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No existe algo menos sensato que estimar cuánto tiempo puede tardar en caer un gobierno. No vayamos tan lejos: recordemos cuando el presidente de Colombia, Iván Duque, dijo que a Nicolás Maduro le quedaban horas para salir del poder en Venezuela. Han pasado más de 27.500 desde entonces. Al gobierno estadounidense le pasó algo similar: aseguró que Afganistán caería de nuevo en manos del talibán en 90 días. En realidad, tomó menos de 10. Y en enero la televisión estatal rusa predijo que, en caso de invadir Ucrania —una idea que ridiculizaron y negaron hasta el último segundo—, a Rusia le tomaría entre 10 y 11 minutos hacerse con el control total.
Este jueves se cumple exactamente un mes desde que las tropas rusas, por orden de Vladimir Putin, invadieron Ucrania. El resultado no fue el que esperaba el Kremlin, que ha visto recreada la historia de David contra Goliat. Para cumplir con las expectativas del comandante en jefe, las fuerzas rusas se vieron obligadas a recrear la Doctrina Grozni, esa estrategia de bombardear hasta casi borrar del planeta una ciudad y que no muestra piedad con los civiles.
Hoy entramos al segundo mes de la guerra. Durante las últimas semanas hemos hablado continuamente con expertos en diferentes campos como el militar, el político, el económico, el geopolítico y el social. Este es un breve recorderis de los primeros días de ese conflicto que tiene al mundo en vilo, y un sencillo pronóstico de lo que viene, aventurado, pero concreto: nada será igual que antes.
Teatro militar
Para el presidente ruso, la invasión —aunque se empeñe en llamarla por eufemismos— ha sido un éxito. La realidad, sin embargo, no está de acuerdo con él. Un mes después de lanzar su ofensiva, solo hay una certeza sobre el teatro militar de este conflicto: incluso si Ucrania sale derrotada, esta no será la campaña que Putin imaginó y difícilmente podría verse como una victoria por fuera de Rusia.
Los errores estratégicos de Moscú, como enviar sus convoyes de tanques por tierra antes de anular la capacidad de defensa aérea ucraniana, se combinaron con una feroz resistencia de la gente en las ciudades asediadas que obstaculizaron el avance de la misión principal: tomar Kiev. En pocas palabras, lo que nos repiten los analistas consultados es que Putin calculó mal a su adversario, creyendo que no sería difícil apoderarse del territorio si entraba a la fuerza. Exceso de confianza.
Ya en el campo, el ritmo de vehículos destruidos o capturados es sorpresivo. La razón por la que Moscú usó misiles hipersónicos el último fin de semana, además de buscar un efecto propagandístico sobre el pueblo ucraniano para que no quede duda de que se escalará la guerra hasta donde sea necesario, es que se está quedando sin misiles balísticos de corto alcance. Por eso Rusia se vio obligada a probar otras alternativas, según el analista belga Joseph Henrotin, quien habló con The Guardian.
¿En qué estamos? Apenas en una primera fase de la guerra. Hasta aquí Rusia ha jugado a tomar el poder en Kiev para derrocar a Volodímir Zelenski. Si lo consigue, el efecto secundario podría ser una guerra urbana más extensa en la que Moscú luchará contra las insurgencias que están echando raíces en Kiev. Esa sería, por naturaleza, una guerra muy difícil de pelear y exacerbaría la catástrofe humanitaria.
Las insurgencias se mueven en las ciudades de lado a lado, mientras Rusia intenta bombardearlas tratando de desgastarlas. La proyección es que, con este enfoque similar a lo que ocurrió en Grozni, más ciudades quedarán destruidas, millones huirán y miles morirán. Los dos bandos juegan a lo mismo: el desgaste de su rival.
Sobre el lado ucraniano hay que decir dos cosas más allá de la resistencia, que en los últimos días ha logrado recuperar terreno y cercar a los rusos: el ejército ucraniano ha puesto minas en las playas del mar Negro y otras decenas de locaciones para impedir el avance ruso. El balneario nunca volverá a ser igual y quedará pendiente el desminado de estos lugares sitiados. Por otro lado, la Legión Internacional, conformada por los voluntarios extranjeros que quieren pelear del lado de Zelenski, tiene problemas: han mostrado inexperiencia y no escuchan a los oficiales ucranianos. Muchos de ellos, según medios en el campo, parecen haber viajado con la intención del llamado “turismo de guerra”.
El teatro político
Tanto la política doméstica en Ucrania como en Rusia cambiará tras la guerra. Ninguna para mejoría. El miércoles, faltando un día para cumplirse el mes de la invasión, Anatolu Chubáis, el economista que diseñó las privatizaciones postsoviéticas y fungía como el embajador para el cambio climático de Rusia ante la ONU, dijo que ya era suficiente. Renunció a su cargo y abandonó el país junto con su esposa sin intención de regresar. Esa fue la primera dimisión de un alto cargo del Kremlin por estar en desacuerdo con la guerra y es la primera gran muestra de una posible fisura en la élite rusa. ¿Le quedará mucho tiempo a Putin en el poder?
“Las guerras no solo matan vidas invaluables, sino esperanzas y aspiraciones, congelan o destruyen relaciones o conexiones”, dice Arkady Dvorkovich, ex vice primer ministro ruso en Voz de América.
Hay observadores que ven el “principio del fin” para Putin tras la invasión. Está la sensación de que los oligarcas de la era de Boris Yeltsin, con la economía en sus manos, quieren sacar al presidente del Kremlin lo antes posible ante las pérdidas financieras que les han dejado los resultados pobres en el campo militar, aunque sin manifestar su oposición a la invasión.
