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El pasado miércoles en la tarde, contra todo pronóstico, el presidente Pedro Sánchez emitía una carta pública en la que suspendía su actividad política por cuatro días. El motivo era que el Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid había abierto diligencias para investigar a su mujer, Begoña Gómez, por presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción. La denuncia, en este caso, provenía de un sindicato de dudosa reputación y de impronta ultraderechista, Manos Limpias, razón por la cual Sánchez entendía que debía replantearse su posición al frente del Gobierno español.
Hace cuatro días, este mismo medio me preguntaba sobre qué horizonte podía darse en España y mi posición era la misma que hoy: no hay alternativa a Sánchez en el PSOE, por lo que no cabía advertir, desde el puro cálculo político-electoral, otra posibilidad que la de continuar al frente. Es cierto que numerosas cabeceras conservadoras y ultraconservadoras, alineadas con intereses partidistas acólitos, han encontrado en Begoña Gómez un titular sobre el cual intentar desprestigiar al presidente y desinformar con supuestas elucubraciones basadas en la especulación. Por supuesto, al respecto es legítimo que el presidente alce la voz frente a un conglomerado de medios que, por lo general, en lo que a credibilidad se refiere, de acuerdo con Reuters Digital News, Pew Research Center o el Instituto Universitario Europeo, hace de España el sistema de medios con menos credibilidad de toda Europa.
No es la primera vez que Sánchez intenta problematizar esta cuestión, pues en las últimas elecciones generales, la selección de entrevistas y apariciones en programas de impronta conservadora estuvo dirigida a evidenciar, de parte del presidente, la necesidad de medios responsables y comprometidos con el rigor y la función periodística. Es decir, esto, faltaría más, admite un debate público y político que debe servir para dignificar el oficio periodístico, pero también para exigir a la sociedad civil de una cultura política y capacidad reflexiva que, desde hace mucho, ha quedado supeditada al simplismo. Esto es, al reduccionismo y la guerra de trincheras en la que los medios sirven, con honrosas excepciones, para poco más que para reafirmar convicciones propias y demonizar convicciones ajenas.
A partir de aquí, la decisión de suspender cuatro días la función al frente del Ejecutivo español admitía tres opciones: dimitir en aras de una convocatoria estival de elecciones, proponer una cuestión de confianza que obligase al Legislativo a pronunciarse sobre el liderazgo de Sánchez -en un marco de elecciones próximas en Europa y en Cataluña, y con las del País Vasco recién terminadas- o, la menos comprensible, volver como si nada hubiera pasado. La primera, vista la falta de liderazgos con proyección nacional que puedan estar a la altura de Pedro Sánchez, era poco promisoria y adelantaría un fiasco electoral e innecesario para un PSOE que va a cumplir seis años al frente de la Moncloa.
La segunda, podía concebirse como un acicate inesperado de marcos interpretativos, alianzas y posiciones partidistas con algún tipo de sentido en la lógica electoral de los próximos dos meses. Sin embargo, la tercera, sin más, parece un tanto absurda y no se sabe muy bien en qué clave debe ser interpretada. Al menos, se esperaría que esto sirva para el impulso de algún proyecto de ley que, de un modo u otro, trate de visibilizar, problematizar y politizar las carencias del sistema de medios españoles y un marco regulatorio sobre prácticas execrables, que, desde la irresponsabilidad y al amparo de la impunidad, han estado presentes en los últimos años. Por cierto, casi siempre, con los mismos destinatarios: personalidades y cargos políticos del progresismo -desde Mónica Oltra hasta Pablo Iglesias-, y también, no por casualidad, desde los mismos vertederos (des)informativos.
Sea como sea, para llegar al punto anterior, no parece lo más inteligente el haber procedido con una maniobra de esta naturaleza. Aun cuando sirva para retratar a medios y políticos que normalizan e instrumentalizan en beneficio propio la manipulación y la burda mentira, el optar por acciones como esta no sé hasta qué punto no contribuyen a espectacularizar la política sin mediaciones, alimentar personalismos y desviaciones populistas y terminar por socavar algo que pareciera quedar cada vez más lejos de nuestro modelo democrático: la función responsable del medio informativo y el sentido de una democracia deliberativa y responsable, basada en la discrepancia, el respeto y el decoro político y personal.
Jerónimo Ríos Sierra es doctor en Ciencias Políticas y doctor en Humanidades. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. @Jeronimo_Rios_
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