reordenamientos de socios comerciales y el rompimiento paulatino de las relaciones de interdependencia económica de Europa y Estados Unidos con China y Rusia.

Por último, la OTAN advierte sobre los autoritarismos como amenaza al sistema de ideas y valores que defiende. En efecto, el nuevo concepto estratégico, finalmente ha formalizado lo que se aprecia en sistema internacional contemporáneo: un nuevo proceso de configuración global que se debate entre las democracias imperfectas y los autoritarismos infalibles.

*Farid Badrán Robayo es investigador doctoral en Ciencia Política UNED España. Analista y consultor en seguridad internacional y defensa estratégica.

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