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Sin embargo, no hay grandes señales de un brote de disidencia en el círculo de Putin. No para Tatiana Stanovaya, fundadora de la firma de análisis R. Politik, quien dijo que hay un consenso general sobre la invasión, aunque diferencias sobre las tácticas. Hay quienes dicen que Putin no está actuando con “suficiente agresividad”. Con su enemigo, Alexéi Navalni, en prisión, el control total sobre la narrativa en los medios y la representación casi total en la Duma estatal en sintonía con el Kremlin, hay poco espacio en el sistema para retar a Putin.
En Ucrania hay otro cambio importante: debido al contexto de la guerra, el presidente Zelenski ha reconocido y financiado al Batallón Azov, que ahora tiene varias unidades repartidas por Rusia. El grupo neonazi es un arma indispensable para el gobierno de Kiev que, si bien no tenía participación en el Parlamento, puede ganar adeptos tras su papel en la invasión. Quien quiera que sea el ganador de esta guerra deberá lidiar con el aumento del nacionalismo ucraniano.
Para la población será más difícil desacreditarlos ante los crímenes que han cometido los rusos contra civiles ucranianos, como dice el periodista Emlio Doménech. Putin, con su invasión, obtuvo lo que tanto decía querer impedir, y no solo a nivel local: la amenaza rusa también causó un aumento del interés de Finlandia y Suecia por integrar la OTAN, una ampliación que justo estaba evitando.
El campo humanitario
La guerra ha dejado a más de la mitad de la población ucraniana vulnerable a problemas de salud graves, sin abordar los traumas y las necesidades en salud mental que puedan tener. Por lo menos 3,5 millones de ucranianos han huido de sus hogares y 12 millones se encuentran en zonas controladas por las fuerzas rusas. Para las personas con enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes o VIH, entre otras, el riesgo es extremo.
Mientras la población que necesita atención médica crece de manera descomunal, la infraestructura se reduce. Esto es porque Rusia ha llevado a cabo por lo menos 64 ataques verificables contra centros de atención médica desde el 24 de febrero. El Ministerio de Salud de Ucrania ha dicho que son 135 los bombardeos a hospitales y por lo menos 43 ataques a ambulancias.
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“Con la cantidad de hospitales afectados, sabemos que su capacidad a corto plazo para hacer frente a la enorme demanda de servicios, particularmente con lesiones traumáticas, se verá gravemente comprometida. La mayoría de las comunidades no están acostumbradas a lidiar con estas lesiones traumáticas”, dijo Leonard Rubenstein, director del Programa de Derechos Humanos y Salud en Conflictos de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins.
Las mujeres que dan a luz tienen miedo de ir a los hospitales. El cuidado maternal es una urgencia, ya que se estima que cerca de 80.000 nacerán durante los primeros tres meses de guerra y 250.000 hasta noviembre. A esto hay que sumarle que las campañas de vacunación se han visto interrumpidas por los constantes bombardeos, mientras la población se hacina donde puede para encontrar refugio. Esto aumenta la preocupación por un brote de infecciones de covid-19. Los ya infectados se enfrentan a una escasez de oxígeno y a la falta de personal.
La revista Nature recuerda que hay algunos remedios, aunque escasos, para garantizar la atención de salud en escenarios de conflicto, como los programas de telemedicina usando tecnología remota que se han visto en Siria. Ahora, independientemente de quién gane la guerra, Ucrania necesitará de manera urgente una gran inversión para la reconstrucción de instalaciones dañadas.
¿El peor escenario? El de un control ruso del territorio. Aquellas personas que necesitan drogas, como la metadona para sus tratamientos contra el VIH, por ejemplo, podrían no recibirlo en medio de una ocupación, pues en Rusia ese medicamento es ilegal, según Judy Twigg, experta en Rusia y los sistemas de salud de Ucrania, que habló con Relief Web.
¿Y la economía?
En cuanto al mundo, el costo de la guerra podría sentirse dentro de algunas semanas. Oriente Medio y el norte de África se abastecen del trigo, la cebada y el maíz de Ucrania. La ONU advierte que la guerra podría desencadenar una crisis mundial de alimentos. En nuestro continente, los agricultores están recortando los gastos en fertilizantes, también provenientes de Ucrania, lo que amenaza el volumen de las futuras cosechas. En el noreste de Asia también se siente el golpe, pues las vecinas de Rusia, Mongolia, China y Japón, están viendo afectados sus suministros de alimentos, energía y defensa, lo cual los empuja a buscar otros proveedores, motivados por la desconfianza que ha sembrado Moscú.
Ahora, las sanciones para Rusia han sido duras, pero difícilmente podrían detener a Putin. Joseph Wright y Abel Escribà-Folch, politólogos de Penn State y la Universitat Pompeu Fabra, recordaron en The Conversation que, por ahora, Alemania sigue enviando euros a Putin a cambio de su gasolina. Si la Unión Europea decide sancionar y cortar todo comercio con Rusia, como lo pide Zelenski, se crearía una red de contrabando masivo como sucedió en Irak tras las sanciones de la ONU a Saddam Hussein. Esta estrategia no será lo suficientemente efectiva contra un régimen personalista como el de Putin, quien aprovechará esto como una excusa para revitalizar el nacionalismo ruso. Al final, esta sería una carga en la gente del común. “Nuestra investigación demuestra que las sanciones sacan más comida de la boca de los ciudadanos”, dicen los expertos.
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